Lo queer, lo trans y el feminismo, de un trípode las tres patas
O cómo prevenir la cooptación de un movimiento de liberación por las instituciones patriarcales o heteronormativas
Para quienes hacemos crítica social, a veces solo se trata de seguir diciendo/denunciando lo mismo todo el tiempo, todos los días, hasta que encontremos esa forma mágica, si quieren, de decir lo que queremos de manera que se entienda. Esto, a riesgo de que se nos bautice como dinosaurios, se nos descarte como arcaicos, o simplemente, se nos diga viejos o viejas.En un mundo empequeñecido por las redes sociales, es difícil atemperar una disertación a una audiencia específica. El mundo de las relaciones públicas y su obsesión clínica con la taxidermia y sus grupos focales han impactado no solo cómo transmitimos nuestros mensajes, sino cómo los recibimos. Por eso cuando el entonces gobernador de Nueva Jersey, Jim McGreevey, decidió salir del clóset en medio de un escándalo político sexual, acudió a un grupo nacional de derechos de gays estaounidense y utilizó la frase que fue escogida por grupos focales y diseñada para mover el tema del área escabrosa de derechos sexuales a la menos escabrosa pero definitivamente excluyente de derechos civiles, y por primera vez escuchamos el famoso “I am a Gay American”.1 A muchos y muchas se nos aguaron los ojos al escuchar esas palabras que nos permitieron sentir empatía aunque no necesariamente sentimos la inclusión. Ciertamente McGreevey buscaba ser incluido y reconocido como parte de la ciudadanía estadounidense. Algo que en algún momento hemos ansiado todas y todos, sentirnos ciudadanas y ciudadanos plenos en nuestro país. Sin embargo ya en ese momento sabíamos que esa puerta que abría McGreevey era una estrecha por donde muchos de nosotros y nosotras no pasaríamos. El Gay American, al día de hoy, sigue siendo hombre, sigue siendo blanco, sigue siendo clase media alta.
Pero seguimos denunciando que queremos ser ciudadanos, en nuestros países no solo de origen, también en los que vivimos. Pero nunca cuestionamos precisamente qué ciudadanía es la que queremos, a pesar de que hay un claro reclamo desde muchos sectores que parece seguir apuntando a una gran necesidad de comunicarnos sobre este tema. Nada parece apoyar la noción de que se esté dando esta conversación. Necesitamos comunicarnos y entendernos mejor las unas con las otras. Las unas con los otros. Comunicación intergeneracional, comunicación interracial, comunicación entre los sexos, los muchos sexos decimos algunas. Comunicaciones Inter-nacionales, inter-regionales, inter-disciplinarias. ¿Cuál es la ciudadana, el ciudadano que queremos ser? Versus, ¿cuál es el ciudadano al que tú como país deseas reconocer? Y son muchísimos los retos que la comunicación nos puede representar cuando intentamos comunicarnos a través de este tipo de foros.
