De alienígenas y gitanos
La civilización (el Estado, la ciudad, la nación-estado urbana, para que no quede duda) detesta con todas sus fuerzas a las etnias separadas y diferentes, sobre todo a los nómadas, quienes rehúsan integrarse a la sociedad, con sus exigencias.
Las sociedades nómadas y semi-nómadas son anatema. Imposibles de encuadrar, de medir, de empadronarlos, de censarlos, de tributarlos, en fin, de dominarlos como a cualquier hijo e hija de vecino, estas gentes se convierten en una obsesión para los poderes estatales. Están por ahí, a veces viviendo en los márgenes, pero transitan con impunidad, en ocasiones atravesando las fronteras nacionales sin ser detectados, excepto cuando alguno comete una fechoría, por la que pagan todos en el imaginario de una nación homogénea.
¡Son unos alienígenas!
Yo pensaba que esa palabreja se usaba exclusivamente para esos seres imaginarios que viven en otros planetas; esa es su segunda acepción en la RAE. He aprendido que es una palabra vieja que nos llega del latín y que en España se usaba, en ocasiones en referencia a los gitanos.1 La repulsa del Estado monárquico español a los gitanos los llevó en muchas ocasiones a negar la existencia de ese grupo étnico. Juan de Quiñones, en su tratado titulado, sin ambages, Discurso contra los gitanos (1631), negaba su existencia y argüía que se trataba de una banda de malhechores y gente facinerosa que se escondían en los montes (en los boondocks del artículo anterior) y se lavaban las caras con “el zumo de unas hierbas que les pone la tez negra” para parecer “alienígenas” y “de tierras diferentes” (citado en Leblon 1985: 33).
Los otros son el objeto de nuestro deseo de poder y de la transformación final de la nación. Ese ha sido el destino de las sociedades aborígenes, que con tanta precisión y pasión describió y analizó el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro, fallecido en 1993. En su libro Indianidades y venutopías (1988), Ribeiro subrayaba la trayectoria histórica de las civilizaciones y su agenda de desarmar (incluyendo el genocidio) e integrar (a cualquier costo) a las sociedades aborígenes y a las etnias “emergentes” para formar sociedades nacionales homogéneas. El debate en Europa es de actualidad y ya no se trata de esas tribus distantes, sino de etnias diferentes dentro de sus fronteras y grupos que se perciben como nacionalidades bona fide, como lo son los catalanes. En todo ese debate se pierde (en la escala global) el predicamento de los gitanos en España, Inglaterra, Grecia, Dinamarca y Francia, donde las nuevas leyes han coartado el derecho de circulación libre a los roma (rumanos, gitanos). En algunos de esos países su condición es, a pesar de la historicidad de su diáspora, la de inmigrantes ilegales, de aliens, de alienígenas.2
La historia de los gitanos es larga, convulsa y laberíntica, por lo que les remito a varios trabajos sobre el tema (citados al final del artículo), incluyendo el libro de Leblon sobre España. Pero, a grandes rasgos, se trata de varios grupos que se han insertado en los territorios nacionales y monárquicos europeos desde el Medioevo, provenientes de diversas parte de Asia, incluyendo la India.3 Estos llegaron con su cultura, visión de mundo, lenguajes y vocación de tránsfugas moviéndose por todo el territorio e insertándose en diversos oficios, entre los que predominaron (y todavía lo hacen) el trabajo en metales (herrería, hojalata), la venta de objetos de metal (la quincalla), la crianza, herraje, cuido y venta de caballos y el recogido de trastes y procesamiento de materiales diversos. Es por ello que entre los grupos británicos se encuentran los nombres tinkers, trabajadores de la hojalata, y travellers, viajeros y nómadas. A los gitanos también se les ha asociado con la quiromancia, la adivinación y las raterías. Es parte de la construcción de esas gentes en las que posiblemente esas actividades eran (y son) tan comunes como para el resto de la población (intento ser aquí objetivo).
