Gaza, fútbol y medios de comunicación
Los bombardeos israelitas a la Gaza palestina, como la atención que se le prestó al Campeonato Mundial de balompié, han sido prueba al canto de la transformación que ha experimentado nuestra realidad a manos de los medios de comunicación contemporáneos. Que estos dominan nuestras existencias es decir demasiado; más preciso es señalar que nos dictan ciertas pautas, importantísimas pautas. En Gaza posibilitaron que el mundo entero fuera testigo de lo que ya, hasta que no se muestre lo contrario, parece ser una estrategia para diezmar al pueblo palestino. En Brasil lograron que multitudes a través del planeta se entretuvieran durante más de un mes observando partidos en los que en realidad, aunque lo pareciera, no le iba la vida a nadie. En ambos lugares se nos hizo cómplices, pero lo que observamos que ocurría a las orillas del Mediterráneo creo que nos ha marcado para siempre. ¿Cómo es que hemos permitido tal expresión de barbarie?
Antes nos enterábamos de las feroces e indiscriminadas matanzas cuando eran denunciadas posteriormente. A veces hasta tomaba trabajo saber de ellas porque bien se llevaban a cabo desarticuladamente, como fue el caso de los indígenas de todas las Américas y el Caribe, o porque se realizaban valiéndose del más estricto secretismo. Así sucedió con los mismos israelitas bajo el nacional socialismo alemán. En su día se sabrá si en Armenia, Camboya, Ruanda y Serbia, entre tantos otros escenarios de genocidios que se conocen, el mundo estaba enterado de lo que ocurría, pero optó por no tomar conciencia de ello.
Lo que ha tenido lugar en Palestina durante estas semanas de julio y agosto de 2014, a la vista de toda la humanidad, no contó con intentos de disimulo y más bien daba la impresión de que sus autores aspiraban a acostumbrarnos a ello. Las muy breves explicaciones que se ofrecían parecían dirigirse a retar a quienes no estuvieran de acuerdo. ¿Cómo se les podía negar a los israelitas su derecho a defenderse? Con la certidumbre de que los medios de comunicación iban a transmitir todas las incidencias, como si se tratara de otra competencia atlética, se podría pensar que el bombardeo se llevaba a cabo con la aviesa intención de que todos nos sintiéramos cómplices. Aunque las bombas que Hamas lanzaba eran fácilmente atrapadas antes de dar en sus objetivos, el seguimiento dramático a su trayectoria servía para justificar el contraataque. Era puro espectáculo que producía vergüenza ajena porque el abuso era evidente. ¿Qué quedaba allí por destruir después de décadas de consistente destrucción?
Mientras tanto en Brasil llegaba a su fin un entretenidísimo, pero fundamentalmente liviano, despliegue de erotismo masculino. Los cuerpos sudorosos de los atletas millonarios le hacían competencia a los de sus novias y esposas que tampoco perdían la oportunidad de mostrarse simpáticas y mercadeables. Estoy seguro de que el valioso Neymar no mostró accidentalmente sus pantaloncillos cuando en uno de los partidos se dirigía o venía del campo de juego, sino por una sugerencia de alguno de sus agentes publicitarios. Ni los hijos, novias y esposas alemanes se mezclaron con los jugadores victoriosos porque estaban ansiosos de verlos. ¿Pero por qué no? ¿Por qué no divertirse de esa manera, por qué no celebrar la juventud y la belleza justamente aprovechando el instante que proveen medios de comunicación que muy pronto siguen su camino hacia otros lugares? Además queda la foto de recuerdo para la posteridad.
Allí también los medios de comunicación nos llevaron como corderitos a lo que no necesariamente tiene que ser visto como un matadero. Cierto es que no se pudo evitar la larga exposición a una propaganda repetitiva, tanto frente a la pantalla como en los estadios, las plazas y avenidas en las que millones se estacionaron para observar a veinticinco hombres maduros correr detrás de una pelotita, pero la posibilidad de verse en las mismas pantallas gigantes algunos segundos, que no quince minutos, y quizás hasta en el globo entero, parece que compensaba y mantenía a todos entusiasmados. La única que no se mostró apasionada ni feliz fue la señora Dilma Rousseff. La presidenta no se deshizo nunca de una expresión que indicaba que ella no tenía mucho que ver con lo que estaba ocurriendo. Por su parte la alemana Merkel brincó de la alegría como nunca lo había hecho en su vida.
