En pisicorre con Wico
De joven, estando aún en la escuela superior, solía viajar en las guaguas pisicorre de Bayamón a Río Piedras para comprar libros en La Tertulia y otras librerías que nutrían al mercado universitario. En esos viajes comencé a formar mi biblioteca, en la que desde entonces figuran los libros de Luis Rafael Sánchez. Me gastaba entre discos y libros buena parte de lo poquito que me ganaba trabajando en campamentos de verano y así llegaron a mis manos En cuerpo de camisa, La pasión según Antígona Pérez y posteriormente La guaracha del Macho Camacho. Leía para espantar el insomnio y el aburrimiento y una lectura de La guaracha me sacó del marasmo del dengue para iniciarme en la crítica y la investigación literaria, incluyendo una visita al salón del profesor Marcelino Canino, en la Universidad de Puerto Rico, en la que Sánchez habló sobre su casi recién publicada novela. Pero esa vez, fui en carro, junto a un grupo de colegas.
Mis viajes en pisicorre fueron la norma durante mi formación universitaria. Caminaba poco menos de media hora hasta el pueblo donde comenzaba la batalla por entrar para apiñarse con otros dieciséis pasajeros que sin aire acondicionado compartirían oxígeno, calor, sonidos y olores por lo menos durante media hora, con suerte. Un viaje más corto, el de Caimito a Río Piedras, hacía Fernando Picó, y se refería a él con toque de antropólogo o buen pastor, pues allí escuchaba y compartía con jóvenes y mayores del barrio donde vivía. Era como su puesta de los pies sobre la tierra, me decía. Otro viaje en pisicorre, mucho más largo, sería motivo de un cuento de Ana Lydia Vega en el cual los pasajeros comparten sus historias que sirven de alimento al cuento de la autora.
La multitud autosa, la multitud carrosa, la multitud encochetada, frena, guarachea, avanza, frena, guarachea, avanza, frena, guarachea, avanza. (Guaracha 68)
Como mucho, yo leía durante esos viajes. Leía si la radio del chofer me lo permitía, si no resultaba muy incómodo sostener el libro entre vaivenes y empujones, si mis propias distracciones no me sacaban por la ventana o alguna conversación desviaba mi concentración que no era lo más frecuente. La lectura siempre ha sido un viaje: una vez uno se deja atrapar por las palabras de cualquier texto —literario o filosófico— ya no son los pies, las nalgas o la espalda las que te sostienen, sino que uno flota en un espacio indistinguible que prefiero llamar el mundo de las ideas. Así que viajaba mejor cuando lograba volar en esa nube del pensamiento, aunque fuera por unos minutos.
Pero
La multitud autosa, la multitud carrosa, la multitud encochetada,
FRENA: Curiosamente, las obras que para entonces había leído de Sánchez referían al tapón y a la imposibilidad de salir o de trasladarse, como pasaba con Jum y Antígona, víctimas de un estancamiento trágico. GUARACHEA: en cambio, los personajes igualmente ataponados de La guaracha no podían resistir la tentación del goce y sus enrevezadas frases y oraciones poco a poco despiertan en los lectores lo que Luce López Baralt llamó una risa cómplice: una que parece mofarse de sus circunstancias y del yo. La multitud autosa, ¿AVANZA?
“La multitud carrosa” FRENA: La narración figurada de un país estancado —ataponado en su guaracheo constante en el que solo circula la mercancía y su propaganda— sacó a Sánchez del insularismo de lectores puertorriqueños hasta situarlo como uno de los escritores clásicos del mundo hispano. GUARACHEA: Recuerdo que en aquella ocasión en que le escuché hablar sobre su obra en una sala universitaria, surgió la pregunta sobre qué salida al tapón presentaba la novela; recuerdo también el escueto comentario —no suyo, por supuesto— de que no le corresponde a la literatura presentar alternativas.
“La multitud encochetada” AVANZA: Me tomó muchos años de estudios literarios comprender que la novela misma era la alternativa: que su narración separa a los lectores de la China Hereje, el Senador y demás personajes de la novela después de seducirlos con las frases que los merodean; y coloca a sus lectores como los conductores que contemplan, como otros automovilistas contemplaron desde el puente el caño en donde moriría “el negrito Melodía” del cuento de José Luis González. Y muchas lecturas para comprender que si bien, todes les personajes estaban atrapades en el tapón, y que para salir, el hijo del rico vuelve a atropellar al hijo de la pobre, reinstaurando lo que hoy llamamos la colonialidad del poder, los y las lectoras de La guaracha contemplamos su historia desde lejos, desde las páginas de una novela publicada en Buenos Aires, aunque compartamos el contagio guapachoso y los gustos por el “humor de fonda y fiambrera” (Guagua aérea 183).
