Renacimiento en el cine: auteurs y actores negros
Baste recordar el uso del cinema por los nazis para difundir sus ideas antisemitas, y por Hollywood y la industria del cine británico, para contrarrestarlas, para entender el poder del medio. El alcance del cinema, como el de ninguna otra expresión artística, lo hace ser (cuando lo es) el arte que más ganancias genera. En vez de un mecenas, el cine tiene millones. Estos acumulan sus pequeñas aportaciones para contribuir al éxito económico de algo que puede tener su valor intrínseco, pero que también extrae emociones y respuestas viscerales de los que lo disfrutan. Esas respuestas todavía pueden ser usadas para transmitir un mensaje con el contenido ideológico o político que desee el auteur (autor) del filme. Aludo a la controversia intelectual generada por el crítico estadounidense, Andrew Sarris, basándose en las ideas de los franceses André Bazin y Alexandre Astruc, combatida con inteligencia suprema por Pauline Kael, crítica del magacín New Yorker. Sin entrar en los detalles, Sarris y los franceses de la nouvelle vague (nueva ola) le atribuían al director ser el “autor” de la película; Kael decía que todo filme es una colaboración. Aunque el argumento de Kael es casi un truismo —quédense a ver los créditos después que se termina la cinta, y verán que es obvio— cada vez más se podría decir que, sí, hay un jefe supremo en la creación de una película que es lo que la inyecta con un estilo y una estética personal.
Según el director y el escritor del guión se han convertido en la misma persona, eso ha permitido una visión global del producto final como el logro de una sola persona. Una persona que ha coordinado las contribuciones de todos los demás a confeccionar un producto que refleja su forma de ver las cosas y de trasmitir su forma de pensar con un estilo estético personal y reconocible. Por suerte, en los últimos diez años, el cine ha experimentado una transformación dramática, con la participación reconocida del escritor-director negro. Están, desde mucho antes, los filmes de Spike Lee, quien debutó como cineasta en 1986, pero no fue hasta 2018, después que se ganó el Gran Prix de Cannes, que fue nominado como mejor director por BlacKkKlansman (reseñé la cinta en estas páginas el 24 de agosto de 2018). Antes había sido nominado como guionista por “Do the Right Thing” (1989), pero su Oscar resultó ser como guionista del filme más reciente que, como ya dije, también dirigió.
El ejemplo de Lee y la evolución del poder adquisitivo de las personas de color (no importa su móvil artístico, el motivo de una película es recobrar sus gastos), han traído a la pantalla una serie de auteur negros que nos dejan ver la vida de un sector imprescindible de la población. Estas historias fílmicas están escritas y presentadas por alguien que sabe cómo es la vida, vista y vivida desde un cuerpo cuya única distinción del resto de los humanos es que está cubierto por una dermis más oscura.
En los últimos cinco años personas de la raza negra han dominado las pantallas como jamás en la historia. Tres películas en las que la vida de gente de color son el centro de la trama han ganado el Oscar como mejores en su categoría. Moonlight (2016; reseñada en estas páginas el 16 de diciembre de 2016) y Green Book (2018), recibieron el Oscar como la mejor película del año; Spiderman: Into the Spider-Verse (2018) recibió un Oscar como la mejor película animada del año. (Para las últimas dos escribí reseñas cortas en FB). Además, Moonlight le ganó a su director, Barry Jenkins, un Oscar adicional por el mejor guion original.
El Renacimiento tiene una importante contribución de los hispanos. Tres de ellos —los mexicanos Alejandro González Iñarritu, Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro— han ganado el Oscar como mejor director. Cuarón, no solo fue señalado como mejor director, sino que, además, recibió el Oscar como mejor cinematógrafo por Roma (2018; reseñada aquí el 21 de diciembre de 2018). Ese nuevo binomio artístico abunda a que lo considere el auteur de su cinta.