La historia de nuestras resistencias es larga y generosa. Cada vez conocemos de más y más ejemplos de resistencias que rescatamos y exigimos se añadan a las historias oficiales, mayormente individuales pero no menos heroicas. Conocimos de Lili Elbe, Bayard Rustin, Harvey Milk, Audrey Lorde, Silvia Rivera, James Baldwin. Y también conocemos de las primeras organizaciones en Estados Unidos, por ejemplo, Las Hijas de Bilitis y la Sociedad Mattachina. Y analizado y examinando los motivos de estas resistencias, podemos comenzar a ver que mucho del trabajo ha sido alrededor de la necesidad de ejercer una ciudadanía y pertenecer, en este caso la de ciudadanas y ciudadanos que quieren pertenecer enteramente a su país, exigiendo que la dignidad del reconocimiento de ciudadanía les fuera otorgada. Pero es aquí donde la visión es importante, la agenda de trabajo tanto de las Hijas de Bilitis como de la sociedad Matachina, eran agendas de asimilación. Su misión era probar que homosexuales y lesbianas no son una amenaza al sistema civil. Las protestas públicas de la Sociedad Mattachina, tenían un estricto código de vestimenta, que no solo reforzaba y reconocía como válida la división de género que se nos impone sino que también reflejaban una particular clase económica y un particular componente racial, pero sobre todo, los hombres vestirían como caballeros y las mujeres como damas. “Somos igual que ustedes, los ciudadanos respetables del país, por lo tanto merecemos las mismas garantías y protecciones que nuestra constitución tiene separadas para ustedes”, parece haber sido el mensaje. No debemos perder de vista la ironía de que contemporáneo a este esfuerzo (y no me confundan, este esfuerzo fue valiente y amplio y hay que reconocerlo así) fue otro evento de resistencia, desorganizado y espontáneo el que sentó la base para la lucha por los derechos civiles de homosexuales y lesbianas: Stone Wall, donde la gente más vulnerable, reprimidos y violentados a menudo por la policía de la ciudad de Nueva York, pelearon y contestaron la violencia con violencia. Sin pedir permiso, sin código de vestimenta adecuado al sexo biológico, y sin el menor deseo de ser respetables. Entonces esos, un poco, han sido los caminos que hemos recorrido para hacer valer nuestros derechos, los caminos de liberación y los caminos de asimilación. No son mutuamente exclusivos y se toleran ambos. En estos caminos de asimilación, hemos conseguido un sinnúmero de reivindicaciones, necesarias e importantes, leyes antidiscrimen, matrimonio, leyes de adopción, de herencia, protecciones contra violencias físicas y/o institucionales. Eso hay que reconocerlo. Muchas veces, sin embargo, he comentado que este camino de la asimilación tiene costos y que lo importante de recorrerlo es que estemos conscientes de estos costos.
También importante que tengamos en cuenta por qué se nos ha perseguido por tantos años. Se nos ha perseguido porque disfrutamos nuestras relaciones sexuales con gente del mismo sexo o género, y porque rechazamos que los genitales dicten nuestra identidad de género. Por eso denuncio como fútiles y a veces hostiles esos esfuerzos asimilistas de demostrar que nuestras relaciones son monógamas y tienen longevidad, que las hace respetables a los qué se yo, 10, 15, 25, 40 o 50 años; como también denuncio los esfuerzos por probar que somos buenas hijas o buenos hermanos, o que somos buenas y productivas trabajadoras y trabajadores. Ese empeño asimilador ha confundido nuestras estrategias políticas y ha evadido el mayor compromiso educativo sobre quiénes somos. No se nos persigue por nuestro desempeño como hermanas, hijas, trabajadores, esposos, se nos persigue porque a la hora de disfrutar del sexo, de enamorarnos, de apasionarnos, no obedecemos la conducta que la sociedad ha asignado a nuestros genitales. Los hombres gozamos del sexo con otros hombres. Las mujeres gozamos sin un hombre en la cama, y muchas nos negamos a aceptar que nuestros genitales decidan cuál es nuestra identidad de género. Resalto esto porque aunque ser buen hermano, hija o productiva hace más fácil que los políticos y algunos pastores se retraten con nosotras y nos halaguen, nunca debemos olvidar cual es la raíz del desprecio original. Esto todavía no la hemos atendido. Algunos y algunas piensan que debemos mantenerla en el clóset y que eso, el sexo, no es lo que nos distingue como seres humanos. Yo no estoy de acuerdo. Esa noción de-sexualizada de ciudadanía excluye y nos subordina a las estructuras creadas para heterosexuales y su reproducción del matrimonio, nos condena a ese conformismo y nos absorbe en una de las instituciones más patriarcales que existen hoy día. La próxima vez que se vaya a retratar con un político exíjale que diga públicamente que está bien y es aceptable que los hombres nos gocemos los unos a los otros, que está bien que las mujeres se gocen entre ellas. Ese va a ser el día que los políticos verdaderamente demuestren su compromiso y respeto con nuestras comunidades. Lo demás es un compromiso con la institución del matrimonio, con el orden reproductivo, con la fuerza laboral, con las escuelas, pero son compromisos muchas veces cosméticos.
