Descolonizando a Puerto Rico, segunda parte
En Parte 1 de este artículo, discutí una alternativa descolonizadora en asociación con Estados Unidos que llamo la verdadera autonomía. En esta segunda parte, quiero discutir otra alternativa que llamo la estadidad puertorriqueña. Luego examinaré estrategias para lograr cualquiera de las dos.
- La estadidad puertorriqueña.
Si la autonomía tradicional —el ELA sin poderes— no es una alternativa descolonizadora, menos lo es la estadidad tradicional —la asimilación— sin el poder ni ya tal vez siquiera el interés de conservar su lengua y cultura. Es posible que algún día el pueblo llegara a escogerla debido a la erosión de su sentido de identidad nacional durante más de un siglo de dominación colonial, acelerado por el colapso del proyecto económico del ELA y de su cada vez más limitada autonomía fiscal y política. Pero sería trágico. Si el pueblo puertorriqueño culturalmente es una nación, votar para dejar de serlo sería consentir a su propio suicidio. [1]
Por supuesto, con la estadidad tradicional la población adquiriría los derechos y beneficios de los demás ciudadanos norteamericanos, pero sin el poder para proteger sus idiosincrasias e intereses como nación distinta. Los puertorriqueños e incluso muchos estadistas aún tienen la mancha del plátano, no se sienten norteamericanos sino puertorriqueños y quieren proteger su forma de ser, su nacionalidad. Pero bajo la estadidad tradicional la Isla tendría aún menos control sobre sus propios asuntos que ahora bajo el marginado ELA, donde por lo menos se mantiene el español como una lengua oficial y se tiene la autonomía deportiva. Con la estadidad tradicional sucedería aún más rápidamente lo que ya está ocurriendo aquí en la isla grande y en Culebra y Vieques, y como ha pasado en estados tradicionales como Hawái y Alaska: llegarán cada vez más norteños acaudalados, marginando a los nativos y convirtiéndolos a la larga en sus agentes y servidores.[2] La patria chica de Muñoz Rivera desaparecerá, por mucho que las rocas de El Yunque sigan eternas. Los puertorriqueños de la diáspora perderán el país que ha sido ancla de su identidad, y se confundirán cada vez más con las demás minorías hispánicas. Su nación irá disolviéndose. Con un triste encogido de hombros, al pueblo patriótico no le quedará otra que lamentar: “Such is life”.
El PNP, que hasta la fecha ha perseguido la estadidad tradicional a como dé lugar, tapa esa nacionalidad puertorriqueña en su propaganda política para confundir a los congresistas y a su mismo pueblo. Durante la campaña política de 2020, un periodista le preguntó al entonces candidato por el PNP a la gobernación, Pedro Pierluisi, si la Isla como estado retendría su derecho de participar en los juegos olímpicos. Contestó que eso no dependía de Puerto Rico ni de EE. UU., sino del Comité Olímpico Internacional. Aunque sea así, es obvio que Pierluisi quería esquivar el asunto de la soberanía deportiva, que tiene tanta relevancia para una Isla orgullosa de sus éxitos deportivos internacionales. Si los líderes estadistas no hablan de una estadidad jíbara o criolla, es porque saben que la cultura estadounidense siempre ha sabido asimilar y americanizar sus minorías. Además, abogar por un estado criollo con privilegios especiales sería contrario a su propio reclamo de igualdad con los 50 estados. Por eso, los líderes estadistas se limitan a decir que los puertorriqueños son americanos que carecen de los derechos de los demás ciudadanos, sin mencionar para nada que estos ciudadanos americanos son miembros de otro país con su propia cultura e idioma.
El gobierno estadounidense prefiere no reconocer oficialmente esta diferencia nacional de los puertorriqueños, ya que sería admitir indirectamente que la Isla es su colonia. Por eso resulta extraordinario que últimamente un miembro del Congreso sí lo destacó. Claro, Alexandria Ocasio Cortés no es una congresista estadounidense típica, siendo una puertorriqueña de izquierda de la diáspora. ¿Cuál ha sido su planteamiento?
