Nelson Sambolín: El goce del arte como servicio público
jouissance: goce; placer; usufructo; deleite; participación. (interglot virtual)
Hace unos días, nuevamente en el café don Ruiz, como con Rafael Rivera Rosa, me senté a conversar con el artista Nelson Sambolín, (Barrio Coquí, Salinas, 10 de julio de 1944), quien el 9 de octubre próximo expone en la galería Guatíbiri en Río Piedras. De saque, en la jugada de apertura, marcó una de las nociones que enrumbaron la entrevista: solidaridad que, junto al gozar/goce, configuran el centro desde donde sale todo: sus palabras y su pintura, así como su mirada al espectador y la que de éste recibe.“El 9 de octubre expongo en Guatíbiri, pintura y otras cosas que no sé exactamente lo que son y que no estoy muy inclinado a clasificarlas… un medio mixto es cualquier cosa”, y agrega que: “ Son 20 piezas nunca antes expuestas, obra nueva, una serie de piezas realizadas sobre un material prolipopeleno que se usa como entretelas para solapas (los sastres)… estoy experimentando con materiales.” Y expone en Guatíbiri pues: “Guatíbiri es la galería más antigua, la que más ha durado, la que más exposiciones ha celebrado en el mundo: cada dos semanas, la que le brinda un servicio a los estudiantes universitarios, a jóvenes artistas. Yo tengo que ser fiel a eso”.
Así enuncia Sambolín, al tiempo que añade: “A esta edad yo puedo escoger dónde quiero exponer”, y a renglón seguido habla de su comunidad: “Yo soy una persona de comunidad, del barrio Coquí en Salinas”, y recuerda lo que llama “una lección que me dio Ismael Rivera en una entrevista que le hicieron en Radio Voz en su cumpleaños; le preguntaron: ¿‘Tú saliste de la calle Calma?’, y él respondió: ‘No, nunca he salido de la calle Calma. Yo soy de la calle Calma”. Y Sambolín habla entonces de su barrio Coquí: “un barrio alegre, trabajador y solidario, y si soy de ahí tengo que aprender las lecciones de alegría, trabajo y solidaridad.” Planta Sambolín, con este ejemplo, el ser y el “somos” (“soy”) para mostrarlo y lucirlo en la entrevista con sus palabras.
Continúa marcando su “soy” de esta manera: “Mi trabajo siempre es un acto solidario pues el arte es un servicio público; una pintura no es hasta que alguien la vea; hay que darle a la comunidad algo chévere que pueda reunir a la gente alrededor como si fuera el fuego que une a la tribu”, metáfora que se repite en el diálogo, a veces con una sonrisa en la comisura de sus labios.
Al hablar de la relación del artista y de su obra con el espectador enfatiza: “Atrapar en un espacio una experiencia que fue esencial para el artista y éste quiere que los demás la disfruten”, y vuela su imaginación: “Yo pienso muchas veces en cómo ha sido ese proceso de Las Cuevas de Altamira, hechos con gusto e interés que solamente una persona que se dedique a eso puede hacerlo. Es como si les hubieran dicho: ¡No caces! ¡Pinta! Nosotros te vamos a traer qué comer. Les dan una oportunidad de desarrollarse, especializarse, y los demás lo hacen posible y se lo gozan.” Y signa: “Es un intercambio cultural.”
Continúa con la pintura rupestre y recalca: “[…] desde entonces se está pintando. El artista también caza, pues esos bisontes siempre van a estar ahí presos de los ojos de los demás, de la tribu, de todo el mundo. La pintura es tuya pero sigue siendo de todos.”
Este preámbulo, importante, de la solidaridad, del asomo del gozo, y de los bisontes de la cueva, llevan a Sambolín, a conversar de Puerto Rico: Su rostro se enciende en algo que parecería un caleidoscopio de gozo: mientras emite la palabra, se multiplica la gestualidad de su rostro y de sus manos:
“Veo a Puerto Rico tan y tan fuerte… una cosa… ¿cómo es que este país, al que le han dado hasta con la tapa de la olla, es productivo?”, y trae algunos ejemplos entre ellos la actividad de “un grupo de jóvenes tenores cantando en la plaza de Caguas lo que implica que hay personas en Puerto Rico que más allá de toda cuestión política están viviendo la vida y dándole vida a Puerto Rico de manera creciente.” Y añade con pleno gozo en su enunciar: “Hemos ido pa’lante y pa’lante todo el tiempo… de la pintura ni se diga, nunca en la historia de Puerto Rico ha habido tan buenos pintores, cada día se ve uno y una que sale a relucir y uno se queda bobo” y agrega “estoy pendiente y alegre por eso”. Y agrega: “cosas que nos confirman como nación, están ocurriendo en Puerto Rico de una manera como crece la yerba”. Es promisorio, es importante, añade en una cala enunciada con fuerza y gestualidad gozosa en su rostro.