En fin, que ese cuadro los delata como miembros de ese otro grupo social detestado por Carlos Marx, la sociología y la ciencia política posterior a su obra: el lumpenproletariado. Su condición de tránsfugas al margen de la economía formal, su inclinación al recogido y procesamiento de materiales (de retazos), su negación del Estado opresor y su aferramiento a sus costumbres y lenguaje propio les han hecho aparecer ante la opinión pública como seres faltos de educación, inclinados al ocio, dados al crimen (en ocasiones, sembrando el terror), asociados físicamente a los márgenes, al monte, a los lugares donde se le dificulta entrar a los agentes del Estado, proclives al erotismo y parlantes de una jeringonza incomprensible. Históricamente, los Estados los han criminalizado y han hecho todo lo posible por erradicarlos. Les han obligado a dejar su vida “errante” forzándolos a vivir en asentamientos permanentes, les han vedado ciertos oficios (para que no circulen por la población), les han amenazado con la expulsión (en España el castigo era enviarlos a las Antillas, sobre todo a Puerto Rico) y les han impuesto la limpieza étnica, a la fuerza como lo hicieron los nazis, o por el genocidio social perpetrado por la separación de los niños (incluyendo el destete) de sus familias para forjar en ellos una cultura diferente.
Los errantes y los tránsfugas son un reto para las autoridades (y no hablar para los científicos sociales) que intentan encuadrarlos, clasificarlos. En Aragón, en el siglo XVII, a los gitanos se les clasificaba de la siguiente manera: los sedentarios (más o menos adaptados a los modos de vida locales, pero siguen siendo diferentes), los seminómadas (tienen sus residencias, pero se ausentan de ellas por largos períodos para ir a las ferias) y los auténticos nómadas. En 1968, el gobierno británico se debatía con un problema similar, sobre todo con la utilización del concepto gitano (Gypsies) como una categoría racial, contra la construcción de los gitanos como una categoría social. En esos debates se argüía sobre el uso de “pura-sangre”, mixtos o residentes de hogares, entre los jóvenes desertores escolares. Para superar la odiosa distinción racial, comenzaron a usar la definición de gitano, como aquellos que no tenían empleo fijo ni residencia. Una trampa, sin duda, que llevaba a las autoridades a tratarlos como vagos. La “vagancia” es, en el capitalismo, un delito y un pecado; sin duda, una categoría desdichada que rechaza un modo de vida que se ha definido por la movilidad, el desarraigo (en el mejor sentido de la palabra) y la defensa de su cultura. Un detalle que se pierde en esas formas de pensarlos lo es el hecho de que estos nómadas fueron, en plena revolución industrial, una fuerza de trabajo valiosa de alta movilidad y adaptación a las condiciones locales.
Para el historiador británico David Mayall, la trashumancia gitana (su modo de vida itinerante) era una de las maneras en las que circulaban las bestias y los artículos baratos de metal por todo el territorio, ya que los gitanos eran quincalleros. Era también una manera de proveer mano de obra estacional en los campos de cultivos, como los de fresas—de tan grata recordación en el universo de los Beatles—, así como en la producción de artesanías y en la ejecución de trabajos ocasionales, debido a que el chiripeo era parte esencial de su modo de vida. Los gitanos acampaban sus caravanas de carretas en los bosques ingleses, en los baldíos o comunes. Pero, mientras estas tierras fueron transformándose en campos de cultivo privados y en el hogar de factorías y desarrollos urbanos, el espacio disponible para pernoctar se fue reduciendo físicamente y por medio de restricciones legales hasta ser casi nulo hoy día. Su tránsito por la campiña inglesa precipitó una diversidad de encuentros con los habitantes de los poblados, lo que provocó lentas transformaciones culturales y, al parecer, la pérdida, inclusive, de sus características físicas tradicionales al casarse con personas de estirpe anglosajona.
En Inglaterra, uno de los rasgos históricamente distintivos de estos grupos lo eran sus caravanas y carros tirados por caballos y adornados profusamente con espejos y otra bisutería. En la década de 1950 estos grupos se habían motorizado (en los llamados trailers) e hicieron de su nomadismo uno más rápido y con la posibilidad de viajar largas distancias en Gran Bretaña. Hoy, el Estado continúa con su esfuerzo por sedentarizar a estos grupos e integrarlos, a veces por la fuerza, en los cánones de la sociedad británica y erradicar su otredad.
Entonces, llegaron las bodas gitanas.
