Periodismo: a propósito de la ruta equivocada
Todo apunta que, en estos tiempos difíciles y complejos, el quehacer periodístico es víctima de sus propios medios, para los cuales, en su gran mayoría, el performance luce más importante que el contenido informativo; más sustantivo que la búsqueda de la verdad.
Si no nos apuramos, en poco tiempo veremos un periodismo totalmente rendido a la lógica del espectáculo, sometido a los ratings, al vasallaje del tráfico cibernético y la farandulización, término tan socorrido como vago.
En ese sentido, el nuevo paradigma de este oficio aparecerá cada vez más subyugado por la degradación de la información, quebrando las consideraciones éticas que suscriben el valor de la noticia a su veracidad narrativa. Y lo peor, periodistas banalizándose a sí mismos, más fascinados por lo que ellos tienen que decir –y como decirlo– que por el interés de elaborar noticia y presentar con ecuanimidad los hechos.
Para nadie es secreto que en nuestros medios informativos, en especial los electrónicos, prima el modelo de reportero gritón y fanfarrón, los que, escudados en un falso manto de sacralidad periodística e infatuados por el narcisismo, se convierten en portaestandartes del basureo informativo. Y ni hablar de los comentaristas.
Con sus actos, y el tono destemplado de sus expresiones, degeneran un oficio digno y laceran su profesionalidad. Son constructores de melodramas.
Recordemos, sin embargo, que hacer periodismo no es enfrascarse en espectáculos que caricaturiza el oficio con gritos, insultos e injurias. No se hace periodista a un sujeto por el simple hecho de darle un micrófono y lucirlo en las cámaras televisivas, si en el fondo es portavoz de la trivialidad, la mala educación y promotor de la confusión sobre el tema que se pretende abordar.
Poco se aporta al periodismo si sus hacedores se dejan arrastrar por la demagogia, desoyen los argumentos de sus entrevistados, los interrumpen con diatribas e inducen al descontrol del griterío hostil y el sectarismo.
Tampoco se aporta al buen periodismo cuando un reportero pretende imponer su criterio para descartar los argumentos de sus interpelados, jugando a hacer un ejercicio pueril de oposición porque, para muchos, un periodista que no cuestione con peroratas no ejerce bien su oficio.
Y no se trata de que las y los periodistas no opinemos, por el contrario, mas elijamos bien los espacios para descargar nuestras opiniones.
Este desmerecimiento del oficio periodístico nos lleva a pensar que para muchos dueños y editores de medios informativos, y para otros tantos reporteros, el periodismo ecuánime perdió rentabilidad porque destila aburrimiento, es poco frenético y carece de sensacionalismos. Quienes así piensan centran su foco de atención lejos del trabajo informativo serio para aferrarse al mercado y, cuando se opta por navegar al interior de la lógica mercantil, caemos sin demoras al sometimiento del altar de los ratings de audiencias.
Luego nos quejamos del País. Criticamos las decisiones de los electores cuando optan por la mediocridad; censuramos las figuras políticas que asumen posiciones descabelladas; y nos burlamos del performance farandulero de los funcionarios gubernamentales.
Pero olvidamos que también somos responsables de la existencia de esta claque de incompetentes al impulsarlos en los foros noticiosos y sacarle punta con bufonerías, en ausencia de todo rigor y ética.
Por eso, en esta Semana de la Prensa evoco la memoria de César Andreu Iglesias, padre del periodismo puertorriqueño moderno, quien en sus escritos, así como en su práctica, insistió que los y las hacedores de periodismo teníamos la responsabilidad, entre otras cosas, de ser serios y ecuánimes en el manejo de la información.
Para Andreu Iglesias, el periodismo no es un medio difusor de noticias-mercancía, sino un vehículo de educación para el País que no sólo debe informar, sino también formar las consciencias y opiniones de la ciudadanía para darle a ésta el merecido sentido de control de su destino.
Publicado originalmente en en El Vocero, y reproducido con el permiso del autor.