Sembradores de esperanzas
Creo firmemente en la posibilidad de trabajar juntos para construir un país nuevo. Sostengo que los puertorriqueños aún podemos unir esfuerzos y voluntades para gestionar una sociedad de verdaderas oportunidades para todos y todas, capaz de generar un pujante modelo de desarrollo económico que reparta sus beneficios justamente. Una sociedad que promueva y premie razonablemente la iniciativa, el esfuerzo y el mérito individual, y que a la vez trate compasiva y humanamente a los más desventajados. Un país que favorezca la generación de riquezas mediante el esfuerzo compartido, para ser distribuida en beneficios colectivos. Estoy convencido de que cada uno de nosotros mantiene la capacidad de ofrendar amorosamente lo mejor de sí, en pos de construir una patria que nos brinde nuevas experiencias de convivencia pacífica, fundada en valores trascendentales, donde podamos interrelacionarnos dignamente sobre bases verdaderamente democráticas.
Sé que muchos pensarán que no soy mas que un soñador. Más aún, apostarán a que se encuentran frente a un enajenado mental, desconectado de la realidad. Concluirán que no me percato de la grave crisis que nos arropa, producto del desdén, la irresponsabilidad, la corrupción y cierta maldad generalizada. Parecerá que no me enteré de que ante la situación de quiebra gubernamental, cada sector de influencias no hizo más que tratar de arrimar la brasa a su sardina, exigiendo egoístamente que los sacrificios los aportaran los otros. Pensarán que no leo la prensa con sus narraciones cotidianas de cómo predominan “la ley de la selva”; el “sálvese el que pueda”; el “coger el mangó bajito”; el “todo tiempo pasado fue mejor”; el “son todos iguales”; el “no hay remedio”.
De lo que no se percatan quienes así piensen es que la referida lista de conductas reprochables, lejos de poder ser catalogado como comportamientos anti-sociales, describe modos de proceder individuales que responden precisamente al tipo de valores últimos que promueve nuestra sociedad. No se trata de conductas contrarias a los valores sociales y económicos prevalecientes, sino de una magnificación caricaturesca de los mismos. No es cuestión de desvaríos. En todo caso, se trata de la costumbre impropia, pero muchas veces fructífera, de cortar esquinas para acelerar el paso hacia las metas socialmente prevalecientes. ¿Acaso realmente podemos afirmar que nuestra sociedad fomenta la colaboración sobre la competencia, el proceder vertical frente al oportunismo, la bondad frente a la violencia, o la solidaridad frente al interés egoísta? Mientras sean esos los referentes predominantes en nuestra sociedad, ¿cómo aspirar a ser un país con conductas sociales distintas? Y es que aquello que nos apasiona, aquello que fervientemente deseamos alcanzar, forma nuestro carácter. De tal modo, los cambios que tanto esperamos comenzarán a producirse solo cuando seamos capaces de colectivamente adoptar nuevos derroteros, fundados en valores contrarios a los que hoy aplaude y premia nuestra sociedad.
Nuestro pueblo podrá muchas veces pecar de insensato, pero no de tonto. ¿A quién se le ocurre esperar desprendimiento individual ante la crisis, cuando el resultado de ese desprendimiento conlleva consentir a una mayor desigualdad, exclusión u opresión? ¿Cómo cultivar una actitud ciudadana de cooperación, si el Gobierno, en vez de estar orientado hacia la prestación de servicios para el beneficio común, sistemáticamente termina privilegiando intereses privados? ¿Por qué esperar de la ciudadanía que adopte conductas sacrificadas, distintas de las que observa diariamente en nuestra clase política y económicamente dirigente? ¿Cómo exigir templanza cívica en el mundo de “el que no llora no mama” de los cabilderos, la falta de transparencia y las ventas de influencias? Resulta risible contemplar cómo las clases dirigentes se enojan porque nuestra gente se niega a asumir calladamente actitudes sacrificadas, mientras ellos resultan incapaces de demostrar que existe alguna esperanza de que los sacrificios de hoy, puedan convertirse en el bienestar de mañana. Quienes mediante prácticas clientelistas por décadas nos vendieron que era posible tenerlo todo sin esforzarnos, quienes nos alentaron a hipotecar el futuro para malgastarlo en la vida fácil de ayer, los que nos adoctrinaron en la filosofía de “lo mejor de los dos mundos”; ahora se lamentan de que nuestro pueblo no coopere con sus causas; sin siquiera tener la decencia de reconocer su propia responsabilidad por el caos creado.
