Cage y un filósofo alemán viajando a Guayanilla
A Nelson Rivera.
De lo que no se puede hablar, hay que callar.
-Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus,
0, Había oído algunos comentarios sobre 4’33» de John Cage. Nunca me había tomado la molestia de sentarme tranquilamente a escuchar la pieza. Ahora lo hago. Escuché un sonido percutivo. Debo tener la presión alta. A pesar de ello, o quizás, gracias a ello, debo decir que se trata de una sublime pieza musical. Como en toda pieza hay unas versiones mejores que otras. La versión electrónica de Marco Trevisani es superior a mi versión ejecutada con floreros de barro. Sin embargo he llegado a pensar que esta pieza es sobre el silencio. Parafraseando el diario de John Cage, podría decir que se trata de How to improve silence (you will only make matters worse). Peor en un sentido paradójico. Así, mientras escuchaba la pieza de marras, repito que sentí un rítmico sonido percutivo que no era otra cosa que mi corazón. Presión alta o percepción agudizada. También pude escuchar los ladridos de un perro lejano, o los ladridos lejanos de un perro, que de suyo, me parecían cínicos.
Los perros me hacen cogitar. No puedo dejar de pensar en algunas reflexiones sobre Puerto Rico en el diario de Cage. Por ejemplo: “Los Estados Unidos han convertido a Puerto Rico en una especie de Los Angeles, un lugar donde no existe transporte público que merezca ese nombre, nada excepto coches en una congestión cada vez mayor. Gases. Accidentes. Me dijo que había estado esperando el autobús durante tres horas y media”. No puedo dejar de pensar en Ballard y su novela Crash. O en un cuento hermoso de Boris Vian. Sí, Boris Vian, ese gran trompetista de jazz.
“Nada, excepto coches” escribe Cage. En otra entrada señala que: “Hemos convertido a Puerto Rico en un país sin nada. Ni pesca, ni agricultura, ninguna industria. Los aguacates y las zanahorias vienen de Florida. Los complejos industriales de las ciudades de la costa sur son lugares fantasmales. Después de 17 años sin cargas fiscales, el decimoctavo año las compañías especuladoras cerraron o, (a) se fueron a la bancarrota, (b) reaparecieron con un nuevo nombre. Resultado: un desempleo incompleto, sólo un cuarenta por ciento”.
1, Escucho 4’33’’. Leo estas reflexiones poéticas de Cage y no puedo dejar de pensar en Wittgenstein. Puerto Rico como la nada, o mejor, o peor, como este espacio en el que se concentra aquello que pudiera considerarse lo contrario de lo metafísico y donde es improbable cualquier requiebro mísitico. Imagino a Wittgenstein y a Cage atrapados en un tapón en la autopista Luis A Ferré en dirección de San Juan a la costa sur pasando por Caguas (ese pequeño país en el delirio de los habitantes de ella). ¿De qué diablos conversarían? ¿Conversarían? ¿Wittgenstein pensaría en el tractatus mientras Cage interpretaría de manera intermitente su 4’33”? Estarían expresando lo mismo. Ludwig Wittgenstein piensa y escribe en su Tractatus logico-philosophicus (1921) sobre una filosofía que no le autoriza a hablar. Dice Wittgenstein: “Hay sin duda lo inexpresable. Esto se muestra, es lo místico.” (Tractatus, 6.522). ¿Qué puedo decir sobre esto? Si imagino este periplo entre el filósofo y el músico, lo que sé es el silencio. Callar es mi método. Como lo manda el alemán: “El método correcto de la filosofía sería este: no decir nada más que lo que se puede decir, en consecuencia proposiciones de las ciencias de la naturaleza –por ende algo que nada tiene que ver con la filosofía- y luego siempre que alguien quisiera decir algo metafísico habría que mostrarle que él no dio en sus proposiciones ninguna significación a ciertos signos.” (6.53) Más allá de la ciencia no parece haber más que estas dos opciones: o un decir sin sentido (unsinnig) o el silencio. Y Wittgenstein escribe sobre aquellas cosas sobre las que recomienda guardar silencio. Charlan. Y Cage, interpretando de manera ininterrumpida 4’33” conduce. Llegarían a la costa de Guayanilla. A la nada. Donde está el silencio, ese tercero entre el filósofo, el alma y dios, que es otra vez, ese silencio. Un decorado de distopía que él, Cage, llegó a predecir, al que Wittgenstein le puso música de fondo y que ahora miro mientras en mi automóvil escucho aquella pieza musical, la única que puedo interpretar al piano de memoria…