Para Sambolín, “Puerto Rico se mantiene vivo por esa fuerza que nos motiva, fuerza con sentido: jóvenes artistas y jóvenes deportistas”, y trae los ejemplos de Carlos Correa, pelotero de Coamo que juega con Houston, y recalca: “de toda la historia de las Grandes Ligas es el que tiene el mejor performance.” Y de Guayama, habla de Eddie Figueroa, que juega en el equipo de Minnesota “¡Y la primera bola que le tiraron todavía la están buscando!”, y lo dice hablando y riendo del gozo que siente al hablar del “Puerto Rico vivo”. “Poner a Puerto Rico a gozar lo hacen los deportistas y los artistas y yo me lo gozo más cuando es un joven”, agrega casi a carcajada limpia.
¿Diferencias entre los ’70 (cuando Sambolín trabajó el cartel de huelga del ’73) y ahora? “Hoy día el movimiento es mucho más amplio, más atrevido, hay más gestores, ¡bravos de verdad! Y se mueven más internacionalmente que nosotros… quizás el escenario es diferente, viajan más”, acota, para enseguida añadir: “Hay como cierta independencia de los muchachos, un deseo de desafiar lo que venga”, y recuerda: “éramos mucho más limitados aunque poníamos a la gente a gozar también”.
Y de pronto comenzó a elogiar “a las mujeres artistas”, y específicamente a “una muchacha que es un torbellino: Elsa Meléndez, tan profesional en el buen sentido, trabaja a tiempo completo, es curadora del museo de Caguas tiene un hijo y se mueve en el mundo del arte con independencia y libertad admirables; desarrolla maneras personales, incorpora nuevos procesos y materiales en su trabajo, mezcla las artes visuales con la costura, lo bidimensional (el arte de pared) con lo tridimensional (objetos, instalaciones). Y cierra su panegírico a las mujeres artistas en la persona de Elsa Meléndez con: “Es una mujer ejemplar y no es la única”.
Insiste que “Esto está garantizado, nosotros estamos en las mejores manos; uno viaja y uno ve, y estamos bien. Me gustaría que en otras áreas del quehacer humano se miraran en ese espejo”.
Todos sus enunciados tienen, tras su palabra (la cual también goza al precisarla), buena alforja académica y docente, además de praxis artística que delata su goce y su solidaridad. Nos recuerda que cuando tenía 19 años, tomaba una clase con Carlos Marichal y cuando éste se fue a retirar para una operación en una pierna “me dejó a cargo de la clase de dibujo”, e igualmente recuerda que fue profesor en la Escuela de Arquitectura de la UPR cuando José A. Torres Martino se retiró de la Escuela, al filo de los ’80. Luego estudió un MFA en Pratt; fue fundador del Taller Bija donde trabajó junto a René Pietri y Rafael Rivera Rosa, y trabajó en el Taller de Actividades Culturales junto a Luis Maisonet, Luis Alonso, Joaquín Reyes y Luis Abraham Ortiz “el discípulo más directo de Homar”.
Sambolín recuerda con satisfacción las actividades del departamento de Actividades Culturales de la UPR, y rememora que cuando estaba en Nueva York (Pratt) los estudiantes internacionales se estaban preparando para ir al concierto de Alicia de Larrocha, “y notaron que yo no hacía ningún gesto por ir”, y recibieron la respuesta: “No voy porque está caro y yo la vi dos veces en mi universidad y gratis”. Y recuerda los nombres de Marcel Marceau, Andrés Segovia, Atahualpa Yupanqui, Charles Aznavour, Ravi Shankar, Tito Puente, la Sinfónica, “y el gran cine del mundo”, mencionando dos ejemplos: de Kurosawa hasta Fellini. Recuerda además que la primera vez que vino Serrat a Puerto Rico fue a través del departamento de Actividades Culturales de la UPR.
Remontándose a su propio pensamiento y continuando el hilo de la cultura en Puerto Rico, trae a la plática, también dirigida por el “a lo que salga” unamuniano-, las dos instancias de promoción cultural en la Isla: “el Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) y el Departamento de Actividades Culturales de la UPR (’60-’80) , un programa que amplió nuestra percepción de lo cultural”. Menciona nombres significativos en este esfuerzo: Elías López Sobá, Pedro Salazar, Diego Echevarría y Jorge Rigau, entre otros.