Los gitanos ingleses y viajeros irlandeses han permanecido ocultos por el desprecio y el discrimen que los ha hecho invisibles, o que no ha querido mirarlos dentro de sus comunidades, en los parques de tráileres del país. Identificada como una sociedad “secreta” y de extrañas costumbres por el ciudadano inglés, su cultura ha quedado revelada por medio de un programa de televisión que funciona como el ojo etnográfico dentro de las bodas de los Irish Travellers y los Gypsies: My Big Fat Gypsy Wedding, en The Learning Channel.4 A diferencia de otros artículos sobre la etnografía y la televisión que he escrito para 80 grados, en esta ocasión no quiero entrar en los detalles de la antropología que se construye en ese medio que mira al mundo de los gitanos y prefiero que sean las lectoras y los lectores quienes hagan su propio descubrimiento de ese mundo por medio de la tele. Eso sí, debo hacerles las advertencias de rigor antes de ir a hacer trabajo de campo televisivo:
La cámara y la narradora juegan el papel de la antropóloga, una que observa y entrevista a las mujeres, en un mundo dominado por hombres y por una masculinidad que brota a borbotones con cierta violencia física y cultural. Hay también entrevistas a los hombres realizadas por un hombre.
La serie se sumerge también, como telón de fondo, en el proceso de búsqueda de novia por parte de los chicos y describe cómo van en busca de chicas a las fiestas o a las ferias donde se muestran y se venden caballos. En las fiestas proceden a agarrar a una chica por la fuerza (grabbing), llevársela fuera del establecimiento y robarle un beso. Con alguna suerte, a la chica le interesa el muchacho, y se llaman por teléfono para salir y hacerse novios. Estas niñas de 14 a 16 años visten sus escasos (de tela) y seductores atuendos y bailan ensimismadas con sus ritmos sensuales para atraer a los chicos. La cámara les hace un acercamiento al rostro mientras la persona que les entrevista le inquiere sobre cuál será su destino después de casarse. Todos coinciden en que el papel de las mujeres es servir a los hombres, en todo, y ya.
Las bodas son, como señala Rima Brusi (2011), espectáculos novia-céntricos, y en este caso, el único momento donde la mujer toma un papel preponderante. La figura masculina es simplemente eso, un figurín alrededor del cual se teje una adornada y rebuscada preparación del lugar, de toda la parafernalia (bizcocho gigantesco y ornamentado, adornos, tema de la boda, carruajes y procesión) y sobre todo el traje de la novia, un artefacto abultado y colorido que, en ocasiones, despliega destellos por medio de pedrería, bisutería y hasta luminarias de fibra óptica.
El programa gira fundamentalmente alrededor del proceso de la selección del traje de la novia, su confección, sus pruebas y, lo más importante, el proceso de vestir a la novia y hacerla entrar con su extraordinariamente abultado vestido, en el carruaje o la limosina que la llevará a la iglesia.
El proceso de la boda y la fiesta, en el orden acostumbrado del ritual, le siguen en esta narrativa visual. Sincronizado a esa secuencia se van montando imágenes de la violencia, de los llantos, de las relaciones interpersonales entre las familias (las alianzas son peculiares), el uso del alcohol y la vestimenta sensual y seductora de las niñas y las adolescentes que la lucen en la fiesta en bailes igualmente eróticos, de un perreo continental que asombra al antropólogo más avezado. La boda es una fiesta donde se tiran las cosas por la ventana y se derrochan los ahorros, sobre todo, en el traje, cuyo costo queda en un misterio profundo y del que nadie quiere hablar. Eso sí, este traje será mejor que el otro, y el otro será mucho mejor. La fiesta es un acontecimiento singular y el hecho de que pueda darse, en un local cualquiera, es un logro. Los gitanos usan mil y un ardides para no revelar a los dueños de los locales que se trata de gitanos, pues a ellos se les niega, supuestamente por los destrozos y el escándalo que suceden en cada boda. Como ciudadano, como miembro de un sistema de parentesco y como antropólogo, he ido a toda clase de bodas (y quinceañeros, es importante señalarlo), pero debo admitir cierta fascinación, asombro y hasta choque con las bodas gitanas. (De hecho, me parecen quinceañeros, por la adolescente ilusión y extravagancia de la novia, que apenas pasan de los 18 años, y por el desparpajo del novio, que parece el parejo de una quinceañera, a quien le han obligado a acompañarla.) Pienso que se trata de una estética extraña, alienígena, chocante —por su volumen, colores, barroquismo y hasta vulgaridad, palabra que no debo usar— que se estrella contra nuestras nociones intelectuales, clasemedieras y tal vez pequeño burguesas que definen lo que es el buen gusto (o sea, el nuestro).