Pero me desvío, es que a mí me gusta hablar de sexo, no saben lo que sufro cuando voy a la parada LGBT de San Juan, escucho la palabra familia 235 veces por milla caminada, “celebremos nuestras familias”, “nuestr@s niñ@s”, “nuestr@s iglesias”, “familias straight apoyando familias gay”. “El amor tiene que ganar”, y a veces llegamos al Parque del Escambrón y todavía no han dicho que tenemos derecho a gozar del sexo, que vergüenza. Pero vamos a enfocar.
Hemos conquistado algunos derechos a medias, el no discrimen, el matrimonio, la adopción, todos importantes, aunque muchas veces incompletos y muchos sujetos a códigos de comportamiento y vestimentas asignados al sexo. La prensa parece entendernos mejor y hemos logrado cambiar o mover la opinión pública a nuestro favor. Pero también estamos viendo la primera ola de venganzas. En Estados Unidos, algunas jurisdicciones cuestionan las decisiones de la Corte Suprema, y fundamentalistas prefieren ir a la cárcel que cumplir con las leyes. Algunos políticos amenazan con revertir las leyes de protección y amenazan con posibles enmiendas constitucionales. El asunto de nuestras hermanas y hermanos trans arrecia en campañas de miedo y desinformación sobre los baños, y la violencia física y muertes parece ir en aumento.
Este es el momento en que tenemos que repensar nuestras comunidades, repensar nuestras estrategias, nuestras alianzas y compromisos. Yo me fui de Puerto Rico en 1996 y al regresar en 2013 he encontrado una comunidad segregada. Jamás había visto tanta distancia entre hombres gay y lesbianas como ahora. Los espacios de compartir y conversar están segregados y aquellos donde aún coexistimos están jerarquizados de formas muy masculinas, los y las profesionales hablan, los demás ejecutan. Todavía en el 2013 al preguntar a dos de los grupos más visibles por qué no habían personas trans en los mismos, la respuesta fue “es complicado”. ¿Es complicado cómo? ¿Es complicado como cuando preguntamos por qué no hay mujeres en las juntas de directores o gabinetes de gobierno? ¿Es complicado como cuando preguntamos por qué no hay latinos o negras en las juntas de directores de las organizaciones que dicen representarnos? Es un presente de retos. Los chistes misóginos entre hombres gay son la orden del día y el clasismo es asfixiante. Muy difícil en este ambiente establecer alianzas, colaboraciones y solidaridades.
Entonces se me ocurre que si verdaderamente queremos sobrevivir ese backlash o reacción violenta a nuestros adelantos tenemos que regresar a lo básico. Tenemos que querernos y cuidarnos, un poco como individuos, pero mucho más como comunidad.
