Quédate en casa
Relato de cuarentena
A Ivette Rivera Pastrana
Poco antes de la cuarentena, mi amiga de la vida, Ive, me invitó a cenar y creo que a ir al cine. Llegó a la casa con un libro de Lucia Berlin llamado Manual para Mujeres de la Limpieza. Con una interesante portada. Un llavero con una nota que dice “En la profunda noche obscura del alma las licorerías y los bares están cerrados”. Con una dedicatoria hermosa. Para mi amada amiga Lily, para que la literatura nos siga salvando.Me advirtió enfáticamente, que podía leer los relatos excepto uno especifico, que pronto se nos olvidó el titulo. Ese relato, lo dejaríamos para nuestra día de playa, al regreso de las vacaciones de cuarentena. Acostumbramos ir a la playa por lo menos una vez al mes, a leer literatura, conversar sobre la vida, y darnos psicoterapia mutua. Nos conocimos cuando ambas éramos estudiantes de psicología en la UPI. Ella se convirtió en una excelente psicoanalista y yo continué el mundo de la salud pública.
Cuando comenzó la cuarentena, después de tomar la difícil decisión de quedarme en Puerto Rico, mientras mis hijxs se quedaban en Massachusetts y Connecticut, lugares donde trabajan y viven. Mi responsabilidad era cuidarme física y emocional para que ellos estuvieran tranquilos con sus respectivas familias. Inmediatamente hice mi plan. Levantarme temprano, preparar mi pocillo de café negro, leer lo que escribí el día anterior ¡Tendría tiempo para las correcciones recomendadas para mi nuevo libro!. Desayunar, hacer la cama y fregar lo utilizado en el desayuno. Volver a escribir y cuando ya estuviera cansada ir a caminar alrededor de los edificios donde vivo. Regresar a almorzar, dormir una siesta, ¡Leer algunas de las novelas coleccionadas durante el año! Y comenzar a tejer una nueva bufanda para la próxima navidad. Regla #1, no escuchar más de una hora las noticias.
Nunca había limpiado el apartamento. Cuando me divorcié hace un fracatán de años, tenía tres niñxs pequeños, quedé muy pobre y muy desorganizada. Mi hermana, Eve, se sentó a aconsejarme: “Lily, el dinero que pagas por la limpieza los vas a necesitar para gastos de los niñxs”. Lo intenté, llegué a limpiar toda la casa. Me dio un dolor de espalda tan fuerte que tuve que visitar al médico, quien me recetó un montón de medicamentos: relajantes musculares, medicamentos para el dolor, y ordenó reposo absoluto durante un tiempo. No me atreví decirle que el dolor era resultado de haber limpiado la casa. Entonces, decidí mudarme a un apartamento más pequeño que la casa. Corrí a contratar a Juanita. Después de varios años, me di cuenta que a ella le encantaba venir a limpiar mi apartamento. En aquel tiempo los hijxs ya se habían ido a estudiar a los EE.UU y yo pasaba más horas en el RCM/UPR que en la casa. Me encanta cocinar, así que los fines de semana invitaba a mis colegas y amigxs a trabajar, cenar y tomar buenos vinos. Ya tenía más dinero y en la casa siempre había buenos vinos, champagne y bebidas de los países que visitaba. Pero las botellas se vaciaban pronto y muchas veces cuando llegaba de la oficina, encontraba a Juanita durmiendo en el sofá. Así fue como me enteré que Juanita era alcohólica. Juanita y Mamy murieron con algunos meses de diferencia. No se a cuál lloré más. Un domingo mi hermana, Eve, me llamó por teléfono y yo no paraba de llorar. Volvió a aconsejarme y me dijo: Lily, mamy estaba muy viejita y enferma, ya le tocaba irse. Entonces le contesté: no estoy llorando por mamy, estoy llorando por Juanita.
Y mi hermana protectora y amorosa, se fue por la calle donde vivía a preguntar si podían recomendar a alguna muchacha de limpieza confiable y responsable. No tenía que limpiar bien, porque yo no era exigente y casi no estaba en el apartamento. Así, llegó Virginia a mi vida: la muchacha de la limpieza, mi amiga, terapista y consejera. Hace unos cuantos años, cuando le informé que me jubilaba, abrió los ojos y preguntó ¿Entonces ya no tendré que venir a limpiar? Y a mi me salió un grito del alma y le contesté, ahora es cuando más te voy a necesitar. Voy a estar la mayor parte del tiempo en el apartamento escribiendo. Me acompañarás a llorar, reír y pensar.
