Todos los encuentros en una: mi ruta feminista en Bogotá
a Camila, Kaká y a mis queridas compañeras de CLADEM
El frío y las lluvias de Bogotá abrieron el espacio para la celebración de varios encuentros feministas de América Latina y el Caribe. El primero, Encuentro Latinoamericano y del Caribe de Acción y Prácticas Feministas (ELCAP), del 18 al 21 de noviembre, proveyó un espacio para juntarnos como personas, colectivas y activistas feministas alrededor de experiencias y prácticas concretas. Fui invitada a participar como parte de mis trabajos de activismo para el Comité de América Latina y el Caribe para la defensa de los derechos de la Mujer (CLADEM).
El segundo fue el tradicional Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, en su duodécima edición, que del 22 al 26 de noviembre propició diversos debates políticos de actualidad relativos al feminismo y al activismo. Más de 2,000 mujeres feministas nos convocamos para ese evento, cuya meta era desatar, desnudar y reanudar los nudos en nuestros diversos trabajos políticos.
Que se celebraran dos encuentros, por supuesto, no fue casualidad. Cada uno de los eventos dieron cuenta de las diversidades entre nosotras sobre todo en materia de posicionamientos políticos. No vale aquí hablar de una masa feminista homogénea ni lineal. Si algo demostraron los dos encuentros de los que fui parte es que las feministas latinoamericanas y caribeñas estamos siendo atravesadas, aunque no paralelamente ni con el mismo significado, por corrientes diversas que resignifican nuestros trabajos sin dejar de lado nuestro horizonte político: una vida libre de violencias para las mujeres.
Cabe también hablar de otro encuentro colectivo, el que tuve con las compañeras del CLADEM, a quienes el clima bogotano nos incentivó a encontrarnos varias noches en las salitas acogedoras de nuestro hostal para acompañadas de tequila, abrir las puertas de nuestras vidas, y las de nuestras parejas y familias. En esas noches nos atrevimos a romper, mediante el diálogo, algunos mitos detrás de las mujeres feministas, sin miedo a ser juzgadas por nuestras pares e hicimos política a través de la amistad.
En el plano personal, los nueve días en Bogotá supusieron un encuentro íntimo con todas las identidades que me habitan, con sus contradicciones y verdades asumidas. Desde la trabajadora sexual que me explicó las bondades del condón femenino hasta la chica que, micrófono en mano, se inventó un rap sobre el virus del papiloma. Sospecho que todas las voces diversas con las que compartí provocaron tremendas incisiones en mi, que espero se conviertan en puntas de lanza para el pensamiento y la acción feminista.
Comparto con ustedes algunas de tales incisiones.
«es que en el internet ya no es cuestión de ser mujer u hombre… es que en el internet puedo llegar a ser hasta un dragón»
Confieso que la frase de arriba me persiguió durante todos mis días en Bogotá. La dijo Camila, en medio del taller de «Ciberactivismo» que luego se convirtió en el de “Ciberfeminismo” del ELCAP. De todos los talleres, elegí ese porque hace más de dos años tengo un blog feminista. Camila, acompañada de las Lobas Furiosas (nombre en respuesta a la loba banalmente hipersexualizada de Shakira) cuestionó:
1) que nuestros trabajos se caracterizaran como «ciberactivismo» y no como «ciberfeminismo» y 2) que el (la) sujeto político del feminismo fuera la «mujer», cual construcción esencialista que, en sí misma, constituía un acto de violencia. Camila prefería el término ciberfeminista porque partía del entendido de que las redes virtuales permiten autorepresentarnos en distintas identidades, lo que supone una afrenta al sistema patriarcal, diríamos algunas, o al sistema sexo/género binario, dirían otras. Mientras las ciberactivistas feministas solemos aferrarnos a la categoría «mujer» como una apuesta política a la adhesión identitaria para llevar a la acción, la ciberfeminista crea su acción precisamente desligándose de categorías. Estos últimos planteamientos relacionados a la categoría «mujer» permearon todos los encuentros y desencuentros de los que fui parte en Bogotá. Noté en el feminismo «joven» colombiano un especial e informado interés por los trabajos de Judith Butler, Beatriz Preciado y Donna Haraway. No era raro escuchar a las amigas colombianas decir frases tales: «no soy mujer», «salgo y entro de la categoría «mujer» por cuestiones estratégicas», «a veces soy mujer, a veces no». Yo, confieso, miraba con sospecha alguna de sus manifestaciones. ¿Cómo era que todas estaban o se sentían en «tránsito»?, me preguntaba. Y si las manifestaciones no eran más que pretensiones políticas, ¿cuáles eran su contenido? ¿Cómo podía yo utilizar tales pretensiones en favor de mi activismo? Posteriormente, en el segundo encuentro, provoqué varias risas cuando comenté mi conflicto interno en torno a si debía o no entregarle un marcador de mi blog «Mujeres en Puerto Rico» a Camila. Hubo risas pero también resistencias.
