“The happiest place on Earth”, otherwise Puerto Rico: Abey Charrón y la vuelta a la visibilidad del cuerpo
¿Cómo se corporeiza un sujeto ya hecho invisible a través de la hegemonía sobre identidad nacional? ¿Cómo se imagina, o quizás, como se propone dar cuerpo a un sujeto que existe en su invisibilidad ante los ojos de aquel que ni si quiera lo puede imaginar? ¿En que consistiría pensar o imaginar el cuerpo del sujeto colonizado a través de una estética que subvierta los discursos hegemónicos? ¿Es posible en nuestros tiempos que el arte aún funcione como un arma para deconstruir o cuestionar la ideología sobre un estado-colonia que los discursos mediáticos describen como el “happiest place on earth” para así develar las historias de la cotidianeidad de esos cuerpos ya invisibles y su infelicidad? Indiscutiblemente, pensar la representación del cuerpo puertorriqueño sería mucho más fácil si se pudieran hacer preguntas a las cuales otros ya hubiesen ofrecido sus respuestas. Tal no es el caso. La identidad puertorriqueña y la representación del sujeto puertorriqueño en las distintas producciones estéticas contemporáneas, desde la literatura hasta el media, todavía dejan mucho que decir y que hacer para aquellos que quieran abordar la difícil tarea de pensar en que consiste el cuerpo puertorriqueño o, en todo caso, qué es el cuerpo puertorriqueño. Si otros países latinoamericanos tenían una identidad nacional ya formulada que se encuentra en crisis ante las actuales amenazas del neo-liberalismo a la nación- estado, en el caso de Puerto Rico se podría argumentar que dicha identidad siempre ha estado en crisis como producto de las complejidades al formular el imaginario de un sujeto colonizado, un sujeto que se encuentra entre lo que cree/quiere ser y lo que el colonizador exige que sea a través de sus aparatos estatales locales. Con las actuales condiciones globales esto sólo ha empeorado.
Ante dichos cambios y su impacto, la crisis emergente sobre el estado ya crítico de algo, surgen también nuevos planteamientos sobre cuál es el cuerpo del puertorriqueño a través de la producción intelectual y estética. Félix Jiménez y Abey Charrón son dos ejemplos de estos casos. El primero propone una crítica cultural a este respecto, el segundo propone una crítica artístico-visual. Ambos guardan en común el plantearse del cuerpo puertorriqueño a principios del Siglo XXI. Pero el cuerpo puertorriqueño que plantean es uno que todavía no ha sido visto o pensado (quizás ni si quiera por los puertorriqueños mismos). Dicho cuerpo es, efectivamente, un puertorriqueño invisible que quizás sólo sale a la luz a través de sus propuestas. Propongo aquí elaborar sobre la representación del cuerpo puertorriqueño en el Siglo XXI y al decir ‘cuerpo’ implico el paralelismo del organismo físico- individual con el social- colectivo. Busco pensar los planteamientos de Feliz Jiménez y elaborar una crítica del trabajo de Abey Charrón a partir de éstos. De algún modo quizás, buscando unificar dos propuestas sobre el caso de la representación del cuerpo puertorriqueño que de otro modo permanecerían desligadas ya que la fragmentación del pensamiento intelectual local es un hecho que perpetra el estado-colonia del “happiest place on earth”, otherwise Puerto Rico. Un estado-colonia bajo el subyugo de los Estados Unidos donde el pensamiento y el trabajo cultural exhaustivo aún no han satisfecho la necesidad de elucidar una definición del puertorriqueño como cuerpo político o tal vez, al menos, una sociología del mismo en el presente.
En Audioeuforia, Félix Jiménez discute la Campaña de Turismo de 2010 en Puerto Rico para hacer el planteamiento del sujeto puertorriqueño invisible que se convierte en sólo sonido. El autor explica que lo que circunda este anuncio mediático de un minuto es “una estética de la desaparición” donde los sujetos “no interactúan ni significan nada más allá que su silbido” de la canción Preciosa (quasi-himno nacional). En su argumento, con los cuerpos propuestos como despojados del lenguaje, Jiménez concluye que:
“En el momento de mayor conexión los puertorriqueños son construidos y presentados por su propio gobierno como inentendibles, inaudibles, porque en el momento de esa intimidad, de esa interpenetrabilidad no comunican, sólo resuenan. Es una isla que le niega a sus interlocutores satisfacción narrativa y les ofrece, sin embargo, el placer del silbido como compensación”.
