Reseña del libro Cayey: de la azada a la máquina, 1945 al 1973 de la historiadora Aida García Mendoza
La erudición, que equivocadamente tendemos a rechazar por pensar que constituye un acercamiento monótono repleto de información que sobra, nos enriquece a todos, así como enriquece lo que es objeto de ella. Hay textos felices, sin embargo, que poseen erudición, pero que se pueden leer sin fijarse demasiado en ella y brindarle un gran placer a sus lectores.
El libro Cayey: de la azada a la máquina, 1945 al 1973, publicado por la editorial Con Pluma Papel de San Juan este pasado mes de agosto del 2023 lo evidencia. Tiene un gran valor erudito, pues aborda el campo de la investigación, campo que no siempre le interesa al lector común. Pero para este hay en él un relato ameno que nos familiariza con este Cayey que hoy, aunque en realidad siempre, celebramos como un lugar muy especial. La autora atendió tanto la tradición a la que ella como historiadora profesional le debe fidelidad, como los reclamos de la población que desea sí conocer más de su lar, pero no muestra interés por estar al tanto, por ejemplo, de la producción de tabaco en Cayey del 1905 al 1907, que es asunto que ella atiende con diligencia, cumpliendo con su obligación como historiadora de profesión y vocación[1].
Igual podría decirse del debate erudito que aborda en la introducción el historiador Félix M. Cruz Jusino al remitirse a lo que se conoce como la microhistoria. Cumple, como corresponde, con explicarnos la tensión que ha habido entre historiadores más atentos a los grandes eventos, tales como supuestos descubrimientos, invasiones y la aprobación de una constitución y otros que han preferido hurgar en lo que comían y bebían quienes navegaban hacia rumbos desconocidos, de donde venían y cómo eran que habían llegado a pertenecer al ejército invasor, y las dinámicas que experimentan aquellos que no firman el documento oficial, pero que son quienes lo trabajan tras bastidores. Félix Cruz escribe, habría que ver cuán acertadamente, que “los parámetros impuestos por el oficialismo gubernamental, que silenció lo local para promover una historia nacional en busca de fortalecer el sentido de pertenencia a lo puertorriqueño”, pero que “olvidaron de que (sic), para lograr ese objetivo, era importante saber de dónde venimos… y eso lo definen las comunidades, los barrios, los pueblos”[2]. Claramente, en él, ni en el libro, se desprecia la historia nacional. Y en última instancia la microhistoria siempre puede verse como un mecanismo que asegura que la nacional no pierda de vista sus cimientos. Por eso escribe que “la microhistoria se hace necesaria porque es importante situar cada acontecimiento en su contexto y hacer una descripción a gran escala, pero sin olvidarse de la dimensión individual porque no se podrían profundizar ni comprender en su totalidad los acontecimientos históricos”[3].
La historiadora García Mendoza denuncia cómo “la historiografía oficial de Puerto Rico tiende a ignorar procesos históricos de los municipios”. Indica con firmeza que estos no se conocen todavía y cuando se alega que tales procesos son objeto de estudios en realidad se atienden dimensiones que podrían hasta parecer frívolas. Los documentos municipales contienen un caudal amplio de información que podría ser objeto de estudio, sugiere cuando insta a que se investigue a este nivel[4]. “Existen múltiples temas que se deben estudiar”, escribe[5] subrayando su llamado. Esta crítica que hace la historiadora nos remite a la clasificación que hiciera Friedrich Nietzsche hace siglo y medio de los distintos acercamientos historiográficos: el anticuario, el monumental y el crítico. Allí el filósofo alemán planteaba que la historia debe conducirnos a la acción valiente, no a recrearnos livianamente; tampoco a reverenciar ingenuamente, sino a servirle a la vida.
No fue un tema baladí el que la historiadora seleccionara para su investigación. Desde un principio nos lo señala y lo reitera con cierta insistencia a través de las páginas del libro. Lo que le interesa, según escribe ella misma, es “analizar si el Municipio de Cayey fue el motor que gestó la Industrialización (sic) del 1952 al 1973”[6]. Dicho de otra forma: si el municipio colaboró o no con ese paso de la azada a la máquina que, supuestamente, se da en nuestro pueblo entre el 1945 y el 1973.
