Rivera Schatz con la cuestión marica
Thomas Rivera Schatz muestra generalmente un rostro tan duro que sugiere odio hacia los otros, como cuando asistió al programa Superexclusivo de La Comay el 29 de agosto para aprovechar la gran atención pública sobre el escándalo de Arango y fustigar a los portavoces del Partido Popular.
Canalizar velozmente contra los Populares la excitación pública provocada por el picante tema de la homosexualidad indicó astucia artera, pero puso de relieve la tensión nervioso-muscular que acusa la dureza característica de Rivera Schatz, fanático de Rosselló frente a Fortuño pero sin duda preocupado por los peligros que esperan al PNP en las próximas elecciones.
La furia del Presidente del Senado —una violencia contenida— contra los Populares estuvo lejos de incluir alguna crítica explícita, pues se deslizó hacia lo que en Puerto Rico viene a ser institucional por así decir, a saber, el bochinche, el cual emblematiza y proclama el programa de WAPA-TV que produce Cobo Santarrosa y ameniza la grotesca muñeca junto al actor legitimador Héctor Travieso.
El bochinche se funda en la insinuación y el relajo, en el rumor y el alboroto sobre desgracias humanas que evitan demostrar nada, como si fuesen una manifestación más de la inclinación boricua a la evasión, al temor a la palabra asertiva, a evitar la afirmación directa y a mofarse por lo bajo de un orden dominante carcomido por la ilegitimidad.
Eduardo Bhatia también podría ser pato, fue lo que insinuó Rivera Schatz, pero se refrenó de decirlo cuando la Comay se lo pregunta. Ya lo había sugerido hace unos años otro conocedor de la demagogia vulgar, Jorge Santini, durante la contienda por San Juan, mostrando sarcástico a la prensa un gran pato de goma amarillo de juguete.
El vocablo boricua pato, por cierto, persiste con tenacidad a pesar de no ser políticamente correcto, pero parece perder su connotación despectiva en la medida en que la comunidad gay gana reconocimiento de su dignidad y sus derechos, no sólo en el discurso gubernamental sino entre las clases populares.
Reducido a los dramas psicológicos en torno a los genitales y a las sorpresas de la sexualidad, Puerto Rico, como en una larga fase infantil, todavía concentra su atención colectiva en “eso”, y así se debate en acusaciones, al estilo de la muchachería de una escuela secundaria, sobre quién es pato y quién no.
Ante los primeros acosos de la prensa Arango dijo, en una extraña selección de nombres, que las fotos en internet podían ser de cualquiera, por ejemplo de García Padilla, de Bhatia o de Fortuño. Sabe Dios si entonces son patos también el gobernador Luis Fortuño, Alejandro García Padilla y todos los legisladores, mandos de policía, alcaldes y altos funcionarios.
En el programa de La Comay, Rivera Schatz mostró habilidad para dominar el medio y erigirse en moderador respetable del submundo del chisme y el bochinche. Intentó representar con su ceño fruncido la gran distancia que habría entre la seriedad del Estado y las zonas erógenas, y trató con guante de seda y probable cariño al exsenador Arango. Pero nada de esto frena la impiedad y el cinismo, y en la calle la gente pregunta, sin mayor búsqueda de una verdad, si hasta el machote Rivera Schatz será marica de clóset.
Rivera Schatz explicó a la Comay y a Travieso —portadores de un altísimo rating televisivo especialmente ese día— que, a pesar del súper-escándalo en torno a las fotos, no existía motivo suficiente para que el Senado realizara una investigación de Arango. Tampoco hubo motivo suficiente, añadió como brutal puya electorera, para investigar a García Padilla cuando alguien alegó hace un tiempo que tenía material pornográfico en su computadora.
Pero si no hay motivo suficiente para investigar a Arango y si éste niega que las fotos sean suyas, por qué entonces Arango renunció, preguntó la Comay. Rivera Schatz contestó rápidamente que renunció para proteger a su familia. No tiene lógica pues el escándalo ya estaba montado y la forma de reducirlo hubiese sido que Arango explicara categóricamente que se trataba de un fotomontaje.
Entonces Rivera Schatz dirigió los cañones hacia los Populares. Albergaba gran ira, lo cual sugiere su preocupación por las elecciones del año que viene, temor que también había insinuado al narrar la renuncia de Arango. Pues según dijo, Fortuño y él indujeron con afecto y cortesía a Arango a que renunciara, ya que el escándalo estaba haciendo daño al Senado y al partido, es decir al PNP. A pesar de los sondeos sin embargo podría perder el Partido Popular, partido pusilánime por excelencia.
