Mara Negrón, el regalo de su rareza
Siempre me pareció de una fragilidad inusual. Por su delgadez, palidez y su hablar quieto, su delicadeza y economía en los gestos. Cargaba con un espacio y un tiempo que parecía no coincidir con el de los demás. Nada de esto, sin embargo, había en su escritura ni en sus argumentaciones. Invariablemente admiré su ensayística, y su libro, De la animalidad no hay salida, queda como un modelo crítico para hoy y futuras generaciones. Sus publicaciones las entregó al público sin fanfarrias, con un pudor que solamente poseen aquellos completamente auténticos. Tengo la impresión de que muy pocos han leído sus dos libros, Las ciudades que (no) existen y Cartago. El primero, me sedujo por su espacio indeciso (San Juan/París/alguna ciudad indefinida); el segundo por lo bella y decididamente irresuelto. Ahora que estos dos libros no serán acompañados por muchos otros, confío se leerán con interés, con controversia. Comme il faut.
Por el inmenso respeto que me inspiró desde el mismo momento en que la conocí, mantuve siempre cierta distancia. Distancia que ella no tuvo conmigo. Apoyó mi trabajo teatral con un entusiasmo proselitista que todavía me sacude la existencia. Cuando me dedicó uno de sus ensayos, junto a Teresa Hernández, mi reacción fue de sonrojo, un embarazo tan grande, el que una pensadora de su talla hubiese dedicado tiempo a mi trabajo. El ensayo que publicó lo atesoro como uno de los regalos más bellos que he recibido y recibiré en toda mi vida. Le tenía tanto respeto que no sé si las veces que se lo agradecí fueron suficientes, si ella llegó a saber lo mucho que la respetaba.
Se nos fue demasiado pronto. Me quedé con el deseo de decirle que había leído esos dos libros suyos que tanto disfruté por su rareza, por su atrevimiento, su osadía al asumir escrituras arriesgadas, desbalanceadas; nunca he escuchado comentarios sobre los mismos y no es de extrañar, es que pertenecen a las “anomalías” de la literatura puertorriqueña; por lo mismo, tesoros. No se lo dije porque no sabía qué añadir después de decirle que los leí, tanto la respetaba. Me quedé con el deseo de abrazarla.
Creo que hay algo de justicia en que se nos fuera en París, la ciudad que tanto amó, el hogar de su corazón. La echaremos de menos, mucho.