Palabras contra la barbarie
«Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. … Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.»
–Federico García Lorca
I
“¡A las trincheras!” me pone en un mensaje una amiga, incorregible optimista, el día después del trumpazo. “¡No pasarán!” escribe otra, y yo pienso en la melancolía del mantra repetido: el-pueblo-unido-jamás-será-vencido y las muchas veces que al pueblo le han pasado el rolo, aplicado la macana, fusilado contra el paredón. Pero también pienso en lo mucho que nos han inspirado estas frases, el poder de ánimo y aliento que tienen las palabras. Qué nos haríamos sin ellas.
Últimamente parecería que las palabras están en descrédito, o más bien, la verdad, la inteligencia, la aplicación a los estudios, el hablar con claridad, o al menos pretenderlo. Yo creo que es momento de acorazarnos de palabras y, con Lorca, hacer nuestra parte para que todos tengan derecho a ellas.
II
Para afirmar que se trata de algo vivo de lo que hablamos cuando hablamos de palabras, suelo llevar a mis clases en algún momento del curso de literatura española contemporánea, y si lo amerita la ocasión, dos libritos: uno es un texto escolar del periodo franquista, El parvulito, otro es una edición de 1937 del Romancero gitano de Federico García Lorca. Examinamos el texto escolar para ver cómo funciona el control pedagógico in situ: tras los dibujos aparentemente inocentes y los dictados de cada lección, se agazapa todo el aparato ideológico del régimen franquista, listo para arañar a los tiernos espíritus. El otro libro, más misterioso, obra otro efecto sobre quienes lo toman en sus manos.
Este ejemplar de Lorca que llevo a mis clases lo debió haber comprado mi suegro, entonces un joven artista puertorriqueño, en sus andanzas por las calles de Madrid en 1967. Lo habrá cargado de mudanza en mudanza por casi veinte años, hasta que lo encontramos nosotros cuando recibimos de herencia su escasa pero valiosa biblioteca. Podría hacerles una historia más larga sobre esos pocos volúmenes que continuaron viajando con nosotros, pero baste decir que ya el libro se trataba con cariño cuando una tarde, rebuscando entre los anaqueles las obras de Federico García Lorca, tropecé con este Romancero gitano y me fijé en las fechas.
El librito lleva marcado en la contraportada el logo de la Editorial Nuestro Pueblo, una de las que funcionaron bajo el Frente Popular durante la Guerra Civil[1]: dos letras rojas, NP, se alargan y dejan una delgada sombra. “Published in Spain”, dice discretamente al pie de página. El precio: 80 cénts. Bajo el título de la portada, toda en tinta roja, aparecen los laureles del poeta: “Edición de Homenaje Popular”. Tiene un prólogo de Rafael Alberti fechado en mayo de 1937, “Madrid. A los siete meses de su defensa” que titula “Palabras para Federico”; así empieza:
«Son éstas las primeras palabras que voy a escribir sobre ti, Federico, después de tu muerte, del – no hay idioma para calificarlo – crimen cometido en «tu Granada», en tu propia Granada. aunque vayan al frente de tu «Romancero gitano», estas pocas palabras mías son para ti, van para ti, comunicándotelas a través de los corazones populares españoles que han de leerlas, que han de seguir aprendiéndose de memoria tus romances.» (3)
El panfletito está ilustrado con siete obras firmadas por un tal Juan Antonio que descubrí ser un pintor que conoció a Lorca en la Residencia de Estudiantes, Juan Antonio Morales (1909-1984), y que años después habla de este librito en los siguientes términos, como excusándose de una chapucería:
«Recuerdo haber ilustrado en guerra, creo que hacia el año 1937, una edición del Romancero Gitano de García Lorca para ser repartido entre la tropa. La premura del encargo me hizo realizar los dibujos en muy poco tiempo y sin la minuciosidad que me hubiera gustado, aunque supongo que muchos soldados, dada la incultura supina de la época, ni siquiera llegarían a hojearlo, simplemente lo tirarían.»
Conste que este pintor, criado entre Valladolid y Cuba, que pasa los años de la guerra civil con los intelectuales y artistas antifascistas, llega a colaborar con los montajes del grupo universitario de teatro La Barraca que Lorca dirigía y hasta hace el cartel para el estreno de su obra Yerma en 1934. Después de la Guerra Civil (1936-1939) se dedicará a retratar a la alta sociedad española, incluyendo al dictador Francisco Franco, gracias a las conexiones de su esposa, Elena Blanco. Cosas de la vida, y de las guerras. No sabemos si, en efecto, como supone Juan Antonio, aquellos libritos habrían sido desechados por los soldados de las trincheras republicanas, pero muchos ejemplares todavía figuran en el catálogo de varios anticuarios, como despojos de una era.
