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Elecciones en Venezuela, ¡se tensa la cuerda!

Paco Gomez Nadal Publicado: 5 de octubre de 2012



¿De quién fiarse? No parece que se pueda confiar, por ejemplo, en la información sobre Venezuela del periódico español El País, en clara campaña antichavista en todas sus notas sobre las elecciones del 7 de diciembre. En una rciente nota ‘informativa’ se afirma: “el modelo económico no ha cambiado y los más pobres, aunque tienen mayor capacidad de consumo, siguen siendo pobres y dependientes del Estado”. Algo que contradice una institución tan poco sospechosa de socialista como la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y El Caribe de la ONU) que estima que desde 1999 hasta 2010 la pobreza ha caído en Venezuela del 49.4% al 27.8%. La institución dice que esta rebaja en 21.6% se debe, según la CEPAL, en un 45% al crecimiento económico del país y, lo más interesante, en un 55% a la redistribución de la riqueza.

Tampoco parece ser una brújula de la equidistancia el diario colombiano El Tiempo que en sus páginas de opinión publica una columna de Alexánder Cambero en la que afirma sin pudor: “En el gran escenario espiritual del corazón, se libra la última batalla por la libertad. Estamos a pocas horas de tomar una decisión que puede elevarnos como pueblo [si gana Henrique Capriles] o hundirnos en el pestilente pantano en donde mastican los rufianes [si lo hace Hugo Chávez]”.

En Venezuela, las cosas no son más suaves. Quien vea Globovisión, uno de los canales privados más poderosos, sólo oirá el nombre de Henrique Capriles, el candidato de la oposición y notas alucinantes que incluyente el regalo de una perrita al joven político. Si observan Venezolana de Televisión (VTV) en su espacio dedicado a las elecciones no cubre la campaña de Capriles y dedica amplia cobertura a los  baños de masas de Hugo Chávez.

Estamos pues ante los dos bordes de una inmensa trinchera que lleva a abierta muchos años y cuya brecha parece difícil de cerrar. ¿Cómo llega Venezuela hasta este punto?

La historia enseña

Quizá esta confusa y convulsa realidad política no es tan nuevo. Venezuela lleva recorrido un largo camino de inestabilidad política desde que en 1983 despertara del sueño de la bonanza petrolera. El modelo democrático venezolano está viciado de raíz. En octubre de 1958, poco después de caer la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez, los tres partidos del centro derecha y centro socialdemócrata (AD, COPEI y URD) firmaron el Pacto del Punto Final para repartirse el poder excluyendo al Partido Comunista y a otras organizaciones de izquierda. La mancuerna se completaba con la participación por acción u omisión de la Iglesia católica, del sindicato CTV (Confederación de Trabajadores de Venezuela), el Ejército y la patronal de Fedecamaras. Durante casi 40 años, AD y Copei se turnaron en el poder bajo un concepto de democracia que sólo se mantenía por el nacionalismo petrolero y la distribución clientelar de sus rentas.

Es decir, nada nuevo. El modelo venezolano alimentó un Estado corrupto, clientelista y un sistema productivo rentista y poco operativo. Por eso, cuando en 1983 se acabó la conocida como “Venezuela Saudita” de Carlos Andrés Pérez (CAP), el país estaba listo para ser pasto de las llamas reformistas del Fondo Monetario Internacional (FMI). Fue CAP el que firmó la primera Carta de Intención con el FMI que produjo un empobrecimiento brutal del país, el desmonte del sistema público y un alto índice de desigualdad. Lo sustituyó Rafael Caldera que ganó las elecciones con un fuerte discurso anti FMI y quien, nada más llegar a la Presidencia, firmó con el Fondo la llamada Agenda Venezuela, una nueva Carta de Intenciones que seguía hundiendo al país en el marasmo del Consenso de Washington. Cuando dejó el Gobierno, en 1999, el índice Gini de Venezuela, que mide la desigualdad, era de 62.3 (similar al de Sudáfrica).

