Otra vez la rosa: la significación del lenguaje poético de Francisco José Ramos
Francisco José Ramos. La significación del lenguaje poético. Madrid: Ediciones Antígona S. L., 2012.
Hablaba en mis ensayos anteriores sobre poetas contemporáneos puertorriqueños que asumen la tarea, cual pequeños dioses, de crear el mundo de nuevo, puesto que el momento en que todo se derrumba, todo está en crisis, hay que volver a decir las cosas para hacerlas nacer de nuevo. Me refería a la rosa como metáfora de este final y este renacimiento. Ahora, en este momento posterior e inconexo a cuando escribí mis ensayos anteriores, que también puede ser el mismo momento en el tiempo en que escribía aquello y resultar tener una relación con ese instante, abro el más reciente libro de Paco Pepe, Francisco José Ramos, nuestro filósofo —todos los que lo conocen lo llaman así, porque lo quieren, presumo, y yo que no lo conozco me atrevo también a la confianza de quererlo por lo que ha escrito– y leo:
“El epitafio de Reiner María Rilke reza así: Rose, oh seiner Wiederspruch, Lust, /Niemands Schlaf zu sein unter soviel Lidern. (Rosa, ¡oh pura contradicción!/voluptuosidad de no ser/ el sueño de nadie/bajo tantos párpados.) Leer estas palabras”, continúa el filósofo, “es recogerse en ellas y adentrarse en su significación” (13). Entonces propone, propondrá a través de todo el tratado que comento, que la significación del lenguaje poético es experiencia, más allá de las palabras y su significado. Junta el pensar y el sentir, puesto que a partir de esta experiencia que es sensorial, en atención a los ritmos y los silencios, con la palabra como instrumento, como cosa, es que nos asumimos como humanos; una parte integral del cosmos que es orden y es caos también, un caos con estructura, ritmos, correspondencias; entonces un caos ordenado cuyo conocimiento vislumbramos con la experiencia poética que él explica.
Es un libro complejo. Estaba yo en la librería en la que se encuentran ciertos letrados a diario y allí dos poetas seguidos, Rafael Acevedo y Néstor Barreto, me avisan de que se nos ofrece una lectura imprescindible. Yo hago caso porque la referencia viene de alguien que sabe de qué habla y compro el libro. Lo leo asintiendo. Leo el tratado filosófico sobre la poesía como quien lee poesía, o sea, que leer este libro es vivir una experiencia que es a la vez sensorial como intelectual y al cerrarlo no se sabe qué ha sucedido. Queda afuera del lenguaje la experiencia. De hecho, Paco Pepe describe la poesía como una lucha con lo inefable, con lo real que es inaccesible. Por eso es difícil organizar la explicación que intento; saber por dónde agarrar el libro y sus ataques. Leo agradeciendo la referencia; a su autor por la poesía que me ofrece; por decir que “Un poema, digno de ese nombre, es la actualización de toda la tradición poética”. (61) Tan oportuna verdad donde los poetas sin lecturas nacen silvestres.
Este tratado sobre la poesía argumenta desde la filosofía, desde la tradición poética occidental y otras (asiática, por ejemplo), desde el sicoanálisis, con citas en distintos idiomas, sin que la erudición moleste, porque está explicada y tiene sentido su aparición para hacer clara la materia que expone. Por ejemplo, cita a Fray Luis de León y a San Juan de la Cruz para adentrarse en lo inefable:
El velo se desvela y la mirada se vuelve para mirar adentro lo que afuera se revela: la canción se oye en una lejanía tan próxima que puede muy bien pensarse en términos de una intimidad absuelta que se desvanece en la intemperie de un universo cuyos astros, estrellas y galaxias no necesitan para nada aparecer ni ser nombrados, pues ellos son en un instante esa noche oscura del alma con la que la palabra acude a su desmayo. Dar testimonio de lo indecible, pensar lo innombrable es aquello en lo cual consiste la fábula de lo inefable. (40)
El lenguaje poético es herramienta para dar testimonio de lo que no se puede dar testimonio. La cosa siempre queda allá, afuera. Por eso es erótica la experiencia poética; es una experiencia de deseo y de goce. Por eso es que se entiende con el cuerpo la buena poesía. Así lo describe él:
“La excitación amorosa es el ánimo encendido de la carne que permite disfrutar lo que se escurre y transcurre, como el hilo de saliva en la fervorosa humedad de los labios. De la misma manera, hacer un poema significa inventar un lenguaje que, como un animal insospechado, se avecina al fruto de una imagen que perdura en el deleite sensorial de la inteligencia” (61).
