Nueva edición de “Versado y de larga duración”, poemario de Dinorah Marzán, en honor a Ismael Rivera
César Colón Montijo presenta una nueva edición de “Versado y de larga duración”, poemario de Dinorah Marzán, en honor a Ismael Rivera
“Y porque estamos vivos, Ismael,
aunque carguemos con la muerte
de los otros,
es que sigue sonando,
aquí en el alma,
esa campana de esperanza,
para ti,
para mí
y todo el bonche.”
–Dinorah Marzán
Como nieta de Genaro Chiclana, capataz de los muelles, nacidos y criados ambos en Barrio Obrero, yo también soy de esa “generación que llegó en bonche a nacer aquí”. Como Dinorah, “crecí conociendo la escasez y riqueza del barrio”. Cangrejos era el espacio nuestro, para todos aquellos que venían de los barrios de la montaña, de las comunidades del sur de la isla, de los marasmos azucareros y los emporios del tabaco. Los barrios de esta península fueron enclaves con clave, en donde las redes de apoyo eran, la mayoría de las veces, la única vía de supervivencia. Es otra lógica, quiero decir, es otra forma de vida la que llega y conforma los barrios del hoy Santurce.
Otras formas de mirar, de sentir, de saborearse el mambo este de la existencia, que se nutren de ese vínculo que se auto-gesta en colectivo, como este libro de Dinorah. Versado y de larga duración, efectivamente, es un homenaje póstumo a Ismael, pero es un texto a tres voces entrelazadas. La de Dinorah, la de Maelo, y la del Rosario de Cruz que los conectan desde la religiosidad popular; fiestas que son eco de esta forma de vida:
“Corre,
allá está la noche…
Noche de rezo,
de vellón que canta y llora y falta”
Y habría que hacer una fenomenología del vellón, del arte del vellonear que, efectivamente, es un canto a lo que falta, a lo que se llora y, por eso, la necesidad de reír, de “pegar el vellón”, en la que tenemos un expertise, nosotros los cangrejeros… ¡hay que echárselas! Pero en fin, Dinorah nos habla sobre esas fiestas de cruz que se celebraban en casa de Juana Guille, hermana de Pululú en la calle 12 del Barrio Obrero, las que se organizaban en Puerta de Tierra, en el Escambrón, en Machuchal, en Villa Palmeras y, por supuesto, las Fiestas de Cruz de la calle Calma. Pero estas tres voces van de la mano con una cuarta voz, la de todos esos que llegaron de las otras islas: los de allá que se convirtieron en los de aquí, “ustedes que son los míos”, como cantaba Fe Cortijo. Cuarta voz soslayada, sobre la que se sostiene la historia silenciada de las gentes de Cangrejos. Nos dice Dinorah:
“Esquinas sitiadas,
pasos situados
en la frontera del marullo;
límites que van y vienen.
Sones carimbo
que se llevan entre cuero y carne”
Y por eso, al rosario “había que cantajlo ejgalilla’o”, como nos indicaba doña Gloria, negra oriunda de Manatí: “ej’galilla’o pa’ que saliera to’eso… pa’ sacudirse lo que se arrastra y no es de uno”. Despojo colectivo, intersubjetivo y gozoso; nuevamente, una forma de vida otra.
Vemos entonces, que Cangrejos fue un puerto de llegada histórico para todos esos cocolos que arribaron desde las islas de Barlovento, cuyos apellidos aún escuchamos: Stevenson, Walker, Sterling; pero también para todos los que vinieron como esclavos de los franceses que salieron huyendo de Haití a principios del siglo XIX: Betancourt, Curet, Chevalier. En los registros bautismales además de aquellos mozambiques, congos, mandingas y carabalíes que vinieron desde África, tenemos negros, pardos y mulatos de islas tan próximas como San Tomás y Santa Cruz, pero también de islas lejanas como Curazao o Ixmel (hoy Isla Mujeres), desde la Guaira y Maracaibo en Venezuela; desde Cartagena, Colombia y hasta de distintos puertos mexicanos.