Se me ocurre proponer que una comunidad sólida debe recuperar lo que hemos perdido en ese camino hacia la normalización de nuestras vidas y el acceso a derechos ciudadanos. Y sugiero fuertemente que empecemos por establecer que somos comunidades LGBTTQIA feministas. ¿Por qué feministas? ¿Por qué no? Uno de los primeros logros es que nos obligaría a reconocer que la L en LGBTTQIA es porque hay mujeres en nuestro colectivo. Y que hay mujeres también en esas dos T que nos encanta resaltar en nuestro acrónimo. Ninguna de nuestras comunidades es libre si las mujeres en ellas tampoco son libres. Hemos luchado mucho por ser reconocidos y reconocidas como ciudadanas de nuestros países. ¿Pues saben qué? Comunidades LGBTTQIA feministas comenzarían por cuestionar esa ciudadanía. Esa ciudadanía que queremos hoy mantiene a las mujeres como ciudadanas de segunda clase. Esa conciencia nos permitiría ampliar ese horizonte de derechos que queremos para que incluya, no la ciudadanía que nos ofrecen, sino la ciudadanía a la que aspiramos, que no es la ciudadanía que mantiene una jerarquía y que valora a sus hombres más que a sus mujeres. Que no queremos ser partícipes de una ciudadanía que paga menos por igual trabajo a las mujeres. Que no queremos ser cómplices de una ciudadanía que fomenta el odio y la desigualdad de sus mujeres. Que no entramos a fortalecer una ciudadanía que no reconoce que el cuerpo de las mujeres es de ellas. Que no queremos reproducir una ciudadanía que establece jerarquías y valor de acuerdo al grado de feminidad representado, donde la mujer blanca vale más que la negra, la joven más que la vieja, la madre más que la que no es madre, la femenina más que la bucha, la heterosexual más que la lesbiana, la cisgénero más que la transexual, la transexual más que la transgénero y todas, absolutamente todas valen menos que los hombres. No vamos a querer parte de esa ciudadanía que culpa a las mujeres de sus desempleos, de sus violaciones, de sus asesinatos, de sus exclusiones. No podemos hacer comunidad, solidaria y robusta si nuestra agenda de justicia social no incluye la justicia social de las mujeres que conforman nuestras comunidades LGBTTQIA.
¿De qué vale que juntos y juntas obtengamos el matrimonio si los hogares de las mujeres van a ser más pobres? ¿De qué vale que podamos adoptar si el ingreso económico sigue siendo un factor determinante para las adopciones? ¿De qué vale que obtengamos la no discriminación en el empleo, si no se le va a discriminar por lesbiana sino por mujer? ¿De qué vale que los políticos nos sonrían y nos quieran si sus asesores y gabinetes estarán regidos por hombres? No podemos estar como el papagayo exigiendo al gobierno una perspectiva de género si nos negamos a nosotras y nosotros ese mismo análisis en nuestra agenda de justicia social. ¿De qué vale que obtengamos derecho al matrimonio al mismo tiempo que los derechos reproductivos siguen reduciéndose?
Recordemos además que esa misma ciudadanía que ahora nos permite casarnos y adoptar, odia lo femenino y nos obliga a establecer el valor de nuestros hombres, cisgénero o transgénero en una escala parecida, donde el hombre gay mientras más masculino, más ciudadano es, más privilegios puede acceder. Recordemos también que todos y todas estamos sujetos a esas definiciones de lo que debe ser un hombre y de lo que debe ser una mujer . Les aseguro que no se puede vivir una vida plena y ser feliz atado a esas definiciones irrespectivamente de sexo, género u orientación sexual. Y ese privilegio, por favor, no tienen que renunciar a él, pero sí que por lo menos haya un nivel de reconocimiento del mismo. En fin, esas instituciones a las que deseamos entrar o a las que apenas logramos entrar, exigirán de nosotros y nosotras que sigamos reproduciendo esas jerarquías y desigualdades, y de repente nos encontramos en un divorcio y utilizamos el nivel de sueldo como herramienta para prevalecer, o nuestra clase, o nuestra profesión, todas estrategias muy masculinas. De repente estamos trabajando y nos alejamos de aquel compañero porque es muy femenino y eso nos puede traer problemas, pudieran pensar que soy como él, o de la bucha, porque si por lo menos se maquillara y no compitiera con los hombres no tuviera ese rechazo, o de repente le pedimos a la pareja que se acuesta con nosotros que se comporte un poco diferente en público para ser aceptados o aceptadas mejor.
