Salsa con ketchup
Hace unas semanas yo vi con mis propios ojos y escuché con mis propias orejas a El Macabeo en El Barrio, Nueva York y acumulé opiniones. También escuché, allí mismo en la 105 y Lexington, las opiniones de algunos y algunas old-timers sobre la orquesta. La alineación de nuestras opiniones es absoluta: ¿wassup con ese follón con El Macabeo? Llegué al concierto sin entender y salí desconcertado.
Empecemos por lo bueno: me conmovió la voz a veces desafinada del cantante, sobre todo su tono, fraseo y metal. Encontré su voz generosa, transparente e inclusiva; pero no pinché de dónde me salía el gusto hasta que cantaron «Desengaño», clásico de Roberto Roena y el Apollo Sound. Entonces entendí que esa voz me recordaba lejanamente a aquella voz simple y trabajadora de Papo Sánchez. Yo he escuchado a Papo desafinar, en disco y en directo, pero su caballerosidad, classiness y timidez sumergen esas imperfecciones en un aura que exige el perdón del que lo escucha. El Macabeo no es tímido y su cantante, a diferencia de Papo Sánchez, no sabe cuándo desocupar su espacio. Pero es solo cuestión del delivery, sutileza, humildad y disciplina vocal.
También me conmovió tanta valentía y esa palpable actitud de ‘que se joda’. Hay algo de y en mí (¿amor por el ruido, el punk, el post-punk, la envidia que le tengo al Cano Estremera?), que admira un bien presentado ‘que se joda’. Después de todo, yo me crié cocolo (a pesar de mí), aprendí a abrazar y amar mi cocolismo y todavía sueño con treparme en una tarima a hacer que toco salsa. Pero no me atrevo, porque yo no toco salsa. Y porque tengo modales. Toco guitarra desde hace 28 años, la gente dice que dike la toco bien, pero igual yo sé que no toco salsa; a pesar de todo lo que he tratado en la privacidad de mis intimidades. No me atrevo a imponerme. El Macabeo se atreve. Hay algo que decir sobre ese asunto: son todos unos valientes.
Pero hay un aspecto tenebroso y escandaloso detrás de todo esto: El Macabeo se impone porque la clase social dispone. Se imponen porque pueden. Porque el enchufe a donde pretenden y pueden conectarse corre a 220 y no a 110. Como se sabe, los receptáculos de 110 son más comunes, pero los de 220 -aunque menos- son más «fuertes». O sea, que el poder de ese público Macabeo parecería ser inversamente proporcional a la cantidad del mismo. (Estírese la analogía amperosa, eléctrica y voltiosa hasta que se rompa).
Hay otros asuntos que facilitan la afrenta.
Primero, toda esa ideología boba, insidiosa, irrelevante y solapadamente racial, sobre la música indie. Es la ideología que permite, por ejemplo, que Chvrches y los Yeah Yeah Yeahs sean héroes de la música indie internacional, y que grupos tan independientes, fajones y talentosos, como el Dirty Dozen Brass Band o Viento de Agua no lo sean. Los cuatro grupos mencionados son exitosos a su manera, pero solo los primeros dos entraron fácil y obviamente al panteón indie. Puedo dar mil ejemplos más, pero las excepciones confirmarán la tendencia: tanto aquí como allá las caras lindas de mi gente negra encuentran más dificultad en ser considerados indie. Todo el asunto de El Macabeo confirma esta hipótesis.
Yo creo que todo es resultado de una triste y simple confusión en la mente de la gente «de urbanización»: tanto el rock como la salsa son músicas populares, y en su raíz, música negra. Ambas extremada y afortunadamente accesibles a su manera. El junte de ambas parecería natural, orgánico y obvio. Pocos y pocas lo han logrado; ningun@ rima con ‘deo’.
