Mi amorosa despedida de Dinorah
Di-no-rah, dicho de corrido es Dinorah y, para quienes la conocen, no hace falta el apellido, que es igualmente sonoro: Marzán, Dinorah Marzán.
Pero ahora, recordándola, su nombre adquiere nuevos y viejos significados. Ese di inicial tan imperativo del decir, mandato grato en la forma familiar del tú implícito conminándonos a decir lo antes no dicho, lo necesario, lo imprescindible. Y ella era de las que mandan y van porque al pronunciar esa breve y definitiva sílaba, dí, acentuada de modo inmisericorde, ya estaba diciendo, concertando un decir con vocación colectiva del cual no existía escapatoria posible, pues el silencio sería traición, cobardía, complicidad imperdonable.
Dinorah decía de muchos modos. Decía al conversar, con verso y con prosa (en ella distinguir lo uno de lo otro no era fácil), decía con canción, con las manos soneando, con la pluma y el ordenador de palabras y sonidos que se desordenaban rítmicamente bajo sus dedos; decía con sus negros ojos, pequeños y luminosos negando la oscuridad; decía al tomar el pulso tanto de la presión arterial como del latido febril y en ocasiones agónico del país que tanto amaba. Decía con una sonrisa y sin tapujos lo que pensaba y lo decía con belleza tal que resultaba inapelable.
Curioso que la siguiente sílaba de su nombre sea no, Di – no, Dinorah, cuando su palabra preferida era el sí, tan complaciente como desafiante, un sí susurrado o estridente, un sí siempre dispuesto al sí y al no, a la oposición afirmativa, al desplazamiento consecuente del no. Salvo cuando el no era fundacional, un no frente a la tiranía y la injusticia, un no preñado del sí que aguarda ver la luz y desterrar las sombras del dominio y la desigualdad. Sí. El no lo reservaba nuestra amiga para oponerse al colonialismo tanto de los pueblos como de los cuerpos y las almas, de las razas y géneros, de las clases y etnias, el no a las enfermedades que curaba como médico y los males que aliviaba como poeta. El no lo destinaba a ignorar las fronteras tanto polítics como sexuales, tanto de disciplinas artísticas como de epidemias en apariencia indomables.
Batallaba microbios y bacterias, virus y crecimientos cancerígenos con la misma vehemencia que los discrímenes de todo tipo que asolan la Isla y destierran voluntades. Luchó por llevar la educación en las artes a todo rincón y a rehoyas remotas desterrando la ignorancia y haciendo sentir a cada uno de nosotros que importamos y aportamos a un mejor país. Era maestra en el acto de amar y armar este colorido y confuso rompecabezas que nos ha tocado en suerte habitar y sabia en nombrar nuestros males y bautizar nuestras bondades.
Como diría una mutua y querida amiga mexicana: “Pinche Dinorah, tenías que irte a morir lejos, dando candela hasta después de muerta. Ahora, hay que traerte de vuelta a tu tierra, pues ni modo dejarte en tierra extraña.” Pero en lo último se equivoca nuestra amiga pues ninguna tierra le era extraña a Dinorah, porque en todas trabajaba por el bien común, y menos Nueva York, esa gran manzana que sabe a mangó. Y aquí la traemos a ella que prodigó su arte y su ciencia sin mirar a quien, que amó sin medida y con clemencia a esta humanidad doliente y riente, amante y valiente que hoy llora por ti.
Porque esa última sílaba de tu nombre, rah, Dinorah, nos deja con la boca abierta ante el abismo de tu ausencia, con la h final aspirada de puro expirada en el desconsuelo de perder tu presencia. Pero nos recuperamos pronto y la ah se transforma en sonido expectante del asombro y la esperanza ante la magnitud de tu recuerdo renovado en cada sílaba de tu nombre coronado por el redoble del agudo y rotundo apellido: Marzán. Dinorah Marzán que vuelves siempre como el mar y en ti el son deviene zán. Dinorah Marzán.
27 de mayo 2014