Para la historiadora cayeyana fue imprescindible entonces visitar lugares en los que pudiera documentar lo que en un principio era una intuición. Visitó la biblioteca de la UPR en Cayey, Víctor Pons Gil, la biblioteca del Recinto de Río Piedras de la UPR, José M. Lázaro, la de la Universidad Ana G. Méndez y la del Recinto Metro de la Universidad Interamericana de Puerto Rico, ambas en Cupey, el Archivo General de Puerto Rico, el Archivo de la Fundación Luis Muñoz Marín en Trujillo Alto y el Archivo de la Asamblea Municipal de Cayey, estoy seguro que entre otras muchas visitas que habrá olvidado anotar.
En estos documentos consistentemente va consiguiendo evidencia de la tesis que anunciara. Pero no solo se valdrá de documentos que describen, por ejemplo, los empleos en los que se trabajaba y la cantidad de obreros que se empleaban en ellos; se pondrá también en contacto con personas que vivieron los cambios, atendiendo de esa forma los dos acercamientos que hemos mencionado, el más accesible para la población en general y el más erudito para aquellos lectores que habrían de ser seducidos por el tema y habrían de pedir más. De acuerdo a la historiadora predominaron las “fábricas livianas, como la confección de ropa, guantes de invierno, uniformes y flores artificiales y la manufactura de cigarros”. Pero describir la dinámica interna que se daba en aquellas fábricas en las que frecuentemente había más mujeres que hombres, no será el camino por el que opte, una alternativa que hubiera podido haber seguido, pero que les ofrece a historiadores en busca de temas de investigación, lo que es una de las grandes aportaciones del escrito y de la autora, por cierto.
La historiadora está más interesada en lo que llama los “líderes cayeyanos” y héroes municipales”, algunos de los cuales serán presentados a través de breves biografías al final del escrito. De acuerdo a ella, estos serían los responsables del evidente cambio que se da en Cayey entre el 1952 y el 1973. La industrialización substituiría la ganadería y la siembra del café, del tabaco y de la caña”[7], pero esta no se daría fácilmente. Para ello sería necesario que un proyecto que se crearía y se desarrollaría desde la cúpula de un partido político, recibiera el respaldo de gente que habían alcanzado el liderato municipal, probablemente respaldados por aquella misma cúpula.
Ciertamente, la profesora no pierde de vista la figura clave de la industrialización puertorriqueña, don Teodoro Moscoso, quien trabajara en más de una ocasión para el gobierno de Puerto Rico que hizo de los incentivos y las exenciones contributivas, estrategia fundamental para el desarrollo del país. Con ese propósito cita la obra más amplia y, desde luego, elogiosa que se ha escrito sobre él, del periodista Alex W. Maldonado. Acierta además en el seguimiento que le da a la figura de don Miguel Meléndez Muñoz, quien desde la prensa y sus múltiples escritos hizo todo lo posible porque en aquel proceso de industrialización previsible, no olvidáramos al jíbaro puertorriqueño.
Pero no es esto lo que inspira la obra, aunque la autora se expresa con pasión en torno a ello. El tema tiene que ver con el liderato municipal que haría lo posible porque hubiera la mayor cantidad de empleos para la ciudadanía cayeyana que ya no encontrará en su mayoría, su sustento en la tierra. La historiadora, sin embargo, como historiadora honesta, provee una información que podríamos decir que pone en entredicho su tesis. Escribe, por ejemplo, lo siguiente: “En términos políticos, el triunfo del Partido Popular Democrático en 1948 también fue esencial para encaminar el archipiélago hacia la industrialización. Su programa de gobierno establecía claramente las metas que tenía para Puerto Rico[8]”. Más abajo, refiriéndose a la Compañía de Fomento de Puerto Rico, también escribe que “el propósito de dicha entidad era adelantar la agenda del desarrollo industrial puertorriqueño”[9]. Es evidente que la historiadora, como corresponde, no le teme a una hipotética argumentación dirigida a cuestionar sus posiciones y más bien le da la bienvenida, el mejor indicador de una historiadora honesta y receptiva.
