Trump, el cowboy del siglo XXI y su nueva fiebre del oro

Trump, el cowboy del siglo XXI.
Las amenazas del presidente Donald Trump de capturar por la fuerza el Canal de Panamá, imponer unilateralmente tarifas arancelarias a China, Canadá y México, anexar Canadá y Groenlandia, y desplazar a los palestinos de su tierra natal para construir una zona turística en la Franja de Gaza constituyen una burda afrenta a los principios de la diplomacia internacional. Estas acciones reflejan una peligrosa ofensiva de expansión imperialista en pleno siglo XXI.
Tras la Segunda Guerra Mundial, marcada por el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, las potencias europeas y Estados Unidos comprendieron la vulnerabilidad de la existencia humana. Como respuesta, el 24 de noviembre de 1945 se fundó en San Francisco la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con el propósito de:
«Preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra, reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas, crear condiciones que permitan mantener la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados, promover el progreso social y elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad. Para ello, se comprometieron a practicar la tolerancia, convivir en paz como buenos vecinos, unir fuerzas para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, asegurar que la fuerza armada solo se utilice en interés común y emplear mecanismos internacionales para promover el progreso económico y social de todos los pueblos.»
Sin embargo, a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, la realidad ha demostrado que Estados Unidos ha utilizado la fuerza no para preservar la paz, sino para expandir su control geopolítico y económico.
1898: el año en que Estados Unidos se hizo mayor de edad
La última gran ofensiva imperialista de Estados Unidos tuvo lugar en 1898, cuando, tras declarar la guerra a España, se apropió de Puerto Rico y Cuba en el Caribe, así como de Guam y Filipinas en el Pacífico. Aunque Hawái no era parte del dominio español, el Congreso estadounidense aprobó en julio de ese año una resolución para anexar todo el archipiélago.
Desde entonces, las intervenciones militares de Estados Unidos no han tenido como objetivo la anexión territorial, sino el control estratégico de regiones clave para sus intereses económicos y militares. La última incorporación de territorios a la Unión ocurrió en 1959, con la admisión de Hawái y Alaska como estados.
Groenlandia y Panamá: el Tío Sam no olvida sus deudas
Las amenazas de adquirir por la fuerza el Canal de Panamá y el territorio autónomo de Groenlandia, bajo la soberanía de Dinamarca, no deben tomarse a la ligera. En el caso de Panamá, cuando el Congreso colombiano se negó a ceder la soberanía del istmo, Estados Unidos apoyó un movimiento separatista para declarar la independencia del país y, casi de inmediato, firmó un tratado para controlar el canal «a perpetuidad». Para persuadir a Colombia, Washington no dudó en recurrir a la fuerza militar. Fue solo con el Tratado Torrijos-Carter de 1977 que se pactó la transferencia del canal a Panamá en 1999, desde cuando el país ha gestionado con eficiencia esta infraestructura clave para el comercio mundial.
La obsesión de Estados Unidos con la expansión territorial viene de lejos. Desde principios del siglo XIX, ya había manifestado su interés por adquirir Cuba, un objetivo que solo logró tras la Guerra Hispano-Cubano-Estadounidense de 1898. Antes de ello, en 1821, España le había vendido Florida, y en 1917, en el contexto de la Primera Guerra Mundial, Washington presionó a Dinamarca para que le vendiera las Islas Vírgenes por 25 millones de dólares, temiendo que cayeran en manos alemanas.
Este historial sugiere que, si Dinamarca se niega a vender Groenlandia —rica en minerales y estratégicamente ubicada en el Ártico—, Estados Unidos podría considerar medidas más agresivas. En el caso del Canal de Panamá, el pretexto de que China controla sus operaciones podría utilizarse para justificar una intervención militar, apoyada por una intensa campaña mediática. No sería la primera vez: en 1989, Estados Unidos invadió Panamá con el argumento de derrocar a Manuel Noriega, acusado de narcotráfico y de apoyar movimientos armados en Nicaragua y El Salvador. Aquella incursión militar dejó entre 300 y 500 muertos panameños.
Gaza: una historia tan vieja como el exterminio indígena
El desalojo forzado de poblaciones enteras no es una novedad en la historia de Estados Unidos. En 1830, con la aprobación del Indian Removal Act, miles de indígenas fueron expulsados de sus tierras y forzados a marchar hacia Oklahoma en lo que se conoce como el «Trail of Tears». La expansión hacia la costa del Pacífico también implicó el exterminio de poblaciones nativas y su confinamiento en reservas.
Hoy, el pueblo palestino enfrenta un destino similar. La masacre indiscriminada de aproximadamente 47,000 palestinos y la propuesta de trasladar a los sobrevivientes a otros países para permitir la construcción de megahoteles en la Franja de Gaza es un crimen que no debería sorprender a quienes conocen la historia sangrienta del imperialismo estadounidense.
Mentiras, cañonazos y el imperio en piloto automático
Todas estas intervenciones militares han sido justificadas con argumentos como la protección de ciudadanos estadounidenses, la seguridad nacional o alguna otra razón fabricada para que parezca legítima ante la opinión pública y la comunidad internacional. Sin embargo, la administración de Trump ha abandonado la retórica de «defensor de los derechos y las libertades civiles» y ha mostrado su verdadera cara: un imperialismo sin máscaras.
A diferencia de anteriores ofensivas, esta ha encontrado oposición en países tradicionalmente aliados de Estados Unidos, provocando una polarización comparable a la de la Primera y Segunda Guerra Mundial. Este alarmante panorama exige el rechazo urgente de la comunidad internacional y una firme solidaridad entre los pueblos para frenar la expansión desenfrenada del imperialismo.