Ese feminismo que propongo tiene también que incorporar lo trans, y tiene -en lo posible- que alejarse de la biología. Lo trans es lo que nos permitirá últimamente liberarnos del género y sus definiciones tan determinantes y opresivas. Y cuando hablo de lo trans no necesariamente hablo de nuestras hermanas y hermanos trans, aunque sí hablo de eso. Pero me refiero a lo trans en tanto nos permite transgredir ese corset ideológico que han impuesto a nuestro género. Es necesario que podamos aceptar y luchar porque se reconozcan las infinitas representaciones de lo masculino y lo femenino en nuestros cuerpos, en nuestras actuaciones y que también se acepte, la ausencia de masculinidades y/o feminidades, lo andrógino como esa último “FUCK YOU” que le podemos dar a la tiranía de las representaciones de lo masculino y lo femenino en tanto favorecen u obstaculizan el acceso a privilegios. Un poco necesitamos hacer ese ejercicio que hemos hecho con el concepto de raza. Deconstuirlo biológicamente y negarlo totalmente para entonces bregar con él como lo que es, una mera construcción social. Entender que hemos privilegiado diferencias mayormente fenotípicas y les hemos dado grado constitucional y determinante en nuestras vidas. Lo trans nos permite atender mejor las necesidades de nuestras comunidades diversas y devela cuán insidioso es el requisito de definición y/o afiliación de género en nuestras vidas. Lo trans muchas veces es lo que nunca va a poder pasar por las puertas de las instituciones en las que hoy se nos da la bienvenida a lesbianas y gays respetables. A las trans que, por ejemplo, cojan cupones se les ha exigido que se vistan como hombres para conseguir trabajo, o para que les respeten, o para que no les maten, porque las expresiones de género de las personas trans son ejercicios de impostura, de traición. Entonces, nosotras y nosotros gays y lesbianas respetables que hemos llegado al umbral del matrimonio y pudiéramos adoptar y estar protegidos en el empleo como buenos ciudadanos y ciudadanas, ¿esa ciudadanía está también disponible para las y los trans? Esas instituciones donde aparentan abrirnos las puertas, ¿están abiertas a lo trans? Podemos hacer un inventario, escuelas intermedias, escuelas superiores, hospitales, trabajos de empresa privada y de gobierno, educación superior, vivienda, inmigración, la industria del turismo y sus necesarios pasaportes, las necesarias identificaciones y documentos que otorga el Estado a sus ciudadanos y ciudadanas, licencias de conducir, certificados de nacimiento, certificados de matrimonio, tarjetas de crédito, papeles para adopción. Sí, hagamos ese inventario, díganme que institución civil hoy día no está retada por lo trans. Podemos comentar con un poco de risa cínica o rabia mesurada que para empezar, todas tienen baños públicos. Cuán humillante e indigno puede ser que al momento de entrar a un baño público se le pregunte con qué usted orina para decidir si puede usted orinar en ese baño. Entonces, después que hagamos ese inventario de las instituciones que son retadas por lo trans preguntemos si en nuestras negociaciones para ser aceptados en esas instituciones nos hemos preocupado porque también haya acceso a nuestras hermanas y hermanos trans. “Ah, pero primero vamos a empezar con nosotros y después entonces es más fácil traer lo trans a discusión”. Así llevan décadas diciendo los partidos políticos a las mujeres, a los negros, a los inmigrantes. En 1996, en Nueva York, la organización Empire State Pride Agenda, le dio una puñalada a la comunidad trans. Negociaron con los políticos y se decidió que se pasaría un proyecto de no discriminación en el empleo si se sacaba de las categorías protegidas la identidad de género. El proyecto se llamaría SONDA , Sexual Orientation Non Discrimination Act, y se les prometió que en un año o dos se podría entonces con un mejor clima y más aceptación pasar GENDA, Gender Non Discrimination Act. Y se pasó el SONDA a pesar de los gritos y denuncias de traición de las comunidades trans. Este año, 2016, cerró el Empire State Pride Agenda, anunciaron que después del matrimonio ya no quedaba nada más que hacer para proteger nuestras comunidades. Excepto que en esos 20 años que han pasado, nunca, NUNCA, se ha podido pasar el GENDA en Nueva York. En este asunto preciso cabe resaltar de todo corazón que conozco que también en Puerto Rico se trató de eliminar de los proyectos 238 y 488 las provisiones para identidad de género, y los y las activistas en Puerto Rico cerraron filas y se negaron rotundamente, como también se negó el Senador que escribió el proyecto, mi amigo Ramón Luis Nieves. Ese análisis y solidaridad que hubo en ese momento es necesario expandirlo a todas las instancias donde lo trans representa un escollo para ejercer la ciudadanía.
