Alemania y sus reiteradas coaliciones gubernamentales (2da parte)
La actual coalición demócrata cristiana – social demócrata que gobierna a Alemania desde la antigua capital de Prusia, Berlín, fue anticipada por los que sospechaban que los liberales no alcanzarían los votos necesarios para contar con alguna representación en el “Bundestag”. Se auguraba también que tanto el Partido Verde como el Partido de la Izquierda se acercarían al diez por ciento, pero que este respaldo no sería suficiente para poder integrarse a un gobierno mayoritario con la Social Democracia, de esta desearlo. Esta especulación, alimentada por las encuestas que vaticinaron correctamente lo que habría de ocurrir, no llevó a la Social Democracia (SPD) ni a la Democracia Cristiana (CDU) a modificar sus plataformas y hasta el último día se presentaron como contrincantes y no como posibles aliadas.
La Democracia Cristiana no cedió en su insistencia de reducir los impuestos, que tiende a ser un mensaje que reitera en cada elección, aunque propondría para sorpresa de los social demócratas, la inclusión del tiempo que las mujeres le dedican a criar sus hijos en el cómputo de su pensión, y un programa de construcción de carreteras. Supuestamente, Merkel no tenía que ofrecer demasiado pues, según se repetía, con contrastar la situación alemana con la de muchos de los países europeos, los electores ya tendrían suficientes elementos de juicio. Los social demócratas la criticaban de todos modos por irresponsable pues los costos del programa del CDU, además de inmensos, no eran compatibles con la reducción de impuestos que también impulsaba.
En lo que respecta a la Social Democracia, esta ha llegado al gobierno reiterando su compromiso con el establecimiento de un salario mínimo para los trabajadores alemanes. También se ha comprometido con reducir la edad de jubilación y con forzar a que se elimine como estrategia empresarial la contratación de personas a tiempo parcial. Insisten en que la situación económica del país le permite a las industrias ofrecer mayor seguridad de empleo. En tal coyuntura, reitera, los empresarios pueden además emplear más personas.
Hace años que se comenta cómo la Democracia Cristiana, cuyo respaldo en términos porcentuales casi duplicó la de los social demócratas, se ha ido moviendo hacia un territorio ideológico que antes controlaban estos. Por otro lado, el Partido Verde, pero sobre todo el Partido de la Izquierda, también han reivindicado para sus organizaciones ideas y visiones que tradicionalmente defendían los social demócratas. El asunto de las pensiones de las madres es buen ejemplo de la cooptación de la Democracia Cristiana. Irónicamente, los social demócratas parecen haberse vuelto más conservadores en el manejo del presupuesto que aquellos que en el pasado le criticaban por administrar la riqueza nacional como si los buenos tiempos fueran a perdurar para siempre. Su antigua oposición a las políticas neoliberales, como aquellas que comenzó a implantar Helmut Kohl en los años ochenta, es, por otro lado, lo que le ha tenido que ceder a verdes e izquierdistas. El SPD no puede alegar que no cree en estas cuando, según alegan, se ha valido de ellas. Así supuestamente ocurrió en el gobierno social demócrata de Gerhard Schröder (1998-2005).
Lo que podría suceder en el transcurso del gobierno de esta nueva coalición es que desde la oposición el Partido de la Izquierda y el Partido Verde le saquen en cara al SPD haber renunciado a su antiguo compromiso con idearios obreros y comunitarios, mientras que la Democracia Cristiana intentará proyectarse como la responsable de medidas que beneficiarán a esos mismos grupos, sobre todo si desarrollan su ambicioso plan de inversiones. Por eso es tan importante para estos que se atienda con prioridad el establecimiento del salario mínimo (8.50 euros, equivalentes aproximadamente a $11.67) y se detenga el aumento en la edad de retiro que se está implantando, de modo que se le dé la oportunidad de emplearse a cientos de miles de jóvenes que aguardan, aun con óptima preparación, por puestos de trabajo.
Ahora mismo en Alemania una persona puede jubilarse entre los 60 y 65 años de edad, pero debido a la restructuración implantada en los planes de pensiones en la primera década de este siglo, está programado aumentarse hasta los 66 en el 2023 y hasta los 67 en el 2029. El porcentaje máximo que se recibe, naturalmente dependiente de la cantidad de tiempo trabajada, como promedio durante 45 años, gira en torno al 67% del ingreso neto, que no bruto. Este debe bajar hasta el 46% en el 2021. La Social Democracia quisiera revertir los cambios que han sufrido estos planes, con lo que aspira a ser vista una vez más como la defensora de los asalariados. Como cabe esperar, sus críticos traen a colación que la disciplina con la que Alemania ha manejado su plan de pensiones, contrario a algunos de los miembros de la Unión Europea (y cierto país caribeño) que hoy están al borde de la bancarrota, debe mantenerse y no sacrificarse a los supuestos intereses demagógicos del SPD.
