Serenidad
Una de las funciones más honrosas de toda buena obra de arte es la de meterle el dedo en los ojos, bien duro, a los espectadores. Y en esa tarea, Lorenzo Homar se destaca ejemplarmente. Un talento excepcional para complicarle la existencia a quienes creen que “todo está bien” y no hay que buscarle cinco patas al gato. Su ingenio para perturbar nuestra complacencia es tal, que hasta hay quien inventará explicaciones para evitar reconocer los argumentos que expone en sus trabajos.
La estrategia de Homar para enfrentar aquello que preferiríamos ignorar es la de seducirnos con el virtuosismo técnico. Por controversial que sea el asunto que trate, Homar invariablemente nos cautiva el ojo y el pensamiento con su técnica preciosista, que hace a su obra difícil de despachar como inconsecuente. Ante esa contundente realidad, quien quiera disminuir el poder de su arte se verá obligado a falsificar sus polémicas.
Un ejemplo de esta mixtificación es la descripción que publica en sus redes sociales el Museo de Arte de Ponce (MAP) sobre la pintura del maestro Homar, Serenidad (1958-1960, óleo y acrílico sobre masonite, 18 1/8” x 21 15/16”, The Luis A. Ferré Foundation, Inc.). Leemos:
La pintura representa a Teodoro Moscoso y a Luis Muñoz Marín, los protagonistas de la transformación e industrialización de la economía de Puerto Rico. “Operación Serenidad” fue el nombre que se le dio al esfuerzo de a la vez desarrollar el ambiente cultural puertorriqueño, de manera que se forjara una base para transformar la sociedad puertorriqueña. Pintado (sic) en tonos de azul claro y crema, la obra representa la producción cultural de la época y se ofrece como un oasis de calma dentro de todos los cambios que tomaron lugar en la isla. [Museo de Arte de Ponce]
Primero respiremos hondo. Ahora continuemos. Nótese que en la descripción de esta pintura se menciona a dos personas, pero se ignora a la tercera. Es una omisión crítica, pues esta tercera persona domina el lugar de privilegio de la composición, el centro. Ocupa, además, más espacio que Moscoso y Muñoz Marín. La pregunta obligada es, entonces, por qué el MAP suprime esa presencia. La respuesta obligada es: para no destapar la colonial olla de grillos. Pues, en verdad, de un “oasis de calma” es de lo más lejano que puede estar esta imagen.
Para cualquier persona de mediados del siglo veinte –momento en que Homar pinta esta obra– la figura central resulta fácil de reconocer. Se trata, evidentemente, de Mohandas K. Gandhi, luchador contra el coloniaje del imperio británico, mártir de la independencia de la India, apóstol de la no-violencia. La imagen del líder que escoge Homar para su pintura está tomada de una archiconocida foto de Margaret Bourke-White, la del héroe hilando en la rueca que hoy lleva como símbolo la bandera de la nación hindú. La pregunta no es, por lo tanto, de quién se trata, sino de por qué Homar coloca a Gandhi, una figura ajena a nuestra historia, entre dos puertorriqueños. La respuesta es sencilla: para debatir sobre el coloniaje en Puerto Rico.
La presencia de Gandhi en un asunto de interés puertorriqueño cumple con varios propósitos. El primero, colocar la lucha por la independencia en el espacio internacional. Señalar, además, que nuestros conflictos políticos no están aislados ni son ajenos a otros similares en el mundo, y que nuestros luchadores son tan estimables y necesarios como los de las demás naciones.
La presentación de las tres figuras es muy reveladora de las inclinaciones políticas de Homar. Al centro, un sereno Gandhi hilando, entre un Moscoso levantando su dedo índice autoritario y un Muñoz con su ¿garra? siniestra. Homar no tiene reparos en darle un tono ominoso a estos dos retratos, tan ominoso como la operación que ambos realizaron para apuntalar el sistema colonial. Moscoso, promotor responsable de la industrialización de Puerto Rico, bajo el régimen de Muñoz, administrador de la colonia. Artífices de la miseria nacional. Seis décadas después de ese proceso de “modernización” de Puerto Rico, nosotros, los que experimentamos esa transformación, concebida únicamente para favorecer intereses foráneos, contemplamos hoy el desastre, el empobrecimiento y la degradación nuestra, producto de la tal “Operación Serenidad”, nombre tan fraudulento en aquel entonces como lo es hoy el de “Ley PROMESA”, esa perversa estafa en letras mayúsculas.
