Bárbara Díaz Tapia, in memoriam
Conocí a Bárbara Díaz Tapia la noche de apertura de su primera exposición individual en el Museo de las Américas. De ella solamente sabía que era la compañera de mi querido amigo Rubén, nada más. Esa noche me presenté en el museo únicamente por obligación social, sin expectativas.
La exposición era extensa. Me tomó un largo rato verla toda. Cuando finalmente salí, me encontré en el pasillo a Daniel Lind, quien llevaba en su rostro la expresión de seriedad que seguramente yo también tenía. Ambos estábamos mudos, sobrecogidos. Finalmente, Daniel rompió el silencio y sentenció, “esa muchacha tiene imagen”. Respondí, “nunca había visto una primera exposición de alguien con tal madurez”. Desde aquel momento, aquella a quien conocía solamente como “la compañera de mi amigo”, dejó de serlo para convertirse en Bárbara Díaz Tapia, así, con ambos apellidos, con el nombre completo como corresponde a quien audazmente muestra su excepcionalidad. Esa noche, Díaz Tapia proclamó su singularidad y su peso en el arte de su nación.
Eso sucedió en el año 2008. A Díaz Tapia, por consiguiente, le quedaban por delante dieciséis años de vida, dieciséis años que aprovechó al máximo para regalarnos una de las obras más extraordinarias del arte puertorriqueño. Fueron años de trabajo constante, de búsqueda de cómo encarar la realidad que Bárbara, tan sensiblemente, filtraba a través de su arte, un arte que fue puliendo y madurando con convicción. Fue como si ella conociera previamente su ruta y se dirigiera por esta sin vacilaciones.
Cada una de sus exposiciones fue ocasión de maravilla, deslumbramiento, de compartir el entusiasmo tan contagioso con que Bárbara creaba y presentaba sus piezas. Ciertamente, es un arte singular el suyo, pues nos reunía entre imágenes de monstruos y otros inmencionables engendros, para celebrar colectivamente la razón su existencia: la de precisar y testimoniar nuestros espantos, para mejor enfrentarlos y dominarlos.
Mirarse y mirarnos con objetividad es una acción espinosa para una sociedad como la nuestra, tan inclinada a consentir eufemismos, vacuidades y simulacros. Difícil encontrar una obra que cause tanto malestar como la suya. Bárbara tenía un talento especial para levantar controversia y, mucho más valioso aún, para perturbar incluso a sus propios compañeros. Creó su obra a partir de su experiencia como mujer, como miembro de una familia, como compañera de empleo, como sujeto inmerso en una colonia. La inserción del arte en la política fue su gran inquietud, un elemento esencial de su trabajo del cual poco se ha comentado. No se entiende su estética si no es a partir de esa situación concreta que la provoca, el estado colonial. Sus vivencias e ideas las tradujo a una plástica de formatos holgados, colores indecorosos, composiciones fulminantes que asaltan y atenazan a sus espectadores con la urgencia de dialogar sobre nuestros desvaríos.
Bárbara trabajó su arte con el sostén provisto por sus lecturas teóricas. Al hablar sobre su labor, introducía conceptos, citas y comentarios de aquellos teóricos y filósofos que nutrían sus propuestas pictóricas. Fue una diligente estudiosa de teoría feminista. Estaba convencida de la necesidad de dialogar sobre todo aquello que conturba a la sociedad puertorriqueña y, específicamente, a las mujeres. Siempre la vimos como una persona culta, inteligente e inquisitiva, indagando más para sustentar y enriquecer su intelecto y su estética.
Puso su inteligencia al servicio de su creación y también al de sus espectadores, pues ante las objeciones a tal o cual imagen, siempre supo defender su trabajo, para beneficio nuestro. Recuerdo una invitación que nos hizo a Elizabeth Robles y a mí para mostrarnos algunas pinturas en proceso. Una de ellas, en particular, provocó reparos tanto en Elizabeth como en mí, objeciones que le comunicamos, con aprehensión, pues temíamos contrariarla. Bárbara, cómoda e inteligentemente, desarmó todas y cada una de nuestras objeciones echando mano de varias narrativas en torno a la controversial imagen, narrativas contradictorias entre sí, pero plausibles y lógicas. Tenía la certeza de que toda obra de arte meritoria admite diversidad de significaciones y ambigüedades. Era una artista que sabía exactamente lo que hacía, tanto a nivel plástico como intelectual. Eso nos hizo estimarla más.
Si bien el trabajo de Bárbara está abarrotado de fuertes emociones, situaciones y eventos extremos, admiramos en su obra el inequívoco control de sus asuntos. A un pelo del Gran Guiñol, sus imágenes mantienen siempre una lucidez, una distanciación, que le impide descender al tono de novelón. Nunca tantas fuertes pasiones fueron expuestas con tanto aplomo, objetividad. Ahí su grandeza. Su pertinencia.
