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Mientras escribo, el multimillonario alcalde de la ciudad de Nueva York ignoró una orden de la corte y procedió a arrestar a unas 70 personas pernoctando en el parque Zuccotti de la ciudad. Algunas horas más tarde, el National Lawyer’s Guild obtuvo copia de la orden y comenzó a abrirle el paso a los manifestantes en contra de los excesos de Wall Street.
La protesta apodada Occupy Wall Street se ha convertido en un movimiento global bona fide. La brecha entre los pobres y los ricos, ampliada a capacidad en los últimos 20 años, aparenta adquirir un nivel crítico de masa, mejor conocido como ‘critical mass’. De repente, millones de consumidores han obtenido a su vez concientización de su poder adquisitivo. Según reportes del Chicago Tribune, los llamados “credit unions” han experimentado una alta de 700,000 clientes nuevos desde que empezaron las protestas hace dos meses. Repito el número porque me parece importante: 700,000 nuevos clientes, supuestamente trasladados de la banca comercial.
Además, el denominado “Bank Fund Transfer Day” dejó un saldo de 40,000 nuevos clientes para un total de $80 millones en cuentas de ahorro para los credit unions. El impacto ha sido tal, que la diferencia es marcada en la manera que hoy día te tratan en Chase y Bank of America, por decir dos de los principales bancos norteamericanos.
La banca ha quedado debidamente prevenida. La migración de clientes se ha convertido en una amenaza de tal calibre, que la mayoría de los principales bancos han eliminado varias tarifas automáticas sobre cobro del uso de las tarjetas de débito.
En pocas palabras, el movimiento Occupy Wall Street ha alterado, efectivamente, los parámetros del juego. ¿Pero… y Puerto Rico, qué está haciendo? Me pregunto si algún periodista local está investigando estos asuntos a nivel local. Pero la realidad del caso es que si Richard Carrión ha mantenido noticias de multas millonarias en contra del Banco Popular fuera de los periódicos boricuas, no me extrañaría que nuestro querido periodismo jíbaro no tenga espacio ni siquiera para un análisis sobrio de esta situación.
¿Tienen en Puerto Rico la conciencia de que sí se le puede hacer frente a la banca internacional? ¿Habrán migrado suficientes cuentas de los bancos a las cooperativas o credit unions? Ojalá, pero ni los dedos tengo cruzados. Después de todo nosotros los puertorriqueños estamos muy bien entrenados como obedientes consumidores al servicio de los Fonalledas, Carrión, y demás claque que compone el susodicho 1% de la oligarquía – o p(l)utocracia – boricua. El otro 99%, ¿qué hace?
Este dilema presenta tremenda polémica para el ávido estadista boricua. A estas alturas dan un poco de pena; por un lado el Congreso informa que sólo un Puerto Rico con inglés como idioma oficial podría ser admitido a la Unión Federal. Por otro lado, el castillo corporativo que ha construido Estados Unidos no es más que una artimaña para enriquecer a los ricos y seguir sometiendo a la población en general a los rigores de la deuda impuesta por el sistema. Después de tantos años de obediencia consumerista y asimilación voluntaria, ¿qué les queda? Pues no parece que mucho. Un movimiento enteramente suicida y de autoconsumación.
Siempre es más fácil convencerlos al sacrificio y la obediencia. Nunca he sentido el llamado de Andrés Jimenez más acertado que hoy: coño, despierta boricua. Date cuenta que eres uno de millones y que juntos se puede transformar tanto el entorno político como el social. Redescubre la utilidad del boycot y ponle frenos a tu consumismo desmedido, cierra tus cuentas y exige justicia social.
Supongo que seguiré soñando desde este absurdo exilio.