De manera, que los vínculos con el Caribe, más allá de sus islas, pero a propósito de ellas, es un apartado necesario. Dinorah lo tenía claro y por eso el mar –como espacio que a todos nos contiene–, surge como personaje principal en sus cánticos:
“Y las conchas de los mares
te ofrecen su lozanía,
y las aves a porfía
te brindan, Cruz, sus cantares”.
La Santa Cruz y el Caribe, son un colectivo de representaciones cuasi inamovibles, en donde, como bien recalca Dinorah, el imaginario de la isla mujer, destaca y aún reverbera en muchos:
“De la luna sale
María, comadre,
puta milenaria,
experta en amantes,
mujer que conoce
los cuerpos con hambre,
vagina que encierra
todas las verdades…
y después de siglos
con el mismo ultraje…
vienen a encontrarle…
que le traen carimbo
que le traen cadenas
salve virgen, salve…”
“… echa caldo”
Más allá de las islas, también se hacen festividades a la Santa Cruz. Más allá de las islas, contenidas en ese mar como vehículo de identificación caribeña, Maelo fue esperado, celebrado, cantado, llorado… Caribe, Ora pro nobis.
“Yo sí que traigo de todo, soy el mago de la copla, caserita no te vayas a dormir, ¿oíste Belén, oíste? Maelo bailó, efectivamente, al son que le tocaran; lo de Maelo fue prender el vacilón. “Lo mismo canto un huapango, una conga, una guaracha y un rumbón”. Recuerdo que yo cantaba esta canción –ejgalillá– y no fue hasta que estuve en Veracruz, México, cuando supe lo que era eso que yo repetía sin conocer. El huapango es un ritmo mexicano cuya percusión se hace con el zapateo de los bailadores sobre una tarima de madera. “¿Oíste, Belén, oíste?”
“Macorina, pero mira, yo pongo, pongo, pongo a bailar a un cojo, lo vacilo con la clave y el compás. El son montuno se lo canto yo a mi antojo, se lo pongo, como a usted le guste más”. Este saoco bellacoso –dejando modestias moralinas de lado–, siempre nos hace reír, siempre nos dispone a escuchar: “Yo lo estiro, yo lo encojo… ya te lo dije, traigo de todo”. “¿Usted escuchó lo que dice?”, me preguntaba un panameño amigo, “Oiga, ¡eso es un atrevimiento colosal!” Y se reía, para concluir: “¿cómo no le va a gustar a uno?, ¡si eso es la vida!” La irreverencia es imagen atada a los negros, pero también es fuerza y punto de ofensiva de frente a los prejuicios arrastrados con las colas fosilizadas de los hispanistas o del anglosajón.
“¡Es que él nos cantaba a nosotros, vea! Yo sentía que él nos cantaba a los de acá”, me decía un colombiano del Chocó. “Las caras lindas, de nosotros, de esos que nunca nos han querí’o por negros… Oiga, ¡esa canción pudimos haberla escrito acá! ¿Usted ve?”
Ubaldo Elles, desde Colombia escribe: “La suciedad reinante era la dueña del ambiente y la entrada estaba rodeada de ventas de artículos comestibles… y atravesada por un maloliente caño que venía de la Ciénaga de Las Quintas… Desde ese espacio sonaba el Tuntuneco, que bien que baila el muñeco… Luego, se escuchaba la canción dedicada a la mujer que tenía, la cara como una pantera y el cuerpo como una nevera: Severa… Allí en ese espacio móvil, recuerdo como si fuera ayer, las notas de ‘Quítate de la vía’ Perico… El ritmo de la canción, además de causar el goce entre los pasajeros, les hacía soltar carcajadas y comentarios chistosos ante la suerte de Perico, que era sordo y no oyó el tren.”[1] Estos recuerdos fueron en Cartagena para la década de 1960, y no sé a ustedes, pero parecería retratar las condiciones de la zona de Cantera y las Monjas, para 1970, solo como un ejemplo.