No hay episodio que observe sin pensar en el trabajo sociológico de Pierre Bourdieu sobre las distinciones de clase y el gusto por el que se les define y se les clasifica. En cierta medida, pienso que los productores del programa subrayan esa estética como el elemento exótico que atrae a los televidentes y a los antropólogos como moscas a ese manjar. Es una estética distante a la de la revista Imagen o a la de Magacín de El Nuevo Día, pero muy cercana a los vividores de Jersey Shore o a la de todos los rednecks que aparecen en los programas sobre el salvajismo, reseñados en mi anterior artículo. Es esa diferencia, esa distinción en el gusto, lo que nos impulsa a hacer etnografía del mundo convulso de los gitanos. Se trata también de una visión de mundo que es, en esencia rural, y sobre todo pobre, muy pobre.
No quería terminar sin antes compartir una reflexión de mis notas de campo. Esta producción, armada sobre el ritual de la boda, intercala elementos cruciales de la vida gitana y del fin de su trashumancia. Las peleas a puño limpio, como ritual de resolución de conflictos, la persistencia del trajinar con caballos, la compraventa de artículos, el chiripeo y su arraigo a los tráileres, como símbolo de su vocación de itinerantes, van matizando ese mundo cultural con sus fortalezas y debilidades. De los episodios que he visto me ha conmovido uno en el que un niño preadolescente observaba y reflexionaba sobre la destrucción de un asentamiento ilegal de gitanos y la expulsión de tráileres de un parque, por una orden municipal. Era, en cierta medida, estar en primera fila en los albores de la destrucción de un modo de vida. Pero… eso siempre auguramos los antropólogos y siempre nos equivocamos, cada sociedad se reinventa y, afortunadamente, en ciertas ocasiones persiste de otras tantas maneras.
*Como siempre, gracias a Cynthia Maldonado Arroyo por su asistencia editorial, su lectura y sus comentarios.
Algunas referencias:
Bourdieu, Pierre. 1984. Distinction: A Social Critique and the Judgement of Taste. Cambridge, Harvard University Press.
Leblon, Bernard. 1985. Los gitanos en España: El precio y el valor de la diferencia. Barcelona, Editorial Gedisa, S.A.
Mayall, David. 1988. Gyspsy-Travellers in Nineteenth Century Society. Cambridge University Press.
Okely, Judith. 1983. The Travellers-Gyspsies. Cambridge University Press.
Ribeiro, Darcy. 1988. Indianidades y venutopías. Buenos Aires, Serie Antropológica, Centro de Estudios Históricos, Antropológicos y Sociales (CEHASS) y Ediciones del Sol S.A.
- Para una historia sobre el uso del vocablo gitano, les recomiendo la lectura del libro de Bernard Leblon, Los gitanos en España. [↩]
- Para más información sobre el problema europeo de la violación de los derechos de los gitanos, les recomendamos visitar la página del European Roma Rights Centre: http://www.errc.org [↩]
- El “asunto gitano” se ha insertado también en el debate sobre los orígenes genéticos de estas poblaciones y la estructura del ADN. Por ser un campo alejado de mi interés principal, lo dejo sin comentar, pero recomiendo darle un vistazo a un estudio interesante sobre el tema que señala la posibilidad de un origen asiático: http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC1235543/ [↩]
- http://tlc.howstuffworks.com/tv/my-big-fat-gypsy-wedding Hay una controversia con el programa ya que la mayor parte de los episodios tratan sobre los Irish Travellers y no sobre los gitanos, conocidos como los roma. Los Irish Travellers han sido estudiados genéticamente y se ha comprobado que son un grupo separado de los irlandeses. [↩]