Hemos escuchado de todas las partes, estadistas, (defensores de la) soberanía nacional, incluso gente que no está afiliada a partidos políticos en la isla […] que la preservación de la cultura e identidad puertorriqueña es una de las preocupaciones principales para todos en la isla. No creo que ningún resultado, sea estadidad u otro, deba tener un costo para la identidad nacional como pueblo. […] Pienso que Puerto Rico tiene una cultura completamente independiente. Creo que casi todos los que conozco estarían de acuerdo con esta evaluación, que su voluntad política es tener una cultura que es completamente independiente. […] Esto es parte de una conversación más amplia que no tiene precedentes. Estamos hablando de cómo se percibe una descolonización pacífica en el siglo 21. Y, por eso, la decisión es tan grande, incluso más grande que Estados Unidos. Esto es sobre el antiguo mundo colonial y qué hacemos sobre eso. Hay muchas otras luchas paralelas que vemos, incluso, en lugares como Escocia e Irlanda. Entonces, creo que esto es parte de una conversación más amplia con implicaciones internacionales en todo el mundo.[3]
Este planteamiento de Ocasio Cortés a favor de una estadidad criolla no tuvo eco en la alternativa de la estadidad en el proyecto de estatus del Congreso. ¿Por qué no?
Los proponentes del proyecto seguramente pensaron que el Congreso no aceptaría como alternativa una estadidad jíbara. En efecto, muchos politólogos piensan que el federalismo estadounidense es demasiado rígido para permitir una alternativa de estatus descolonizadora, que fuera este un ELA “mejorado” o una estadidad criolla. Por ejemplo, un mes después de la entrevista de Alexandria Ocasio Cortés, la abogada Rosario Goyco Carmoega publicó una columna donde argumentó que “el federalismo americano no admite una nación dentro de otra.” [4] En el mismo número del periódico, Rafael Cox Alomar niega que el ELA pueda superar su naturaleza de territorio colonial.[5] Cox Alomar ha insistido sobre este punto en múltiples columnas. Ambas columnas parecen responder a la entrevista de Ocasio Cortés.
No hay duda de que siguen existiendo creyentes en el ELA que piensan que sí podría superarse. Por ejemplo, José Alfredo Hernández Mayoral, tal vez el defensor más asiduo del ELA, siempre afirma que el ELA puede crecer.[6] Por su parte, Jorge J. Colberg Toro ha opinado que la relación de Quebec con el resto de Canadá podría servir de ejemplo de crecimiento para el ELA.[7]
Jaime Lluch, un profesor de Ciencias Políticas que ha escrito en términos favorables sobre arreglos políticos multinacionales, no cree en la posibilidad del crecimiento del ELA. En varias columnas a través del tiempo, ha criticado el sistema constitucional norteamericano por no haber podido acomodar a Puerto Rico en una relación no colonial multinacional (como, por ejemplo, la que menciona Colberg Toro de Quebec):
El federalismo descentralizado, pluralista, multinacional y asimétrico de Canadá ha logrado acomodar al Quebec (en 2006, Ottawa reconoció a Quebec como una ‘nación dentro de una Canadá unida’) ya sea a través de intentos de reforma constitucional o el mecanismo de acuerdos intergubernamentales. En el caso de Puerto Rico, bajo la tradición federalista rígida, simétrica y uniformizadora de EE. UU. en estos momentos no visualizo unos mecanismos similares para acomodar a Puerto Rico si fuese un estado. [8]
Sin embargo, en una columna más reciente, Lluch parece decir que en el fondo el obstáculo no es el sistema federal norteamericano en sí, sino el ELA: “El Estado Libre Asociado realmente existente es un adefesio constitucional: no es un autonomismo digno y no colonial, ni tampoco permite que se exploren todas las vías constitucionales de acomodo que una fórmula de federalismo podría ofrecer, aun con las enormes limitaciones del federalismo estadounidense”. [9]
Aunque Lluch descarta el ELA como base de un arreglo multinacional del estatus, ahora quiere que se abra la puerta para este tipo de arreglo político para Puerto Rico. En octubre de 2022, Lluch organizó con el Centro por un Nueva Economía (CNE) una conferencia sobre el tema “Puerto Rico: El dilema del status en una perspectiva comparada”, con participantes de países multinacionales como Canadá, Escocia y España. Veamos algo del reportaje sobre el encuentro y el pensamiento de Lluch:
