War Against All Puerto Ricans
El libro de Nelson A. Denis, War Against All Puerto Ricans (Nation Books, Nueva York, 2015), es una contribución valiosa e importante y es lectura obligada. Debería ser traducido no sólo al castellano sino a otros idiomas, y circulado y discutido en las escuelas y universidades al menos de Puerto Rico y Estados Unidos. Tiene el mérito de reunir y revelar múltiples informaciones importantes sobre la atroz represión que se desató contra Pedro Albizu Campos y el Partido Nacionalista y los ingredientes de crueldad, primitivismo y degradación moral que yacen en el fundamento del llamado Puerto Rico moderno representado por Luis Muñoz Marín.
Las nuevas generaciones de grupos intelectuales y acomodados que buscan administrar la precaria institucionalidad criolla son generalmente ignorantes de los horrendos hechos de sangre sobre los que la misma se montó.
El libro deja pocas dudas de que Albizu fue objeto de radiación en la cárcel La Princesa por parte del gobierno estadounidense a principios de la década de 1950, lo cual le provocó una trombosis cerebral en 1956. No fue llevado al hospital sino hasta dos días después, por lo que en adelante perdió el habla y la parte derecha de su cuerpo quedó paralizada. Lo silenciaron definitivamente. Falleció en 1965 a los 72 (o 74) años. El gobierno estadounidense secretamente aplicó radiación sobre miles de personas y experimentó con personas y poblaciones que consideraba indeseables, bastante del modo en que el nazismo alemán experimentó innovaciones científicas. Durante las décadas de 1940 y 50 Muñoz difundió la versión de que Albizu estaba loco —supuestamente imaginaba que sufría radiación—, ya que sólo la demencia explicaría un rechazo a la presunta democracia de Puerto Rico y que los nacionalistas eran fascistas y, contradictoriamente, aliados de los comunistas.
El texto indica que el aparato de inteligencia militar de Estados Unidos tenía una instalación de tortura en la base Ramey en Aguadilla, donde encarceló ilegalmente nacionalistas y los torturaba sistemáticamente y con pocos límites —incluyendo médicos como parte del sistema de tortura—, usando métodos que luego se aplicaron en regímenes de América Latina sostenidos por Estados Unidos, y quizá más recientemente en instalaciones norteamericanas en Guantánamo, el Medio Oriente y otros sitios.
La enorme violencia en las masacres de Río Piedras de 1935, de Ponce en 1937 y de Utuado en 1950 y en otras ejecuciones, si bien dejó ver un deleite de los policías y militares en la orgía de sangre (que recuerda la psicopatología de los agentes represivos durante crímenes similares en la historia del Caribe y tantos otros lugares), apunta a la importancia calculada que le ha asignado el gobierno estadounidense a su control sobre Puerto Rico, el cual ha consolidado sobre todo desde fines del siglo 20. Deja ver un desorden psicosocial al interior del sistema represivo, exacerbado quizá por las dificultades del estado norteamericano para construir un mito ideológico solvente.
Por otra parte, los accidentados esfuerzos paramilitares del Partido Nacionalista —escasos relativamente a la represión que se lanzó— resaltan la valentía personal de sus militantes, a veces solitaria como en el caso extraordinario del barbero Vidal Santiago. Se provoca la idea de que en Puerto Rico un ejército revolucionario anticolonial numeroso y bien organizado podría prevalecer, si fuera parte de un movimiento político y cívico arraigado en las clases mayoritarias.
El texto hace evidente que, después de la huelga obrera del azúcar en 1934, el régimen colonial debía eliminar a Albizu cuanto antes. El libro logra transmitir la decencia y dignidad del líder nacionalista, desde 1947 vigilado y acompañado en la Isla por decenas de agentes 24 horas al día y consciente de su creciente aislamiento y de que pronto regresaría a la prisión para siempre o sería asesinado.
El acoso del gobierno empujó a los nacionalistas a los levantamientos de octubre de 1950. Como sujeto del imperialismo norteamericano, Muñoz debía destruir el nacionalismo, así como realizar reformas socioeconómicas que modernizaran la vida de las clases populares y medidas simbólicas que admitieran una cierta versión, superficial, de la cultura puertorriqueña.
El texto expone la reducida estatura moral e intelectual de Muñoz, y sus rasgos de irresponsabilidad y cobardía. También señala la corrupción, la mediocridad y la irresponsabilidad como norma histórica del gobierno de Puerto Rico bajo dominio de Estados Unidos, y su relación con intereses privados específicos de funcionarios coloniales estadounidenses.
