Luis Fortuño Burset: novela por entregas
El orden moral de una novela se desprende del universo moral de sus personajes, pero, ¿qué ocurre cuando el personaje central de una novela carece de atributos? ¿Tiene dimensión moral un personaje sin cualidades, un producto soso y disminuido de la mirada de los otros?
Galdós no me ilumina en este extremo; ni sus espléndidos montajes ni su chispa irónica. Habla un personaje de Fortunata y Jacinta: “Los principios son una cosa muy bonita; pero las formas no lo son menos. Entre una sociedad sin principios y una sociedad sin formas, no sé yo con cuál me quedaría”. Tal desconfianza del gesto declamatorio, del idealismo, de las ideas mismas, no le hace justicia dramática al problema moral.
Para problemas morales, Dostoievski, novelista de ángeles, demonios y torturados.
De una parte podría estar el confesor de nuestro héroe Luis Fortuño Burset. Adjudiquémosle el papel del torturado. Digamos que su nombre es Martín, tiene setenta años, no es brillante ni se ha destacado en la curia romana. Se ve a sí mismo como un siervo de la disciplina eclesiástica. Intuye que su vida estrecha ha sido una mierda, pero sospecha que el mundo vivido en libertad es un infierno. Fue capellán del ejército durante la guerra de Vietnam. Sus supervisores confían plenamente en él, de ahí que se le confiriese el honor de ser el guía espiritual del primer ejecutivo.
Digamos que el confesor del confesor es otro tipo de cura: joven, radiante, brillante. La sotana limpiecita contrasta con las sucias ropas talares del cura viejo. Pertenece a un grupo que responde directamente al servicio secreto del Vaticano, la Confrérie d’ esperti in crisi. En el arzobispado de San Juan, se reúne con el confesor del Gobernador.
-Quiero pedir que se me releve del cargo de confesor de don Luis.
-¿Motivos?
-Razones de salud. Siempre he tenido el estómago delicado, pero me las arreglaba con un huevito pasado por agua y alguna sardinita. Desde que confieso al Gobernador se me ha recrudecido esta molestia en el vientre, al grado de ocasionarme unos malestares terribles. Las pruebas de laboratorio salen negativas, pero me siento fatal.
-Entonces estás somatizando, padre. Me extraña lo que dices, no conozco al Gobernador, pero se me informa que es un joven devoto, padre ejemplar, esposo fiel, católico limpio al grado del aburrimiento. ¿Qué te molesta de ese hijo que te ha tocado en suerte?
-Es un mentiroso impenitente. No hay transparencia en sus propuestas. Y acá entre nosotros, mucho me temo que existe un secreto horrendo en su vida personal.
El cura joven deja de mirar al viejo para atender una llamada que ha puesto a vibrar su Blackberry. Es un text message de su superior, avisándole que pronto le asignarán otro caso. Ese sí es importante, tiene diez minutos para resolver la situación del padre Martín.
Martín aprovecha la pausa para examinar al curita de pelo negrísimo y voz agradable. Se parece un poquito a don Luis. Al darse cuenta siente un escalofrío. Con expresión de ternura, el cura joven le clava la mirada de sus ojos orlados con sedosas pestañas.
-Padre, eres de la vieja escuela, sabes mejor que yo que hay pecados y pecados. No todos los pecados son iguales. La mentira no se equipara con el asesinato o la blasfemia. Hay pecados que exigen una gran compasión, una benevolencia particular del confesor. Entre ellos se distinguen los pecados de la carne y las mentiras piadosas bien intencionadas.
El viejo, como todos los viejos, tiene momentos de rebeldía. Se envalentona. Grita que no es digno mentir, que no pueden compararse las mentiras de un pordiosero con las mentiras del poderoso, que el gobernante debe ser ejemplo de su pueblo.
El curita no se inmuta.
-Padre, tranquilo, que aquí estamos chilling. Déjame leerte una cita que guardo en el Blackberry. Tengo citas para todas las ocasiones. Escucha esta de Milan Kundera, ese sí tuvo que tallar con autoritarismos, hay que ser infinitamente flexibles con los políticos, después de todo rezamos siempre por ellos los domingos, en la misa. Óyeme: “La negociación secreta es desde siempre el terreno de juego de la verdadera política”.
Don Martín palidece. Insiste en que él no puede absolver a un gobernante embustero. Y añade, con irritación:
– Padre, no se haga el imbécil. Si a usted le dijeran que eso que tiene en la mano es la cura del cáncer, y se lo dijeran con una pureza tal, con una suavidad tan irresistible que usted se lo creyera, y una vez usted asiente se le ríen en la cara, ¿cómo reaccionaría?
-Padre, yo diría que hay que ser bien perverso para pretender convencer a alguien de que un Blackberry es la cura del cáncer.
-Pues eso mismo fue lo que hizo el buen cristiano de quien hablamos. Al día siguiente de ganar las elecciones -¡con 250,000 votos de ventaja!- se pasó por la rabadilla las promesas electorales. Los empleos se convirtieron en desempleos, los alivios contributivos se convirtieron en impuestos adicionales, aumentó la deuda pública, quiere vender lo que queda del país, liquidó el Fideicomiso de las Comunidades. Y él sabe lo que está haciendo, no puedo entrar en detalles, el secreto de confesión es un dogma, pero le aseguro que detrás de esa cara de ángel habita un ser impuro, un demonio menor, quizá, pero no menos dañino que el mismo Belcebú. Yo le he negado la absolución. Antes que perdonarlo, prefiero que me expulsen de la Iglesia.