Y todo estuvo bien hasta la segunda semana de la cuarentena. Virginia se tuvo que quedar en su casa. Me llamó por teléfono para darme algunas instrucción, ¡el apartamento no podía estar cuatro semanas sin limpiar!. Ella es fuerte y compulsiva, mueve todos los muebles que son grandes y pesados, limpia las pinturas que cubren todas las paredes, ¡Los libros! 50 años coleccionando libros. Yo me ocupo, de hacerle un buen desayuno y un almuerzo como para una visita especial. Cuando terminamos de almorzar, hago el aguaje de proponerle que continúe trabajando que yo me encargo de fregar y ella pega un grito ¡NO! de la cocina me encargo yo, vete al sofá y duerme una siesta, yo te despierto antes de irme. Sigue refunfuñando… “si limpiaras la estufa cada vez que cocinas, o por lo menos antes acostarte, no acumularía tanta grasa”. Yo le digo, que me tiene que enseñar a limpiarla, ella la deja tan reluciente que a veces me cohíbo de cocinar para no ensuciarla. Así, que ayer 2 de abril de 2020, comencé la limpieza del apartamento. Comencé por la cocina. Les aseguro que quedó reluciente, el detergente 409 es una maravilla! Kills 99.9% of Bacteria & Viruses. Como dice que es Multi-Surface lo usé para limpiar los gabinetes, los topes y el piso. No fue nada complicado. Esta noche limpiaré la estufa.
Lucia Berlin en unos de los relatos de su Manual para Mujeres de la Limpieza cuenta “Me encantan las casas, todas las cosas que me cuentan, así que esa es una razón de que no me importe trabajar como mujer de la limpieza. Se parece mucho a leer un libro”. Las casas tienen historias, pistas, secretos, episodios de la vida ya olvidados. Esta mañana cuando me puse a intentar limpiar y rebuscar en el cuarto de regueros, encontré diarios y escritos sobre la epidemia del SIDA. Cientos de escritos…entre ellos…notas románticas… como la nota con todos los números de teléfono del científico francés que me propuso que me enamorara de él por siete días y a mi me pareció una gran idea. Pero luego se arrepintió y me propuso que pensáramos, uno en el otro, por lo menos una vez al mes. Yo lo único que pude hacer fue enviarle saludos con los investigadores del RCM que viajaban al Instituto Pasteur. Encontré además, una linda foto de él examinando a su paciente, sin las mascarillas, guantes y otras parafernalias que teníamos que utilizar en el hospital para protegernos del SIDA. La foto, me la envió una amiga que se encontraba estudiando en Francia y sabía de mi breve romance con Willy. La foto tuvo un gran impacto en mi vida… me dije: esta es la persona que en este momento mejor conoce el virus del SIDA y no tiene miedo. Todo pasará.
Muy pronto continuaremos la vida… normal… llena de prejuicios, discrimen e inequidades, como dijo Jonathan Mann “‘Hoy, la diferencia entre la vida y la muerte para las personas con el VIH es una lotería, los ricos vivirán, los pobres morirán. La tragedia producida por la falta de recursos y salud es severa”. La corrupción y ambición por el dinero llevó a médicos y otros profesionales de la salud a romper con su juramento de Hipócrates. Gente buena que conocí de cerca. La vida continuó. Murieron muchas personas jóvenes y viejos, como resultados de la ausencia de un sistema de salud justo y equitativo. No me lo contaron, yo los acompañé a morir. Me comprometí a continuar trabajando el resto de mi vida, por la formación de un mundo más justo y más humano.
Para los que se quedaron con la curiosidad de saber si terminé la limpieza de la casa, quiero jurarles hoy 23 de abril de 2020, que cuando intenté limpiar los cuartos, desarrollé un espantosa alergia que me provocó 3 días de congestión nasal y tos seca. Me aterroricé y llamé a mi amiga la Dra. Iliana Álvarez, médica y maga, que conoce mi vena teatral. Me dijo: ve a la farmacia, compra un descongestionante, tómate un te de jengibre y limón. Si mañana no amaneces mejor, voy a chequearte. Amanecí mejor, con la mascarilla puesta pasé un paño a los muebles (llenos de polvo) de mi cuarto y del cuarto donde tengo la computadora. Cerré el cuarto de los regueros y ahora estoy convencida que no puedo limpiar el apartamento porque mi alergia al polvo puede ser mortal.
Confieso que, como soy fiel a las guías de Anthony Fauci, no volveré a salir de la casa hasta que la curva se aplane. Pero apoyo en secreto, la flexibilidad de la gobernadora, porque sueño con el día que Virginia vuelva a limpiarme el apartamento.