Guerra: Carta abierta
En Estados Unidos nunca terminó la Guerra Civil. Not really. Lo que ha tomado es otra forma.
–Carlos Pabón Ortega
Until the philosophy which holds one race superior
And another
Inferior
Is finally
And permanently
Discredited
And abandoned
Everywhere is war
Me say war.
–Bob Marley, “War”
Presidente de Estados Unidos:
Estimado Presidente:
Una carta abierta es una interpelación que rebasa la comunidad emisor — receptor. Abrirla es figurar que ambos agentes lingüísticos son algo más que uno. Por ejemplo, el destinatario figurado de esta carta es el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, pero al confesarle el carácter público de mi carta, la colocó en la esfera pública, al juicio de un público indeterminado de lectorxs. Abrirla al público es también aspirar que haya quien vea expresado en mis palabras su pensamiento.
En este caso el tema es sencillo, es mi deseo como puertorriqueño residente en el territorio colonial, de sumarme a las voces que por calles a lo largo del territorio continental estadounidense con las manos en alto corean “I can’t breathe” como un rotundo clamor a Dios.
A ese aliento añado el mío, como creo lo hace Lissette Rolón Collazo en «Des-aliento«. Lo hago como puertorriqueño residente en el territorio colonial, porque como señala Jossiana Arroyo:
La violencia que se vive en Puerto Rico todos los días lleva la cara de la pobreza y esa pobreza tiene un rostro racializado que se criminaliza, se ataca, se insulta y se vulnera en los medios, en la oficina del médico, y en la cárcel.
Esta violencia también se vive en rostros femeninos o estigmatizados como débiles.
Al escribirle como puertorriqueño también quiero recordarle el “compañerismo intercultural, la solidaridad engendrada por la convivencia y el cariño, al unísono más allá de las diferencias obvias” entre las comunidades afroamericanas y puertorriqueñas en los barrios de Chicago, Nueva York y muchas otras ciudades. Sin olvidar a las comunidades caribeñas y afrocaribeñas, latinas y afrolatinas, chicanas, mexicanas, centro y suramericanas, víctimas cotidianas de la ideología supremacista. Los condenados de la tierra, los llamó Cornel West, refiriéndose al canónico libro del martiniqués Frantz Fanon. Puede preguntarle a su colega, el congresista puertorriqueño Luis Gutiérrez; quizás él le pueda ayudar a recordar esas experiencias conjuntas de opresión.
Mi propósito es llamar la atención a que la tensión actual entre policías blancos y comunidades afroamericanas sea considerada como guerra. Continuación de la Guerra Civil de 1861-65, la caracteriza Carlos Pabón en su muro en Facebook. Pabón, quien ha dedicado sus últimos años a los estudios de la violencia en Europa, América y Puerto Rico , de esta forma abrió su ciberespacio público para generar discusión inteligente al respecto y en el proceso conformar una opinión, suya o compartida.
El apelativo bélico fue usado por Cornel West en una entrevista por CNN, reproducida en este enlace de Mediaite, cuyos comentarios racistas al final confirman la tensión racial que West denuncia.
Su “neutralidad hueca, quiebra moral y cobardía política” ha desilusionado “hasta sus más leales cheerleaders”, le advierte este brillante académico y comentarista televisivo. La muerte de 76 hombres y mujeres afroamericanos en los pasados 15 años es para West evidencia de que “there’s been a class war and a kind of racial war against black and brown youth”. Entre estas muertes y otras 97 de personas identificadas como blancos -no blancos, según los datos del Centers for Disease Control and Prevention, citadas por el comentarista conservador, Bill O’Reilly, para restarle importancia a la contundente evidencia judicial de que el sistema Jim Crow aún domina las cortes estadounidenses, como denuncia West.
Independientemente de que usted, señor Presidente, considere la actual tensión entre la policía y las comunidades afroamericanas como una guerra o no, después de la exoneración de los policías en el caso de Eric Garner —de los cuales solo uno fue acusado mientras los otros extraordinariamente tenían inmunidad para que fueran testigos— dudo mucho que usted aún crea que con camaritas se remedia esta situación. Pues independiente de su opinión, los policías blancos que patrullan esas comunidades lo sienten de otra forma y sus acciones demuestran que esas muertes son causadas por el miedo y el odio racial. Sus policías se sienten amenazados y estas comunidades se sienten hostigadas. Es una situación sumamente explosiva. ¿Cuántos más tienen que morir para detener esta guerra?
