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Inicio » 80grados+ Letras

Otra vez me acerco: interpretaciones de Luis Othoniel

Juan Carlos QuiñonesJuan Carlos Quiñones Publicado: 14 de febrero de 2014



Luis Othoniel

El horror es lo sublime visto de cerca.

-Slavok Žižek, Mirando al sesgo

Punto. Marcado en el paisaje, en el único paisaje posible, paisaje límite. Horizonte. Es la mañana o se le parece, comienza el día, algo comienza. Una conversación. Ah, y un puente.

Lo que en lingüística se conoce como interferencia, error, falla estructural, es precisamente lo que pasa con el título de esta presentación. Interpretaciones de Luis Othoniel, de él, las que hace y las que se hacen sobre él, sobre el tema de él, su tema. Las que hacemos sobre él, o sobre lo que escribe. Interpretaciones.

Otra vez me alejoNo estamos ready para esa mañana, para ese horizonte cercano, para ese punto que deviene, en su tiempo, en animal. Un ave. O loco. En el principio era el punto. Así parece comenzar esta novela titulada “Otra vez me alejo” de Luis Othoniel. Al menos, esta escena (paisaje. Exteriores. Pero esta escena será mejor, ya verás). Todo pasa a la vez, pero eso fue antes, antes fue cuando todo pasa, pasaba a la vez. Un reto al tiempo, fácilmente adjudicable a una distorsión subjetiva de la percepción y del entendimiento. Marihuana. Libros. Filas. Dictámenes distorsionados de la interpretación. Esto no tiene nada de raro. Subjetivar lo objetivo es la tarea que el psicoanálisis y las casas de encuestas y los barberos y los mejores bartenders hacen desde el principio. Lo mismo aplica a las putas. De subjetivar lo objetivo (no se dude: lo subjetivo tiene sus categorías, sus grados de subjetivar u objetivar) se trata este libro. Se trata, también, de esta presentación. Cualquier coincidencia no es fortuita. Empecemos. Una tortuga. Un número de acercamientos y alejamientos, una serie de hermenéuticas. Pero todo y nada de esto es la verdad. Donde coinciden y compiten estrategias para la interpretación la verdad es elusiva: Empecemos.

Último acercamiento: el principio o los principios

“What is a beginning? What must one do in order to begin? What is special about beginning as an activity or a moment or a place? Can one begin whenever one pleases? What kind of attitude, or frame of mind is necessary for beginning? Historically, is there one sort of moment most propitious for beginning, one sort of individual for whom beginning is the most important of activities? For the work of literature, how important is the beginning?” -Edward W. Said, Beginnings: Intention & Method

Un punto. Respetando sus propias leyes que no comprende, un punto es la marca que divide una organización de lenguaje de otra, un marcador de pensar, la manifestación fenoménica de cierto gramatical ordenamiento. Esta novela peca de la transgresión más trasnochada, la violencia más vista hasta el punto de que ya no es violenta y punto. Peca, si se quiere, de un exceso de principios. Por ejemplo:

“Sentados al borde del puente que marca los límites de un pueblito universitario de Nueva Jersey –el Pueblo de la Princesa, insistía en llamarle Alfred Dust–, vimos surgir a un indefinible pájaro acuático en la distancia del horizonte.”

¿Es aquí donde comienza la novela? ¿Con un pájaro? Con más exactitud: un punto que deviene pájaro allá en el horizonte, viene de lejos, viene transmutándose, metamorfoseándose ante los ojos de dos personajes, o acaso de dos personajes que acaso son uno. ¿O empezó más allá, más adelante violentando la relación entre el número material de la página con un comienzo que rebasa la lógica numérica para imponer un orden otro?

“Todo empezó en una fiesta en nuestra casa hace dos años”. (pág. 17)

¿O acaso, más temerariamente, en la página 76, casi cuando se agotan los números, donde se lee:

“Alfred casi no dormía y me propuso que nos fuéramos a fumar todavía otro pincho más al puente que marcaba los límites del Pueblo de la Princesa.”

Este otro conato de principio ineludiblemente recuerda la primera línea de En busca del tiempo perdido de Proust (“Mucho tiempo llevo acostándome temprano”) que, igual que en la novela de Othoniel, no marca ni demarca el principio, el comienzo de la historia. Ese queda en ambos casos en muchos sitios o en ninguno, parece. Pero podríamos intentar una apuesta más segura: el prólogo de esta novela. Pero resulta que aquello tampoco nos ayuda. En el prólogo, se anuncia el lugar principal donde todo ocurre a la vez todo el tiempo. El gesto de traducción recuerda al Quijote, a esa operación de traducción que implica de entrada todo principio. Como el psicoanálisis: toda traducción hay que pagarla.

¿O será, ese lugar de principio, comienzo del libro o de la historia (no son lo mismo: no siempre o casi nunca coinciden) la página donde viajan los epígrafes?:

“Un poco más de consideración en cuanto será tarde, temprano,”

Otra vez tropezamos con el tiempo, con una ambigüedad del tiempo, que no permite marcar en este lugar el comienzo de esta historia hecha de historias.

