Pawn Sacrifice
En mi niñez jugué mucho ajedrez, leí sobre el juego, particularmente el libro de Reuben Fine “Chess the Easy Way”, y, una vez que surgió Bobby Fischer como figura dominante, me hice fanático del prodigio. Como mucha gente, seguí su duelo con Boris Spassky por el campeonato mundial en Reikiavik, Islandia.
Como era el caso con todos los deportes en que los Estados Unidos competía con los soviéticos, quién ganaba se convertía en evidencia de cuál ideología (comunismo o capitalismo) conducía a los mejores logros. Esa propaganda subyacía la celebración de los juegos olímpicos de verano e invierno. Antes de la caída de la Unión Soviética en 1991, los soviéticos dominaban los juegos invernales y casi destronaron a los Estados Unidos de su dominio de los juegos de verano. La superioridad física era motivo de orgullo para el soviet, pero la capacidad intelectual que requiere el ajedrez era de particular importancia para el comunismo soviético. Era un juego en que muchos de sus jugadores habían sido los mejores a través de la historia y, por lo tanto, era un triunfo especial para sus ciudadanos: eran más inteligentes que los capitalistas.
Como si no fuera poco ganar contra la maquinaria soviética (hacían trampas), para establecer lo contrario, Bobby Fischer, quien desde un principio dijo que quería ser el campeón mundial de ajedrez más joven de la historia, tuvo además que echarse a las espaladas la carga de establecer la supremacía intelectual estadounidense Era, como recordarán, uno de los momentos cruciales de la Guerra Fría y la guerra de Vietnam estaba por perderse. La película que nos ocupa es la historia de qué sucedió con las aspiraciones de Fischer y cómo la política tuvo un efecto sobre sus logros, pero también toca profundamente su vida y los problemas psicológicos que batalló durante su carrera. Ya para la época del campeonato en 1972 era evidente que algo no andaba bien en la psique de Fischer y se evidenciaba en muchas de sus acciones que la gente entendía como excentricidades y malacrianzas.
Hacer un filme sobre el ajedrez no es fácil ya que el público no necesariamente conoce (o no le importa) el juego (hay menos riesgo cuando se trata de deportes populares como la pelota, el baloncesto, el boxeo, etc.). Es uno complejo de estrategia, sutilezas y planificación que requiere dedicación y estudio. Los guionistas y el director han entendido a cabalidad estas cosas y las usan para lograr un suspenso extraordinario. Aunque se sepa lo va a pasar, el filme mantiene en vilo al espectador. Gran parte se debe a cómo la cinta va contando el desarrollo de la capacidad de Fischer para el juego y se va enmarañado su racionalidad. Como resultado de los problemas emocionales de Fischer sus enfoques a la publicidad y sus exigencias monetarias interferían con la capacidad de sus entrenadores y promotores para hacer su trabajo, situación que retaba la habilidad de aceptar sus movidas fuera del tablero y que imponían un peso enorme sobre sus relaciones humanas.
Hay mucha conversación y referencias al juego y a sus jugadores. Se menciona al gran Paul Morphy, un gran maestro norteamericano del siglo XIX cuya vida tiene paralelismos con las de Fischer, y las aperturas o como comienza la partida que es lo que determina el desarrollo del juego. Presenciamos parte del juego en que el recién adolescente (13 años) sacrificó la dama (es la pieza más poderosa en el tablero) ante un gran maestro internacional (Robert Byrne) y le ganó; es una partida que ha sido declarada el juego del siglo. Vemos como los grandes pueden completar un juego sin tener ni tablero ni piezas: recuerdan en sus cerebros las jugadas. También cómo el tablero, las piezas y las movidas se convierte en una obsesión y persigue a los que lo juegan.
La cinematografía de Bradford Young y la dirección de Edward Zwick establecen las situaciones desde el punto de vista de Fischer sin dejar de explorar las emociones de los seres con quien creció (su madre y su hermana) y los que ahora le ayudan. Peter Sarsgaard se distingue, como siempre, en el papel de William Lombardy un gran maestro (en la jerga del ajedrez) norteamericano que fue el segundo y más importante maestro de Fischer. El extraordinariamente versátil Michael Stulhbarg es Paul Marshall un abogado que toma la representación del joven genio y lo sostiene a través de sus múltiples controversias con la Federación Mundial de Ajedrez, los organizadores de los campeonatos y los patrocinadores (posiblemente una mezcla de personajes reales). Junto a estos logros la edición fílmica y las actuaciones de todos los participantes hacen de este filme uno de los mejores que se exhiben hoy por hoy en Puerto Rico.
La película es, sin embargo, de su estrella Tobey Maguire. El ex Spiderman, y por mucho mi favorito en ese papel, se ha adentrado en la piel de Fischer y va de ser un jovencito talentoso y bastante ingenuo a ser un adulto paranoico que tiene alucinaciones auditivas y brotes de avaricia y narcisismo. Es una actuación que alcanza nuevas cumbres para Maguire y que, en lo que va del año, es una de las mejores. La bisabuela de Maguire era puertorriqueña. Llegó el momento de reclamarlo.