Un siglo de «The Nation»
Para conmemorar los cien años de vida de The Nation la editorial MacMillan publicó el año pasado una antología que por su amplia e inteligente selección —a cargo de Henry M. Christman— pone de manifiesto la extraordinaria función que durante ese largo período ha cumplido el semanario, uno de los más destacados órganos del pensamiento liberal en Estados Unidos. —One Hundred Years of The Nation. A Centennial Anthology, 1865–1965—. No puede comprenderse bien la historia de Estados Unidos durante ese siglo sin la lectura de The Nation.
Los fundadores fueron Charles Eliot Norton, el famoso profesor de Harvard; Frederick Law Olmsted, arquitecto del Parque Central de Nueva York; Weldell Phillips Garrison, cuya familia se había distinguido por su lucha contra la esclavitud; y el periodista E. L. Godkin. El filántropo abolicionista James Miller Makim dio el respaldo económico inicial a la empresa que compró en 1881 el magnate ferroviario Henry Villard. En manos de la familia Villard estuvo durante dos generaciones, hasta 1932.
El primer número salió el 6 de julio de 1865; con el tercero alcanzó una tirada de 5,000 ejemplares. Al finalizar el primer año nada quedaba del capital inicial, y comenzaron las dificultades económicas. Con excepción del período comprendido entre 1938 y 1942, nunca ha podido sostenerse con sus propios ingresos, pero gracias al espíritu de sus dirigentes, para quienes el éxito no ha significado ganar dinero sino ganar conciencias, se ha ingeniado para sobrevivir. Nunca ha dejado de publicarse y siempre ha pagado la colaboración.
Los editores, redactores y administradores de The Nation no lo han mirado nunca como un negocio. Se han preocupado sobretodo por la función educativa de la prensa, por su misión de ayudar a formar una opinión pública consciente sobre los grandes problemas del momento. Han expresado su criterio sin tomar en consideración la reacción de los intereses creados, ni la pérdida de los anuncios que podía acarrearle su independencia de criterio. (El primer número publicó el anuncio de un financiero prominente y una crítica de sus normas). Nunca aspiró a ser un periódico popular porque tuvo que defender muchas veces ideas impopulares. Creó un tipo de público compuesto en su mayoría de editores, profesores universitarios, políticos que no acataban como dogmas los principios de su partido y lectores preocupados e inteligentes. Debido a la calidad de su público su influencia no puede medirse por el número de ejemplares. Ha influido de modo indirecto en miles de personas que nunca han leído un número del semanario.
Aunque en sus cien años de vida muchos liberales no han estado de acuerdo con algunas de las posiciones adoptadas por The Nation, y ha incurrido en fallas graves como las que señala I. F. Stone —oposición al nombramiento de Brandeis, uno de los grandes jueces del Tribunal Supremo de Estados Unidos, y temor a la implantación de la jornada de ocho horas— se ha pronunciado siempre contra el racismo, las maquinarias políticas, la demagogia, el imperialismo— Norton fue uno de los fundadores de la Liga Antiimperialista después de la Primera Guerra Mundial y Villard laboró por la independencia de Irlanda e India. Ha criticado el tipo de patriotismo que cree que hay que defender siempre, sean o no justas, las actuaciones del propio país y no ha tenido reparos en poner en tela de juicio la política oficial.
La antología, que incluye unas setenta y cinco selecciones, explica, de por sí, el gran prestigio del semanario. Porque entre sus colaboradores figuran grandes figuras del pensamiento y la literatura occidental de las tres últimas generaciones: los tres James, Bertrand Russell, Trotsky, Croce, Brecht, Thomas Mann, Niebuhr, Harold Laski, Dreiser, Malraux, Edmund Wilson, Trilling, Spender, Hannah Arendt… Hay que señalar que a partir de 1920 The Nation ha publicado poemas de los más destacados cultivadores del género en lengua inglesa: Yeats, Frost, Auden, Arlington, Robinson, Tate, Marianne Moore, Wallace Stevens, Berryman, Robert Lowell…
Es lamentable que Puerto Rico no cuente con un grupo de liberales dispuestos a perder dinero o a no esperar ganancias para sostener un periódico que cumpla una función similar a la que ha cumplido The Nation, para que los disidentes y los inconformes tengan la tribuna que no les da la prensa nuestra. Los periódicos como The Nation, The New Republic, Dissent, Liberation, Minority of One, Stone Weekly, The Catholic Worker, etc. —para limitarme a Estados Unidos— cumplen una de las funciones vitales en una democracia: facilitar la expresión del pensar y el sentir de las minorías. Cuando las minorías no pueden hacerse oír en una sociedad democrática, esa sociedad está en camino de dejar de ser una democracia.
IC, Tomo V, pp. 228-230
30 de julio de 1966