Finalmente, podríamos practicar el ejercicio que parecería más seguro, más infalible, más indiscutible de señalar el título de la novela como su lugar de origen: Otra vez me alejo. Otra vez, de hecho, nos alejamos del principio, del comienzo, esta vez de un modo radical y definitivo en su naturaleza imponderable. Otra vez significa que ya hubo una, dos, tres, indefinida cantidad de veces que preludian el alejamiento del “presente”, antes de “esta vez”. En la que te alejas.

La novela de Othoniel es, a su modo, una torna de tornillo en cuanto a los principios. Su narrador, que es el protagonista de la novela y de cuyo nombre no quiero acordarme, explica los modos en los cuales él llegó a querer al mundo y a ser melancólico en un texto, en un mundo donde no hay cabida para la melancolía. O acaso todo el libro es una enorme melancolía, donde el pasado es absoluto y coincide con el presente y se aleja una y otra vez.

Novela, libro, historia: no son lo mismo. No coinciden siempre, o casi nunca coincide el uno con el otro siendo los tres a veces, como el dios cristiano, una misma cosa. ¿Qué cosa los raja, los escinde para siempre uno del otro como la pieza de un rompecabezas que juega en el tablero de otro rompecabezas? El tiempo.

Segundo acercamiento: la hermenéutica o las hermenéuticas

Algún o alguna perspicaz detectará de inmediato cómo yo utilizo este podio, esta presentación, esta novela y a Luis mismo como un pretexto para explayar mis ideas y mis opiniones sobre la novela, sobre las historias y sobre la literatura misma. Este sagaz no se equivocará. Es, a primera mirada, un truco sucio. Un irrespeto al trabajo intelectual o literario (estas dos tampoco son lo mismo todas las veces), una impostura y, visto con algo de dramatismo, una apropiación ilegal. Sin embargo, no es exactamente excelso el respeto que esta novela le tiene a la academia, aún (y acaso) con conocimiento de causa. El narrador (su nombre permanecerá secreto) no cesa de insistir en el aburrimiento que le causan “los cursos” académicos. Alfred Dunst un “estudiante” brillante y enigmático (amigo del narrador, estudiante de literatura también, y agujero negro de esta historia) se enfrasca en proyectos “literarios” absurdos para luego abandonarlos por hartazgo o por inquietudes más existenciales. Esto es: más adolescentes. La conversación literaria (representada aquí, y de un modo magistral, I might add) se rebaja o se exalta a la categoría del chiste o del “tall story” en un contexto decadente de alcohol, marihuana y de competencia que no parece ser algo más allá del ejercicio de un esnobismo risible. Sin embargo, es imposible leer esta novela sin de algún modo participar de lo que podríamos denominar como una comunidad literaria. Los referentes de la novela exigen esa competencia. Estudiar literatura. Nadie en la novela parece tenerle ningún respeto a esta actividad. Sin embargo, es lo que todo el mundo hace en la novela. Y más: desde las primeras páginas (que, como se dijo antes, no representan el principio de la historia) el narrador hace un despliegue interesante de hermenéuticas, de estrategias de lectura, de interpretaciones del mundo. Un mundo que parece no existir más allá de lo literario. De lo literario, pero que no se confunda esto con el name dropping o el fetiche con libros, la competencia de quién sabe más. La lógica de este libro no es acumulativa: es performativa. Enigmáticamente, la inteligencia aquí no pertenece a la erudición: pertenece al despliegue y a una capacidad crítica que de paso desvariará. Las reuniones de estudiantes (o de gente) ocurren como una página de Beckett: nadie sabe de qué carajo nadie más está hablando. Pero este desbarajuste general y paranóico, aunque reconocido por el narrador, no le provoca desprecio sino un modo extraño de la seducción. La lógica de este libro no está hecha de narrativas sino de acercamientos y alejamientos orbitales, siderales, ciclos imperceptibles o casi. ¿En dónde radica el lirismo de este libro? Radica, en lo que es posible llamar una lírica de los paralelismos.

La locura, bien apellidada, seduce. ¿Quién aquí no se ha encontrado pillado en una conversación en El Boricua, en la Plaza de Humanidades, en el patio de su casa, cuyo flujo parece indicar que todo está ocurriendo in media res? Y peor: ¿quién no ha sentido que una vez mangada una punta del debate, descubre que todo eso que se habla ahí es un disparate? Cool. Así describe el narrador el ambiente en estos ágapes del hastío:

“Este afán por lucir la inteligencia hacía que las fiestas fueran degenerando en la monótona extensión de un seminario académico, con la única diferencia de que se podía comer y tomar (muy pocas veces bailar).”

Pero esta novela, en las palabras que no incluye, sugiere una conclusión más optimista, o al menos más honesta: interpretar es lo que hacemos. Poiesis. El que escribe simplemente interpreta. El que lee simplemente interpreta. El que vive, simplemente interpreta al mundo. Sobre estas aparentes simplezas fabricamos: andamios, fábricas de construcción de sentidos, hermosuras o terrores, dramas, causas y consecuencias, destinos prestigios y desprestigios, y esto es lo que conocemos como la academia. Pero no nos apresuremos a descartar esta actividad o conjunto de actividades como deleznables: es importante, super importante señalar que esto es también y precisamente, lo que se llama hacer literatura.