Con su obra incitadora provocó en más de una ocasión la severa repulsa entre sus propias colegas. Mujeres, y solamente mujeres, han sido sus más severas críticas, sus más firmes detractoras, sus más obstinadas censoras. Es eso lo más admirable de la obra de Bárbara: su capacidad para poner en entredicho las ideas y acciones de sus propias compañeras de ruta. Nada más saludable, nada más útil, provechoso.
La serie de pinturas que presentó en 2020-21 en el Museo de Arte Contemporáneo suscitó una controversia por su representación de las mujeres y, específicamente, de las madres. Fue una polémica desafortunada, si bien inevitable. Desafortunada, porque sus detractoras no supieron apreciar que el ataque a la maternidad no es a la maternidad como tal, sino a su degradación en el sistema patriarcal. Polémica inevitable, pues hacer tal señalamiento en nuestra sociedad es lanzarse voluntariamente a un nido de cocodrilos. La desaprobación a algunas de las pinturas de esa serie confirma el poder del arte de Bárbara para estimular variedad de reacciones que, la más de las veces, evidencian los prejuicios de quienes observamos. De la incomodidad que causó algunas de esas pinturas habla el que una de sus críticas propusiera colocar un letrero a la entrada de la exposición para prevenir a las mujeres de imágenes objetables expuestas en sala, una proposición que quedó a un milímetro de la censura abierta. Este desenfocado rechazo ignoró que Bárbara pintó sus telas únicamente desde la solidaridad, desde la compasión a sus congéneres, nunca desde el desprecio o la burla, por duras que fueran sus imágenes. Como nos contó en una ocasión, “esas mujeres soy yo”.
Como curador, me fue dado ver la respuesta de Bárbara a toda la discusión virulenta a la que se sometió su trabajo. Nunca olvidaré que, ante esa violencia, Bárbara mantuvo el aplomo, el talante del maestro que aprovecha el debate para afinar y enriquecer su labor. En los diálogos que, tras la apertura, sostuvimos Bárbara, Marianne Ramírez y yo, Bárbara no tuvo una palabra grosera, un gesto agrio, para ninguna de sus detractoras, aún hacia aquellas que consideraba sus amigas y que ahora la censuraban. Vivía con la certeza de que, si bien su obra provocaba contrariedades, con el tiempo éstas desaparecerían y se podría ver su creación con imparcialidad. Sabía que ella no era el enemigo y confiaba en que eventualmente sus detractoras podrían así reconocerlo. Esa nobleza es admirable, un modelo excepcional urgente.
Tantos de nosotros que compartimos con ella, sabemos que nuestro tiempo juntos fue uno muy feliz, lleno de cariño y respeto. De nuestras interacciones, solamente guardo recuerdos amables y no tengo ninguna duda de que es así para muchísimos de nosotros. Quienes colaboramos con ella en variedad de proyectos, sabemos que los procesos se dieron con gran fluidez, como la exposición realizada con Sarabel Santos Negrón. Bárbara gozó del apoyo generoso de infinidad de colegas, como Anna Astor, Maribel Canales, Alejandro Cirilo, Mariel Quiñones Vélez, Linda Sánchez Pintor, entre tantas otras queridas amistades.
Sus estudiantes, a los que tanto amó, a los que tan generosamente dio de sí, pueden dar fe de la alegría de compartir con ella, tanto los de aquí como los estudiantes de afuera. Tras sus talleres de pintura en Trinity College en Hartford, su anfitrión, Pablo Delano nos comentó: “Bárbara pasó mucho tiempo analizando las obras de los alumnos y les hizo preguntas muy perspicaces sobre sus objetivos e intenciones. Se produjo un diálogo profundo. Después de la visita, los estudiantes me confiaron lo útil que les había sido el diálogo con Bárbara.” Sin lugar a duda, una de esas maestras imborrables.
Díaz Tapia nos deja su extraordinaria e imprescindible obra. Obra de indiscutible estatura internacional. Obra que nos marca toda una época. Obra en la que la artista supo aunar todos los elementos que componen nuestra sociedad, sea la política, las relaciones familiares y sociales disfuncionales, la dependencia económica, la estética del cuerpo. Que, para Bárbara, el coloniaje se manifiesta hasta en la selección del esmalte de uñas.
Difícilmente veremos otra obra igual en buen tiempo. Nuestra tarea ahora es asegurar su permanencia, mantener vivo el diálogo que con su arte Bárbara nos propuso para nuestro crecimiento. Asegurar su obra es la mejor manera de honrar una vida que dedicó a hacer de la nuestra una mejor.
Fue una belleza tenerla. Por eso, no hemos cesado de llorar su partida inexplicable e injusta. Larga, larga vida al arte de Bárbara Díaz Tapia.
NOTA: El catálogo digital de la exposición Educación sentimental de Bárbara Díaz Tapia está disponible en línea en el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico para descargar libre de costo.