Estos chismes y chistes son parte de una cultura reducida que concentra su atención en las interioridades sexuales, y en la que el erotismo íntimo se impone sobre las pretensiones imitadoras de institucionalidad pública.
La creación de instituciones supone que una formación social, un país digámoslo así, crea estructuras propias que le proveen orden, en relación a las cuales se forman e interactúan los individuos y luchan entre sí los grupos diversos. Que desde 1898 las instituciones en Puerto Rico han sido mecánicamente colocadas por la mano norteamericana indica una alienación cultural, pues equivale a una repetida frustración del deseo de los puertorriqueños de unirse entre sí mediante instituciones propias: la represión de un crecimiento.
Peor aún, las exigencias de las pretendidas instituciones estadounidenses en la Isla pesan de forma intolerable sobre una formación precaria como la puertorriqueña, tal vez más entre quienes tratan de erigirse en protagonistas de las soluciones colectivas y en modelos de ética y buen pensar. Si las presiones de las instituciones sobre los sujetos son fuente de malestar y enfermedad mental, como han escrito tantos pensadores, no es difícil explicar el caos que se vive o el éxodo masivo allende los mares.
Se expanden la agresividad y la indiferencia, si bien recubiertas de diversión folklórica y de retórica estatal y cristiana. La solidaridad —el amor— que cementaría la comunidad sufre déficits recurrentes, no logra reproducirse como vida pública y política.
El colonialismo norteamericano reproduce esta falta de desarrollo personal y colectivo, pero también es cierto que desde hace varios siglos Puerto Rico mostró fragilidad en sus fuerzas productivas y en la formación de sus clases sociales y de una economía propia, y estas debilidades han facilitado la pobreza de su vida pública y la inmersión en la sociedad estadounidense. Mientras pasa el tiempo más se profundiza el atraso político-cultural criollo, como un crecimiento negativo o una involución.
No debe sorprender, pues, que la política sea una caricatura, como a menudo se dice, al menos mientras no surja un partido de izquierda fuerte que le haga frente a la presente recua de embusteros, lumpen-burgueses sin oposición pero atrapados en la rigidez anal que requiere la exigente mímesis estadista.
En muchos países el gobierno representa poco, pues el poder político y económico está obviamente en los centros del mercado mundial. De ahí que los repetidos disparates y sainetes de la política boricua sean comunes a otros gobiernos y parlamentos del Caribe y América Central, donde abundan estados pobres, débiles, neocoloniales y marginales.
No llega sin embargo Puerto Rico a ser “tercer mundo”, pues no ha logrado siquiera un gobierno formalmente soberano que represente una estrategia de desarrollo, aún cuando pueda decirse que no pocas estrategias de desarrollo nacional son fantasiosas, ideologías que encubren dependencia e ínfulas de grandeza de burguesías enanas.
El progresivo debilitamiento de algo que pareciese una economía de Puerto Rico, durante el último siglo y desde el declive del proyecto “modernizador” iniciado en la década de 1940, de por sí en extremo dependiente, viene subrayando el carácter territorial de la experiencia puertorriqueña, y con ello el achicamiento de su vida pública. La vida se reduce crecientemente a lo privado. Qué le van a importar al placer del cuerpo la Cámara y el Senado, esos chistes.
Pero la esfera privada difícilmente se enriquece si no hay desarrollo de la vida pública. La energía se repite una y otra vez en los apetitos íntimos. La cultura de mercado estimula este yoísmo y esta confusión íntima entre infantilidad y vida adulta. En Estados Unidos, potencia a la que Puerto Rico oficialmente admira, las deficiencias del mundo político —apatía electoral, sumisión a enormes aparatos financieros y militares, secretividad en la cúpula como una monarquía, confusión entre negocio privado y gestión pública, corrupción— son endémicas en función de un privatismo de mercado empobrecedor, cultural y psicológicamente, en la vida de los de a pie.
Las redes sociales, que ahora facilitan rebeliones de masas, a la vez alientan el gusto por una exhibición universal del yo. En esta nueva mercancía se exhibe casi todo el mundo, gay burgueses y proletarios, straight reaccionarios y radicales, escolares adolescentes, mujeres musulmanas y estudiantes anarquistas. La pantalla y la cámara transportan la propia persona y están en el bolsillo y bajo la almohada.
