El buen patrón: cuidado dónde te acuestas
Julio Blanco (Javier Bardem) es el dueño de una empresa que fabrica balanzas o básculas. Su carisma y su encanto provienen de su labia y de su capacidad para manejar situaciones escabrosas con una paciencia que sobrepasa las expectativas. Nada parece incomodarlo más allá del momento. Parece, como diríamos, tener sangre de horchata. Está muy pendiente de todo lo que sucede en la planta porque pronto una comisión de la provincia ha de otorgar un premio a la mejor industria de la región. Él y su empresa han ganado ya antes (vemos los muchos premios colgados de una pared de su estudio en su casa palaciega). Su lema es que todos sus empleados son sus hijos, los que no tuvieron él y su esposa (Sonia Almarcha). Tal parece que los empleados se han mantenido contentos desde que la empresa la comenzó su padre hace más de 40 años. ¿O no?
Hay dos circunstancias que nos van dando pistas a los intríngulis de la planta. Está despidiendo a unas internas que han estado entrenándose en la planta ante otros empleados y, al ir ponerle un alfiler a una de ellas, le dice al oído que por favor se calme; ella le dice que lo ama. El sutil episodio establece muy bien cómo se han ir de desvelando en la trama los secretos de la gran fábrica. El segundo problema es más agudo y desaforado. José (Óscar de la Fuente), un empleado que acaba de ser despedido se presenta durante la celebración con sus dos niños de 5 y 6 años a maldecir la compañía a toda voz por que lo han despedido. Dice que ha de perder la casa y a los niños si no tiene ingresos; que es muy viejo para que le den otro trabajo.
Al otro día, Rubio (Rafa Castejón), el jefe de personal que se deshizo del protestador trae a las tres nuevas internas a conocer a Blanco. Una de ellas, Liliana (Almudena Amor), hace evidente que reconoce al jefe, tal vez de los periódicos. El jefe gusta de lo que ve y poco a poco se da a la caza de la chica de forma típica en él. Parece un crótalo deslizándose silenciosamente detrás de la fruta.
Vamos descubriendo otros problemas que aquejan el paraíso que vive en la concepción imaginaria de Blanco. Miralles (Manolo Solo) el jefe de producción ha cometido varios errores garrafales en los envíos de órdenes y es evidente que algo le sucede. El hijo de un Fortuna (Celso Bugallo), un empleado valioso que le sirve en sus horas libres de handyman tiene problemas con la policía. Román (Fernando Albizu) el guardián de la entrada a la planta no consigue mantener en balance la balanza que sirve de ícono para el producto más importante de Blanco. Para colmos, el desocupado José monta un piquete con megafonía al cruzar la calle de la entrada. Además del espectáculo negativo que eso supone para el complejo industrial, Román esta ofendido porque José no tiene idea de la rima en sus vituperios coreados. Los laberintos que se suscitan son, no solo graciosos, sino que nos dan la visión de que el paraíso es un lugar de falsedades y de medias verdades.
El elenco es de primera clase y todos actúan con la delicia y la sutileza que tal vez tuvo el español (todos) los que conquistaron a los Incas y los Aztecas. Sin embargo, el que predomina con una actuación magistral llena de detalles dramáticos y comedidos de gran fuerza y, simultáneamente de una sutileza genial es el gran Javier Bardem. De seguro que el que recuerda su creación del asesino Anton Chigurh en No Country for Old Men (2007) o en el filme de James Bond Skyfall (2012) sabe lo malo que puede ser. Este papel lo convierte en uno de los grandes actores del cinema. Además de que la película es excelente, no se puede perder para ver este culebrón mordiendo lo que no debe en su propio paraíso.