La investigación reúne testimonios espeluznantes y dramáticos que revelan el cinismo y la agresividad antisocial de la Policía de Puerto Rico y del FBI. Imparte coherencia y mayor veracidad, y añade datos nuevos y fuentes diversas, a información que en parte se ha venido reproduciendo a través de las generaciones en círculos independentistas y revolucionarios de manera oral y dispersa.
El surgimiento masivo de un independentismo revolucionario en los años 60 y 70 fue en parte una protesta de parte de jóvenes que habían nacido en los años 40 y 50 y oído las tristes anécdotas de boca de sus mayores, pues la magnitud de la violencia represiva quedó en la memoria popular. Pero en la generación siguiente el tema estaba ausente, dada la política de silenciarlo del gobierno y los medios (prensa, escuela, iglesia, academia) y la ausencia de medios alternativos de difusión que lo promovieran y articularan a las nuevas luchas sociales. Se construyó un olvido colectivo.
El libro, por tanto, narra una historia que el mundo debe conocer. Al ser en inglés podrá impactar progresivamente la sociedad de Estados Unidos y sus instituciones y medios de comunicación. Irónicamente, el sistema colonial y Muñoz promovieron la emigración y que los puertorriqueños se integraran a la sociedad estadounidense. Se pone de manifiesto que Puerto Rico tiene como interlocutor principal al público estadounidense, pues los libros de la Isla apenas circulan en los países hispanohablantes.
Denis usa testimonios inéditos, documentos del FBI desclasificados en los años 90 y las investigaciones minuciosas de Marisa Rosado, sobre todo en Pedro Albizu Campos: Las llamas de la aurora (2008), y Miñi Seijo Bruno, La insurrección nacionalista en Puerto Rico, 1950 (1989). El libro recuenta información que en la década de 1970 el periódico Claridad dio a la luz en investigaciones, artículos y reportajes, en parte gracias a que contaba en su redacción con la pionera historiadora de estos temas y extraordinaria intelectual, autora y periodista Miñi Seijo Bruno.
La época actual es de declive del prestigio de Estados Unidos, en contraste con las décadas de ascendencia estadounidense en la posguerra y con los años 60, 70 y 80, cuando fueron más debatidos públicamente el carácter capitalista, colonialista y reaccionario de su gobierno y el lado secreto de sus operaciones. Una nueva conciencia existe sobre la represión y el militarismo, también a causa de investigaciones, literaturas, películas y series en internet y otros medios. Véase que en años recientes el gobierno de Washington hizo la singular admisión de que ha usado la tortura.
Denis brinda información razonablemente convincente de que durante los años 30 y 40, por lo menos, Muñoz usó habitualmente el opio; que este dato se afirma directamente en comunicaciones internas del FBI que aparecen en el libro, y que se comentaba entre conocidos y amigos del fundador del ELA y en círculos más amplios. Insinúa que el gobierno federal pudo haber chantajeado a Muñoz, por su uso de la droga, para que se opusiera a los proyectos del congresista Tydings para darle la independencia a Puerto Rico, los cuales gozaban de apoyo amplio entre variados sectores de la sociedad puertorriqueña. Irrespectivamente de que hubiese explícitamente un chantaje, sin embargo, toda la conducta de Muñoz es cónsona con su rol autoimpuesto de impedir la independencia y silenciar los independentistas.
El libro retrata a un Muñoz irresponsable en su vida personal durante las décadas de 1920, 30 y 40. Se trata de un personaje atribulado y desarraigado desde muy joven, proclive a la dependencia y deseoso de servir al estado norteamericano. Otros libros recientes han reseñado cómo en los ‘40 Muñoz desestimó las ideas y recomendaciones del gobernador precedente Tugwell, Chardón y otros intelectuales que habían pasado el trabajo de estudiar y participado en equipos del gobierno para aplicar criterios de planificación y economía. En muchos casos eran sensibles a la necesidad de preservar la agricultura, estimular la actividad económica del estado, regular el capital estadounidense que sería invitado, promover la productividad y el capital de Puerto Rico, y racionalizar los espacios rurales y urbanos (ver Francisco Catalá Oliveras, Promesa rota, 2013, y Rubén Nazario Velasco, El paisaje y el poder, 2015).
