En clave autobiográfica; En clave pública: lugares y significados de los hipódromos puertorriqueños (segunda parte)
El hipódromo es una feria: carrozas, dirigibles, aeroplanos
El hipódromo de la parada 20 en Santurce coexistió con otro diseñado por la División de Terrenos Públicos en Puerta de Tierra. Se ubicó en los antiguos terrenos militares al oeste de la primera línea de defensa. Su trazado compartió parte de la muralla que conectaba con el polvorín de San Jerónimo.
El hipódromo en Puerta de Tierra, como los demás, era lo que podríamos llamar hoy un espacio urbano multiuso. Allí también se celebraron las ferias insulares. Tanto es así que en 1914 era conocido como el hipódromo de la Feria. Allí desfilaban también las carrozas de los carnavales. Era un espacio moderno de visibilidad social.
También sirvió como aeródromo. Allí aterrizó en 1928 el aclamado piloto Charles Lindbergh. En aquella ocasión, la reina del carnaval de San Juan era Edna Coll[1] (madre de Fufi y Tito Santori Coll). Después de la pieza ella comentó acalorada que el caballero tenía toda la fama del mundo pero que no sabía bailar.
Santurce
El hipódromo de Santurce en la parada 20 perteneció a una empresa privada llamada San Juan Racing Sporting Club. Fue publicitado como una atracción para la venta de solares en la finca que urbanizó Avelino Vicente González.
Estuvo situado al sur de la carretera central (hoy Ponce de León). Por el sur colindaba con la vía del tren, uno de sus principales accesos. Si se fijan en el plano de los bomberos de 1917 se habilitó una pequeñísima estación (más bien un apeadero) para el hipódromo.
Me hubiese gustado localizar el diseño de Rafael del Valle Zeno. La longitud de su pista era de 800 metros. Este hipódromo dejó una única huella, el nombre de la calle Hipódromo de Santurce. Ya en la foto aérea de 1937 no se muestra siquiera un resquicio de su pasada existencia.
Hipódromo Las Casas
Mucho más tarde, tomando el nombre del antiguo campo de entrenamiento de soldados para la Primera Guerra Mundial, se fundó otro hipódromo en Santurce que se llamó Las Casas (1934-1956). En la década de 1930 ya se habían democratizado muchas de las socializaciones urbanas. Este hipódromo tendría un perfil mucho menos aristocrático. Propongo como hipótesis a explorar que el perfil “aristocrático” toma un giro tras la Gran Depresión que abate a Puerto Rico durante la década de 1930 y las transformaciones profundas en los mapas sociales, económicos y culturales del país.
Hato Rey
A los de San Juan y Santurce (el de la parada 20) le siguieron tres hipódromos en Hato Rey, que son los que más me interesa resaltar: Quintana (1923-1956), Las Monjas (1927-1952) y Mira Palmeras (1937).
Con el crecimiento de una clase media los hipódromos dieron paso a la urbanización de los terrenos que ocupaban en San Juan, Santurce, Hato Rey y Carolina. Los hipódromos, que por necesidad requieren mucho terreno, fueron dejando espacio a los bienes raíces, una inversión más rentable. A medida que aumentaban las urbanizaciones de clase media, los hipódromos se trasladaban a terrenos vacantes, de menos valor inmobiliario.
Pasada la mitad del siglo 20, El Comandante en Carolina (1957-1976) se ubicó en lo que entonces era el límite urbanizado del Área Metropolitana de San Juan. Sin embargo, el crecimiento desaforado de urbanizaciones terminó transformando esa finca en casas y centros comerciales (hoy El Escorial). En 1976 El Comandante migró a terrenos más suburbanos. Hoy se llama Camarero, en honor al legendario caballo de mi niñez y está localizado en Canóvanas. Pero volvamos a la crónica hípica de Hato Rey.
Hipódromo Quintana, The Jamaica Park of the Antilles
El primer hipódromo en Hato Rey fue el Quintana. Se inauguró en 1923, tres años antes que la urbanización de Floral Park. Estuvo funcionando hasta 1956. Hoy día en el lugar que ocupó se ubica un complejo residencial del mismo nombre. En ese hipódromo se enterró al idolatrado caballo Camarero en 1956 aunque se habla de que hubo tres entierros (seguramente otro récord).
Recién inaugurado, se publicó a toda página en el Libro de Puerto Rico (1923) un anuncio del hipódromo Quintana. Apelaba al turismo internacional y local a visitar el hipódromo donde los grandes industriales y las mujeres vestidas elegantemente a la última moda acuden los domingos a participar de sus amenidades y desde luego a apostar en las carreras. Era todavía una cuestión de prestigio.
Pasando el tiempo, el hipódromo Quintana -como todos los demás en Hato Rey-, trató de diversificar sus atracciones a medida que se saturaba la competencia, y los gustos evolucionaban. Se presentaron allí hasta corridas de toros. Cabe apuntar que durante la guerra civil española (1936-1939), se utilizaba el toreo por ambos bandos en conflicto.
Quintana desde el aire
Una foto de 1950c muestra el enorme espacio del Quintana en medio del auge de construcciones en Hato Rey. En ese momento el hipódromo tenía sus días contados. Poco después, los terrenos fueron adquiridos por la Corporación de Renovación Urbana y Vivienda (CRUV) y en su lugar se levantó un complejo multipisos de vivienda que se llamó Condominios Quintana.
Hipódromo Las Monjas
Unos pocos meses luego de que se inaugurara Floral Park en 1926, abrió sus puertas el hipódromo Las Monjas. Rápidamente se convirtió en el más emblemático de Hato Rey.