Muñoz Marín describió los fines de la operación:
El propósito de la Operación Serenidad es dar alguna forma efectiva de mando al espíritu humano sobre los procesos económicos. Una sociedad en la cual la haya tenido éxito la Operación Serenidad usará su fuerza económica crecientemente para la ampliación de la libertad, el conocimiento y la imaginación comprensiva, más bien que para la vertiginosa multiplicación de productos en desenfrenada persecución de aún más vertiginosa multiplicación de deseos. [Agrait, 11]
Este proyecto se concibe como contraparte de la Operación Manos a la Obra, el proyecto económico de Moscoso. Son inevitablemente antitéticos, puesto que la “ampliación de la libertad” es imposible bajo un proyecto económico que beneficia extranjeros y empobrece a los nacionales, mantenido por un régimen que reprime y penaliza toda oposición. Operación Serenidad —el nombre ya revela la intención de eliminar toda disidencia— es el programa para controlar la actividad cultural en aras del fortalecimiento del estado colonial. O, para contradecir a Muñoz Marín, para dar forma efectiva de mando a los procesos económicos sobre el espíritu humano. De ahí la necesaria oposición de Homar, independentista anticolonial como sus colegas de la clase cultural puertorriqueña, quien utiliza su pintura precisamente para impugnar los controles de los administradores de la colonia.
Por mucho tiempo se consideró a la industrialización como panacea económica para naciones “en vías de desarrollo”. Tan fuerte fue la idea que, ante la negativa de Gandhi y otros tantos a la misma, la respuesta ha sido agresiva. Christopher Hitchens, por ejemplo, en su diatriba antireligiosa God is Not Great (2007) declara que “is relieved that he [Gandhi] did not live to implement his ludicrous spinning-wheel program” (220). Consideremos que hasta el siglo diecinueve la humanidad vivió en un mundo agrario y artesanal. Parecería que toda esa historia milenaria queda cancelada en los últimos dos siglos; no obstante, los resultados nefastos de la industrialización son ya visibles a raíz del cambio climático. Ciertamente, una sociedad agraria y artesanal resulta hoy todo menos “ludicrous”.
Preciso es aclarar la posición del líder hindú en torno a la industrialización, pues ésta está en la mente de Homar al colocar su figura al centro de su composición. Gandhi rechaza la industrialización de la India por entender que la explotación capitalista de sus recursos naturales y humanos es inapropiada y perniciosa para las condiciones y necesidades materiales de su mayoritariamente rural nación. Lejos de erradicar la pobreza, la industrialización la agravaría. (No se equivocó.) Citemos algunos fragmentos de sus escritos, el primero, de 1936:
La industrialización a gran escala conducirá necesariamente a la explotación pasiva o activa de los aldeanos, cuando se planteen los problemas de competencia y de mercado. Tenemos, por tanto, que concentrar nuestros esfuerzos para que cada aldea sea independiente y fabrique a mano la mayor parte de lo que necesita. Si se mantiene este carácter de la artesanía de las aldeas, no habrá objeciones al hecho de que sus habitantes usen también máquinas y herramientas modernas que ellos sean capaces de fabricar y que puedan utilizar. La única condición es que no sean usadas para explotar a otros. [109-110]
Y este otro, de 1947:
Los Estados Unidos son el país más industrializado del mundo y, sin embargo, no han desterrado la pobreza y la degradación. Esto se debe a que han despreciado la mano de obra universal y han concentrado el poder en manos de unos pocos que amasan fortunas a costa de la mayoría. La consecuencia es que su industrialización se ha convertido en una amenaza para sus pobres y para el resto del mundo… Por tanto, la planificación real consiste en la mejor utilización de la totalidad de la mano de obra de la India y la distribución de las materias primas de la India en sus numerosas aldeas, en lugar de enviarlas al extranjero para comprar después a precios fabulosos los artículos importados. [111]
Aún otro, de 1937:
Hay que dar nueva vida a las comunidades de las aldeas. Las aldeas indias han producido y proporcionado a los pueblos y ciudades indias todo lo necesario. La India se ha empobrecido cuando nuestras ciudades se han convertido en mercados extranjeros y han empezado a explotar a las aldeas trayendo productos baratos y de mala calidad de países extranjeros. [107]