Como experto en el tema, el profesor Jaime Lluch propone atender el debate sobre el status político bajo un nuevo paradigma, que permita comparar la experiencia de países multinacionales y aceptar que la anexión a EE. UU. representaría integrar un pueblo con una identidad nacional distinta. “Si Puerto Rico fuera un estado, Estados Unidos sería multinacional, como Canadá. El reto para los federalistas (los estadistas de la isla) es precisamente convencerlos —aceptándolo, no escondiéndolo— que la convivencia es posible si se incorpora un federalismo pluralista”, indicó Lluch […] Sostiene que los otros dos paradigmas tradicionales —la visión dominante, que se enfoca en buena parte en los Casos Insulares decididos por el Tribunal Supremo de Estados Unidos y el que examina la situación de Puerto Rico desde la perspectiva que es una colonia clásica, son más importantes y fundamentales, “pero se encuentran estancados”. […] De ser admitido dentro de la federación de Estados Unidos, Puerto Rico, con el español como idioma común, “sería un estado como Quebec”, sostuvo Lluch. […] Para Lluch, los miembros del Congreso entienden muy bien la realidad de la identidad nacional de Puerto Rico. “Puede que no sepan la diferencia entre nación y estado, pueden no saber de Canadá. Pero tienen una corazonada. Saben que es bien distinto (al resto de Estados Unidos)” […] Indicó que, en ese sentido, “la razón por la cual no progresa” el debate sobre el futuro político de Puerto Rico “no es la economía” o la quiebra fiscal de Puerto Rico. “Esa es la excusa. La razón es la cuestión nacional”, agregó Lluch, quien advierte que, de joven, siempre fue “anti-imperialista´. (Ahora), casi me considero federalista, ya que el federalismo ha funcionado para acomodar la multinacionalidad en Canadá, por ejemplo, aunque en Estados Unidos, hasta ahora, no”. [10]
Me alegro que un científico político como Lluch ahora hable a favor de una relación multinacional estilo Quebec para la Isla. Me parece que podría ser una excelente alternativa descolonizadora. Sin embargo, creo que, quizás en su entusiasmo de académico para esta novedosa opción, Lluch no reconoce (por lo menos en este breve recuento periodístico), los grandes obstáculos que las elites estadounidenses colocarían en el camino de tal transformación de su sistema federal.
En primer lugar, el mismo Lluch destaca el obstáculo principal, la oposición de los congresistas a un estado hispánico. Pero lo minimiza al afirmar que ellos “entienden” muy bien la realidad de la identidad nacional de Puerto Rico. Sin embargo, no es lo mismo estar consciente de esta diferencia que incorporarla en un nuevo estado. Hay 50 estados, pero por lo menos hasta ahora una sola nacionalidad estadounidense. De ahí el lema: E pluribus unum.
En segundo lugar, Lluch no señala que los congresistas tendrían que aceptar a Puerto Rico no solo como un estado bilingüe, sino como un país con su propio orgullo nacional, prerrogativas especiales y por tanto con personas no completamente asimilables. A juzgar por Quebec, podría resultar un estado que pone su propia nacionalidad por encima de la estadounidense. En la misma conferencia organizada por Lluch, el profesor canadiense André Lecours comentó sobre Quebec que […] “en términos políticos, la identidad nacional [de Quebec] es fundamental. Los quebequenses, en vez de verse como una unidad de 10 [provincias], se ven en una relación de uno a uno con el resto de Canadá, sostuvo. ‘En Quebec, es bien importante decir que eres nacionalista, si no, políticamente no vas para ningún lado porque decir que eres nacionalista significa que vas a dar prioridad a Quebec, sobre todo’”. [11]
En tercer lugar, Lluch no explica que la estadidad para Puerto Rico conlleva no solamente ingresar en la Unión un estado con otra cultura y lengua, sino un estado-nación con un bagaje de derechos y poderes especiales para reforzar y proteger su nacionalidad, como es el caso de Escocia, Cataluña y el mismo Quebec. [12]
Finalmente, al convertirse en país multinacional, EE. UU tendría que aceptar cierta inestabilidad. El mismo artículo señala al respecto: “En un análisis publicado por el CNE en torno a la conferencia, [Jennifer Wolff, a cargo del Buró del CNE en Madrid] se cuestionó: ‘¿Qué aprendimos? Primero, que el acomodo de naciones diferenciadas dentro de un cuerpo político es posible. Pero, también, que es un asunto dinámico cuyo fino balance puede ser trastocado fácilmente. Por tanto, requiere de continuas calibraciones y puede ser difícil de sostener’. En el caso de Estados Unidos, Wolff sostuvo que muchos expertos entienden que la federación estadounidense ‘no es una democracia multinacional, ya que considera[n] la nación como una —la de su estado central— y la asocia[n] con los grupos étnicos de ascendencia europea’”.[13]
Cabe añadir que es difícil mantener este “fino balance” de que habla Wolff a juzgar por Quebec, Cataluña y Escocia —países subestatales (para usar el término de Lluch) que creen en su derecho a la autodeterminación— y que en distintos momentos han buscado, aunque sin éxito, independizarse de su socio grande.
