Walking with the Enemy
Este año en que celebramos el centenario del comienzo de la I Guerra Mundial se cumplen también setenta años del comienzo de la caída de los nazis y la conclusión de la II Guerra Mundial con la invasión de Normandía. Esos dos sucesos que alteraron la faz y el pensamiento global para siempre, no cesan de brindarnos historias fascinantes de la época. Esta película cubre un aspecto de la II Guerra Mundial que no es muy conocida: la relación entre Alemania y Hungría, y la participación de ese país en el Holocausto.
El Eje que constituían la Alemania nazi, la Italia fascista de Mussolini y el Imperio japonés, contó también con la cooperación de Hungría, Rumanía y Bulgaria. De estos países, el primero había sido un cliente de Alemania y firmó el Acto Tripartita del Eje en 1940. Ayudó a establecer cierta armonía entre alemanes y húngaros quienes, al igual que los alemanes, no estaban contentos con las exigencias de la paz después de la primera guerra y que manifestaban discriminación antisemita. Los húngaros permitieron el paso por sus territorios de tropas nazis en camino a someter a Yugoslavia, parte de cuyos territorios recibieron a cambio del favor. También, los húngaros participaron de lleno en la invasión nazi de Rusia. Sin embargo, cuando los rusos comenzaron su avance a occidente y cruzaron el río Don, el gobierno no fascista de Miklós Horthy (Ben Kingsley) buscó firmar la paz con los Aliados y fue destituido por el gobierno antisemita y fascista de Ferenc Szálasi (Simon Hepworth). Estos sucesos coincidieron con la llegada de Adolf Eichmann (Charles Hubbell) a Budapest para completar allí la “solución final”, capturando y enviando a los judíos del país a una muerte segura en los campos de concentración.
La cinta relata algunos de estos hechos y concentra en las aventuras de Elek Cohen (Jonas Armstrong) que junto a sus amigos se convierte en una unidad de rescate de judíos. Inspirada en la historia verídica de Pinchas Tibor Rosenbaum la cinta nos da una versión dramática de las incursiones de Cohen/Rosenbaum, quien disfrazado en la película de oficial nazi intervino durante varios meses en las redadas que se hacían en la ciudad y logró salvar a cientos, si no a miles de judíos, de la muerte.
Desafortunadamente, las grandes posibilidades de esta historia están perdidas en el guión edulcorado de Kenny Golde y Mark Schmidt que no escatima los clichés ni pestañea antes de lanzarnos a una nueva situación melodramática. Aunque a veces las escenas de acción nos permiten un descanso del sentimentalismo exagerado de la cinta, estas ni siquiera sirven para aclarar algunas de las situaciones históricas y políticas de la época en que está situada la narrativa. No que el filme debió de haber sido una lección de historia, pero no creo que el público promedio esté al tanto de esta parte de la historia de la II Guerra Mundial y algún antecedente se pudo haber dado.
Jonas Armstrong es un actor predominantemente de TV agradable y competente. Además, concuerda con el original (Rosenbaum) en su apariencia. Para el filme era necesario que el personaje de Cohen pueda pasar por alemán. Ben Kingsley siempre contribuye su dignidad a los papeles que representa, y no es una excepción en este caso.
No hay dudas de que en la vida real Rosenbaum rescató a muchos, pero no disfrazado de nazi sino de guardia Nilasz, o sea, miembro de la milicia fascista húngara conocida como Flecha Cruz. Esa alteración a lo verídico hace que uno ponga en duda la veracidad de otras cosas que suceden en la película. Sin embargo, hay que recordar que es eso: una película, y que se requieren algunos cambios para añadirle fuerza dramática a la historia.
Lo que sí hay que encomendar es que la cinta nos familiariza con la extensión del movimiento antisemita en la Europa de la segunda guerra y nos recuerda que no solo fueron los nazis los que derramaron la sangre de seis millones de judíos. El infame partido fascista húngaro Flecha Cruz y su milicia cooperó con los nazis en el exterminio de más de 600,000 judíos húngaros y asesinó otros 120,000 de Transilvania (Rumanía), una mancha para la humanidad y para la historia de ese país.