«por mi cara blanca, tengo privilegios en todo, en TODO»
En el ELCAP, Cladem realizó su taller «Racismo y clase, género y sexualidad de cara a los nuevos feminismo». Nos dividimos en tres grupos para discutir la transversalidad del feminismo en los asuntos de raza, clase y sexualidad. En mi grupo, discutimos el tema de la raza. Puntos de encuentro entre mujeres negras de la República Dominicana, Panamá y Puerto Rico fueron la negación y la criminalización de la negritud, la hipersexualización de la mujer negra y la lucha identitaria que tenemos que librar algunas para reclamarnos como negras. Puntos de encuentro entre mujeres blancas de Argentina y Brasil fueron sus privilegios por razón de raza. Kaká, de Brasil, nos decía que eran necesarias las alianzas entre nosotras, para combatir el racismo. Alianza para ella significaba concretamente renunciar a sus privilegios como blanca. Luego, algunas problematizaron la división entre tres grupos. ¿Acaso no decíamos que el género atraviesa todas las opresiones? María, compañera dominicana de CLADEM, contestó: «Si no hubiésemos dividido los temas en grupos, el racismo hubiera resultado nuevamente invisibilizado por los temas de clase y sexualidad».Retomé el tema del racismo, más tarde, en el taller de la Red de mujeres afrolatinoamericanas, afrocaribeñas y de la Diáspora, con un interesante panel de compañeras negras que discutieron el rol de la educación en la reconstrucción de las identidades, el racismo patriarcal y los conflictos internos dentro del movimiento feminista negro.
«soy mujer, femenina, INAMOVIBLE»
Ya en el EFLAC decidí seguir por la misma línea de lo ya trabajado y me inscribí a la provocación de «Feminismos y Posfeminismos». Un nutrido grupo de las chicas organizadoras del ELCAP también se inscribieron en esa provocación lo que ocasionó que nuevamente el cuestionamiento de la categoría «mujer» como sujeta principal del feminismo se pusiera sobre la mesa.
En cuanto la discusión comenzó, muchas compañeras manifestaron reparos con el término «posfeminismos». ¿¿¿Pos??? » A mí que me hablen de posfeminismo cuando hayamos destruido al patriarcado», nos dijo contundentemente la reconocida feminista uruguaya Lucy Garrido. Yo, que nunca me había planteado precisamente ESA problematización de la cuestión «pos», no pude evitar sonreír al escuchar los malabares de nuestra facilitadora para complacer a todo el mundo. Entonces, ya no era posfeminismo, ahora eran «nuevos feminismos» o mi nuevo favorito «feminismos de frontera”.
Luego, el debate quedó, a mi entender, atrapado en un lugar que las feministas visitamos constantemente: la cuestión de la teoría v. la praxis. En vivo y en directo, escuché a muchas compañeras hablando distintas lenguas. Salí algo frustrada del debate pero, afortunadamente, conocí a Diana.