Sin embargo, algo que no queda completamente claro en el análisis que Jiménez hace sobre este anuncio publicitario en particular, aunque lo implica, es que el mismo va dirigido hacia los puertorriqueños mismos. El anuncio es en parte una incitación al puertorriqueño a lo que Jiménez llama una “fantasmagoría que pretende reinstalar en la imaginación una potente y efectiva servilidad” para que así se pueda ofrecer el aclamado y artificial “Puerto Rico lo hace mejor” ante aquellos que van de visita turística a la isla. Más importante aún, pareciera hacer el señalamiento de que aún ante la “desaparición” que plantea Jiménez, todavía aparecen los cuerpos. Serviles sí, inentendibles también, pero de todos modos aparecen los cuerpos.
Ahora bien, ¿cómo se incita al visitante a que vaya a descubrir que es lo que la isla hace mejor? Dicha incitación consistiría, entre otras cosas, en la desaparición por completo del cuerpo sonoro puertorriqueño que consolida la campaña publicitaria que procede a la que discute Jiménez. Si en el primer anuncio dirigido a los puertorriqueños al menos quedaba el cuerpo, en el segundo anuncio, dirigido ahora a los potenciales visitantes, este cuerpo desaparece. Para el turista al cual se abre la invitación a descubrir por qué Puerto Rico lo hace mejor, le espera una isla vacía, una isla sin cuerpos puertorriqueños, una isla donde sólo aparecen aquellos que pueden costear la diversión de turistear libre de los ya “inentendibles” puertorriqueños. Ya no es necesaria su servilidad sino por el contrario la comodidad de una isla sin cuerpos puertorriqueños. ¡Que alivio! Una isla vacía. ¿No es acaso esa la utopía de cualquiera que va de vacaciones a un fantasioso “happiest place on earth”? Sin embargo, a la utopía solo puede proceder la distopía y una visita a Puerto Rico tan sólo puede estar muy lejos de este falaz elogio.
Es a partir de este desplazamiento del cuerpo puertorriqueño en el discurso hegemónico dirigido al exterior que surge la importancia de la propuesta estética de Abey Charrón que lleva por título “Isla del Encanto”. El artista se apropia de la consigna principal de la publicidad turística ofrecida en el exterior de la isla, Discover why Puerto Rico does it better, y lleva sus posibilidades al límite. En esta apropiación de la campaña no se asume la desaparición del puertorriqueño, y quizás sí, el cuerpo puertorriqueño aparece como sonoro en cierto modo. En la primera fotografía de esta colección, Charrón utiliza el diseño verde del marco de la campaña incluyendo su consigna principal para introducirnos a dos hombres y tres mujeres en lo que asumimos que será la terraza de una casa en algún barrio puertorriqueño. Entonces, vemos aparecer de izquierda a derecha 5 cuerpos exageradamente estereotipados sentados en el borde de un muro de la terraza. La primera es una mujer con el famoso ‘dubi’ y una camisa de la bandera puertorriqueña. Esa mujer sostiene un bate en una mano y con la otra abraza a quien de seguido vemos que es un hombre con una escopeta, luciendo una camisa con la Virgen María y que a su vez abraza a otra mujer que también sostiene una escopeta y junto con sus tacos y minifalda luce un pasamontañas. De ahí pasamos a ver a otro hombre que también luciendo pasamontañas, vistiendo mahones y descamisado, sujeta dos machetes que levanta por encima de su cabeza y proyecta en forma de equis. Este último es a su vez abrazado por quien sería la última mujer que aparece con pistola en manos, una camisa de mallas roja y zapatos con tacones altos (todas las mujeres aparecen con zapatos de taco alto en la mayoría de las fotografías de la colección). A esta primera imagen, sólo le puede seguir lo que ya imaginamos: la gran masacre puertorriqueña. Las imágenes subsiguientes formulan asesinatos sangrientos, por gente bien vestida y cuyos victimarios no aparentan guardar ningún tipo de remordimiento respecto a su acción. Lo más importante es que en un mismo instante Abey Charrón deconstruye y crítica los diversos discursos hegemónicos que dominan la representación/invisibilidad del cuerpo puertorriqueño dentro y afuera de la isla. Por un lado, hace aparecer al cuerpo que nunca existió para los que no conocen la consistencia de la violencia cotidiana en la isla y en cambio sólo consideran visitar por unos días. Por otro lado, el cuerpo puertorriqueño que trae al frente está en diálogo con el mismo que