No es únicamente como directores, guionistas y camarógrafos que las personas de color han brillado. Desde The Help (reseñada en revistacruce.com el 19 de septiembre de 2011), cuando Octavia Spencer ganó el Oscar como mejor actriz de reparto, Lupita Nyong’o (12 Years a Slave, 2013), Viola Davis (Fences, 2016) y Regina King (If Beale Street Could Talk, 2018) obtuvieron el premio. Consideren lo dramático del cambio: después de que Hattie McDaniel ganara ese premio por Gone With the Wind en 1939, pasaron diez años antes de que Ethel Waters lo hiciera por Pinky (1949), y otros diez para el triunfo de Juanita More por Imitation of Life (1959). Las mujeres de color no tenían mucha cabida, ni papeles importantes en el cine.
La cuantía, calidad y éxito de películas por auteurs negros tales como Hidden Figures (2016), Marshall (2017), Black Panther (2018), Get Out (2018), Us (2019) y otras, nos dice que estamos en un momento, que gira alrededor del cine, que se asemeja al “Harlem Renaissance” de los años 20. En él se destacan, no solo las habilidades composicionales que para el cine tienen estos nuevos talentos, que combinan la literatura y la transformación de la palabra en imágenes que suplen una narrativa coherente, sino la habilidad interpretativa de sus actores.
No todos estos esfuerzos han sido exitosos desde el punto de vista artístico, como se debe esperar de cualquier actividad creativa. Algunos han sufrido de la crítica que pueden generar las buenas intenciones. En esa categoría cae Green Book. Se ha criticado lo que a muchos les parece una manera fácil y manipulada de presentar el racismo, máxime cuando el protector del negro, se ha dicho, es “el blanco salvador”. Por otro lado, los de color han rechazado al “negro mágico” que hace que un prejuiciado y racista, se convierta sin que se perciba un cambio más general en los que aún abrigan esos sentimientos. Peor todavía, para algunos, es que el “libro verde” original tenía lugares más lujosos y protegidos que a los que el personaje blanco llevó al negro en la película. Este hecho es una acusación adicional de manipulación, para enfatizar el papel del blanco en mejorar la situación. Pienso que esas quejas no afectan el mensaje del filme: que algunas personas pueden rechazar su ignorancia y ver que en eso estriba el prejuicio. Además, no le restan al encanto de la película. Es la postura y el mensaje de la reciente The Best of Enemies (80grados.net, 18 de abril de 2019) que también aborda ese tema con atino.
Lo que hay que considerar, en cuanto al prejuicio racial en los Estados Unidos es que, su historia condenó al país a desarrollar una idea casi genética de ver al “otro”, basándose únicamente en el color de piel, como “inferior”. Imagínense el repudio emocional y psíquico de los extremistas al abrir los ojos y darse cuenta que, no solo tenían un presidente negro, sino que era más inteligente que los blancos que lo rodeaban y se le oponían. Consideren también que, poco después de crearse la nación y haber tenido dos presidentes Federalistas (Washington y Adams), tres dueños de esclavos (Jefferson, Madison y Monroe) controlaron la Casa Blanca por los próximos 24 años. Estos republicanos usaron una Constitución que no solo toleraba la esclavitud, sino que, abiertamente, la premiaba.[1] Como indica Ron Chernow en su biografía de Hamilton (un ferviente abolicionista, contrario a lo que han dicho algunos) los presidentes esclavistas estuvieron en el poder por cincuenta años (¡50!) de los setenta y cinco años desde que Washington fue electo presidente. No en balde la segregación y el prejuicio han durado tanto y han continuado a botar su pus aún después del acta de Derechos Civiles de 1964.
No sorprende, por lo tanto, que cualquier indicio en un filme de que el prejuicio es pasajero y se cura con facilidad, sea rechazado vehementemente por los que lo sufren continuamente. Es desafortunado que el nuevo Renacimiento ocurra durante el recrudecimiento del racismo en muchos sectores del pueblo estadounidense.
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[1] El compromiso de los 3/5 incluido en la constitución original dejaba que los estados esclavistas contaran tres esclavos de cada cinco como una “persona” lo que resultó en esos estados tuvieran más sitios en el Congreso y un tercio más votos electorales que si hubieran ignorado los esclavos. La sección 2 de la decimocuarta enmienda (1868) eliminó el compromiso. Un poco antes, la decimotercer enmienda (1865) había prohibido la esclavitud. Los sureños, incluyendo los republicanos que, en repudio de Lincoln, se habían convertido en “demócratas”, lo reemplazaron con las leyes locales de segregación.