Hágase el ejercicio, con esos textos, de cambiar “India” por “Puerto Rico”, y se comprenderá por qué Homar introduce a Gandhi en la discusión sobre la economía colonial puertorriqueña. No es, empero, la única razón. Homar pudo muy bien utilizar una figura puertorriqueña para confrontar a Moscoso y Muñoz, pues líderes anticoloniales nunca nos han faltado. Como muestra, tomemos este fragmento, transcrito por la Policía de Puerto Rico, de un discurso pronunciado por Pedro Albizu Campos en la plaza pública de Lares, el 23 de septiembre de 1949:
La industrialización parecía una cosa muy sencilla. [Es] un plan dentro de la esclavitud, pero un plan para esclavos, dirigidos por esclavos; plan de esclavos, para esclavos, dirigidos por esclavos. Aquí los salarios iban a ser más bajos que en Estados Unidos. Aquí las industrias nuevas que se establecieron no pagarían contribuciones por doce años…los verdugos yankis…¡qué gran país este! –aquí pagamos lo que nos venga en gana, no pagamos contribuciones y a los doce años cuando quieran poner contribuciones, le entregamos un montón de máquinas viejas; cobren eso, si quieren, nosotros nos vamos. En doce años le sacan el jugo a esta población y se hacen millonarios, pues, cualquiera se viene a establecer aquí. [91]
La descripción que hace Albizu del plan de industrialización promovido por Moscoso y Muñoz es exacta. (Y pavorosamente vigente en 2023.) Surge la pregunta: Si un puertorriqueño puede expresar las mismas ideas, ¿por qué incorporar, entonces, a un hindú? Artista inteligente, Homar de sobra sabe lo que en Puerto Rico la mención de Albizu trae como consecuencia. A fines de la década del cincuenta, tras los años de la Ley de la Mordaza, el encarcelamiento y tortura por radiación de Albizu por parte del gobierno colonial, la persecución y represión del independentismo, y la propaganda acusatoria de Albizu como un “loco” que quiere “imponer por la violencia” sus creencias políticas, Homar reconoce que colocarlo al centro de su composición sería enajenar a la mayoría de sus espectadores, tan amaestrados como estamos para repeler su figura. En cambio, Gandhi, foráneo a nuestro ambiente, ajeno a la acusación de “loco violento”, ese a quien el mundo concibe como “pacífico” –esto es, “inofensivo” –, le es más conveniente para discutir nuestro problema colonial, sin alienar a sus observadores ni traicionar sus ideales políticos. Es una táctica bien ponderada y, sobre todo, una generosa invitación a sus compatriotas a reflexionar sobre nuestros problemas bajo un régimen político represor de tales reflexiones: el arte como herramienta para superar la mordaza y la violencia colonial.
A esta pintura, concebida como herramienta descolonizadora, Homar la mantiene extrañamente inacabada, en suspenso, como si el artista hubiera sacado de su taller un boceto en proceso; toda la insidia de nuestra política presentada en atractivos colores pasteles, en una composición tan irresuelta como nuestro estado colonial. En su parte superior central, un espacio inexplicablemente vacío, en espera de que cada espectador lo potencie. Los espectadores terminan la obra de arte, decía Marcel Duchamp; para Homar, igualmente toca a los puertorriqueños terminar con el coloniaje.
Ante esta situación, urge al Museo de Arte de Ponce reescribir la nota que acompaña la pintura en cuestión. Aquí regalamos un modelo, uno de tantos posibles:
Lorenzo Homar contrasta la figura del líder independentista y anticapitalista hindú Mohandas Gandhi, con los puertorriqueños Teodoro Moscoso y Luis Muñoz Marín, artífices del programa de industrialización de Puerto Rico. Con ello, Homar denuncia este programa económico como perjudicial para el pueblo puertorriqueño, pues se desarrolla en beneficio único de las industrias estadounidenses, en detrimento de los puertorriqueños. De este modo, el maestro Homar concibe la obra de arte como un espacio subversivo de reflexión política.
Confiamos en que se rectificará el texto; así se evitará la percepción, tan descabellada, de que se utilizan las obras de los artistas para falsear nuestra historia, prostituir nuestro arte, desorientar al público, restringir nuestra libertad de expresión, anular nuestro pensamiento, con el fin de mantenernos en la esclavitud.
Obras citadas:
Acosta, Ivonne, ed. 1993. La palabra como delito. Río Piedras: Editorial Cultural.
Agrait, Luis. 2011. “Luis Muñoz Marín y la cultura.” En: Explorando la Operación Serenidad. S. Serra Collazo, ed. San Juan: Fundación LMM.
Gandhi, Mohandas. 2004. Escritos esenciales. N.K.Bose, ed. Santander: Editorial Sal Terrae.
Hitchens, Christopher. 2007. God Is Not Great. New York: Twelve.