¿Qué podría empujar a EE. UU. a superar todas estas objeciones y considerar incorporar a Puerto Rico con ese estatus especial? Sugiero que no va a resultar de un examen académico de paradigmas internacionales que plantea LLuch. Tampoco va a ocurrir, como parece sugerir Lluch, al hacer caso omiso de la perspectiva colonial que él llama “un paradigma estancado” en el debate sobre el estatus. El debate puede estar estancado pero la condición colonial sigue real. Por eso planteo que solo será posible un gran cambio estructural como una estadidad puertorriqueña cuando las elites norteamericanas tienen que reconocer oficialmente que la Isla sigue siendo una colonia. Solo entonces va a considerar una tal transformación estructural como un remedio adecuado por la injusticia de la larga subordinación colonial.
Esas elites norteamericanas tienen que ser sacudidas de su comodidad con la colonia, una conformidad ocasionada por arreglos legales y hasta constitucionales a través de los tiempos, notablemente los Casos Insulares y el invento del ELA. Con la conciencia limpia, y contrario a los británicos, los líderes políticos de EE. UU. nunca han sentido la necesidad de establecer una “oficina colonial”. El Reino Unido ha reconocido la necesidad de descolonizar, y a través de los tiempos ha tratado de llevarlo a cabo a petición de sus colonias y en consulta con ellas. En el caso de EE. UU., si fuera a aceptar realmente que sigue subyugando a Puerto Rico, un país con su propia historia y cultura, tendría que acomodarse a los intereses y deseos de la Isla.
No se puede resolver el problema de estatus de Puerto Rico sin atacar su relación colonial con EE. UU. Ya lo había dicho Carlos Gallisá en un momento dramático de las inconclusas vistas senatoriales del proyecto Bennett Johnston-McClure sobre el propuesto referéndum de estatus vinculante entre Puerto Rico y EE. UU. de 1989-91. Gallisá, el entonces presidente del Partido Socialista Puertorriqueño, señaló que, si no se reconoce la naturaleza del problema, el colonialismo, las vistas sobre las alternativas de status no iban a resolver nada.[14]
Es que Gallisá observó personalmente el estancamiento de las negociaciones entre los representantes de los partidos tradicionales y los miembros del Comité del Senado de Energía y Recursos Naturales durante el proyecto Bennett Johnson de 1989. Fue el momento más cercano que hemos tenido de una negociación sobre un referéndum vinculante con el Congreso. Tanto el PNP y el PDP como el PIP sometieron sus respectivos “status wish lists” al Comité. Hubo extensas vistas sobre los mismos. El comité de senadores tuvo reparos con cada definición de estatus, aunque en general sus miembros parecían inclinarse más a la estadidad. Aun así, el Comité rechazó que el estado de Puerto Rico retuviese el español como una de las lenguas oficiales y rehusó reconocer su “right to enhance and preserve its rich Hispanic culture”. Con respecto al PDP, el Comité rechazó 17 de las 20 propuestas para el “Enhanced Commonwealth”, señalando que sería inaceptable cualquier cambio de ley que redujera o restringiera el poder de las ramas ejecutivos o legislativos sobre Puerto Rico. Con respecto al PIP, el Comité limitó las ayudas económicas a un independiente Puerto Rico y denegó su petición de comercio libre por 24 años entre los dos países. El Congreso negó a la Organización de Naciones Unidas un rol como supervisor del referéndum, y la necesidad de la transferencia de poder inicial requerida por la izquierda puertorriqueña. En resumen, no hubo progreso alguno hacia la descolonización porque los congresistas no reconocieron que el estatus es un problema colonial.[15]
Aunque me parece imperativo que el gobierno de EE. UU. admita formalmente que Puerto Rico es una colonia para poder resolver el status, reconozco que le va a ser muy difícil. Podría abrirse la “caja de Pandora” de los daños causados por décadas de control político arbitrario y explotación económica, e incluso tal vez la necesidad de reparaciones. Una analista ha comentado que más allá de impulsar un referéndum, el Congreso debería designar una Comisión de la Verdad.[16]
Además de la dificultad de empujar a EE. UU. a que reconozca oficialmente que Puerto Rico es su colonia, hay todavía otro enorme obstáculo a la descolonización de la Isla, tal vez el más formidable de todos: nuestra propia mentalidad colonial, nuestro miedo de ir en contra del amo, de confrontarlo con el país que nos convenga. La colonia dificulta soñar.