Vemos entonces, que como las celebraciones de la Santa Cruz, Maelo era local, regional, internacional. Negro caribeño que fue luz para aquellos que como él, carecían de una representación social: “es que sin Maelo el Caribe no está completo”[2]. Para todos esos negros, pardos, mulatos de América, Maelo fue espejo en donde reconocerse, melodía y baile, inteligencia en el verso, contoneo y soltura del alma, que como indica Lili Rodríguez, representaba un respiro ante la dominación y la explotación. Maelo daba ganas de ser. Maelo era Caribe. Maelo era esa América negra fuera de los relatos históricos. Y a eso es a lo que Dinorah le canta, a esa fuerza que representaba Maelo. Su libro es un acto de duelo –necesario espacio para revitalizar el vínculo– es un rezo energético, en clave colectiva, tan intenso como el mismo Ismael Rivera.
En una presentación en la isla, Dinorah decía: “Un niño que nace en una colonia, busca sus modelos en las figuras de poder. Con toda seguridad no se identifica con la víctima. Quiere ser, cuando sea grande, como el cheche de la película”. “Por eso es que nos marca”, más tarde le dice Dinorah a César: “a ti no te marca un mediocre, a ti te marca el extraordinario. Él era así.”
Tras la muerte de Ismael Rivera, el gran Cocoroco caribeño, negro extraordinario, fueron muchos los barrios del Caribe y de América que lloraron su pérdida, muchos los que “versaron, en larga duración” orquestando sus duelos, sus irreverencias, sus bellacoserías, en bonches de murgas, de chilenas, de huapangos, de guaguancó.
“Los camajanes, los muchachos del barrio, de las esquinas y de los cigarros fabricados por ellos mismos con cierta planta prohibida que les amplificaban el sabor de la bembeyé, desempolvaron sus camisas de colores, sus mocasines blancos y sus gorras domingueras en honor de ‘Maelo’, porque así se acostumbraron a llamarlo desde que entendieron que él era uno de ellos.”[3]
Dinorah recoge todas esas voces, desde la particularidad de las voces suyas. Como presagiando que el canto era la más potente estrategia contra del silencio. Fiestas de cruz, pa’ cantarle llorando, cantos de cruz, pa’ sacarlo de las tumbas, pa’ rescatarlo cuerpo de este margen, de este la’o del caño, de aquella orilla en Cartagena, de aquella costa de Panamá. Fiestas de la Cruz que cargamos y que nos lleva en este espacio-tiempo que contiene todos los anteriores. Porque la fiesta es el bonche, a través del cual designificamos la explotación y las precariedades que se nos han impuestos desde esa política de representación social que nos excluye; para recordarles a “los que saben mucho”, que el cuerpo también es placer, sea dolor o alegría, desde el cual nos gozamos colectivamente, mientras cantamos, como el borrachito que se bailaba todas las letanías; ¡siempre hay uno! La solidaridad es el producto de esa irreverencia cangrejera apostando siempre a la Vida, “así cosa inmensa”. Y entonces, como Dinorah, los invito a desplegar todos los sentidos, para recorrer este proyecto de amor hacia Maelo, hacia Cangrejos, hacia todos nosotros. Versado y de larga duración, que quiere decir más allá del tiempo convencional y segmentado, fuera del tiempo que mide y calcula. Estos versos van más allá de la vida misma, vista como un transcurrir en este plano terrenal… Gracias César por el esfuerzo y el compromiso. Dinorah nos invita a continuar versando, así que como ella, te digo: “ven, (que) saldremos abrazados de este entierro”.
¡Ecuajei!
[1] Ubaldo José Elles Quintana, “Ismael Rivera y Rafa Cortijo: nacidos para crear la música del Caribe”: http://www.eluniversal.com.co/blogs/patrimonio-siglo-xxi/ismael-rivera-y-rafa-cortijo-nacidos-para-crear-la-musica-del-caribe
[2] Lili Rodríguez, “Los incomprendidos ahora somos nosotros”: http://www.eluniversal.com.co/blogs/patrimonio-siglo-xxi/ismael-rivera-y-rafa-cortijo-nacidos-para-crear-la-musica-del-caribe
[3] Rubén Darío Álvarez, “Ismael Rivera, ese sonero del barrio”: http://www.herencialatina.com/Ismael_Cart
* La autora, etnóloga, hizo esta presentación el 24 de mayo de 2017 en La Junta, Santurce, Puerto Rico.