Por último, quiero decir que he visto, muy a mi pesar, el discurso, primero de la igualdad y ahora de la equidad en nuestra lucha por alcanzar derechos. Y he visto a la misma gente y organizaciones que antes defendimos “la diferencia” defender ahora la equidad. Lo vi pasar en Estados Unidos, lo vi pasar en Puerto Rico y lo he visto pasar en Latinoamérica. Quiero problematizarlo un poco porque entiendo que esa equidad tiene clase y género, y no es queer. Entonces vivimos en un país, o países, que distribuyen los derechos civiles como si fueran privilegios. Al exigir nuestros derechos nos vemos de momento no exigiéndolos para que se otorguen de manera democrática a todos y todas en el país, sino que se otorguen porque podemos probar que somos iguales a quienes ya los reciben. Entonces nos embarcamos en la misión de probar que nuestras familias son iguales a las de ellos, que nuestra capacidad de trabajo es igual a la de ellos, que nuestro valor es igual al de ellos, que nuestros niños y niñas son iguales a los de ellos, que somos profesionales igual que ellos. La equidad entonces se reclama para una diferencia que se concibe como deficiencia, como negativa y que hay que “ayudarla”. Entonces seguimos cayendo en la trampa asegurándole al sistema patriarcal, machista, sexista, que produce desigualdad, que nos deje entrar, que no somos una amenaza, que podemos contribuir a seguir produciendo desigualdad. Y yo pienso que en la época del backlash, en la época de enfrentar como comunidad, tenemos que comenzar a escuchar y a apoyar a quienes dicen NO, yo no soy igual a ustedes y tampoco quiero parecerme. Vamos a reclamar nuestros derechos, a ejercer nuestra ciudadanía porque tenemos derecho a los mismos siendo diferentes, porque los valores de la igualdad resultan ser normalizadores. Porque los valores de la equidad últimamente refieren a valores de clase media alta que resaltan, no retan, las aceptadas definiciones de género que continúan reproduciendo desigualdades. En fin, el discurso de la equidad tiene sus límites, no representan la puerta ancha por donde podemos o queremos entrar las y los diferentes y termina siendo excluyente. Es tiempo que de nuevo comencemos a celebrar la diversidad y la diferencia como valores positivos en nuestras comunidades, y reconozcamos y celebremos el valor y la riqueza en nuestras diferencias exigiendo que el derecho a vivir plenamente y de explorar nuestros potenciales al máximo necesita liberarse y no someterse a las instituciones arcaicas a las que hoy pedimos entrada como si en verdad fuéramos iguales. Nunca lo seremos, no queremos serlo. Comencemos a querernos y aceptarnos como somos. Trabajemos para forjar comunidades LGBTTQIA solidarias y saludables, inclusivas y asertivas, conocedoras y respetuosas de sus historias, pero hagámoslo como feministas queer, que celebramos las diferencias y con la esperanza liberadora que nos ofrece lo trans.
*Este ensayo fue presentado como conferencia magistral en ocasión del inicio del VI Coloquio del otro la’o, en el Recinto Universitario de Mayagüez el 1ro de marzo 2016.
- http://www.nytimes.com/2004/08/22/style/the-alchemy-of-a-political-slogan.html [↩]