El Romancero gitano tiene varias reediciones durante la guerra y no vuelve a aparecer hasta 1948, cuando se publica discretamente en Santander, sin prólogo ni comentarios. Discretas también serán las alusiones a este poeta en los primeros años de posguerra, como una mosca molesta sobre la pegajosa conciencia del Régimen. Tengamos en cuenta que ya en 1938 está vigente la censura y la vigilancia de la Ley de Prensa (1938-1966), así pues, las primeras ediciones de Lorca se realizan fuera de España. En 1944 la editorial Alhambra de Madrid es la primera que publica la obra de Lorca y habrá libros que no se publicarán hasta mucho más tarde, como los Sonetos del amor oscuro en una edición clandestina de 1983 cuya historia es digna de una novela[2].
Me conmueve la fascinación y reverencia con las que mis estudiantes suelen manejar este Romancero gitano. Es el tiempo, pero también es el mito casi palpitándonos entre las manos. No es sólo un libro, es el testimonio del aprecio, la indignación, la combatividad de un puñado de individuos. Imaginamos el librito en la manos de uno de esos soldados que menciona Juan Antonio, imaginamos su mirada sobre las letras, sus dedos pasando las hojas. Algo así habrá pensado aquel joven puertorriqueño que compró el libro treinta años después, y estampó en la última página sus propios versos. Y es que los libros son así, como criaturas vivas, a veces traviesas, a veces pesadas y solemnes. Los marcamos y nos marcan a su vez.
De libros, de los libros de García Lorca, nos habla el poeta y catedrático Luis García Montero (Granada, 1958), en su recién publicado texto Un lector llamado Federico García Lorca. Luis García Montero busca entender mejor, a través de un examen de los libros que debió haber leído García Lorca “los motivos de su escritura y el equipaje de su formación literaria”. Así pues explora las ideas lorquianas a partir de las lecturas de San Juan de la Cruz, Cervantes, Shakespeare, Juan Ramón Jiménez, André Gide, Oscar Wilde, Rabidranath Tagore y Omar Kayyam, entre otros, pero también considera las huellas no tan librescas de otras personas fundamentales en su trayectoria como el empresario teatral Gregorio Martínez Sierra y el músico Manuel de Falla. Se trata de un estudio cuidadoso de la actividad creadora de García Lorca, pero sobre todo una apología de la lectura en libertad. Un poco pesimista, sopesa la posibilidad de que en cincuenta años hayan desaparecido los libros y con ellos, la memoria de su maravilla. Así afirma:
«Hoy en día ya es un ejercicio de buena voluntad pensar que la lectura ocupa el lugar de confianza que le asignó la modernidad en el futuro de las sociedades democráticas. El contrato pedagógico, ciudadanos educados en la razón para conformar una sociedad feliz, fue devorado por las mismas inercias que negaron los deseos de una economía justa. Siento decirlo, pero pienso que el menosprecio del libro y la lectura no habla solo de un cambio de época en la educación, sino de esta inercia que devora lo mejor de los sueños democráticos, igual que un tumor devora el cuerpo del que nace y del que depende.»
Ya hemos visto en estos días el resultado de esta inercia devoradora. No es fortuito que las actitudes más retrógradas y conservadoras hayan venido de los sectores más periféricos – el campo, la provincia – y menos conectados al imaginario de la sociedad inclusiva, heterogénea y liberal que abrazan los centros universitarios.
García Montero no sólo reivindica la cultura letrada que representa la formación libresca de García Lorca, en contra de lo que afirman algunos sobre el carácter silvestre y espontáneo de su actividad creadora, también señala el esfuerzo y cuidado que puso el poeta en su formación, actividad fundamental para el entendimiento del mundo y de sí mismo. García Lorca encuentra en sus lecturas, afirma García Montero, no sólo la legitimación de su homosexualidad, sino también toda una tradición contestataria que en su esfuerzo por representar los desafíos termina desafiando la misma manera de decir. Enlaza Lorca sus lecturas románticas con la afinación simbolista, encuentra la exigencia de la depuración juanrramoniana en la canción popular, se le revela la potencia del silencio en la poesía mística y las puertas cerradas de Gide y Oscar Wilde: ese decir del callar. En resumidas cuentas, García Montero da cuenta de una serie de libros, como dice él, habitados, de la vida de un artista que, al momento de su muerte, no hacía más que empezar.