Sucedió cuando ya entrada la noche llegué algo tarde al penúltimo taller del día: Transfeminismos. Allí conocí a muchas de las mujeres trans que asistieron al EFLAC. Nuevamente, nos dividieron en grupos pero esta vez teníamos que contestar la pregunta odiosa de «¿cuál es tu género?». Ordinariamente, no me hubiera resultado «odioso» contestar dicha pregunta pero una no puedo estar siete días de la vida escuchando cómo el género es un invento que nos violenta sin que le de un poco de cargo de conciencia por querer decir «mujer». Pero, en fin, eso contesté. Otras dijeron «soy mujer lesbiana» , «no sé si soy mujer… porque parezco hombre… pero no me gustan los hombres… me gustan las mujeres… » y la más que me confundió contestó: «a veces soy mujer heterosexual, otras soy un hombre machista, otras soy mujer lesbiana y otras, no sé». Lo confieso: no siempre entiendo a mis hermanas.
Cuando la discusión se abrió a todas las presentes, me di cuenta de que muchas de las mujeres que primordialmente se sentían mujeres heterosexuales también hablaban de ser «cuerpos en tránsito». De repente, Diana, mujer trans, casi gritó: Yo no permito que nadie me diga que estoy en tránsito. Yo no estoy en tránsito. Yo SOY una mujer, femenina, INAMOVIBLE». Hubo un silencio incómodo. Y ¿ahora?, estoy segura que se preguntaron muchas. De repente, las mujeres heterosexuales que LIBREMENTE se decían en tránsito (en una evidente confusión entre lo que es la identidad de género y la orientación sexual) se quedaron calladas ante una mujer que había invertido rechazo familiar, violencia en las calles, larguísimas horas en sala de médicos, cirugías pláticas y mucho dinero para «ser mujer» y que no estaba dispuesta a que ahora se le dijera que ella «transitaba» en la «liquidez» o en las «fronteras». Ante el silencio, Diana, más tranquila, dijo: «sin el género andaríamos sin rumbo, el género brinda el punto de llegada, es nuestro puerto». Otra mujer trans le respondió: «…pero es que yo llego a muchos puertos».
25 de noviembre: Día Internacional de No Más Violencia Contra las Mujeres
Y por fin llegó el día de la marcha. Confieso que, entre todas las actividades, la más que me entusiasmaba era la marcha. Por primera vez, tendría la oportunidad de caminar con feministas latinoamericanas y caribeñas para denunciar la violencia contra las mujeres. Me esmeré tanto en llegar a tiempo, a pesar de la lluvia, que me acomodé justo detrás del cartel que lideraba la manifestación. Boricua, al fin y al cabo, acostumbrada a los sistemas de sonidos sindicalistas miraba a todas partes buscando la «tumbacoco». El único «sistema de sonido» era un altoparlante. «Alerta, alerta, alerta que camina, la lucha feminista por América Latina». Cuando ya estaba calentando motores con eso, a mis espaldas, otro colectivo comenzó a gritar (también altoparlante en mano) «Lucha, lucha, lucha, no dejes de luchar, por un orgasmo libre, colectivo y popular». Más abajo, otro grupo de mujeres (ya saben, con sus altoparlantes) gritaban «mujer que se organiza, no plancha tus camisas». Y, así, más de 2,000 mujeres marchamos con distintas consignas y banderas.
Luego de mi inicial resistencia, comencé a dejarme llevar por la belleza de los momentos. Allí estábamos, en la principal avenida de Bogotá, caminando, muchas diversidades, muchos conflictos, muchos desencuentros, para manifestar nuestra fuerza y nuestra determinación de derrotar las violencias contra nosotras, con todos sus nombres, en todas sus manifestaciones.
Después la buena y divertida batucada de las «Rebeldías Lésbicas» me llevaron a encontrarme con mis amigas de CLADEM con quienes marché hasta la Plaza Simón Bólivar.
Al otro día de la marcha, regresé a Puerto Rico, más lista que nunca para continuar la ruta en mi país.