A favor del estilo universitario
Quiero tomar lo anterior como pretexto para intervenir desde lo que entiendo es uno de los bienes más preciados de la Universidad, aquello que debemos atesorar y proteger: el estilo universitario. En su conferencia magistral la jueza Sonia Sotomayor insistía que, sobre las diferencias y el disenso (entiéndase por ello posturas contrarias aunque justificadas en su argumentación), deben prevalecer el respeto y la prudencia que nos permite reclamarnos como ciudadanos. Recordemos que en el ágora griego el ejercicio de la palabra, compartida aunque no idéntica al de otro, era la posibilidad misma de constituirse en sujeto. Ahora bien, respeto y prudencia no significa frialdad ni ausencia de riesgo. Todo lo contrario. Cuando más contencioso el debate, es cuando más probamos su alcance. Siempre he pensado que si hay una lección universitaria es esa; el rigor, la curiosidad y el estilo universitario, una marca indeleble que nos distingue y que debemos legar a nuestros alumnos.
En una ocasión hacía referencia a la arquitectura del Cuadrángulo del Recinto como un mandato reiterado a la polémica como símbolo del lenguaje universitario. La Torre, nuestro panóptico, vigilante y cauteloso; el Teatro, el espacio performático del Coliseo que nos contiene e imanta nuestros oídos y miradas; y, finalmente, la Plaza, espacio de intercambio incluso del nombre propio que transita entre el procerato de un Ramón Baldorioty de Castro al de una estudiante asesinada antes de su tiempo cabal, Antonia S. Martínez. En sus banquitos nos sentamos todos y de todo hablamos. La plaza también ve y escucha, sin menosprecio de los otros sentidos, pero guarda la discreción debida a su entorno, un estilo universitario de hospitalidad e invitación al diálogo. A través de ella cruzamos de la Torre al Teatro. En ella habitamos la Universidad confundiéndonos los unos y los otros en su ir y venir: estudiantes, docentes, investigadores, no docentes, visitantes.
Sin embargo, la ausencia de esas condiciones de posibilidad de una cierta manera de habitar la Universidad; esto es, de su estilo, es lo que lamenta mi amiga en su carta abierta y lo que me mandata a la palabra. El modo, lo dicho, el rumor que nunca se destiñe o las implicaciones de lo sugerido sin más evidencia sobre las dos candidatas a la Rectoría no son propios del estilo universitario al cual muchos de nosotros nos obligamos y aspiramos. Sobre una se ha tendido el más absoluto silencio; sobre la otra, acusaciones que lindan, en ocasiones, en la infamia. No puedo dejar de pensar que se trata de dos colegas, merecedoras de nuestro más profundo respeto, como todos aquellos que cumplen con sus deberes.
Dos colegas que parece que, en vez de haberse tomado la iniciativa de presentar sus candidaturas, han sido lanzadas a los leones. Conste que no me refiero al proceso serio de deliberación de sus méritos y planes para ser el primero entre pares, como corresponde a la Rectoría, sino a postular sus personas como enemigos declarados o indeseables. Sea cual sea la decisión que se tome al respecto no puede condonarse una imagen de los universitarios como furias inclementes. Si los estudiantes de la huelga del verano del 2010, y hago la salvedad, nos instruyeron sobre sus convicciones y reclamos desde lo participativo y lo deliberativo; desde la elocuencia de actos y palabras sustentada en una razón emotiva e imaginativa, no podemos ser menos. Me declaro en contra del silencio y la denostación.
Me declaro a favor del estilo universitario.
Gracias, querida amiga, por tu advertencia. A veces el vecino tiene mejor uso de la palabra.