Vuelve a los jóvenes para signar que “aunque los jóvenes han violado las fronteras de la colonia y se han tirado para afuera, todavía creo que el gran problema de Puerto Rico es el aislamiento del resto del mundo”, y trae al tapete el hecho de que esto ocurre incluso con Estados Unidos, y explica: “En el sentido cultural no tenemos relación con ese país. Tal parece que lo enfermizo de esta relación política ha afectado la relación de pueblo a pueblo”, trayendo algunos ejemplos de exploración por parte de jóvenes del jazz, de los blues, “pero en términos generales no nos comunicamos, no dialogamos institucionalmente”. Y habla de uno de sus reveries: “yo me he imaginado en el solar del ICP en El Arsenal de la Puntilla (donde lo que hay es un junker), y me imagino allí unas noches, unos atardeceres de jazz frente a esa bahía”.
En cuanto al aislamiento, añade: “Con América Latina ni se diga, ¿qué sabemos de la cultura haitiana, dominicana, aquí debería haber una buena exposición de pintura haitiana; con la República Dominicana la relación puede ser más rica, con Cuba ni se diga”, y añade; “¡Ojalá que con el follón que hay con Cuba sucedan cosas!”, y recordó la celebración del centenario de Lorenzo Homar celebrado recientemente en Cuba a donde asistió un grupo de artistas puertorriqueños, entre ellos Luis Abraham Ortiz, profesor de la Escuela de Artes Plásticas de Puerto Rico y “el discípulo más directo de Homar”, como lo llama Sambolín.
¿Sus maestros? Bella su respuesta: “Yo tengo muchos” y menciona: “ En primer lugar, si hay que mencionar alguno, menciono a mis maestros en la escuela pública en Salinas, a los mejores: Esteban Pérez, mi maestro de español quien era poeta, y un actor dando la clase; yo veía a ese maestro como un personaje teatral, después he pensado que debí haber aplaudido cuando terminaba la clase pues la tenía medida; y cuando leí el Quijote y le contesté un examen me mandó a leerla completa otra vez”.
Pero no se limita a mencionar a su maestro de la lengua española. También recuerda a su maestro de inglés, Bruno Díaz, “quien era Republicano, y así, de cierta manera a mis 15-16 años tenía un adversario político”, y de quien recibí una carta en mi cumpleaños que así decía: “Le doy gracias a Dios por haber sido parte del desarrollo de una persona como tú.”, y esta vez el gozo en su rostro se acrecienta. Relata que luego se lo encontró en una fonda o restaurante: “Yo me le acerqué para decirle lo mucho que lo quería y lo importante que fue para mí, como uno de mis maestros. Y se lo dije delante de su familia”, agrega Sambolín.
Y añade: “Entre los artistas tengo muchos maestros de forma indirecta, viendo su obra, su disciplina y su compromiso con el país”, y menciona algunos nombres: Rafael Rivera Rosa, Lorenzo Homar, Rafael Tufiño, Augusto Marín y Antonio Martorell: “de todos algo he aprendido, todos son mis maestros aunque formalmente no lo fueran”.
Igualmente habla de la artista Berthe Morisot (1841-1895): “Yo soy fanático de su pintura, era del movimiento impresionista, su confianza, su soltura en la mano y una puntería para el tono, para el color. ¡Fuera de liga, una pintoraza, una brava”.
Antes de terminar la plática con Nelson Sambolín, un artista que tampoco puede escaparse del imaginario artístico puertorriqueño, le brinda, quizás, otro “La” a los artistas jóvenes: “…y ahora con el muralismo; estos murales van a perecer, por la pintura de superficie… hay que explorar materiales con mejor penetración”, y a la misma habla del “mosaico como arte público, el fresco, la pintura que va al muro, se mezcla el pigmento con el empañetamiento, y otros medios que deben haber por ahí con mayor duración.”
Nelson Sambolín tiene tres hijos de Adamaris Santiago: Soravia (ingeniera industrial), Aurora (traductora en la Universidad de Chile) y Alonso (cineasta-cortometrajes). Su compañera de vida es Mildred Santiago.
Queda con nosotros en nuestro pensamiento y recuerdo el gozo y la solidaridad de Nelson Sambolín y su enunciado: “¡Yo las palabras me las gozo!” Y así mismo fue el platicar: ¡gozoso!