La cosa es que mientras el aspecto democrático del rock (excepto el progressive) se extiende a su ejecución e historia (recuérdese que hay todo un sub-género -el punk- donde uno de los puntos es que el no saber tocar bien no es impedimento para entarimarse y grabar), en la salsa no se vale el no saber o no poder tocar salsa. La salsa presenta una aristocracia radical, conservadora y saludable en las exigencias de su ejecución. Lo mismo ocurre en general con la llamada música «clásica». Hay otros géneros, como el blues o el jazz, que permiten, reciben y crecen con ciertos desatinos armónicos y rítmicos, las síncopas, la improvisación y armonización desde «afuera», si son presentados de manera elegante y educada (as in ‘con buenos modales’), véase Coltrane, Jobim y Fred Mississippi McDowell. Pero la salsa, para bien y para mal, no trabaja así; ni ha trabajado así históricamente. Y eso no es culpa ni mía, ni de El Macabeo.
Históricamente el rock (entiéndase como sombrilla) ha logrado integrar más exitosamente los elementos cocolos y de «afuera» que la inversa -véase Puya, El Manjar de los Dioses, Rachid Taha, Café Tacuba, Los Fabulosos Cadillacs, Mima, The Plastic People of the Universe, Draco, Os Mutantes, Rage Against the Machine, Cultura Profética, Luis Díaz y Mimi Maura, entre otros. Pero esa relación no es fácilmente bidireccional.
Quizás por sus raíces negras, sumado al hecho de la común alta resolución rítmica y bajística, el jazz y la salsa han tenido una mejor relación de pareja y se han intercambiado sombreros con más éxito y elegancia.
Y es que la salsa es dentro, con y a pesar de todo su populismo democrático un asunto de alta densidad y precisión matemática; nos presenta un meollo de alta resolución rítmica, donde el andamio de la canción y sus moñas descansa precisamente en detallitos tan etéreos y a la vez tan repetitivos, comunes y necesarios como la mítica clave y el tumbao. Tiene bien probadas estructuras funcionales, y caminos precisos y angostos para integrar otras formas, incluso levemente ajenas, a su raíz. Solo los grandes han logrado, a fuerza de puro virtuosismo, salirse con la suya en ese asunto de caminar y alterar toda esa matemática escondida tras el tufo del periquismo, bebelata y la jodedera cocola. Obviamente, una vez esa torta rítmica cocola está encendida, el layer armónico se libera y se ha extendido a lugares que no le deben envidiar un segundo a Míster Bach (véase Roena y el Apollo, Valentín, La Sonora, De León, El Gran Combo pre y post Pellín, Lalo Rodríguez, LeBrón Bros. y la trifecta Colón-Lavoe-Blades).
A nivel técnico-musical el problema con El Macabeo, según lo entiendo, empieza y termina con el bajo. Lo escribo sin ánimo de querer tirar al medio al bajista fajón y punkísticamente talentoso de la orquesta. Como yo soy también rockero, sobretodo porque es lo que mejor sé tocar, creo que entiendo particularmente bien dónde comienza el problema a nivel técnico. Y es ese choque infumable entre el ataque bajístico cuadrado y punk-rockero que a la misma vez pretende amarrar y ser jockey de la estructura orgánica, meliflua y cancionil cocola. It doesn’t work. Y de ahí todo va cuesta abajo; porque si el bajo no se baja a las catacumbas cocolísticas, el grifo del saoco no se abre. Y entonces se convierte en trote fastidioso lo que debería ser un flow gozón, sensual y jodedor. Las intervenciones de la sección de vientos se dispersan y abotan, es un cada viento por su lado, los cueros se afofan y aflojan, se le salen las semillas a las maracas y sálvese quién pueda.
Esto no significa que no se pueda “bailar” con El Macabeo. Yo vi gente “bailar” en el concierto. Pero mi mamá bailaba bien hasta sin música. Aquí la pregunta social-lógica es por qué una música que no funciona al nivel más elemental se ha convertido en bandera de un influyente grupo de inteligentes that should know better.