Sin embargo, a diferencia de dichos personajes, a partir de La guaracha, Wico parece que —como Julia de Burgos— se fue impregnado por las aguas del “Río Grande Loíza” —y me refiero a las del poema— hasta las aguas del mediterráneo para el deleite de más de un fauno. Su narrativa —así como los personajes— comenzó a surcar el Caribe y el Atlántico. Primero, acompañado del inquieto anacobero Daniel Santos y luego en “La guagua aérea” desde donde tan bien parece contemplar la sociedad puertorriqueña, que “oscila entre el tumulto y el peso de la quimera” (Guagua aérea 14).
Publicado originalmente en la sección dominical de El Nuevo Día, “La guagua aérea” es un texto que viaja entre la narrativa y el ensayo, pues se lee muy bien como un cuento, pero está publicado en —y da título a— un libro de ensayos y entrevistas. Aunque como cuento le falta trama, su voz se ubica como un viajero del avión, separándose así, de la distancia reflexiva que busca el ensayista. Comparte así más con la mirada del cronista de Edgardo Rodríguez Juliá, quien sale de El entierro de Cortijo aturdido entre “el extravío y la ternura” tras su encuentro con el “pueblo pueblo puertorriqueño”, representado como otra multitud, que al igual que la del avión, se distingue por su conducta excesiva, fuera de las normas. Una multitud
[Cuyas] carcajadas amenazan desnivelar la presión que sirve a la guagua aérea. [Cuyas] carcajadas amenazan alterar la velocidad que desarrolla la guagua aérea. [Cuyas] carcajadas amenazan descarriar y accidentar la guagua aérea. (Guagua aérea 12)En el ensayo de Sánchez, la conducta adquiere dimensiones alegóricas pues
La guagua aérea efervesce. La guagua aérea oscila entre el tumulto y el peso de la quimera, entre el compromiso con el salir adelante y la cruz secular del Ay bendito. (14)
Una multitud o un país que como la guagua va y viene sin decidir su destino. ¿Qué vacila entre el heroísmo de la sangre hispana y la superchería africana, como lo postulaba Pedreira? ¿“un sí es que no es de raza”, como lo versaba Palés Matos? ¿Que por temores a morirse en la estadidad o en la independencia prefiere la colonia perfumada? Solo que en “La guagua aérea” Sánchez lo presenta desde las diferencias de clase social. Mientras los de primera clase, “entre sorbo y sorbo de champaña californiana” “racionalizan”: “They are my people but … They will never make it because they are trash” (17).
En la cocina de la guagua aérea un orfeón chillón majaderea a las azafatas y los sobrecargos con el estribillo— si no me dan de beber lloro. (15)
Más que el relajo con el que “retrata” la cultura puertorriqueña, la metáfora con la que titula su texto ha servido para referirse a una nación que oscila en el vaivén de la diáspora, ese quinto piso o rufo, que según Juan Flores, José Luis González no incluyó en su visión arquitectónica. La imagen vehicular sirve de puente y refleja el commute entre las fronteras que han dividido a la población puertorriqueña desde el siglo pasado.
A diferencia de sus primeros textos narrativos, la ensayística de Sánchez se monta en la metáfora del viaje como si su condición de viajero vaivén hubiese desplazado su mirada. Tal si siguiera la brújula con la que Pedreira quería dirigir los rumbos de la nave isleña, la imagen del viaje estructura su libro con secciones y ensayos titulados “Clase turista”, “Paradas de inspección técnica”, “Envíos postales”, “Documentos de Aduana”; e incluso llamar “Hoja de vuelo” sus referencias bibliográficas. Para no dejarlo ahí, un posterior libro, Devórame otra vez, titula su Primera parte “Palabras viajeras” y esta comienza con un ensayo titulado “Próxima parada: Nueva York”. Además, gran parte de sus textos parten de la perspectiva de un viajero como el Cadalso de las Cartas marruecas.
