Tugwell y la promesa rota: un puente en el tiempo
¿Cómo fue que un hombre con ese trasfondo fue a parar a aquella “tierra asolada” del Caribe, como él mismo la llamó, y qué consecuencias tuvo esa oportunidad histórica que se le dio a un partidario de la “economía experimental” de llegar a gobernar en aquel laboratorio del lamento borincano?
Catalá hurga en estas y otras preguntas, pero su propósito no es escribir un libro de historia, sino contextualizar la crisis actual como el callejón sin salida de una senda que no era inevitable, porque Tugwell y otros de sus contemporáneos habían comenzado a abrir otras brechas. Quienes les sucedieron en la administración gubernamental insular cambiaron de rumbo, movidos en parte por sus propios intereses políticos y en parte reaccionando a las restricciones de la incipiente Guerra Fría, pero el cambio de rumbo fue fatídico: de ahí el título de “Promesa rota” (inspirado, ha dicho el autor, en el título de un bolero).
Lo que Catalá nos presenta es, en cierto modo, un libro dentro de un libro, porque el autor aplica la perspectiva económica institucionalista al análisis de un episodio institucionalista en la historia económica de Puerto Rico: el autor se sitúa en la misma perspectiva de sus personajes. Como nos dice en la introducción:
Durante la gobernación de Tugwell (1941-1946) Puerto Rico tuvo una extraordinaria experiencia en diseño institucional. Ésta fue posible gracias al nombramiento de un institucionalista radical a la gobernación, al dominio de un partido reformista en la Asamblea Legislativa, a la influencia del institucionalismo en la concepción y la ejecución de los programas del Nuevo Trato y al particular contexto provisto por la Segunda Guerra Mundial.1
Una gran parte de las instituciones que se asocian con la modernización de Puerto Rico en la segunda mitad del siglo 20 fueron producto de esa experiencia. Pero, como acusa el autor, refiriéndose al Puerto Rico de hoy:
Lo poco que resta de la institucionalidad del sector público se gestó durante tal interregno institucionalista, precedido por la “soberanía” del monocultivo azucarero y sucedido por la “soberanía” del enclave industrial. Es necesario saber lo que se hizo entonces y lo que sucedió luego para entender y enfrentar más efectivamente los retos del presente.
El punto de partida prácticamente obligado del libro es explicar en qué consiste la escuela institucionalista de economía, y el mero hecho de que haya que explicarlo ya dice mucho. Una escuela que fue tan influyente en la academia y la gestión gubernamental en la primera mitad del siglo 20, sobre todo en Estados Unidos, es hoy mayormente desconocida por el público general y por muchos economistas. Pero no ha desaparecido, y tiene todavía muchos practicantes distinguidos, incluyendo algunos galardonados con el Premio Nobel en esta disciplina. Los economistas puertorriqueños hemos tenido la suerte de que le haya tocado a un colega tan talentoso como Catalá la tarea de mantener esa tradición viva y productiva en nuestro medio académico y profesional.
En sus muchos años de profesor universitario, Catalá se especializó en la historia del pensamiento económico, y gracias a esto tiene un talento especial para exponer la riqueza de los diálogos y debates que le han dado forma a la disciplina de la economía. Este talento está presente en todos sus libros (Véase, por ejemplo, Elogio de la imperfección), y se hace evidente en la excelente exposición que se presenta en el capítulo 1 de este libro de las ideas institucionalistas y su lugar en las ideas económicas. El lector debe constatarlo por sí mismo, pero para muestra ofrecemos un botón: las coincidencias y contrastes del institucionalismo y la teoría keynesiana en medio de la Gran Depresión. Dice Catalá:
La escuela institucionalista siempre recomendó programas de obras públicas como parte de las respuestas anticíclicas. También abogó consistentemente a favor del seguro por desempleo y por otras políticas estabilizadoras. La experiencia de la Gran Depresión provocó que muchos institucionalistas le dieran particular énfasis a las políticas de gastos.
La coincidencia con Keynes es obvia. Pero muchos institucionalistas, especialmente Tugwell, eran demasiado radicales para Keynes. Refiriéndose a una de las leyes instrumentales del Nuevo Trato, Catalá nos narra:
El propósito central de la National Industrial Recovery Act era, según se ha alegado por sus diseñadores, entre ellos Rexford G. Tugwell, romper con el colapso de los precios o espiral deflacionaria de 1929-1933. Para facilitar el aumento en precios y salarios suspendió temporalmente las leyes antimonopólicas y facilitó la militancia sindical. Esto, desde John Maynard Keynes hasta sus discípulos, se ha considerado como una especie de herejía económica.
Con el desarrollo de la Guerra Fría (de hecho, Tugwell tuvo que lidiar con el infame Senador McCarthy), la misma ola arrolladora de la teoría conservadora neoclásica que terminó barriendo a la teoría keynesiana se llevó también a la escuela institucionalista, aunque, como ya se dijo, no la destruyó del todo. Es una coincidencia interesante que en el debate actual sobre las políticas de austeridad fiscal —debate que domina el tema económico en Europa y, en gran medida, también en Estados Unidos— las ideas keynesianas e institucionalistas vuelven a tomar relieve. Esta es una de las formas en las que Tugwell regresa por ese puente en el tiempo que ha tendido Catalá.
La otra forma, la que nos toca más de cerca y que constituye la preocupación central del libro, es la pertinencia para la crisis puertorriqueña actual del ejercicio de diseño institucional que impulsó Tugwell durante su gobernación. La promesa rota de nuestra modernización económica y social no es otra cosa que el fracaso de la institucionalidad pública y privada. Catalá cierra su análisis con la afirmación de que estamos en una encrucijada que nos impone una agenda de diseño institucional. Nos dice: “En realidad, desde la perspectiva institucionalista la encrucijada se resume en dos rutas: la trazada por el encapsulamiento ceremonial o la que abriría la exploración institucional”. El encapsulamiento ceremonial —un concepto central del institucionalismo— se refiere a la tendencia a esterilizar el cambio encajándolo forzosamente en las instituciones existentes, las mismas que dicho cambio pone en entredicho. En la medida en que el encapsulamiento se impone, la transformación institucional se frustra.
En Puerto Rico nos hemos hecho expertos en el encapsulamiento ceremonial, pero la encrucijada de la que habla Catalá tiene otra ruta posible: “…la de la liberación del miedo, la de la mesa de diseño, la de la construcción de un estado nacional en un mundo extraordinariamente dinámico e interdependiente en el que hasta el concepto legal de ciudadanía no es estático”.
Rexford G. Tugwell no era un “americano lindo” (como contraparte del emblemático “americano feo”), un héroe de leyenda que deberíamos llevar retratado en las camisetas como muchas personas llevan al Ché Guevara. Que no vaya esta reseña a dejar esa impresión. Catalá lo retrata con bastante claridad, tanto en sus manifestaciones de genuino respeto a los puertorriqueños como en sus rasgos antipáticos de “enviado imperial”. Pero hay que rescatarlo del olvido, y para ello tenemos este libro, así como otra literatura sobre este personaje histórico que Catalá cita en el texto e incluye en la bibliografía.
- Todas las citas son tomadas de: Catalá Oliveras, Francisco. Promesa Rota: una mirada institucionalista a partir de Tugwell, Ediciones Callejón. 2013. 229 páginas. [↩]