Pero estos no son los únicos elementos que afectan las relaciones íntimas de la “gran coalición” CDU y SPD. Han pasado ya tres años desde que, a raíz del tsunami que afectó la región de Tohoku en Japón el 11 de marzo de 2011, Alemania adoptó una política de rechazo total a la energía nuclear y substitución por energía renovable, lo que han bautizado como la “transformación energética”. Esto podría ser acogido por el SPD como proyecto clave de la colectividad, quitándole a Merkel el protagonismo que hasta entonces había tenido en el asunto. Claro que aquí también podría haber problemas porque el sector industrial está en vilo pues entiende que le hará perder a Alemania las ventajas competitivas que ha disfrutado frente al resto del mundo.
No se sabe si fue por astucia que en las negociaciones que condujeron al establecimiento de la coalición la canciller Merkel le pasó al presidente del SPD Sigmar Gabriel, las carteras de economía y de energía y lo hizo responsable de la transición que el país entero debe experimentar a fuentes renovables de energía, la “transformación energética” ya mencionada. En las mismas negociaciones la social demócrata Bárbara Hendricks acabó siendo designada al Ministerio de Asuntos Ambientales. Sorpresivamente, al primero no le correspondió el área de Asuntos Exteriores, tradicionalmente asignada al presidente de la colectividad en las coaliciones, y se ha delegado en el líder de la fracción SPD en el “Bundestag”, Frank-Walter Steinmeier, supuestamente porque ya estaba familiarizado con ella. Cierto es que como presidente del partido durante la “gran coalición” que gobernara entre el 2005 y el 2009 la había ocupado, pero su designación no dejó de sorprender.
Estos nombramientos, al igual que la evidente responsabilidad que tiene ahora el SPD en el campo energético-ambiental sugieren por lo menos dos interpretaciones, ambas de las cuales habrán de tener no poco peso en el futuro de la Social Democracia. Se podría decir que Merkel se quitó de encima un proyecto por el que probablemente no sentía mucha simpatía y que, según adelantábamos, sus aliados empresariales no veían con buenos ojos. Ahora el SPD es responsable de ello y la canciller puede tomar distancia del mismo. Si la economía se afecta, o si el cambio requiere mayores inversiones que las proyectadas, en fin, si algo no sale bien, serán los socios social demócratas los responsables. Estos, según parece, decidieron aceptar el reto y no desconocen el riesgo que han asumido de cara a un cambio que podría transformar históricamente mucho más que el rostro de la república alemana, pues hablar de una dependencia total en energía renovable constituye un reto que trasciende los intereses de un país –de lo que sería el primer país verde- y está revestido de implicaciones planetarias. Ya no se hablaría de la “transformación energética” que se trabajó bajo el liderato de Ángela Merkel sino de un esfuerzo que llevó a su culminación la Social Democracia alemana.
En segundo lugar, se podría pensar que lo que ha llevado al SPD a asumir tal responsabilidad fueron sus más mundanos intereses electorales. Desde esta perspectiva, hay que atribuirle a la colectividad conciencia de la necesidad de volver a hacerse relevante en el panorama germánico. Aunque recuperó algo de su respaldo en las elecciones de septiembre, lo que ha perdido desde la época de Schröder es considerable y parecía augurar un debilitamiento irreversible. Es claro que su liderato ha decidido salir a pescar en aguas de ideologías “alternativas”, complicándole la existencia a los miembros del Partido Verde que en unas próximas elecciones podrían verse como irrelevantes ante la responsabilidad que habrá asumido el SPD. Si se cree en el ambientalismo y en el gobierno se está implantando lo que es probablemente el proyecto ecológico más ambicioso de la historia, ¿cómo no respaldar a quienes son responsables de él?