Sus escritos también expresan transitar otros flujos, más terrestres y citadinos. Flujos también característicos de los cambios culturales del siglo pasado: esos que borraron las fronteras entre lo alto y lo bajo e hicieron de lo marginal simbólicamente central. En uno de sus viajes, y probablemente el preámbulo del ensayo que inicia Devórame otra vez, lo escuché dilucidar sobre “un tema … plebeyo en un recinto … augusto”; disertación que aún no he visto publicada. A la más alta torre de marfil de las academias americanas, Wico fue a hablar sobre los Cancioneros y “los entrelazamientos ideológicos de la música popular y la narrativa hispanoamericana actual” (Dévorame 15). Como siguiendo sus vuelos, la contemplación de dichos cruces en el Caribe hispano me facilitó un grado académico, un trabajo digno y decente y unos cuantos viajes por la región. Algunos de estos, gracias a la generosidad de quien supo apreciar lo que puede ser considerada una “crítica ideológica” a su obra. Total, ser escritor aguafiestas, es algo que Wico celebra en sus ensayos.
Como para muches otres, la guagua aérea para mí pasó a ser una especie de pisicorre entre mis dos mundos, pero en uno de esos me bajé y regresé con mucha remesa cultural. Y no me refiero a la formación académica, sino a la salsa, en especial la de Willie Colón y Héctor Lavoe y a los ensayos de Juan Flores. Remesa, que en mi experiencia era y no lo era: pues la salsa más bien formaba parte de los circuitos culturales con que muchos late baby boomers boricuas formamos nuestras personalidades. Esos fueron mis terroristas culturales: esos dos flacos, guillados de jíbaros como jueyes hampones, hoy glorificados como emblema nacional, y ese boricua de Brooklyn que nos anticipó “La venganza de Cortijo” y nos puso a hablar sobre diáspora, a pesar de ser ignorado por el canon académico. Con ellos comprendí que el viaje que para mí era de regreso, para ellos era de ida, pero como ellos podía cantar “Para ti traigo la salsa; te traigo la salsa caramba. ¡Óyeme cantar!”. Salsa, que como la poesía nuyorican, confirmaba que “la emigración y la comunidad de migrantes son el mayor mentís para la noción de que la cultura puertorriqueña está encapsulada dentro de sus confines territoriales” (Flores 38).
Uno de los “Documentos de Aduana” que transporta Sánchez en La guagua aérea ofrece otra clave para seguir los rumbos de esa producción. La guagua aérea, el libro, cierra con un ensayo que refiere a su experiencia al entrar a países extranjeros donde le tachan la palabra Puertorriqueña cuando responde a la pregunta sobre su ciudadanía. Como si les dijera a los funcionaros aduaneros “Yo soy boricua pa’ que tú lo sepas” Sánchez reproduce la experiencia y la historia de los boricuas al norte del Atlántico: desplazados, invisibilizados, tachados, ignorados, pero contestones. “Canciones festivas para ser lloradas” —como se titula el ensayo al que me refiero— reclama la literatura como espacio para la defensa de una puertorriqueñidad amenazada. Defensa que corresponda a
El país puertorriqueño, [que] pese a las trampas, los culipandeos y los cruces direccionales, se singulariza por el desenfado y la risotada.
Similar a los pasajeros de “La guagua”, propone “un humor indomable” para castigar “tanto desorden, corrupción e injuria” (Guagua aérea 181).
Quizás anticipando un poco lo que Arcadio Díaz Quiñones llamaría “el arte de bregar”, en Sánchez, el desenfado parece ser un ball joint con el que manejar, absorber y sobrevivir “las trampas” y “la encerrona de siglos”; solo que Sánchez lo propone como arte de escribir:
Un humor made in Borinquen que se lumpeniza y acochina para contra atacar.
Un humor de fonda y fiambrera para leer la nación con otros ojos y analizarla con otros criterios … literatura decidida a entonar nuevas canciones festivas para ser lloradas. (182)
Su vaivén entre esas culturas ha engalanado y sazonado su escritura así como sus ires y venires han dejado huellas en sus escritos; y a más de seis décadas del estreno de su primera obra de teatro nos ofrece El corazón frente al mar (2021). Esta vez en viaje de regreso y entre un muy bien portado grupo de pasajeros a quienes obsequia con un breve tour histórico turístico del paisaje, contemplado desde el avión. Como turista también viaja en taxi hasta el Viejo San Juan, ciudad evocada desde las notas de Noel Estrada. No sin pasar por “la pesadilla del tránsito que se atapona, embotella, tranca, anuda, atora, atasca”; esta vez con la conciencia de que se trata de un mal global: pues “no hay país que carezca de un verbo especificador del tránsito desembocante en pesadilla” (Corazón 29). Nuevamente el estancamiento y la impotencia que genera impactan al lector. Cincuenta años después del “éxito lisonjero” del Macho Camacho, Puerto Rico continúa ataponado, colonizado. Nuevamente un texto pintado con alusiones al vuelo, El corazón frente al mar es un viaje histórico cultural que transita las calles de la ciudad letrada y sus cruces con los de la ciudad real, si es que la música popular refiere a la segunda como la literatura a la primera. Su paseo guía a hipotéticos turistas por un San Juan de estatuas, edificios, letras y melodías que resuenan una historia de un país que no ha trascendido el tapón de medio siglo atrás. Parece ver a San Juan más en la literatura y en la música que en sus calles pobladas de turistas. ¿Será porque la ve desde el corazón como algo que quedó “frente al mar”? ¿Un país que quedó suspendido en la memoria como si no tuviera futuro que no fuera el mar?
