Mis obras hablarán por mí

Artemisia Gentileschi. Autorretrato como alegoría de la pintura. 1638
Cuenta Plinio, que la pintura nació una noche a la luz de una vela. Una joven corintia, hija de un alfarero, dibujó el contorno de su amante dormido que se reflejaba en la pared. Quiso así capturar la imagen del amado antes de que éste partiera a la mañana siguiente. La historia de la pintura queda así vinculada a la mujer y a la sombra.
Como Alegoría de la pintura se autorretrata Artemisia Gentileschi, en una de las obras que pueden verse en la exposición HEROINAS que se presentaba hasta el 5 de junio en el Museo Thyssen de Madrid. Se trata de un precioso primer plano en el que se enfatiza cómo la protagonista toma con decisión el pincel y la paleta y se dispone a realizar un acto creador, a enfrentarse al lienzo en blanco, a inventar, una vez más, la pintura.
Este autorretrato de 1638 es en sí mismo un acto reivindicativo, ya que en el siglo XVII, la posibilidad de pertenecer al gremio de pintores estaba destinada a los hombres. Las mujeres eran objeto de la obra, pero no eran autoras de la obra. Una gran fuerza y convicción se transmiten al espectador mediante la luz y la composición. Es conmovedora la imagen de su pelo revuelto, casi desaliñado, su determinación en el gesto y su seriedad para iniciar la acción, la noble acción de pintar. No hay duda: Artemisia Gentileschi se consideraba a sí misma pintora y se sentía orgullosa de ello.
El ambiente pictórico en la Roma de estos años estaba impactado por el naturalismo y el tenebrismo de Caravaggio. En la obra de Artemisia se percibe esta influencia, especialmente en el tratamiento de la luz contrastada que ilumina el rostro, la cara y el brazo mientras permanece en penumbra el resto de la escena.
Pero no era fácil ser mujer y mucho menos pretender pertenecer al gremio de una actividad en la que sólo había hombres. Artemisia era hija de un pintor, Oracio Gentileschi, que de forma excepcional permitió que su hija aprendiera el oficio. Según documentos de la época, fue violada en la adolescencia por su maestro Agostino Tassi que para desagraviarla le prometió matrimonio, tranquilizadora promesa que no cumplió. Por ese incumplimiento, el progenitor lo denunció y Artemisia tuvo que pasar por todo un proceso de demostración del delito, demostración que incluía confesar mediante tortura que verdaderamente fue víctima de su agresor y contar todos los pormenores de la agresión. Artemisia fue sometida a una tortura terrible para sus manos: unas cuerdas iban apretando sus dedos para que contara la verdad. Tassi cumplió ocho meses de prisión.
No, no era fácil ser mujer y pintora, pero este autorretrato demuestra que Artemisia continuó pintando y que para este momento tenía ya fama y vivía de la pintura. Esta obra la realizó en Londres, en la corte de Carlos I de Inglaterra y pertenece todavía hoy a la colección real. A sus 45 años, había pintado algunas de sus obras más importantes y ésta se trata de una obra de madurez técnica y profundidad conceptual. Este autorretrato es un subterfugio inteligente para presentarse como sujeto activo y pasivo a la vez, objeto y autora de la obra al mismo tiempo. Una auténtica alegoría.
Heroínas, Museo Thyssen-Bornemisza