Pero qué tal si consideramos que en vez de una descripción se trata de un llamado a la guerra. Una de esas muertes, cuyo responsable también fue exonerado por un gran jurado, fue la de Aiyana Jones, niña de siete años, víctima de una granada policial lanzada a su hogar, en Detroit en el 2010. Al parecer estos policías están actuando como los soldados israelitas en Palestina, también respaldados por su gobierno, a pesar de la denuncia casi absoluta de los miembros de las Naciones Unidas. Edward Said, entre un coro de pensadores, temía que fuera insuperable el odio causado por una guerra de más de medio siglo, con cientos de miles acribillados por misiles y bombas caseras. Sin embargo, sus palabras siempre fueron de esperanza.
Relacionar el actual estado de violencia policiaca impune con la Guerra Civil y el movimiento en reclamo de los derechos civiles, como sugiere Pabón, invita a pensar de que el actual es un estado de guerra más de un siglo mayor que el conflicto palestino-israelí. La primera fue provocada precisamente por la ley de la abolición de la esclavitud y significó la presidencia más difícil en la historia de Estados Unidos. Abraham Lincoln tuvo que afrontar las consecuencias de una decisión difícil —que la historia ha considerado como justa— y enfrentar la posible disolución de la nación que lo eligió. Por esta y por muchas otras razones Lincoln optó por defender los derechos de los que después de un siglo serán llamados respetuosamente africano americanos, en reconocimiento de la diferencia racial dentro de la igualdad ciudadana. Le pregunto, ¿considera que usted sería hoy presidente de esa nación si Lincoln no hubiera tomado partido y hubiese permanecido con la neutralidad hueca de la que West lo acusa?
“Guerra” también lo llamó Bob Marley, pues se trata de un pensamiento que impone diferencias entre los seres humanos por su color de piel. Hoy traducido a lo que Eduardo Bonilla ha llamado “color blind racism”, el cual según lo cita Arroyo, organiza el racismo a partir de micro-agresiones y silencios en los que el sujeto racializado es leído moral, física y corporalmente. El problema no es que se esté militarizando la frontera o que las escuelas públicas que están en las comunidades negras y latinas no reciben fondos del Estado, no tengan maestros, ni materiales; el problema es que “la población negra y latina no quiere estudiar” o “no existe la unidad familiar”, “o la familia no se preocupa por la educación” o “es ilegal” y “no quieren hablar inglés”. Este racismo color-blind organiza las micro-agresiones entre grupos sociales y asigna un sistema de valores “ciudadanos” con estereotipos positivos o negativos de cada raza o etnicidad.
Como sistema de degradación de los cuerpos negros con la intención de controlarlos, lo define West.
Bob Marley y los Wailers no eran analistas políticos ni sociólogos. Eran y siguen siendo rastafarians. “War” funde las agencias descriptiva y el apelativa del sustantivo. Nombra la guerra y la proclama simultáneamente: es un llamado a la resistencia, a la no sumisión, donde quiera que haya discrimen. Si tienen paciencia les invito a verlo en escena en el siguiente clip; si no, pueden continuar.
A este llamado esperanzador de libertad, justicia, amor y felicidad le dedicó su vida el “Rasta Man”. Su música aspiraba a ser el canto angelical del Apocalipsis: esa que pudieran entender y sentir todos los hijos de Jah desterrados y esclavizados por el mundo. Su llamado también alegorizaba el “Exodo” a Sión, la tierra prometida.
Señor Presidente, a usted le quedan dos años en los que apenas podrá aprobar alguna legislación radical. Se puede pensar que ya entramos en la era post Obama. Demócrata o Republicano, el próximo será otro presidente blanco más. ¿Qué tal si lo miramos por el ojo de un afroamericano viendo desfilar los miembros de su jurado que decidirán sobre su vida, bajo el amparo de la Constitución? Blanco tras blanco, heteronormativo tras heteronomartivo; para esos ojos un rostro diferente es un rayo de luz y esperanza. ¿Cómo verá esx afroamericanx, latinx, oriental la llegada de otro blanco más a ocupar su silla en la presidencia o el jurado? ¿Qué hacer para contrarrestar el miedo de esos policías blancos que se sienten amenazados por sus conciudadanos negros, orientales y latinos?
Si es una guerra, hay que tomar partido. Si ante el llamado de guerra, usted entiende que su deber es evitarla, por favor considere el clamor de esas voces que con las manos en alto corean “I can’t breathe! I can’t breathe”. Y ayúdeles a que su clamor se escuche en Wall Street.
Post scriptum: Este ensayo fue escrito antes de las muertes de los oficiales policiacos Rafael Ramos y Wenjian Liu, en Brooklyn y Charles Kondek, en Florida, puertorriqueño, asiáticoamericano y afroamericano, respectivamente. Como señalaba Frantz Fanon, la violencia de «los condenados de la tierra» afecta indiscriminadamente a sus propias comunidades. ¿Signos de la guerra?