Pero voy a soñar. Una estadidad del tipo Quebec/Canadá tendría una gran lógica histórica reparadora. ¿Por qué? En los notorios Casos Insulares de las primeras décadas del siglo pasado, la Corte Suprema de EE. UU. estiró como chicle la Constitución para inventar un estatus especial para Puerto Rico, aquel de territorio no incorporado. Este engendro constitucional partió de la premisa de que la Isla fuera un país distinto e inferior, por lo cual no debería formar parte de la nación grande. Pero un EE. UU. arrepentido de su largo dominio colonial, podría revertir este malpaso constitucional y darle un giro positivo: seguiría reconociendo que Puerto Rico es un país distinto, pero ahora reconocido como una valiosa nación pequeña unida con la nación grande. Transformaría a la Isla de un despreciado territorio ubicado en los márgenes de la nación a un respetado país dentro de ella.
- Logrando que EE. UU. descolonice.
Reconozco que tal vez haga falta alguna crisis para unir al pueblo puertorriqueño y forzar al gobierno de EE. UU. a descolonizar. Fueron asuntos traumáticos como la muerte de David Sanes que impulsó la salida de la Marina de Vieques, y la escandalosa publicación de las grabaciones secretas que causaron la renuncia del Gobernador Ricardo Rosselló. Algún suceso incendiario similar, por ahora difícil de imaginar, podría agenciar una indignación patriótica generalizada contra nuestra condición colonial, y podría radicalizar nuestro liderato político cauteloso y conservador. En tal crisis, visualizo a los populares y soberanistas juntándose en un proyecto de verdadera autonomía, la libre asociación.[17] Y veo los estadistas dentro y fuera del PNP impulsando la estadidad criolla que deseaba su fundador Ferré.
Con o sin crisis, lo imprescindible sería que las personas de los distintos partidos y agrupaciones civiles se junten en un frente unido para reclamar la descolonización. Es factible porque todos reconocen que la Isla es una colonia, aunque discrepen sobre la forma de descolonizar, y porque ya saben el poder de un pueblo unido.
Este frente unido reclamando la descolonización crearía una gran incomodidad para un gobierno colonial hasta ahora complacido con el statu quo. Ya no podría rechazar a los diversos reclamos de descolonización con la contestación trillada: “Ustedes tienen que ponerse de acuerdo”. Ya estaríamos de acuerdo. Y en este acuerdo el PNP y el PPD serían piezas claves.
Claro, estos dos partidos nunca han querido enemistar a EE. UU. Pero pienso que participarán al darse cuenta de que hay formas de descolonizar quedándose asociado con EE. UU., y que tal frente unido es lo único que puede forzar a EE. UU. a reconocer y resolver el problema colonial. Insisto: el frente unido no dice cómo resolver el dilema, solo que hay que resolverlo.