Ese es el país que se encuentra Hugo Chávez al llegar al poder. Pero los 14 años del gobierno de Chávez no se pueden contar como una historia lineal en la que un proyecto claro se ha aplicado o ha dejado de aplicarse. Es más bien una historia de resistencia, de sombras y de luces.

Defensa y acción

Venezuela se ha convertido en el lugar donde se tensa la cuerda en América Latina y El Caribe. El discurso nacionalista y antiimperialista de Hugo Chávez ha permeado en la región y ha molestado terriblemente a Estados Unidos, cuyos funcionarios no han dudado en calificar al gobierno democráticamente elegido en el país como una amenaza. Los republicanos, en su última Convención Nacional, fueron más lejos al calificarlo como un gobierno “narcoterrorista”. Quizá porque en el país suramericano se juegan partidas más complejas que las locales es tan difícil huir de la polarización para mirar hacia atrás.

Podríamos dividir estos 14 años del Gobierno de Chávez en 5 etapas, siguiendo en parte la lógica de Edgardo Lander y Pablo Navarrete. Una primera sería de 1999 a 2011, donde el discurso y la práctica de Chávez están aún muy distantes y donde apenas puede tomar distancia de la agenda neoliberal del FMI. Las propuestas del gobierno “revolucionario” son tímidas y la Constitución que sale de la Asamblea Constituyente es social y democrática, pero no se podría calificar ni de socialista ni de revolucionaria. Entre 2001 y 2003, Chávez y su gente lucha por controlar un Estado permeado por las viejas prácticas y ahora presionado por un sector privado crecido tras el torbellino privatizador de los gobiernos de CAP y de Caldera. En noviembre de 2001, la Asamblea Nacional aprueba la Ley Habilitante que permitía al Presidente legislar al margen de los diputados. Chávez firma 49 leyes amparado en esa ley que son interpretadas por el sector privado como una amenaza a la sacrosanta “seguridad jurídica” y a sus intereses.

La apuesta de Chávez por aumentar la velocidad del proyecto es respondida por la derecha y una buena parte de los medios de comunicación privados con un golpe de Estado que triunfa durante unas horas en abril de 2002. El chavismo siempre ha acusado a los gobiernos de Estados Unidos [que se precipitó a reconocer al gobierno golpista de Pedro Carmona, el que era presidente de ¡Fedecamaras!] y de España de haber colaborado con la desestabilización. Los días del golpe son aciagos para la memoria del país… la credibilidad de muchos medios de comunicación quedó tocada para siempre (Ver La Revolución no será televisada). Por si el golpe hubiera sido poco, la huelga de PDVSA, la empresa estatal de petróleos aún en manos de élites tradicionales, en diciembre de 2002, dejó a Venezuela en 2003 al borde de la ruina, exhausta, agotada social y económicamente.

La tercera etapa sería entre 2004 y 2011 y Lander y Navarrete la califican como la de la “ofensiva social”. El Gobierno logra estabilizar y hacer crecer la economía, pone en marcha la mayoría de las Misiones (un mecanismo de acción oficial paralelo a la paquidérmica estructura ministerial) e introduce numerosas leyes que apuestan a la economía solidaria y reconocen derechos a colectivos clásicamente discriminados (aunque el cumplimiento de esas leyes sea dudoso o parcial). La noticia del cáncer de Hugo Chávez en 2011 abre el tiempo en el que nos encontramos. La oposición, que había perdido 13 de los 14 procesos electorales celebrados en el país desde 1998, apostó a que la salud hiciera lo que no habían logrado con las agresivas estrategias anteriores. Y surge Henrique Capriles, un joven político pero con amplia experiencia que logra dar la imagen de alguien de centro frente al anterior candidato unitario, Manuel Rosales (marcado por ser de una derecha rancia y por dudosos procesos de enriquecimiento ilícito).