III
Hace tiempo el mundo viene dando señales de peligrosidad. La mañana post-eleccionaria la gente andaba como sonámbula, sin saber cómo canalizar el desconcierto, como encarrilarse nuevamente a la rutina. Ya van tres días de protestas callejeras en las principales ciudades estadounidenses y empieza a asentarse la sorpresa.
Si esto es amanecer después de un conteo de votos, imagínense ustedes lo que habrá sido amanecer después de un golpe militar, con la llegada de un batallón hostil a tu ciudad. Qué desolación tremenda sentirían los que trabajaban por una cultura distinta en la Europa de las primeras décadas de siglo cuando vieron desmoronarse sus proyectos. Qué triste sería haber visto desde el escondite la marcha del ejército franquista en su avanzada. Cuál sería el estado de ánimo de los miembros de la Barraca cuando se enteraron del fusilamiento de Federico García Lorca. En pocos meses estrenarían Bernarda Alba. Todavía la indignación, el dolor, nos llegan, a pesar de las distancias; dice Alberti en aquel prólogo: “¿Quién iba a decirte a ti que la misma guardia civil de tus romances te asesinaría, un amanecer, en los desiertos arrabales de tu propia Granada? Y fue así. No te tocaba a ti esa muerte.” (5)
Este año se cumplen ochenta años de ese día fatal. Y fue emocionante compartir hace unos días en la Facultad de Humanidades de la UPR con el maestro Dean Zayas y los colegas Carmelo Santana, Julia Thompson, María Eugenia Mercado y Jorge Rodulfo un acto memorioso en honor a ese artista genial (como lo llama Ian Gibson cada vez que puede), en el que comentamos, sobre todo, el efecto que había obrado la palabra de Lorca en nosotros de la mano de gente tan maravillosa como Cipriano Rivas Cherif y Victoria Espinosa[3], entre otras figuras rememoradas en la conversación. Charlamos un rato animadamente y comparamos experiencias de lectores, intérpretes y espectadores, y yo llevé el Romancero gitano de 1937 y compartí la emoción de sus páginas. Ochenta años después, tan lejos, lo recordábamos: Lorca en nosotros, siempre vivo, como sus libros, más allá del paso del tiempo y vencedor de todo lo feo que quiso una vez borrarlo de este mundo.
***
[1] Recordemos que la zona republicana era gobernada por el Frente Popular, una coalición electoral de los principales partidos de izquierda que había ganado las elecciones libres del 16 de febrero de 1936.
[2] Véase el artículo de Isabel Reverte, “Lorca: la historia oculta de los sonetos de amor (1)” ABC.es 22 de mayo de 2015. URL: http://www.abc.es/20120902/cultura-libros/abci-lorca-historia-oculta-sonetos-201209021620.html
[3] Cipriano Rivas Cherif (1891-1967) fue un importante renovador de la escena española de principios de siglo. Durante su forzado exilio fue director del Teatro Rodante Universitario de Puerto Rico, de 1949 a 1952. Victoria Espinosa (San Juan, 1922) fue una distinguida profesora del Departamento de Drama y una directora de teatro excepcional. Uno de sus montajes más recordados fue el estreno mundial en 1978 de El público de Federico García Lorca en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico.
Bibliografía consultada
Arias Serrano, Laura. Juan Antonio Morales. De la Vanguardia al retrato de sociedad. Diputación Provincial de Valladolid, 2005
García Lorca, Federico. Obras completas. Edición y prólogos de Miguel García Posada. NY: Random House, 2012.
—. Romancero gitano. Barcelona: Editorial Nuestro Pueblo, 1937.
García Montero, Luis. Un lector llamado Federico García Lorca. Barcelona: Random House, 2016.
Pastor, Ernesto J. “El forzado silencio: llanto por Federico García Lorca”. URL: http://cinepastor.es/Elforzadosilencio.htm
Reverte, Isabel M. “Lorca: la historia oculta de los sonetos de amor (1)” ABC.es 22 de mayo de 2015. URL: http://www.abc.es/20120902/cultura-libros/abci-lorca-historia-oculta-sonetos-201209021620.html