Tercer acercamiento: la historia o las historias

Alejémonos un poco del contenido de las historias que cuenta este libro (esto es falso: ningún libro cuenta ninguna historia; la gente cuenta historias, ya sea gente de carne y hueso o gente hecha de palabras) para considerar que este libro está hecho de historias. No todos los libros están hechos de historias: algunos libros describen el mundo u otros libros, otros libros imaginan el mundo en su pasado o pontifican sus futuros. Aún otros cuentan. Pero “Otra vez me alejo” es un libro que trata sobre contar historias. Formalmente, esto es algo que siempre me ha fascinado. En este sentido se parece más al Decamerón que al Lazarillo o al joven Werther. Conté, a vuelo de pájaro, lo que se conoce en narratología como niveles intradiegéticos hasta tres niveles. No es fácil de explicar si no se lo lee (y en los mejores casos ni nos percatamos), pero es lo que más comúnmente se conoce como la caja china. Esto es: alguien cuenta una historia en la que alguien le cuenta una historia a alguien en la que alguien le cuenta una historia a alguien. Las mil y una noches funcionan así y sí, aunque no lo crean, así opera el Quijote. Pero la particularidad del libro de Othoniel es que estas cadenas de historias son conscientes, los personajes quieren contar, cuentan inventan, mienten, exageran y se apropian con desfachatez de historias de otros, de historias de los libros de otros. Para un amante de la literatura como lo soy, esto es una delicia. Para alguien que no sea apasionado puede ser una pesadilla.

Primer acercamiento: el final o los finales

Decir, escribir que hay un final es fácil. Lo difícil –y lo que esta novela nos enseña, es una educación que percibimos, que conocemos de entrada, como se conocen algunas metáforas, que de tanto metamorfosearse borran su naturaleza metafórica. Este conocimiento es simple, tan simple como la última línea de este libro que no coincide con el final de la historia. Esta línea te la reservo para cuando lo leas. Es el siguiente: que todo final es el comienzo de otra historia. De la misma historia.

Epílogo

Esta novela (libro, historia) no tiene epílogo. Sí incluye un prólogo. Este prólogo es un aleph: un lugar donde todo pasa, todo el tiempo y a la vez. Investiga ese prólogo, y habrás comenzado a comenzar el libro. Esta presentación propone un epílogo: el principio. Por donde ella debió haber comenzado, las palabras escritas antes, mucho antes de esta escritura. Palabras que en principio, deberían haber sido principio, y ahora funcionan a modo de final. Son las siguientes:

“Una trenza de narraciones. Una radiografía cáustica e hilarante del mundo académico en general, y del mundillo (mundo pequeño-máquina de tejer) académico-literario en particular. Una enumeración de verdades. Un tratado sobre la amistad. Un tratado filosófico sobre el tiempo. Una disquisición filosófica sobre el cautivante poder, la belleza, el error y lo ridículo del arte de narrar. Un capítulo de estudios culturales sobre la mierda. Un mester de juglaría. Una colección de teorías probadas e improbables (esto es: filosóficas o cruentas) sobre filosofía política. Una antología de teorías literarias. Una serie de aforismos. Una novela. Una colección de historias históricas. Una colección de historias ficticias (valga el oxímoron). Una historia de amor. Una colección de textos historiográficos. Una enumeración de embustes. Un barril de carcajadas. Un manual de modales. Un espejo de feria. Un Bildungsroman. Un libro de autoayuda. Un cuento detectivesco. Una buena novela…”

Una buena novela nunca es solamente una cosa. Esta de Luis Otoniel es todas las anteriores, y otras que incluyen y rebasan aquellas que le siguen a los puntos suspensivos. Me reí a carcajadas más de una vez. Sentí vergüenza de la ajena y de la propia más de una vez. No se me ocurre mejor piropo. Punto. Gracias.

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Bruno SorenoInterpretacionesJuan Carlos QuiñonesLuis OthonielOtra vez me alejo


Juan Carlos Quiñones
Autores

Juan Carlos Quiñones

Alias Bruno Soreno, nació en el año de 1972. Estudió posgrado en Literatura Comparada. Ha sido premiado en diversos certámenes literarios y publicado en varias revistas de papel puertorriqueñas, venezolanas, argentinas y estadounidenses, además de otras revistas cibernéticas. También está incluido en antologías locales e internacionales como la Antología de cuento latinoamericano del siglo XXI, editada por Julio Ortega y publicada por la editorial Siglo Veintiuno, Mal(h)ablar editada por Mayra Santos Febles, y Ojo paralelo: antología de escritores dominicanos y puertorriqueños. Es autor, entre otros libros, de Brevario (Isla Negra, 2002), Adelaida recupera su peluche (La Secta de los Perros, 2011) y de Todos los nombres el nombre (Colección Maravilla, 2012).

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