Frente a ese mar, allí a las afueras de la ciudad amurallada, todos los viernes se reúne un batey de bomba: el más ancestral de nuestros géneros musicales que ha revivido en el nuevo siglo. Pero allí no se llega en taxi sino a pie. Quizás si en vez de un taxi, hubiese cogido la guagua otra fuera la historia. Quizás si otros hubiesen sido los textos visitados, también.
Si hubiese cogido la guagua en este retorno, seguramente hubiera visto cómo Puerta de Tierra cede antes las invasiones de millonarios en su deseo de convertir en ganancias las viviendas del barrio. Un barrio con historia de muelleros, albañiles, lavadoras, planchadoras y empalilladores: un ejército de trabajadores que construyó y alimentó a gobernantes y escritores capitalinos. Y como si siguiera la ruta del viejo tren pudo pasar por Cangrejos, hoy conocido como Santurce, gracias a los avances que celebraban Salvador Brau y AlejandroTapia y Rivera. Los que continuaron a lo largo del siglo pasado: desplazando, reemplazando, repoblando y volviendo a desplazar familias y barrios, como la Parada 21, cuna de Rafael Cortijo y Sammy Tanco, hogar adoptivo de Marcial Reyes. Un lunes por Bonanza, en la calle Eduardo Conde, esquina San Jorge —en el monte San Mateo de Cangrejos— pudiera haberle despertado más que la nostalgia, la esperanza al escuchar la plena cangrejera. Plena que hoy se escucha todos los lunes en El Boricua, en Río Piedras. Ritmo centenario que une generaciones.
También pudo haber hecho un tour por los pasillos de su alma mater que hoy lo homenajea: una Universidad en ruinas, agonizante; víctima —como el país— de la piratería, el nepotismo, el colonialismo, el neocolonialismo, la colonialidad del poder y todas las otras nomenclaturas con las que traten de entender la burundanga boricua. En un tour por el recinto de Río Piedras, como el que invita a su viajero, quizás descubra las crónicas de esta tumba anunciada. ¿La rescatarán las musas o los orixas? ¿La rescatarán amparadas en Guttemburgh o en Steve Jobs?
Yo he llegado hasta aquí montado en los textos de Wico, como dicen: “cogiendo pon”. No solo porque han sido harina para mi pan [de libros] sino porque nadie como él para corresponder al diálogo crítico.
Wico, gracias por el pasaje, gracias por el pon; me bajo en Cangrejos, Partido de los Cortijos, Allendes, Verdejos y Cepedas, no sin antes invitarte parafraseando a Pablo “Gallito” Ortiz:
Moreno monta en mi guagua
Monta en mi guagua moreno
que yo te quiero llevar a pasear a Villa Palmeras.
Trabajo escrito para el Fiestón de la Lengua dedicado a Luis Sánchez, organizado por el Departamento de Estudios Hispánicos del Recinto de Río Piedras de la UPR, 2023.
Textos citados
Luis Rafael Sánchez, La guaracha del Macho Camacho, Buenos Aires, Ediciones La Flor, (Décimo quinta edición), 1993.
Luis Rafael Sánchez, La guagua aérea, San Juan, Editorial Cultural, 1994.
Luis Rafael Sánchez, Devórame otra vez, San Juan, Ediciones Callejón, 2004.
Luis Rafael Sánchez, El corazón frente al mar, San Juan, Publicaciones Gaviota, 2021.
Willie Colón y Héctor Lavoe, “Traigo la salsa”, Asalto Navideño, Fania Records, 1972.
Pablo “Gallito” Ortiz, compositor, “Morena”, Los Pleneros de la 21, Live at Pregones 35 Years of Bomba y Plena, CD Baby, 2019.