Un liderato político unido necesita el apoyo del pueblo. Eso no es fácil debido a la lluvia de miles de millones de dólares reparando los daños de huracanes, terremotos y pandemia, reforzando el sentido de dependencia de EE. UU. Habría que explicarle al pueblo en forma clara pero sencilla los grandes daños que el colonialismo ha causado al país, entre ellos: la eliminación arbitraria por el Congreso de la Sección 936 precipitando la depresión económica en 2006 que sigue hoy; el costo futuro de la enorme deuda por la renuencia de auditarla; la imposición de la Junta Fiscal que ha reducido a casi nada nuestra poca autonomía; el alza en el costo de la vida a través de los años causado por el Jones Act (la ley de cabotaje); el menosprecio de Puerto Rico y el continuo trato desigual por el nefasto estatus de territorio no incorporado; y la falta de insumo en asuntos que afectan la Isla y sus habitantes, como la guerra contra las drogas y las guerras militares. Como estos y otros efectos del coloniaje pueden lucir abstractos y hasta invisibles para un pueblo adicto a las dádivas federales, habría que llamar al sentido de identidad de los puertorriqueños, abanicar la chispa de su amor por la Isla: la conservación de su lengua; la soberanía deportiva; la defensa de los comercios y negocios nativas vis-a-vis los multinacionales; el apoyo de una agricultura sostenible local frente a las importaciones.
Hay condiciones existentes que podrían venir en apoyo.
Un cambio cultural en EE. UU. Su gente ha ido adquiriendo la conciencia cada vez más que su país es multicultural y multiétnico.
La comunidad internacional. Se pondría en alerta por este extraordinario frente unido puertorriqueño exigiendo la descolonización, y empezaría a presionar a EE. UU. en los foros internacionales.
La diáspora. Los patrióticos puertorriqueños fuera de la Isla se entusiasmarían por esta unidad isleña a favor de la descolonización. Sus portavoces y artistas más visibles llevarían el mensaje al gran público estadounidense en todos los medios.
La elite política e intelectual progresista de EE. UU. Se fascinaría por esta oportunidad de ofrecer por fin un trato digno a la vieja colonia. Investigarían a fondo el asunto e impulsaría un diálogo público sobre el tema.
La rama ejecutiva de EE. UU. Siempre se ha visto la isla como una entidad algo distinta, requiriendo un trato apropiado. Por eso existe un Comité especial compuesto de miembros de las principales agencias del gobierno para coordinar asuntos afectando la isla, que podría asumir un rol de vanguardia en la descolonización.
El presidente Biden. Durante su campaña para la presidencia, Biden hizo la promesa de “llamar las cosas por su nombre.” No es imposible que, ante la evidencia del origen racista del actual estatus de la isla, y el fraude de autogobierno que ha sido el ELA, Biden impulsara un proceso de descolonización pensando en su “legado”, sobre todo si logra un segundo término como presidente.[18]
La judicatura. Hay jueces federales conocedores de esta historia colonial que nunca han estado cómodos con el estatus impuesto a la Isla, como Sonia Sotomayor del Tribunal Supremo, el fenecido juez Juan R. Torruella del Tribunal de Apelaciones de Boston, y el juez Gustavo Gelpí que lo ha reemplazado.
En resumen, este escenario especulativo, pero no del todo utópico, parte de la premisa de que solo un frente unido isleño reclamando la descolonización podría forzar al gobierno de EE. UU. a iniciarla en colaboración con Puerto Rico. Si a pesar de todo, el gobierno estadounidense desafía este reclamo, el PNP y el PDP tendrían que conformarse con ser suplicantes eternos en la colonia o emprender el camino a la independencia.
- Conclusión.
Es necesario descolonizar.
He sostenido que hay dos alternativas de status descolonizador que permitan a Puerto Rico mantenerse unido a EE. UU.: la libre asociación y la estadidad puertorriqueña.
La libre asociación. Puerto Rico negocia con EE. UU. para conseguir los poderes que entiende necesarios como país soberano asociado.
Estado puertorriqueño. Puerto Rico se convierte en un estado de nuevo tipo que mantiene su nacionalidad puertorriqueña y adquiere los poderes para sostenerla.
En ambos escenarios, hace falta un frente unido de todas las fuerzas políticas y cívicas de la Isla para forzar a EE. UU. a descolonizar.
[1]Al liderato estadista no parece preocuparle ese “suicidio” porque no visualiza a Puerto Rico como país o nación, por lo menos en sus discursos oficiales. Para complacer a las elites norteamericanas, habla de la Isla simplemente como un territorio con unos ciudadanos americanos que carecen de los derechos de los demás ciudadanos.