¿El acelerador revolucionario?

Como casi siempre, no hay realidades absolutas. Ni el chavismo es perfecto, ni Capriles representa a unos adalides de las libertades. Los partidarios de la “revolución bolivariana” llevan tiempo exigiendo a Chávez y a los suyos que aceleren el proceso, ya que la convivencia entre capitalismo y socialismo, la alta corrupción en las estructuras del poder y la descontrolada violencia en las calles del país, hacen un flaco favor a la construcción de una nueva sociedad.

A finales de 2010, un grupo de dirigentes del PSUV [la formación creada por Chávez] le envió al presidente una misiva titulada “Documento propositivo para la presente emergencia de la Revolución Bolivariana” en el que reconocían los tremendos avances en el campo social de la revolución pero advertían de que, “también es verdad, que los niveles de insatisfacción popular crecen y ello podría traducirse en graves pasivos contra la revolución, en nuevas pérdidas de espacios sociales, electorales y políticos, si no se toman correctivos a tiempo”.

En un encuentro de sectores progresistas en Barcelona (Cataluña) puede escuchar a una mujer venezolana chavista afirmar que “los movimientos sociales de base de la revolución están cansados de los tecnócratas revolucionarios, incapaces de socializar el poder, corruptos, dirigistas…”.

Edgardo Lander plantea que “el proyecto de cambio en Venezuela, con las enormes expectativas que este proceso generó en el país y en todo el continente,  puede fracasar en dos direcciones diferentes. Por un lado, si la derecha recupera el gobierno y se produce una restauración neoliberal.  Pero también tendría que considerase como un fracaso –como la pérdida de una extraordinaria oportunidad histórica– si para evitar esta primera posibilidad, las demandas democráticas se fuesen dejando de lado y se sigue avanzando en la consolidación de tendencias estatistas y verticalistas e (ineficientemente) desarrollistas, que parecen indicar que es poco lo que se ha aprendido de las experiencias del socialismo del siglo pasado”.

En el caso, poco probable, de que gane Capriles, la situación será compleja. Con Chávez muerto, la oposición confiaba en negociar con la boliburguesía [la nueva clase empresarial nacida a la sombra de la revolución bolivariana] y con los sectores más pragmáticos del chavismo. Con el líder del proceso vivo [que en los últimos 15 días ha hecho una demostración de fuerza física en campaña], parece imposible ningún acuerdo, sino que la cuerda puede terminar de romperse. Claro, que según el columnista Luis Hernández Navarro, “de la misma manera en la que la oposición y sus aliados internacionales anunciaron la inminente muerte de Hugo Chávez, sólo para encontrarse -como en la cita apócrifa de Don Juan Tenorio- con que el mandatario goza de cabal salud, así, ahora, han querido crear la impresión de que los comicios tienen un resultado incierto y que Capriles podría ganarlos”.

Estamos ante las terceras elecciones presidenciales a las que se enfrenta Chávez y los dos sectores de la política venezolana hablan de una batalla definitiva, final… Si Capriles asegura que la elección es entre el pasado o el futuro, entre el odio o la reconciliación nacional, Chávez asegura que en esta “batalla memorable” Venezuela se juega sus “próximos 100 años”. La contaminación informativa de los medios de comunicación internacionales no ayudan a suavizar la radicalización del país y oculta otras muchas realidades que no se cuentan o se manipulan.

Las encuestas le dan la mayoría al candidato oficial, aunque parece que nadie confía mucho en la credibilidad de las empresas demoscópicas en Venezuela. Así que esta nota no es sobre las elecciones, sino sobre un país que ha inspirado procesos de emancipación inéditos en el continente pero que también ha alimentado a sectores de la derecha desconocidos en su radicalidad desde los ‘buenos’ tiempos del anticastrismo en Florida.

*Publicado en la revista digital otramerica

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Paco Gomez Nadal


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