El amargo del café
Se ha hablado mucho, en nuestra literatura, de los verdes cafetales de nuestra montaña, del olor grato y fino del café, de su importancia en las amables tertulias de principios de siglo. Se ha hablado menos —muchísimo menos— de las condiciones reales de la vida en las haciendas cafetaleras del siglo 19, de las consecuencias sociales y económicas de la concentración de grandes propiedades en manos de la élite cafetalera, y del proceso de peonización del jíbaro, la mano de obra servil exigida por el auge del café. El impecable libro de Fernando Picó, Libertad y servidumbre en el Puerto Rico del Siglo XIX (Río Piedras: Ediciones Huracán, 1979), viene a llenar ese vació. Es un libro extraordinario: su autor rompe con viejos esquemas, tiene abundante y nueva información, expone con claridad.
La época del desarrollo del café —la segunda mitad del siglo 19— fue dominada principalmente por inmigrantes catalanes, mallorquines y corsos que lograron desplazar y subordinar a muchos pequeños propietarios criollos, —las familias fundadoras—— como ilustra el caso de Utuado. Desde 1849, año de la Circular de Pezuela, todos los varones mayores de 16 años que no tuvieran suficiente propiedad tenían que registrarse como jornaleros. Con ese y otros mecanismos, como la Junta de Vagos, el estado garantizó la mano de obra necesaria para la nueva economía cafetalera. Los peones desmontaban el terreno y limpiaban los cafetales. En la cosecha participaban también mujeres y niños. Los jíbaros utuadeños se vieron forzados a hacerse peones. Su vida material y espiritual se empobreció dramáticamente, abriéndose un abismo cada vez mayor entre los trabajadores, de un lado, y los hacendados y comerciantes que se beneficiaban de su trabajo, del otro.
La región de Utuado, los trabajadores que hicieron posible el auge del café en la segunda mitad del siglo 19, y los cambios de las estructuras y relaciones sociales, son el objeto del estudio de Picó. Desde las primeras páginas queda claro que Picó rechaza toda falsificación que tienda a embellecer o a idealizar el período y el sistema que analiza. Se enfrenta explícitamente a la imagen de un mundo feliz cafetalero, mitología que ha sido reproducida y generalizada en muchos textos literarios y reforzada recientemente en las poderosas imágenes de la publicidad en la televisión. El café llegó, en efecto, a ser el cultivo principal de la región en la segunda mitad del siglo 19. Pero a un costo social y humano altísimo, ya que el sistema feudal que lo hizo posible conllevaba una forma de explotación inhumana a la cual tuvo que someterse el jíbaro. El odioso régimen de la libreta les garantizaba a los ricos hacendados corsos y mallorquines la mano de obra servil. Las grandes haciendas cafetaleras no eran nada idílicas para los trabajadores, quienes vivían en la miseria, víctimas del hambre y las enfermedades. Como dice Picó, loa comienzos del auge del café “se realizan a costa de la reducción del jíbaro a un estado de dependencia y miseria del que a duras penas saldrá a mediados de nuestro siglo, y de un abuso inescrupuloso, directo o indirecto, de los recursos naturales de la montaña que nunca ha sido remediado efectivamente”.
Las fuentes que usa Picó son muy variadas: registros de jornaleros, actas de la Junta de Vagos, protocolos notariales y archivos parroquiales. Uno de los aspectos más conmovedores del libro (que a ratos parece la narración de las estirpes condenadas a sus “cien años de soledad”) es la reconstrucción de las familias fundadoras del pueblo y su lenta pero segura peonización. Hijos y nietos de aquellos pequeños propietarios y oficiales tenían que registrarse como jornaleros. Los cambios de fortuna de aquellas principales familias de utuadeños (los Maldonado, los Marín, los Martell, y muchos otros) recuerdan las arbitrariedades de la rueda de la Diosa Fortuna en los textos antiguos.
Se trata, como ya dijo Gervasio García, de un libro pionero. García publicó, en un número de la revista Sin Nombre (correspondiente a enero-marzo 1980), un artículo muy iluminador sobre el libro, fijando su significación en la historiografía puertorriqueña, y prolongando la reflexión sobre algunos de los problemas planteados por Picó. Se trata de un libro pionero, aclara, porque muestra el funcionamiento del feudalismo puertorriqueño, enseña el alcance real del reglamento de la libreta de 1849, descubre el papel real de la Iglesia en la vida de los humildes y los encopetados. El lector interesado encontrará otras precisiones importantes en el trabajo de García.
Libertad y servidumbre en el Puerto Rico del siglo XIX es uno de los libros que nos permite llegar a tierra firme. El amargo del café estimulará el estudio de aspectos que Picó no aborda, como lo son las manifestaciones culturales de las clases en conflicto, el papel de la literatura en la difusión de valores ideológicos, y la relación o comparación con el mundo de la caña. Nos recuerda, sobre todo, que nuestro pasado está configurado por la caña y el café, por la miseria de los peones y los esclavos, por la hegemonía de los hacendados y el marco colonial. Esa historia nos es cada vez más necesaria.
* Publicado originalmente en El Reportero, el 4 de agosto de 1980. Incluido luego en La memoria rota, 1993.