[2]Ver, por ejemplo, Kathy Gannett, “Viequenses en peligro de extinción”, Endi., 29 de abril de 2023, 46, y Eliza Fawcett, “There’s no Ocean in Sight. But Many Hawaiians Make Las Vegas Their Home”, The New York Times, Sunday, May 21, 2023, https://www.nytimes.com/2023/05/20/us/hawaii-las-vegas-migration.html
[3]José Delgado, “Alexandria Ocasio Cortez: En busca de una ventana política”, ENDI, 14 de junio de 2022, 4-5.
[4] Rosario Goyco Carmoega, “Federalismo americano: ni ELA soberano ni estadidad jíbara”, ENDI, 29 de julio de 2022, 42.
[5] Rafael Cox Alomar, “La farsa del ELA colonial”, Ibid.
[6] José Alfredo Hernández Mayoral, “Buen giro del PPD el apoyar el proyecto de status de Roger Wicker”, ENDI 29 agosto de 2022.
[7] Jorge J. Colberg Toro, “Canadá: modelo de autonomía para el ELA”, El Vocero, 16 de agosto de 2022, 13.
[8] Jaime Lluch, “Puerto Rico, Quebec y el federalismo”, ENDI, 5 de febrero de 2021
[9] Jaime Lluch, “El ELA es un limbo constitucional”, ENDI, 2 de septiembre de 2022, 38.
[10] José A. Delgado, “Propone una nueva mirada al debate sobre el status de la isla”, Endi, 20 de diciembre de 2022. 5. Lluch abunda en una columna posterior, “Un nuevo paradigma para Puerto Rico”, Endi, 4 de noviembre de 2022, 40. En otra columna posterior, “Sociología política del proyecto de status 8393”, Endi, 30 de diciembre de 2022, 37, Lluch dice que la oposición a un estado puertorriqueño se debe a que la identidad nacional estadounidense está entrelazada con su identidad racial (blanca).
[11] Ibid.
[12] En Quebec, por ejemplo, el francés es la lengua oficial. Tiene su propio sistema de inmigración, y escoge a los candidatos que considera tendrán éxito en establecerse en la provincia. Mantiene oficinas en otros países que ofrecen servicios en economía, educación, cultura y asuntos públicos. En 2006, el Parlamento aprobó una moción reconociendo que los quebequenses forman una nación dentro de un Canadá unido.
[13] Ibid.
[14] Gallisá dijo: “If you disavow the nature of the problem, that Puerto Rico is a colony, then nothing will be solved by the hearings”. Pedro A. Cabán, “‘Decolonizing’ Puerto Rico, U.S. Style.” Diálogo, Spring 1990, 9.
[15] Ibid. El proyecto colapsó cuando Johnston decidió no permitir un voto al Senado en pleno para autorizar el referéndum.
[16] Katherine Angueira Navarro, “Historia inconclusa: Estatus político de Puerto Rico”. El Vocero, 19 de abril de 2021. 14. Angueira escribe: “[Descolonizar] es un asunto más complejo que la pretensión de convertirlo en la selección simplista entre opciones ‘descolonizadoras’ en las urnas. Más allá de impulsar un referéndum con un resultado vinculante, el Congreso de EE. UU. debe designar una Comisión de la Verdad. En la búsqueda de alcanzar la ‘libertad’ entre iguales, hay que abrirse a la ‘reconciliación nacional’ con un proceso serio para escudriñar el daño ocasionado por su colonización, incluso aceptando su responsabilidad mediante la indemniziación. Hay que atravesar el camino de ‘sanación política’ hacia la búsqueda de un nuevo consenso en las urnas para la descolonización. De lo contrario, el odio promovido por décadas entre los distinos sectores nublará cualquier estrategia ‘descolonizadora’”.
[17] Si las elites norteamericanas aceptaron la libre asociación en vez del ELA como alternativa de status en el proyecto de status de 2021-2022, no fue porque abruptamente decidieron a rechazar la colonia, sino que simplemente ya no apoyan el ELA. La libre asociación podría parecerles una manera de salir de un territorio dependiente y majadero, pero en realidad un Puerto Rico libremente asociado les requeriría los poderes de una verdadera autonomía.
[18] En abril del 2021, el presidente demostró su valentía política cuando llamó “genocidio” a la matanza de 1.5 millones de armenios por el Imperio Otomano a partir de 1915, cosa que ningún presidente anterior se había atrevido hacer.