Con las fotos, sobre Arango cayó la maldición pública, no sólo por la abundante homofobia, ni solamente por el ansia de muchos de que el PNP se fastidie, sino además por lo falso que venía siendo el exsenador. Exponía histrionismos que se han visto en novelas y telenovelas, de señorito represivo y moralista, intolerante contra los reclamos de los oprimidos, tonante caballero de la cristiandad y el patriarcado, leal siempre al bando más poderoso, cooperador en los encubrimientos, pero presa de sus deseos como los demás mortales. Gustaba de aplicar el poder sobre los otros, acaso como reflejo de la coerción que aplicaba contra sí mismo, hasta que un día lo arropa el oprobio general. En su carta dice que quieren hacerle daño. La cuestión es quién, y parece que son muchos.
Sería bueno que algún día los legisladores y funcionarios electos no pretendieran representar lo que no son, lo cual les lleva a la ruina y a la burla pública año tras año, siglo tras siglo. Sería mejor que fuesen gente que admite sus contradicciones y luchas y se esfuerza sinceramente por superarse, a la vez que contribuye bien a la comunidad y a los intereses de las mayorías. Entonces podría ser electa gente que diga lo que es y lo que desea, por ejemplo que tiene otros conceptos sobre la vida, la sexualidad, la familia o las drogas, que ha estado en prisión, que reconoce las opresiones sociales, que ha hecho esto o aquello porque quiso o porque creyó en tal idea o mito y está en disposición de aprender. Para ello se necesitaría gente más segura de sí misma.
La autodeterminación de los individuos ayudaría a una autodeterminación social, nacional, colectiva. La erótica circularía no sólo en el dormitorio sino, convertida también en civismo, en el mundo público y en la cultura política. Surgirían instituciones propiamente, forjadas por el intelecto colectivo del pueblo, en lugar de cascarones burocráticos y vitrinas de mentira autoritaria.
A fin de cuentas, más que ser homosexual o no, lo importante es qué posición se asume en las luchas de clases.
Fijémonos, finalmente, en que el ojo público se posa ante todo sobre la crisis masculina. Como en un circo romano, busca ver cómo cae el hombre, cómo fracasa en ser varón, es decir el hombre según una tradición milenaria cuya presunta jefatura masculina ha sido puesta en suspenso. Los dramas políticos siguen teniendo como protagonista sobre todo al hombre, antes como héroe, ahora como caído antihéroe.
¿Se posa el ojo público con la misma curiosidad morbosa sobre la homosexualidad femenina? ¿Genera menos desprecio, si alguno, la homosexualidad femenina que la masculina?
La mujer de poder, ¿está ajena a la crisis, mejor protegida por la relativa institucionalidad vigente? ¿Se salva un poco más, por respeto, de la mofa pública, de la falta de escrúpulos, de la dureza de los ataques? ¿Se salva ella más del hospital psiquiátrico y de la cárcel, distinto a los Misla, los De Castro Font, los Fajardo?
Los nacionalismos tradicionalmente se correspondían con dirección masculina, como entre los antiguos patriarcas hebreos, jefes de la nación así como de la familia, dueños de su mujer, hijos y esclavos y explicadores de las leyes. Pero en Puerto Rico prevalece lo anti-nacional.
Más aún, la globalización viene revelando la dura realidad de que el poder principal reside en pocos lugares, y así disminuye la autoimagen de grandiosidad nacional en países atrasados, los “bongo-bongo countries” como dijo una vez con desprecio un politiquero anglosajón. Se expone crudamente lo caricaturesco de las simulaciones de gobierno e institucionalidad.
Pero también pierde fuerza la creencia cándida en los centros poderosos. No hay que creer siquiera los cuentos de una inmaculada institucionalidad norteamericana. Clinton y Mónica Lewinsky gozaron en la Oficina Oval, y el homosexual jefe sadista del FBI, el chantajista y racista Hoover —anticomunista como Arango y Jenniffer—, quien según una testigo vestía ropa de mujer en sus fiestas secretas, difundió en 1952 rumores de que Adlai Stevenson era homosexual para estropear su candidatura presidencial.
La plena libertad de mercado, dinero y ego coexiste con el esfuerzo de numerosas sectas evangélicas que buscan desesperadamente poner orden a la vida loca. Las Escrituras se ponen a prueba frente al deseo y al narcisismo expansivos. Sin embargo pareciera que el puritanismo y el neoliberalismo se apoyan mutuamente y se endurecen en su lucha binaria. El PNP se debate en complacer a ambos.