Por cierto que es extraño no habitar más la tierra
La literatura me parece que, entre otras cosas, nos enseña que el mundo siempre puede ser otro, y que basta con soñarlo, imaginarlo y escribirlo para que comience de cierta forma a existir.
–Mara Negrón
Mara no fue mi profesora, al menos en el sentido estricto de la palabra. No estuve matriculada oficialmente en ninguno de sus cursos, no pasé por la experiencia de sentarme en el pupitre de un salón de clases durante una hora y veinte minutos, dos veces en semana, a lo largo de un semestre. Pero, según me cuentan (y sin atisbo de queja), cuando Mara hablaba, el tiempo se volatilizaba. Su sesión de clases solía excederse del tiempo pautado por los vanos criterios institucionales. No era hasta que fijaba su mirada al reloj que Mara, enfrascada en su particular acto de habla, recobraba algún sentido del tiempo, siempre insuficiente. Porque con Mara, uno comprendía que ser profesora era más que un oficio, es una manera de asumir la vida desde las posibilidades de la palabra, la libertad, desde el por–venir de mundos, instalado en el espacio singular de la literatura.Si bien no fui su estudiante “oficialmente”, sí lo fui en el sentido más profundo y determinante pensable. Conocí a Mara cuando apenas estaba en mi segundo año universitario y comenzaba a cursar la secuencia curricular del Programa de Estudios de la Mujer y el Género. Por recomendación de otra querida profesora, Cati Marsh-Kennerley, llegué a la oficina del Programa para trabajar junto con Mara, quien dirigía el mismo, asiduamente, desde el 2008. No tuve la experiencia del pupitre, de las anotaciones en la libreta, de observar cómo Mara parecía sublevarse a los límites del tiempo. Sin embargo, tuve la experiencia de la oficina que ciertamente funcionaba como una extensión del aula. Vi a Mara preparando meticulosamente sus cursos, escribiendo sus artículos, dando la batalla diaria con la burocracia y los administradores ineptos de la universidad, que enérgicamente amenazaban la estabilidad del Programa (todos recordamos la cancelación abrupta en agosto de 2010 del presupuesto modesto con el que se contaba, inmediatamente después de la primera de las dos huelgas ocurridas entre la primavera de 2010 y principios de 2011).
Pero, ahora, me veo atada a mejores recuerdos: su particular entusiasmo y su risa incontenible ante la lectura gozosa del Cándido de Voltaire, el cual enseñaba consistentemente en sus cursos de Literatura Moderna. Vuelvo también a la iniciativa de “Universidad sin paredes”, proyecto en el que Mara creyó férreamente y en el cual vislumbraba el futuro de una verdadera “Universidad sin condición”. Eran días en que aún se presentían los disturbios de huelga y la comunidad universitaria había quedado invitada a unirse a la discusión de un texto de Immanuel Kant, “¿Qué es la Ilustración?”, que Mara tenía planeada para uno de sus cursos. No sobró pupitre alguno, no quedó rincón inhabitado en el salón, pues el espacio estaba ocupado por mentes ávidas. Como de costumbre, y excediéndose del tiempo dispuesto, a lo largo de la discusión Mara se desplazaba entre los textos clásicos hasta la contemporaneidad, articulando con vehemencia los vínculos inusitados entre la razón ilustrada y el entorno inmediato que nos atañía. Observé con detenimiento los rostros asombrados, especialmente los de sus estudiantes de primer año. En el momento me preguntaba si yo también me proyectaba desencajada, irremediablemente envuelta en su elocuencia distintiva. Eso era Mara, un constante envolver: envolverse a sí, un envolver al otro.
Mi relación con Mara ya trascendía lo laboral cuando nos anunció su invitación a París, para fungir como profesora e investigadora por un año. Basta decir que todos en el Programa recibimos la noticia con el debido entusiasmo y alegría, pensando siempre en su regreso. Este próximo semestre culmino la secuencia curricular del Programa de Mujer y Género mientras, por otro lado, por fin surgía la oportunidad de matricularme en un curso con Mara, la segunda parte de Teoría Literaria. Ahora, no puedo más que pensar que por cada vida recóndita vivida en la vida del otro: una eternidad irrecuperable. Desconozco si Mara habrá sabido lo trascendental que fue para mí y en la vida de tantos otros. Creo habérselo mencionado alguna vez. Espero que este acto de escritura, de alguna manera, dé cuenta de lo mucho que faltó por decir. Creo que Mara diría que sí, en ese otro mundo posible que ahora escribo e imagino con coraje, como ella querría, y donde ella permanece.