Dándose aquel espectáculo universal, el momento era óptimo y se utilizó la muerte de los adolescentes israelitas, desde luego injustificable, para mostrarle a Hamas lo fácil que se le podría estrangular y como quien no quería la cosa, acabar con la vida de casi dos mil palestinos. Otra vez se tiene que sospechar que se seleccionaron aquellas semanas para hundir en sus ruinas a Gaza con el fin de que se acogiera – no que se pensara – el bombardeo en los mismos términos espectaculares que se registraban en Brasil. Los medios nos llevaban de los partidos al bombardeo o del bombardeo a los partidos como lo hacemos los dones y las doñas que gustamos de ver las dos telenovelas que se presentan a la misma hora. Desde luego, los reñidos encuentros entusiasmaban más y los bombardeos acabaron siendo para la prensa anécdotas tristes, pero anécdotas, como toda la destrucción que en los últimos cuarenta años ha sufrido la región – mal llamada – del Mediano Oriente. A alguien, sin embargo, le debe haber parecido interesante el cambia cambia entre cuerpos que se desplazaban ágiles y entusiasmados y los exánimes que sostenían parientes perplejos ante la incomprensible tragedia.
Sabemos que no es la primera vez que los medios nos ofrecen en vivo un bombardeo masivo e inmensamente destructivo cuya transmisión privilegia la tecnología que siempre se identifica con los países más ricos. Parecen montajes que se han ido perfeccionando desde aquellos primeros ataques a Bagdad a finales de los ochenta. No se puede negar que la guerra siempre ha sido objeto de mucho interés, para historiadores desde hace ya miles de años y para periodistas, fotógrafos y la industria del cine más recientemente. Es bueno que se presenten los desmanes que allí se dan y por lo tanto no es conveniente, ni se podría, censurar los medios, pero a partir de aquella Primera Guerra del Golfo no ha sido el desmán en sí lo que ha caracterizado su transmisión. Este se intenta disimular. El interés radica en la precisión del dispositivo técnico utilizado por “los buenos”, no el de “los malos”.
Como si lo anteriormente no bastara, se ha informado recientemente que la popularidad del primer ministro israelita se ha incrementado. Se puede entender que los israelitas se preocupen por los suyos ante los ataques de Hamas, pero que respalden de tal forma lo que se ha vivido en las calles de Gaza es incomprensible. ¿Dónde y cómo es que se puede aprender a odiar tanto?
De regreso a Brasil, al pobre Neymar lo sacan del campo de juego como debían haber sacado a los gladiadores bien conectados que no se les entregaban a los leones para saciar su apetito. Pero salió de allí y el mundo no se detuvo. Informaron que le habían roto alguna vértebra y el globo continuó su ruta. Entonces ofreció una conferencia de prensa, en la que apenas cojeó, para que no se perdiera la fe en sus compañeros, que como él hacían la cristiana señal de la cruz cada vez que eran sustituidos o sustituían a alguien. Pero con el respaldo o sin el respaldo de la Divina Pastora, el onceno de Brasil no prosperó y Neymar debió de haber tomado conciencia de que sic transit gloria mundi. Ahora bien, ¿se habrá dado cuenta con esa novia tan linda que tiene?
El bombardeo indiscriminado nos ha provisto de una experiencia de frustrante impotencia que también tiene que haber calado muy hondo a través de los centros de poder de aquella área. Escribo esto sin pretender negar que hay infinidad de situaciones que, inmediatas o más lejanas, nos indignan. Pero tengo que insistir en que en el caso palestino algo se ha salido de toda proporción. El mismo gobierno de Obama, comenzando por el presidente, debió haber sentido que nada podía hacer para detener la matanza. ¿Será el holocausto que todavía pesa demasiado?
Apenas nos podemos imaginar lo que en Gaza debe estar ocurriendo. ¿Cuándo habrá clases allí? ¿Cuándo podrán sus jóvenes jugar balompié sin temor a ser borrados del planeta? ¿Cuándo será restituida la electricidad, volverá el agua, se limpiarán los escombros y los hospitales contarán con lo que necesitan para atender a tantos cuerpos destruidos? No tiene que ver con lo anterior, pero quizás la interrogante más importante sea ¿de qué sirve nuestra sensibilidad en situaciones como esta?
Naturalmente, se tiene la esperanza de que este acto de barbarie genere tal indignación que produzca una reacción que conduzca a que se le haga justicia al pueblo palestino. Aun entonces no se justificaría la matanza, pero estas habrían hecho posible una transformación. ¿No ha sido la torpeza con la que se maneja la represión la detonadora de eventos liberadores en tantos países?
¿Pero y si se tratara del umbral de algo peor? Podría ser esta la ocasión en la que los países árabes le dijeran basta ya a Israel. También podríamos tener otra gran guerra pronto. Con la acumulación de crisis por todos lados, no es descabellado pensar en esta posibilidad. En estos días el presidente ruso Putin le aplicó a los EEUU y a los europeos la misma medicina de sanciones económicas que le habían impuesto a su país. Tras esto, que era de esperarse, ¿qué otras medidas tomarán?
Hace precisamente cien años, en agosto de 1914, se inició la guerra que acabaría con todas las guerras, una simplificación que ya no tomamos en serio pues sabemos que las guerras solo traen más guerras. Pero nada le agradaría más a los medios que volver a ser el centro de nuestras vidas, según lo han sido durante este verano de 2014, transmitiéndonos el extraordinario espectáculo de un conflicto bélico aún más dramático.