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Una foto aérea oblicua con el hipódromo Las Monjas en primer plano muestra nítidamente gran parte de la zona norte de Hato Rey. La foto es de poco antes de que comenzara la inmigración masiva de personas sin tierra que ocuparon ambas orillas del caño de Martín Peña (coloreado). Al norte de caño se ve Barrio Obrero y parte de Santurce. La foto fue tomada justo antes de que ocurriera el desastroso huracán San Felipe (categoría 5). A partir de entonces una enorme población sin casas ni trabajo comenzaron a ocupar los manglares en ambas márgenes del caño de Martín Peña.
Otra foto muestra el mismo espacio para la década de los 1950. En yuxtaposición se aprecia la evidente transformación en la geografía social y física de Hato Rey. Los bosques de manglar desaparecieron por completo ante la urgente necesidad de una población sin tierras ni viviendas en busca de terrenos para asentarse. Ese es hasta hoy uno de los grandes contrastes que definen a Hato Rey.
Canódromo Las Monjas
El hipódromo Las Monjas fue también un lugar polifacético. El 11 de abril de 1938 se inauguró allí un canódromo. En vez de apostar a los caballos, el público apostaba a galgos corredores. Aunque el público sabía poco sobre la calidad de los perros galopantes, la tentación de apostar podía mucho.
Las carreras se celebraban de noche con alumbrado eléctrico, lo que era una novedad en la ciudad. No hay más que ver la reseña dedicada en la sección de turismo en el Libro de Oro de Puerto Rico publicado en 1938.
Drive in Las Monjas
En 1952 las formas de ocio de la creciente clase media puertorriqueña dentro de la cual se contaba mi familia adoptaban los modelos norteamericanos de suburbia. El hipódromo Las Monjas se transfiguró en un cine bajo las estrellas, un drive-in.
En efecto, los hipódromos de Hato Rey se reinventaron varias veces tratando de mantenerse como empresas lucrativas a pesar de ocupar fincas enormes que cada vez se cotizaban más alto en los mercados inmobiliarios. El mundo del automóvil formaba desde 1952 parte de ese paquete de clase media y el hipódromo las Monjas acogió los carros.
El drive- in se inauguró con la película American Guerrilla in the Philippines, en esplendoroso tecnicolor. Sus protagonistas eran Tyrone Power y Micheline Prelle.
La película fue recomendada por la icónica revista Reader’s Digest una guía de referencia para los puertorriqueños que copiaban los modos de vida modernos que entendíamos como exclusivamente americanos. Mis hermanos mayores siempre me contaban que podían ver las películas desde la verja, pero con un inconveniente, sin audio.
Hipódromo Mira Palmeras
Este hipódromo tuvo una vida efímera. Fue también un proyecto de Deogracias Viera, el dueño de la finca donde estaba el gran hipódromo Quintana.
En la década de 1930 hubo problemas legales con los hipódromos existentes y no operaron por algún tiempo. El dueño de la gran finca Quintana decidió construir apresuradamente un tercer hipódromo en Hato Rey.
El nuevo hipódromo se ubicó al oeste de la quebrada Juan Méndez. Viera comisionó al ingeniero Ramón Llobet para que lo diseñara y construyera. Le llamó Mira Palmeras, como el “caserío” del mismo nombre construido en 1937 por la PRRA, el programa de recuperación del Nuevo Trato. Fue un hipódromo mayormente orientado a un público más popular, menos pudiente que los todavía aristocráticos de Quintana y Las Monjas.
Una vez resuelto el asunto legal que había llevado a la suspensión de operaciones de los demás hipódromos, el Mira Palmeras fue abandonado y sus recuerdos se diluyeron en la memoria urbana de Hato Rey. Hasta ahora, yo no conocía de la existencia de ese tercer hipódromo. Sin embargo, en los periódicos que investigué aparecen numerosas alusiones a las carreras dominicales que se celebraban allí. Fue inaugurado el domingo 31 de octubre de 1938 aunque este hipódromo estaba planeado, diseñado y decidida su ubicación al menos cinco años antes, puesto que aparece en el plano hecho por Pedro Otero, en 1932.
Localicé una foto aérea fechada en 1941 custodiada en la Fundación Luis Muñoz Marín. En esa foto se puede ver, casi imperceptiblemente, la huella del elusivo hipódromo. Al oeste se divisa la quebrada Juan Méndez que desemboca en la laguna San José.
Hipódromo Las Monjas en mis recuerdos
Como en el caso del hipódromo Quintana, los terrenos del hipódromo Las Monjas se transformaron en espacios de vivienda. Esta vez financiados y construidos por la empresa privada. Casi todos los solares al norte de la futura avenida Roosevelt que ocupó el antiguo hipódromo Las Monjas se reagruparon para construir condominios clasemedieros.
Al concluir este recorrido a galope por los hipódromos –que nunca visité–, incluyo una filiación desde un punto de mira entrañable y autobiográfico. Yo nací frente al hipódromo Las Monjas y ahora vivo donde estaba ubicado ese hipódromo. Sin haberlo visto nunca, es un lugar de memoria personal además de pública.
Para un planificador urbano, que también es historiador, es un privilegio el poder describir, interpretar y recuperar significados de los lugares y entornos donde me formé como persona y que siguen habitándome.
[1] Edna Coll Pujals fue presidenta de la Sociedad de Autores Puertorriqueños y en 1941 fundó la Academia de Bellas Artes de Puerto Rico.