Creo que a Paco Pepe le interesa, como a mí, la libertad, la emancipación, y por eso se ocupa, nos ocupamos, de poesía—no digo que yo tan bien como él: “La poesía es un regreso a la fuente primordial del mito que es la potencia, bien entendida, en aquello que sale al encuentro de lo real y permite dar cuenta de hasta qué punto el lenguaje puede llegar a construir su propia emancipación” (45). En su libertad se apropia de poetas que utiliza para ilustrar, pero son poetas de distintas tradiciones. Lo que tienen en común es que son poetas terrícolas, poetas humanos. Así marca unos hitos en la tradición poética que nos toca actualizar: “Con Góngora las compuertas de la experimentación con el lenguaje se abren; con Mallarmé, se rompen los goznes”, puesto que su poética es del “tiempo fuera del tiempo”.
Dije que según para el filósofo el lenguaje es una cosa y la poesía es un intento, un acecho de la realidad y en ese sentido es siempre una traducción; lo que está allá afuera: fuera de codificaciones, de símbolos, de lenguaje, será puesto en palabras que más o menos nos hacen atisbar algo por medio de la significación que es más que el significado, pues lo que propone un poema no se explica sino que se experimenta.
Establecidas las premisas, ejemplifica. Uno de los poemas-ejemplo es “Puerta al tiempo en tres voces”, de Luis Palés Matos. Nos hace ver cómo todo lo ya dicho, sobre ritmos y silencios, colores, formas dibujadas, intuiciones, el erotismo, la muerte, el mito, se hace concreto en un poema:
El poema como el amor es un fracaso alucinado que ronda la forma de lo que no tiene forma; de lo que no contiene nada que no sea el propio deseo de contener lo que de ninguna manera puede ser retenido. La perfección del poema consiste precisamente en su futlidad. Si al decir de Sartre el hombre es una pasión inútil, entonces la poesía es la pasión nacida de la acción (poiesis) de las palabras. De ahí el tacto, el pudor, la gracia de lo que está siempre a punto de revelarse, y calla. (127)
Así lo dijo Palés, cito un fragmento. El libro elabora una hermenéutica de fragmentos y luego recompone el poema completo:
¿Qué lenguaje te encuentra, con qué idioma / (ojo inmóvil, voz muda, mano laxa) / podré yo asirte, columbrar tu imagen, / la imagen de tu imagen reflejada / muy allá de la música – poesía, muy atrás de los cantos sin palabras?
Lo que provoca el poema es anterior a todo, está fuera del lenguaje y con él de la poesía, pero se leen estos versos y se experimenta la desolación de saber que ella (Filí-Melé, la realidad, la diosa, el objeto del deseo) es anterior y exterior a todo; el lector se desespera con el poeta y es ahí donde el poema tiene éxito. Leo y pienso que nuestro filósofo no tiene nada que envidiar a la erudición de Octavio Paz; que además ha entendido lo mismo que Borges y lo comunica con el mismo esplendor, desde su materia que no es el cuento. Pienso que si fuera francés sería lectura obligatoria para todo aspirante a poeta o teórico de la cultura.
Leer ese libro me daban ganas de escribir poesía, de bailar, de tener sexo. Leer era como celebrar que Puerto Rico fuera ya sub-campeón en el clásico de béisbol (a la hora que escribo no se sabe si más). Ese goce pongo de ejemplo para quien no siga estas palabras-cosas que lanzo para explicar el goce inefable de leer un libro. A lo que el filósofo explica añado yo que esa poesía que él describe no se da siempre. Son los momentos de crisis los que la provocan, porque no hay modo de salir de la crisis sin un cambio radical en las palabras. Las razones para ello están explicadas todas en el libro.