No a la colonia, no al simulacro de democracia
Recuerdo en séptimo grado levantar la mano solitaria y tímidamente cuando mi maestro de Ciencias preguntaba quiénes creían en la teoría de la evolución. A renglón seguido tendría que bajarla cuando el propio maestro contestaría casi inmediatamente que esa locura no la creía ni la madre de Darwin. Igual me pasó en Estudios Sociales cuando me describían el valor y lo sagrado del voto, la participación electoral y nuestra condición política. Esa vez pregunté si éramos una colonia. Tan ofensivo pareció aquello a mi maestra que hasta mandó a buscar a mi mamá. Un gran error, dicho sea de paso, pues mi mamá siempre estuvo clara y así nos educó.
Ya no quedan máscaras. Sin pudor, desde Wáshington remarcaron su territorio y las ilusiones de gobierno propio se desvanecieron en un abrir y cerrar de ojos. Ha sido mejor así: crudo, aunque duela. Era necesario dejar atrás el espejismo del colonizador, que acá repetía, defendía y justificaba el colonizado.
“Hemos avanzado” fue el discurso, pues tenemos constitución propia, tribunal supremo, ELA, elecciones y democracia. A golpes, sí, hemos avanzado pero para desenmascarar la mentira. Allá, Oscar Collazo y Griselio Torresola; Rafael Cancel Miranda con Lolita Lebrón, Andrés Figueroa Cordero e Irvin Flores, entre otros, se lo hicieron saber desde bien temprano. Y desde allá, precisamente, llegó la embestida final vía “PROMESA”: el ELA es una falacia.
Qué duro debe ser para aquellos que se agarran a la Constitución que no tiene poder, al tribunal que no es supremo, al ELA ininteligible y a la democracia performática.
Entonces, ¿cómo es posible que para mover la agenda de país que amerita un cambio fundamental, queramos aferrarnos ciegamente a una burla electoral? Si en el pasado fue un engaño votar, peor es ahora en el autoengaño. Esa trampa impide atender el problema estructural de fondo: la realidad colonial. Tras muchas elecciones y plebiscitos, nada cambiará con este formato. Está probado.
Recientemente tuve la oportunidad de enfrentar al Senador Bernie Sanders en un conversatorio. En esa oportunidad le expliqué sobre la deuda ambiental de Estados Unidos con nuestro País y reclamé la excarcelación de Oscar López Rivera, símbolo de resistencia, libertad y víctima del atropello imperial. Sin embargo, mi papá me dijo así, sin mucha contemplación: “¿Sabes? Si el Senador quiere ayudar a Puerto Rico, que redacte un proyecto de ley pidiendo la estadidad”.
Cuando escuché su propuesta casi infarto. Pero luego pensé que tenía razón. Con el ELA fallecido y con una población puertorriqueña viviendo mayoritariamente en EEUU, uno pudiera hacer el ejercicio mental de hasta reconocer que, en el referéndum del 2012, se rechazó la colonia y, de los que votaron, muchos entendieron que la estadidad es una buena opción. ¿Qué la estadidad no es necesariamente una solución descolonizadora? Cierto, pero igual un gran sector vive convencido de sus ‘virtudes’.
La sugerencia era sencilla, que se radique un proyecto solicitando el estado 51 y, aunque estrambótica, la propuesta sería para prevenir la redundancia. Claro, habría que recoger en ese proyecto la estadidad en el formato en que se nos ha representado. Sí, vamos, la gente ha votado por la estadidad en español, con Comité Olímpico propio y todas esas cosas que los estadistas han prometido toda la vida. Si el Senador Sanders hubiera presentado esa legislación, esa quizás podría ser una gran aportación para desenmascarar otra falacia histórica: la estadidad versión puertorriqueña.
Entonces, o se perpetúa la colonia como PROMESA promete o nos encaminamos a un proceso ordenado y consensuado para romper las dependencias, para valernos y decidir por el bien de nosotros mismos. Aquí, el miedo terrorista y criminalizado a la independencia paraliza. Pero no hay contradicción humana mayor que el miedo a ser libre.
Para un cambio de ruta, la farsa electoral no parece un camino efectivo. Sé que, psicológicamente, para muchos esto es un asunto de mantener el equilibrio mental ante tanta desidia y de pensarnos como otro país democrático del mundo. Pero sabe qué, es imposible que una colonia sea un estado democrático y, si algo pudiera forzar a EEUU a respetarnos es, precisamente, no votar. Si nadie votara, se acaba el endoso a esta condición colonial en las reglas de civismo del colonizador. No a la colonia es no en todas sus manifestaciones.
Si la estrategia buscara forzar una resolución real, no se estaría validando la colonia con el juego de cada cuatro años, ese que ha ‘legitimizado’ a pasados gobernantes para endeudar a mansalva y con pillaje a nuestro País. Así llevaron al colapso a la colonia sin que medie una sola orden de arresto para ellos y sus cómplices. Su acto de corrupción es ‘legal’. La diferencia entre los pillos comunes y estos gobernantes ha sido el poder delegado a través del voto.
Peor aún, aquí permea la impresión de que ningún partido busca en lo profundo responder a la agenda de cambio. Actúan todos como franquicias que se alimentan del mercado electoral y se conforman con ser escuchados por algunos y criticados por los demás al presentar su ‘promesa’ del momento. Esa es su justificación y garantiza su existencia pero, al final del día, ganen o pierdan, nada del proceso electoral adelanta la descolonización.
En el caso del independentismo, reclamar que alcanzar la suma necesaria para la inscripción electoral del PIP define el umbral de su existencia y fortaleza es igualmente falaz. A lo largo del tiempo, igual que los dos partidos mayoritarios, los minoritarios también se erosionan. En el caso del PIP, son varias las veces en que no han quedado inscritos y, aún así, la fuerza del independentismo es real, especial y determinante en las luchas de nuestro pueblo. Además, entre rojos, azules y violetas también existe mucha gente que cree en el ideal de la libertad, así sea como segunda mejor opción (muchos estadistas, por ejemplo). Entre los miles que no votamos también hay independentistas, por no sumar los que aún no tienen edad suficiente para votar. ¿Que si no votas no cuentas? Otro chantaje. En Ciencia eso sería un falso negativo, otro engaño. Si algo parecería medir las elecciones en este País es el nivel de enajenación colectiva.
Todos los frentes de lucha son importantes y mucha gente abraza el proceso electoral con convencimiento genuino. Pero igual de cierto es que cada vez más gente le da la espalda a la farsa electoral por muchas razones, desde ideológicas hasta frustraciones acumuladas, y el hastío electoral es también una postura política. La abstención, organizada o espontánea, de izquierda o derecha, es un frente de lucha legítimo, necesario y revelador. Aún sin fondo electoral ni cobertura diaria en prensa escrita, radio o televisión, la abstención saldrá consolidada en las próximas elecciones.
El no colonial es NO, pues en cualquier cálculo matemático, la negación de la negación es una afirmación. Si se quiere una elección verdaderamente ideológica, afirmemos al País diciendo ‘No’ dos veces: No a la colonia, no al simulacro de democracia.
* Versión revisada de un artículo publicado también en Claridad y La Perla del Sur como parte de un acuerdo editorial entre las tres publicaciones.