La cosa se perfila como un encuentro entre Johnny Depp y Clint Eastwood, aunque desarmado el Clint y Johnny sólo con su Blackberry y de prisa, pues le quedan cinco minutos para vencer a su antagonista senil.
-Me siento incómodo en este papel de confesor de un hombre que podría ser mi padre. Escúcheme bien. Nada, y usted lo sabe, nada que tenga que ver con los hombres es cierto. Todo lo humano es ficticio. En esa burbuja de falsedades vivimos y quien no lo reconozca es un inocente o un loco digno de compasión. Hay planes que no entendemos. Provienen de Dios y de sus vicarios, nuestros gobernantes. Si no lo aprendió usted en Vietnam mal lo veo.
El padre Martín siente que ha llegado el momento de hablar sin tapujos, incluso con cierta emoción.
-Los marines son unos brutos asesinos, de acuerdo, pero cuando agonizan son honestos. Luchan cuerpo a cuerpo. La sangre, la muerte, no son reality shows. Esos muchachos no engañan a nadie cuando mueren, en cambio nuestros gobernantes son vergonzosos. Ya no me oriento bien en este mundo de embusteros lite.
-Sí, lo veo un poco desorientado. Para usted la mentira es el pecado mortal más detestable. Cuidado, que quizás el hipócrita es usted. Permítame leerle otra cita que viene al caso. Es de un filósofo español. Fernando Savater. Savater le habla a Dios: “¿Estás seguro de que uno puede hablar sin mentir? Ya sabes lo que dijo Goethe, que tú nos concediste la palabra para que pudiéramos ocultar mejor nuestros pensamientos. Por lo menos el efecto ha sido ese: la palabra se utiliza para enmascarar, en parte o todo, lo que no se quiere decir.” Y otra, atribuida por Savater a Otto von Bismarck: “Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería”.
El padre Martín no tiene muchas luces, pero se enfogona con esa afirmación de que en la guerra se miente. La muerte no es una mentira. Digamos que él también ha leído a Savater y recuerda otra cita del mismo ensayo. Dice:
-“El orden social requiere que la mentira sea sancionada y que sea aceptada la verdad. Las sociedades que no actúan contra la mentira avanzan más lentamente y tienen más dificultades para resolver sus problemas.”
Pero el joven ya no le hace caso. Acaba de recibir una llamada urgente. Barack Obama está interesado en ingresar a las filas de la Iglesia Católica, Apóstólica y Romana, impresionado por su encuentro con el Santo Padre Benedicto. Se requiere la presencia inmediata del curita en la oficina oval. Al diablo con este viejo desaliñado. No hay tiempo para dorar píldoras.
– Bueno, pues no se hable más. Queda usted relevado del cargo. Era un honor, pero el libre albedrío es el pilar de la teología católica, aunque personalmente creo que ya podemos descartar esa falacia. Hay que aggiornarse periódicamente. Los hombres son mortales, la Iglesia es inmortal. Mire, hace unos días asistí a un seminario: La ética en la era post-darwiniana. Ese seminario debió celebrarse en 1950, antes de que clonaran al primer hombre. !Y todavía estamos debatiendo con Darwin! En eso nos llevan la ventaja los fundamentalistas cristianos. Ellos no reconocen la teoría de la evolución, atacan a Darwin cuando ya Darwin no tiene vigencia alguna. Son geniales, han perfeccionado el arte de la mentira piadosa. Se lo digo yo, que soy un clon de tercera generación.
– Perdóneme padre, no entiendo lo que dice.
– Hay cosas en el cielo y en la tierra que usted no entenderá nunca, así que quédese en su mundo chiquito, de verdades innegables. Volverá usted a las Fuerzas Armadas. En Afganistán hacen falta capellanes.
El cura viejo se mira las manos. Se muerde las uñas. Recuerda las veces que ayudó a bien morir a los soldaditos jóvenes, pintándoles un cielo donde los esperaban sus mamás y sus novias, y las nubes eran de vainilla y todos los días se comía mantecado.
– No es para tanto- dice con un taco en la garganta-. Absuelvo a don Luisito de todas las mentiras que ha dicho y que dirá hasta el 31 de diciembre de 2009. ¿Está bien?
– Lo felicito, padre. Un hombre que ha visto tanto mal necesita recuperar el sentido de proporción. Le recomiendo que se divierta un poco. En vez de Afganistán, podríamos enviarlo un fin de semana a Villa Parguera. Pero antes, la penitencia: Escuchará cien veces el anuncio “Qué nos pasa, Puerto Rico”, con la efigie de Richard Carrión parpadeando al fondo. Luego cien veces la secuela, el anuncio que dice ahora sí, ya estamos saliendo de la crisis. Además escribirá un artículo para la serie periodística “Puerto Rico se levanta”.
El padre Martín, advierte la malignidad tras los lentes de contacto, es un clon, estoy rodeado de clones. Pero la locura dura un segundo, porque su confesor abre el paraguas en la calle del Cristo y de inmediato lo recoge un Mercedes Benz.
La labor de un confesor se parece a la de un novelista del realismo sucio. Ambos son peritos en basuras. Ambos escuchan, entienden o fingen entender. Ambos terminan por enamorarse de la basura. La labor del confesor es ingrata. Ni hablar de la labor de la novelista del realismo sucio.
Escribió Dostoievski: “De manera abstracta todavía se puede amar al prójimo, y a veces incluso desde lejos, pero de cerca casi nunca”. Opinión trasnochada. Ahora lo abstracto no es lo que queda lejos. Ahora “lo abstracto” es el prójimo.
(Publicado en el blog Angélica furiosa, capítulo 3, 31 de julio de 2009).