«Gravity» o la soledad del universo
Contrasta esta aparente cientificidad aséptica de lo que de pronto se nos revela –tres astronautas trabajando en el equipo del telescopio espacial Hubble− con la memoria que nos evoca ver a una mujer astronauta: la de Sigourney Weaver adentrándose en una aventura con un extraterrestre en “Alien”. Rápidamente la ilusión se evanece. Esta película no trata del terror que desencadena un monstruo.
El guión de Alfonso y Jonás Cuarón (su hijo), dirigido por el primero, es más bien una saga de otro tipo de terror: el de la soledad del universo. Es también un enfoque genial sobre la integridad, la valentía y la inteligencia de la mujer. Una especie de poema épico dedicado a los desastres que aquejaron a mujeres astronautas en la vida real y a la heroína que lucha por salvar su vida usando su imaginación, su astucia y su fuerza.
Hay en la historia de los vuelos espaciales manejados por los Estados Unidos un saldo favorable (dentro de las circunstancias) en cuanto a mujeres que han participado en el programa: cuarenta y cinco comparadas con las tres cosmonautas rusas y un número pequeño de mujeres valerosas de otros países como Canadá, China y Japón, entre otros. Lo dramático es que una mujer pereció tratando de ir a la termosfera (el accidente del Challenger en 1986) y dos regresando (la catástrofe del Columbia en 2003) de ese lugar tan real y metafóricamente lejano (el espacio suena inmediatamente en este contexto a infinitud). La termosfera es la capa espacial que termina a 690 kilómetros de la Tierra y en la que orbita la estación espacial.
La cinta usa a la Dra. Ryan Stone (Sandra Bullock) como un compendio de todas las mujeres astronautas que han contribuido a conocer lo que sucede antes de que uno penetre en el espacio intergaláctico, y celebra sus destrezas para lo que es una situación peligrosa que puede ser mortal.
Vi el filme en 3-D aunque no soy fanático de esa tecnología, porque me parece que muchas veces lo que hace es trivializar algunas escenas. En este caso me equivoqué. Ver ciertas cosas alteradas y aumentadas a nivel de mito me pareció cónsono con el tono que Cuarón quería impartirle a su película. Sin tener que entrar a analizar la presencia de un hombre y una mujer, unidos por una especie de cordón umbilical, flotando en el espacio, es evidente que la astronauta Stone es una piedra angular de la vida y que su odisea es digna de una divinidad homérica que lucha contra elementos que se interponen en su camino, puestos allí por hados. Las volteretas de los cuerpos en 3-D enfatiza el balé que impone la ausencia de gravedad física y la gravedad de la situación para los protagonistas. Junto a las situaciones inducidas (en la trama) por una ráfaga de escombros espaciales como resultado de la explosión de una estación espacial soviética, el 3-D acentúa la tensión y el suspenso que se intensifica según vemos los pedazos de metal pasar cerca de nosotros en la ilusión que induce un campo de profundidad exagerada. Son momentos de un dramatismo visual que desafía las trivialidades monstruosas a las que se nos ha acostumbrado en filmes digitalizados de seres metálicos (como en “Transformers” y “Pacific Rim”).
En manos del cinematógrafo Emmanuel Lubezki y los editores fílmicos Mark Sanger y, nuevamente, el multifacético Alfonso Cuarón, las tomas no pasean vertiginosamente por las piruetas inducidas por la falta de gravedad de los cuerpos y nos pone a usar la Tierra como punto de referencia. Cada vez que Matt Kowalski (George Clooney, quien, a pesar de no recibir crédito, contribuyó al guión) le pregunta a su colega que le diga qué ve, nos fuerza como espectadores a hacerlo por ella. Queremos ayudarla a que se detenga e identifique su posición y, a él, a alcanzar el lugar lo más pronto posible. La edición del pietaje agudiza la sensación de desespero que nos induce ese estar dando vueltas en un lugar inhóspito y mortal.
La música de Steven Price (fue el editor musical para dos de los filmes de la trilogía “Lord of the Rings”) le añade la sazón a este plato gourmet de gran cine y de maestría narrativa. Me pareció que los acordes emergían de los pedazos de los satélites que se desmembraban ante nuestros ojos para hacernos parte de la fragmentación. Es como si las notas se salieran del pentagrama para pasarnos por el lado y sorprendernos con su sonido detrás de donde estamos. Eso nos hace parte del espacio en el que flotan los dos astronautas y acentúa la ansiedad que sentimos.
Se dice que ni Sandra Bullock ni George Clooney eran los actores que Cuarón tenía en mente cuando comenzó este proyecto. ¡Qué suerte tuvo que los empleó! Bullock rinde una actuación maravillosa, metida en su traje presurizado y detrás de la pantalla de su casco, que va más allá de todo lo que ha hecho antes. Sus alaridos, sus suspiros, sus exhalaciones nos punzan los nervios con la agudeza que el terror y el miedo lo pueden hacer. Jamás antes había lucido como una actriz capaz de familiarizarnos con el lado débil del personaje que encarna haciéndonos parte de su estado emocional. Todas las astronautas del mundo debieran reconocer que la dignidad y la valentía que Bullock le imparte al personaje es un tributo a todas ellas. Es, hasta ahora, la actuación femenina del año, después de la de Kate Blanchett en Blue Jasmine.
¿Qué más puedo decir del fenomenal talento de George Clooney? (ver mi artículo en revistacruce.com del 30 de enero de 2012). Su Kowalski no es el Stanley de “A Street Car Named Desire” ni el replicante homónimo de “Blade Runner”, y aunque es aparente que el nombre es un homenaje a los otros dos grandes filmes, Clooney contribuye a la efectividad de la cinta porque es el contrapunto dramático al estado de pánico de la astronauta novata. Es la voz de la conciencia y de la tranquilidad en medio del caos. Es una especie de Zeus que vela por sus hijos y camaradas. La suya también es una actuación digna de ensalzar y recordar.
Debemos señalar la efectividad de la presencia de la voz de Ed Harris como la voz de “Mission Control” en Houston. Harris ya tiene ese puesto desde que lo personificó en “Apollo 13” en 1995. Aunque nunca lo vemos sabemos que está en la Tierra preocupado por el bienestar de su tripulación.
En este filme casi perfecto (hay realidades científicas con las que se juega, pero recuerden, esto es una película, no un documental de algo que ha sucedido) la estrella máxima es su director, guionista y editor Alfonso Cuarón. Cuarón ha rendido el trabajo dual de escritor y director en tres películas que admiro mucho, “Great Expectations” (1998), “Children of Men” (2006) y, mi favorita de su filmografía, “Y tu mamá también” (2001), la que, como en el caso del filme que nos ocupa, también editó. La madurez cinemática que exhibe esta película desde su último esfuerzo directoral (“Children…”) es deslumbrante y será señalada cuando llegue el momento de premios y reconocimientos. No cabe duda que ese término, “el cielo es el límite”, le sentará a Cuarón de ahora en adelante como un anillo planetario (o tal vez un halo en el Parnaso cinemático). Espero que tenga la fortaleza de evitar las trivialidades hollywoodienses.