representan los diarios todos los días como recordatorio de que el puertorriqueño es un ente enfermo y que a su vez no le permite imaginarse a sí más allá de esto; como cuerpo con agencia política. Charrón devuelve la visibilidad a un cuerpo puertorriqueño, ya no enfermo o dócil como los de Zeno Gandia o Luis Rafael Sánchez, sino un puertorriqueño que con la misma agencia impetuosa que puede utilizar para asesinar bien podría optar por transformar su propia isla (o quizás, eso sea lo que yo me arriesgo a pensar). A través de estas dos estrategias de representación, el artista produce, a través de lo grotesco (aquí quiero decir la exageración/generalización de los estereotipos puertorriqueños) y lo monstruoso (acá planteo lo monstruoso como la representación de un sujeto que no se diferenciaría del animal que ataca su presa sin discernimiento y por tanto aparece animalizado) una representación artificial de lo que es el cuerpo puertorriqueño para darlo a conocer en el exterior y levantar cuestionamientos sobre si Puerto Rico lo hace realmente mejor, solamente peor o acaso ninguna de las dos.
A la propuesta fotográfica “Isla del Encanto” de Abey Charrón le precede otro proyecto estético titulado Guerrilla PR. Dicha propuesta iba dirigida a desmantelar el discurso distorsionado que relaciona al sujeto encapuchado y la violencia a partir de la huelga de la Universidad de Puerto Rico donde artistas, intelectuales, estudiantes y activistas políticos utilizan el pasamontañas para proteger su identidad debido a la historia de persecución política que ha dominado en la isla desde los años ‘30. La propuesta de Charrón intentaba destacar que todos estos sujetos viven en una guerrilla diaria bajo un sistema político que promulga la represión a través de las falacias y distorsiones mediáticas. Sonya Canetti señala que es dicha propuesta la que obtiene una invitación a “The Eerie Show” pero esto sólo desemboca en la producción de “La Isla del Encanto” debido a la siguiente razón:
“Para Charrón, presentar las fotos de Guerrilla PR en una exhibición enfocada en material fotográfico centrada en el horror, podía invitar a una lectura superficial de la serie y derrotaba su propósito al hacerla. Por eso, el fotógrafo respondió a la invitación con otra propuesta de trabajo que fue aceptada (…) Dicha propuesta es la que compone la serie de fotografías titulada La isla del encanto…”.
Entonces, lo que emerge en “La Isla del Encanto” de Charrón pareciera ser un cuerpo puertorriqueño, vivo o muerto, en ambos casos visible, que consiste del horror producido por la violencia cotidiana para así hacerlo perceptible frente a un público que no logra acceder dicho cuerpo desde el exterior. El cuerpo puertorriqueño no deja de ser sonoro acá. En la primera fotografía de la serie, encontramos cinco cuerpos armados listos para hacer ruido con su violencia y que nos invitan a través de ésto a descubrir Puerto Rico con la consigna “Discover why Puerto Rico does it better” incluida en la imagen. Pero a la vez no es la misma violencia que ya se ha normalizado en los diarios de la isla. El cuerpo puertorriqueño que aparece es uno que está a su vez hecho de una estética de horror y de la estética de la cultura pop. Es decir, a la misma vez que los cuerpos aparecen en medio del morbo de asesinatos explícitos, también aluden a una estética ficticia estilo Pulp Fiction de Quentin Tarantino. En medio del morbo de los asesinatos, los colores llamativos que llevan en la ropa los cuerpos de las víctimas y victimarios, resuenan y nos hacen ver el cuerpo puertorriqueño que había desaparecido en la isla vacía que prometía hacerlo mejor en la campaña de turismo dirigida al exterior. Si volvemos a pensar el planteamiento de Jiménez de que el puertorriqueño es representado por su gobierno como sujeto que sólo resuena, aquí Charrón propone en cambio que el cuerpo puertorriqueño es también capaz de hacer ruido a través del silencio de su acción. El medio fotográfico no permite el sonido, pero se entiende el sonido a través de cada uno de los asesinatos representados. Sin embargo, ya no son sólo silbido sino que en la narración que propone el artista son pura acción. Acción que acaso ayuda a imaginar también el ruido. Tampoco es el gobierno el que narra ahora, en cambio el que narra es Charrón o su narrador implícito quizás, da igual en tanto que ninguno conforma parte de la hegemonía.