¿Solidaridad de clase? Yo soy de esa misma clase «de urbanización», pero no doy mi brazo a torcer. Mala mía. Yo hice ruido y toqué The Beastie Boys, Dead Kennedys y Sepultura en Venus Gardens y Colinas de Fair View. También sublimé mis piquiñas privadas con covers new-wave de El Incomprendido, porque como muchos y muchas me moriré queriendo ser Maelo. Entiendo la pulsión hacia lo híbrido, pero no hacia lo cruzado. Al buen entendedor….
Se me ha dicho que El Macabeo le ha presentado la salsa a una generación que no la apreciaba; que han vuelto a trabajar la salsa con mensaje; que representan una nueva generación y una voz nueva en la cultura isleña; que los conservadores no los entienden; que son unos fajones; que hay que entender que son rockeros de raíz que un día se juntaron a jammiar, retozaron con la salsa y se quedaron salseando; que mientras otros hablan y critican ellos graban, concertean, viajan y practican; que están chévere y gufeaos y que son nice. Supongo que la mayoría de esas son verdad. Y por eso es bueno debatir. Pero ninguno de esos argumentos atiende el escándalo de que esa salsa es enlatada, que está preñada de preservativos artificiales, que no fue molida en el triturador, que a tomates no huele y que carece de la alta resolución rítmica y la necesaria sólida bajeza.
Quizás es que la música is beyond the point. Quizás es que no hay tiempo para hacerlo mejor o escuchar mejor y hay que conformarse. O que lo que no mata engorda. Quizás es que nuestras penas son tantas que unas con otras se mellan y por eso no nos matan.
También digamos que el evento donde participó El Macabeo en El Barrio y el South Bronx (Los Muros Hablan NYC, producido por Fofito y la gente de La Respueta), quedó espectacular; y que la orquesta tuvo que ver con eso. El grupo tiene poder de convocatoria en Nueva York entre un grupo de coquís creativos (¿yuppies-to-be?), casi todos residentes en el Brooklyn burgués. Ese grupo, casi todos de la Generación Y o Millenials, constituye una parte influyente (volvemos al enchufe 220) del universo boricua de la ciudad (aunque mi análisis no pretende una oposición entre generaciones). Viendo el asunto desde la necesidad de un puente entre los de aquí y los de allá, El Macabeo es parte de ese puente y conversación. Unir gentes es casi siempre lindo, así que en ese sentido todo cool. Estar en El Barrio ese día se sentía como estar en ciertas áreas, en ciertos espacios y a ciertas horas, del Santurce contemporáneo.
Pa los gustos los colores y que viva la democracia y la amplia oferta cultural. Si El Macabeo aumenta el cociente y percentila de la felicidad isleña, pues amén. Las tristezas en la isla no nos faltan. Yo lo que exijo es perspectiva. Yo no comulgo con la cosmología de, por ejemplo, Cosculluela -Palmas del Mar-, pero coño, eso es un tsunami onomatopéyico de talento y virtuosismo (y de misogenismo y macharranería bugarrona), incluso cuando trabaja un género que se siente cansado. “Un saludo a aquellos que tienen que grabar cantito por cantito porque no les sale un corte. Lord have mercy”. Ese flow funciona.
Lo que me lleva al comentario más atinado y cruel que escuché hace unas semanas en la 105 y Lexington: una doña trataba y trataba de bailar, mirando despavorida al corillo hipsteroso que brincaba, tarareaba y “bailaba” siguiendo a El Macabeo; frustrada se acercó a la oreja de su pareja y le dice: ¡con tanta orquesta buena que hay en Puerto Rico!
«Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio», dijo un sabio. Yo me eché a reír, le di a entender que la escuché y le dije que no era pa’ tanto, que pa’ los gustos los colores. Y desde entonces me pregunto cómo sería El Macabeo tocando rock.