Aunque en el libro, sobre todo al final, se le presta mucha atención a la fundación de la Universidad de Puerto Rico en Cayey, es importante no perder de vista que lo que se desea evidenciar en el escrito es cómo “la Administración Municipal fue el motor que impulsó a que llegaran nuevas industrias a Cayey”[10]. La institución de enseñanza superior sí le ofreció a Cayey y pueblos circundantes empleos y formación universitaria, pero no industrialización. Los que hicieron posible esto último fueron personas de carne y hueso sobre los cuales la autora reseña unos perfiles más bien elogiosos y hasta simpáticos.
Quizás el líder municipal que mejor cumple con lo que la autora propone como eje interpretativo haya sido el fallecido alcalde Rafael Coca Navas, quien administrará el municipio entre el 1965 y el 1972. Sin embargo, si en la época de él, para aquilatar su proyección como líder, se da la fundación de la UPR en Cayey, su imagen sufrirá con la clausura de la Central Azucarera, tan importante para múltiples sectores de la población, y el cierre del Matadero. Además, le toca trabajar bajo el liderato de un gobernador, Luis A. Ferré, que no creía en las exenciones contributivas que habían llegado a ser clave en la estrategia muñocista para la transformación del país.
Pero no solo Rafael Coca Navas, quien llegó a ser tan famoso por saludar a todo el que veía, le conociera o no, como Pepito León, conocido contable cayeyano, famoso por sus insistentes y reiterados saludos, aparece en el recuento. También la historiadora trae a colación como ejemplo del liderato municipal que impulsa la industrialización del pueblo a Francisco Colón Juliá, a José Juan Meléndez, a Liberto Ramos López, a Lionel Fernández Méndez y en menor medida a Luis F. Camacho y a Santiago Chago Berríos. A Lionel Fernández Méndez debo decir que le presta mucha más atención que a los demás, pero no en balde pues fue en aquella época quien más tiempo ocupó una posición gubernamental. Lionel, según se le conocía, fue senador por el distrito senatorial de Guayama, que desde luego incluye nuestra ciudad, entre el 1948 y el 1972, y él y don Miguel Meléndez Muñoz fueron los personeros que más trabajaran por la fundación de la UPR en Cayey.
El libro de la Dra. García Mendoza viene a atender una dinámica de nuestra sociedad muy importante. Me refiero a la transformación del mundo agrario al industrial. Esa transición es también la entrada en el mundo de la modernidad en el que dejamos atrás, para bien o para mal, modos milenarios de coexistencia. El tiempo transcurre de otra forma. Se trabaja y se descansa de otra manera. En la práctica se redefinen los roles de los géneros. El campo, antes fuente de duro trabajo que produce alimentación, pasa a ser objeto de contemplación findesemanesca para algunos y recreo activo para los más jóvenes. La mayoría de las veces ni nos damos cuenta de estas transformaciones e historiadores como ella, muy sabiamente, nos lo recuerdan.
Sonó el timbre, Cayey: de la azada a la máquina se une con mucha distinción a los textos que van dando cuenta del devenir de Cayey a través de los siglos. Debo recordar que el historiador más importante de Puerto Rico en la segunda mitad del siglo veinte, Fernando Picó, escribió un libro sobre nosotros que se titula Cayeyanos, Familias y solidaridades en la historia de Cayey, del 2007. Se trata de un libro valioso, según reconoce la historiadora, también desde la perspectiva de la microhistoria, que identifica algunos elementos que constituyen rasgos de la industrialización que Mendoza trabaja, tales como el crecimiento de la población urbana vis a vis la rural, que se va reduciendo, pero Picó lo hace de pasada y no profundiza en ello. El libro del profesor y doctor Antonio Ramos Mateo, también del 2007, titulado Cayey. De Hato o Criadero Tributario de Coamo a Ciudad Universitaria combina interesantemente datos históricos con recuentos personales autobiográficos. También da cuenta de algunos elementos del desarrollo “económico de la ciudad[11]”, pero tampoco trabaja esto sistemáticamente. En gran parte, el texto, según lo describe quien lo introduce, la Dra. Rosario Núñez de Ortega, tiene “carácter testimonial” y recopila “datos y anécdotas” de gran valor.