Pero Muñoz abandonó la Isla a una invasión desordenada de capitales estadounidenses. Tras ser destruida la agricultura en una isla de tierra fértil, sometido el país a un desorden demográfico, espacial y social, y reducidas las voces anticoloniales mediante represión, Muñoz salió de la gobernación a principios de los años 60, no sin antes promover una imagen de Puerto Rico como país occidental, culto y desarrollado (ver Rafael Aponte Ledée, Las mieles del alba; Conservatorio de Música de Puerto Rico, dichas y desdichas, 2015). Fue un montaje publicitario (ver Evelyn Rodríguez Vélez, Puerto Rico; política exterior sin estado soberano 1946-1964, 2015). El carácter irresponsable de Muñoz se vio además en las presiones que ejerció, afortunadamente sin éxito, sobre Sánchez Vilella para que como gobernador firmara los contratos con compañías norteamericanas para abrir minas de cobre en la zona de Utuado, Lares y Adjuntas, lo que hubiera sido un crimen ecológico monumental e irreversible. Detuvieron el plan monstruoso la resistencia ambientalista, independentista, cívica y de grupos de científicos, y la integridad de Sánchez Vilella (ver J. Colón, F. Córdova y J. Córdova, El proyecto de explotación minera en Puerto Rico, 1962-1968, 2014).
War Against All Puerto Ricans parece arrancar de la idea de que la realidad parece más ficción que la literatura. Tiene un giro periodístico y tendiente a estudios culturales, de cine y literatura. No entra en los análisis y debates de los últimos cuarenta años en Puerto Rico sobre la relación entre la cuestión nacional y la cuestión social, o sea los reclamos de la clase obrera, las reformas socioeconómicas, la expansión de las culturas populares y del espacio femenino y otros temas referentes a la modernidad y hegemonía del capitalismo estadounidense que, junto al terrorismo del estado, ayudaron a un relativo aislamiento del nacionalismo en los años 40 (a pesar de lo cual Muñoz impuso la Ley de la Mordaza).
El libro contiene aseveraciones erróneas notables, si bien son marginales, así como inexactitudes y muestras de desconocimiento del castellano y de la geografía de San Juan. Los errores sugieren la distancia entre los intelectuales de la diáspora y los de la Isla, en tanto una falta de colaboración parece haber impedido que se detectaran y corrigieran. Los errores historiográficos que pueda haber, inaceptables desde el punto de vista del rigor científico, deben ser corregidos de inmediato de modo que no menoscaben la información y los argumentos centrales. Acaso por algún menosprecio hacia la diáspora entre la intelectualidad isleña, los errores han provocado críticas duras al libro, quizá incluso con alguna hostilidad, obviándose sus importantes contribuciones. Pero la relación entre los intelectuales debe ser de cooperación en vez de competencia.
Si bien todo estado es fruto de la violencia y la victoria de unos sobre otros, y después confecciona una imagen de legitimidad, unidad y progreso, el folklor que se ha fabricado de Muñoz como un brillante y honrado dirigente del desarrollo social no sólo encubre una montaña de crímenes y una mediocridad institucionalizada, sino que ha servido para que Puerto Rico, aún en el siglo 21, carezca de un cuerpo político propio. Esta vieja carencia hace que para algunos incluso la estadidad parezca un adelanto. Se creó una cultura de miedo que el Partido Popular simboliza especialmente.
A la luz de la oposición régimen colonial-Partido Nacionalista que el libro narra, el Puerto Rico actual parece una especie de nación moribunda, lo que implicaría —si fuese así de sencillo— un grave crimen de etnocidio, aunque muchos puertorriqueños no lo vean así o jamás hayan pensado el asunto. Sin embargo la puertorriqueñidad exhibe vigor también desde la diáspora, y War Against All Puerto Ricans luce como muestra de ello.
Los filósofos de la Ilustración proponían que todos somos ciudadanos del mundo, y debemos decir la verdad con criterio independiente y exigir valores universales de dignidad humana, aunque en un país particular la gente o el gobierno no entiendan y prefieran su propio atraso. La humanidad y el mundo deben ayudar a su parte atropellada a que se recupere y cobre conciencia de la magnitud del daño que ha sufrido. El libro de Denis contribuye a que la humanidad, y en particular la multiétnica sociedad norteamericana, puedan hacer ver a los puertorriqueños la verdad de su historia.