Sin embargo, mas allá del martilleo de los titulares morbosos, del “hit parade” de las quejas, de los mercaderes del desastre, del arrogante cinismo de brazos caídos, de los proxenetas analistas de lo inocuo y de los descarados sermoneos de los hipócritas; existe un país de carne y hueso, de alma y corazón que clama salir de la invisibilidad. Existen miles de personas que diariamente se preocupan y laboran genuinamente por los más desvalidos, ciudadanos dedicados a rescatar las vidas de jóvenes que se piensan sin alternativas, comunidades de gente sacrificada que se ayudan y protegen entre sí, vecinos que le tienden la mano a quien la necesita sin esperar nada a cambio, voluntarios que predican con el ejemplo, personas humildes que comparten lo poco que tienen; gente que practica cotidianamente el mas puro amor al prójimo. Son ellos nuestros sembradores de esperanzas. Lamentablemente, la luz de esos ejércitos de paz, cuyo faro puede alumbrarnos la ruta a puerto seguro, se ve constantemente opacada e ignorada. Es bloqueada por las murallas de desinformación, miedo y desesperanza estratégicamente erigidas por quienes cosechan cuantiosos beneficios personales de cultivar la desunión, la desconfianza, la rivalidad y el fanatismo fraticida.
Recientemente tuve el privilegio de conocer y compartir durante un fin de semana con un grupo de jóvenes graduados de Nuestra Escuela, a quienes el sistema escolar abandonó y dio por perdidos. Afortunadamente los mismos, luego de andar sin rumbo, consiguieron reencaminar sus vidas, y hoy son ciudadanos ejemplares y compasivos, incapaces de causarle mal a nadie. Jóvenes productivos dispuestos a hacer, y que en efecto hacen, valiosas aportaciones para beneficio de nuestro país. Jóvenes talentosos que, de otro modo los hubiésemos desaprovechado, de no ser porque en un determinado momento tuvieron la oportunidad de comprender y vislumbrar que existía un camino diferente. Pero esas transformaciones no son producto del azar. Fueron posibles porque esas vidas contaron con el apoyo solidario de la referida institución de educación alternativa, logrando así conocer y convencerse de que existen otros valores muy distintos de los que promueve el callejón sin salida de este absurdo sistema que mantenemos. Jóvenes que al reconocer la posibilidad que tenemos como pueblo de encaminarnos por rutas alternas, redescubrieron la esperanza, y con ella, abrazaron con pasión el compromiso de construir un mejor país. Son ellos, y otros miles de jóvenes que cada día despiertan a la realidad de que les estamos dejando un país que se desmorona, y quienes se niegan a someterse a los convencionalismos tradicionales que les pretende imponer la ruta de la mansedumbre, la insolidaridad, el auto-desprecio y la destrucción ambiental que hoy transitamos; quienes tienen la visión y la fuerza de espíritu que se necesitamos para rescatar nuestro país.
Por eso, urge el que luchemos para abrir nuevas avenidas de participación ciudadana que le permita a esa juventud desarrollarse plenamente e incorporarse a la vida pública para trazarnos nuevos horizontes. Tenemos que acabar con los monopolios de los partidos gastados y las estructuras de poder anquilosadas, secuestradas por tanto oportunista apóstata de la democracia. Ayudemos a derribar las barreras que coartan a nuestra juventud sus posibilidades de participación, y que intentan apagar su genuina pasión de aportar a construir un país verdaderamente democrático, justo y solidario. Ayudémosles a reinventar el futuro, pues, después de todo, será a ellos a quienes les corresponderá vivirlo o padecerlo.