Tal vez la propuesta de Charrón causaría espanto o gracia, dependiendo de los ojos que la miren, pero esto nos lleva a lo que resuelve el antropólogo Néstor García Canclini a partir del filósofo Jacques Rancière respecto a la experiencia que ofrece la estética contemporánea latinoamericana sobre los cuerpos. En «La sociedad sin relato» Canclini señala que:
“Esta indeterminación, esta indecibilidad de los efectos (…) corresponde al estatus de inminencia de las obras o la acción artística no agrupables en metarrelatos políticos o programas colectivos. (…) Los artistas contribuyen a modificar el mapa de lo perceptible y lo pensable, pueden suscitar nuevas experiencias, pero no hay razón para que modos heterogéneos de sensorialidad desemboquen en una comprensión del sentido capaz de movilizar decisiones transformadoras”.
Habría que cuestionar a Caclini entonces si no es acaso la intención del artista mismo ya una decisión que consiste en producir una transformación. A diferencia de lo propuesto por Jiménez, Charrón como puertorriqueño, a través del arte visual, se apodera de la “satisfacción narrativa” y no se complace con un simple silbar. No pretendo ni si quiera acercarme a insinuar acá que el arte visual de Charrón vaya a adelantar una insurrección política. Eso, sería tan sólo pecar de ingenuo. De todos modos, tampoco es eso lo que debemos exigirle al artista. Pero sí pareciera que a través de la estética de exageración y sátira de la violencia, el artista puede devolver un espacio al cuerpo puertorriqueño que a su vez podría tener un impacto en cómo éste es visto desde el exterior, un gesto de transformar la invisibilidad en visibilidad. Logra decir algo de cómo es este cuerpo una vez deja de ser invisible y es de vuelto a la visibilidad a través de la ficción que a su vez subvierte la hegemonía. Las decisiones transformadoras de los espectadores no consistirían aquí en producir grandes cambios sociales. En cambio, una decisión transformadora podría ser tan simple como cuestionarse si visitar o no la isla; proponerse ver la realidad cotidiana si acaso se escoge visitar, la realidad que no se ve en los hoteles o las cascadas del Yunque. Esto para los de afuera y que les quede claro que para el “happiest place on earth” no hace falta pasaporte pero quizás sí un revólver por aquello de protección personal.
Para los que permanecemos adentro (me incluyo porque los que no estamos presente también hemos tenido que vivir o seguimos viviendo con esto desde la distancia, por más que se insista en despojarnos de esta realidad de la experiencia de ser puertorriqueño con un simplista “tú no vives aquí, tu no puedes hablar de esto”, como si no hubiésemos dejado toda la familia, biológica y extendida atrás, expulsados por una situación político-económica que para algunos no da más) podría producir la decisión transformadora de cuestionarse el por qué seguimos aceptando el morbo producido a diario a través de la violencia insostenible, o en todo caso por qué permitimos que nuestras vidas continúen siendo controladas por el miedo que produce la violencia mientras pretendemos que somos felices. ¿Será acaso que el cuerpo puertorriqueño que plantea Charrón incita al sujeto a apropiarse de su visibilización mediante la renuncia a la servilidad y enajenación impuestas por metarrelatos políticos? Si el cuerpo puertorriqueño hecho visible es violento y aparenta estar orgulloso de hacerlo mejor en su versión dentro de la ficción, entonces, ¿qué es lo que le toca hacer a ese mismo cuerpo aludido para enorgullecerse de algo que no sea lo peor en la realidad? Creo que estas son algunas de las preguntas a las que invita el arte visual de Abey Charrón. Lo que cada espectador escoja hacer con su arte existe por fuera de su poder y autonomía como autor- productor.