La historia más completa de nuestro pueblo de Cayey la escribe el Dr. Pío López Martínez, la Historia del pueblo de Cayey, según la llamó su prologuista y quien hubiera podido haber escrito una obra similar, por sus amplios conocimientos. Me refiero a Eugenio Fernández Méndez, precisamente hermano del senador Lionel Fernández Méndez que hemos mencionado en dos o tres ocasiones. El libro del Dr. Pío López, también reconocido por la doctora García Mendoza, recoge la presencia de “hatos establecidos en Cayey” allá para el 1645, así como familias establecidas en el área para 1757[12]. Antes ha informado sobre la presencia indígena en la isla, sobre todo en el barrio Toíta de Cayey.[13] No le interesó tampoco al Dr. Pío López, sin embargo, tematizar la industrialización del pueblo, según lo hace la Dra. García Mendoza, pero sí dedica sendos capítulos, el XII y el XIII, a describir, por ejemplo, la ganadería, la siembra de tabaco y el establecimiento de fábricas que también ella documenta.
Del primero de los historiadores que nos prestara atención, me refiero a Fray Agustín Iñigo Abbad y Lasierra y a su obra Historia geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, naturalmente no podemos esperar comentarios en torno a la industrialización pues nos visita cuando esta apenas se iniciaba en el primero de los países en que lo hiciera, Inglaterra.
Yo le decía a la autora hace algunos días que la consideraba una idealista en el sentido filosófico del término. No recuerdo con exactitud la respuesta que me diera, pero me sigue pareciendo que lo es, lo que por cierto dice bien de ella. La llamé idealista siguiendo la concepción tradicional de ese término en la filosofía, en la que se reconcilian las diferencias, lo que permite ascender a un nivel de acción superior. Y no es casualidad que como idealista le interese la municipalidad, que es una manifestación del Estado llamada a reconciliar las diferencias que caracterizan a la ciudadanía en sus niveles más comunitarios, ofreciéndole la oportunidad de beneficiarse de una civilización que debe concebirse a sí misma cada vez más racionalmente. Pero para esto se necesita la sutileza que caracteriza la expresión de la autora al manejar en su análisis la multiplicidad de intereses, no siempre contestes, y por lo cual se merece nuestras felicitaciones Describe en toda su complejidad fenómenos que dan mucho que pensar, pero tras traerlos a colación, identifica la forma en que aquel liderato los atendía articuladamente con gracia. Sí, había falta de caminos, pero había participación en gobierno municipal[14]. La historiadora muestra cómo aquel liderato municipal iba atendiendo los retos de la industrialización de modo responsable. Hacía falta un sistema de alcantarillas para el cada vez mayor número de factorías, pero se le pudo escribir al gobernador, a través de un líder municipal, el representante Liberto Ramos, y desde la Fortaleza se les respondería. Uno de los alcaldes, Chago Berríos, le cuestionaría, también a don Luis Muñoz Marín, políticas fiscales de modo que, nos sugiere la autora, se percibía que aquel liderato cumplía con sus obligaciones[15].
Se trata de un libro que no solo a los cayeyanos nos debe interesar, pues no se queda en Cayey. Es mucho más. Proyecta una dinámica arquetípica de muchos de los pueblos del interior del país, esta Isla que se caracteriza por una creatividad extraordinaria, cuando le da la gana. Felicito a la autora por todo lo que contribuye a esto con su libro.
[1] García Mendoza, Aida, Cayey: de la azada a la máquina, 1945 al 1973, San Juan: Editorial Con pluma, papel, p. 97
[2] Ibid., p. 10.
[3] Ibid., p. 34.
[4] Ver además la p. 190.
[5] Ibid., p. 19.
[6] Ibid., p. 14, p. 35 y p. 185..
[7] Ver pp. 95, 96, etc.
[8] Ibid., p. 82
[9] Ibid., p. 9.
[10] Ibid., p. 21.
[11] Ver, por ejemplo, a Ramos Mateo, Antonio, De Hato o Criadero Tributario de Coamo a Ciudad Universitaria, sin lugar: Servicios de Imprenta del Departamento de Educación, 2007, p. 56.
[12] Ver López Martínez, Pío, Historia de Cayey, copia fotocopiada (original del 1972) sin editorial ni lugar de publicación, p. 22.
[13] Ibid., p. 11.
[14] Ibid., p. 129.
[15] Ibid., p. 128.