Al SPD le convenía tal coyuntura, la cual podría compararse con la que se vivió en los años sesenta en medio de la Guerra Fría. Willy Brandt se valió astutamente de aquella con el fin de que los social demócratas, que no habían sido parte de ningún gobierno desde los años de la república de Weimar, fueran vistos como el partido que mejor podía atenderla, dispuestos a dialogar con la entonces Unión Soviética y resistiéndose a fungir de sello de goma de los estadounidenses, que es como se percibía a la Democracia Cristiana. Los alemanes generalmente viven apasionadamente los asuntos ambientales y la presencia del SPD en el mismo centro de un proyecto tan importante apunta, no solo a su sobrevivencia como colectividad, sino a la posibilidad de que regrese al poder con un respaldo sólido. Fue lo que Brandt logró en aquella primera “gran coalición”.
Pero esta incursión en territorio ambiental, ¿no llevará a la Social Democracia a perder la supuesta identidad socialista que le ha caracterizado? Algunos dirán que para todos los efectos esta desapareció a partir del programa político que la colectividad aprobara en el pueblo de Bad Godesberg allá para en el 1959, cuando abjuró de muchos de los elementos marxistas que le habían definido hasta entonces. Otros, sobre todo los que evalúan la colectividad desde los escritos de Karl Marx, entienden que a partir del Programa de Gotha de 1875 la Social Democracia alemana había renunciado a los principios claves del socialismo. Estos, sin embargo, pierden de vista, por ejemplo, que en uno de sus programas, esta vez el de Erfurt, aprobado en el 1891, los lineamientos eran fundamentalmente marxistas. Sea como fuere, el liderato que ha dirigido el SPD desde finales de la Segunda Guerra Mundial no ve con malos ojos el maridaje de planificación gubernamental con la economía de mercado que se ha implantado, pues, otra vez desde su perspectiva, sin sacrificar desarrollo económico, han podido imponerle controles rigurosos al capital, a la vez que han alcanzado cierta distribución de la riqueza mediante arreglos contributivos rigurosos. Es innegable que el SPD apenas habla de socialismo y sí mucho de lo que sus ideólogos llaman una democracia social, no meramente política, y le han cedido al Partido de la Izquierda convocar a los trabajadores del país a establecer un régimen socialista que implante el ideario correspondiente.
Pero aquí no se detienen las tensiones que marcan la presencia de los social demócratas en el tercer gobierno de Angela Merkel. No se puede dejar de mencionar la coyuntura económica en la que se encuentra actualmente la Comunidad Europea, sobre todo los países de España y Grecia, en los cuales se resiente casi personalmente el liderato que ha tenido la líder demócrata cristiana en la determinación de cuáles deben ser las medidas a implantarse para superar la crisis. A la canciller se le percibe como dura e insensible y habrá que ver si la coalición con los social demócratas, quienes siempre se han manifestado a favor de la comunidad europea, la modifica.
De inmediato, sin embargo, lo que a principios de enero acaparó las noticias relacionadas a esta crisis es que Grecia ha informado que lleva por lo menos seis meses generando más ingresos que lo que está gastando y que se dirige a tener un año en el que contará con más turistas que nunca. Se dice que el país, que tiene 11 millones de habitantes, será visitado por 17 millones de personas. Si Grecia y España se recuperan, la supuesta dureza de Merkel será una nota insignificante que apenas se comentará y la colaboración del SPD con políticas que han sido criticadas férreamente no se traerá a colación. De todos modos, el Ministerio de Asuntos Financieros lo dirige Wolfgang Schäuble, quien trabaja, siguiendo las pautas de la filosofía económica de la Democracia Cristiana, muy de cerca con los bancos alemanes. Aunque el presidente del SPD, Gabriel, está a la cabeza del de Economía, no será él quien estará a cargo de comunicarle a los miembros de la Comunidad Europea el mensaje de austeridad y de disciplina fiscal que la canciller ha convertido en marca alemana en estos años.
Desde luego, las medidas implantadas como resultado de la presión tudesca podrían tener resultados negativos. A Grecia podría irle mal o, pese a tener superávits, su desigualdad social podría continuar creciendo, lo cual es el verdadero reto económico de nuestros tiempos. Todo esto sí significaría dificultades para la Social Democracia. Su presencia en un gobierno que no habría sido capaz de solidarizarse con los países hermanos de la Unión Europea en su primer gran reto histórico le quitaría la fuerza moral que hasta ahora ha tenido el SPD al nunca haber puesto en entredicho la posibilidad de una verdadera comunidad de países en aquel continente. Pero ya hay voces a través de Europa, también en Alemania, que se expresan en contra de la Unión y del euro, y que traen a colación aquel Tratado de Maastricht del 1992 en el que se establecieron acuerdos claros sobre las políticas fiscales que debían seguirse y que a la postre han sido violentados. Sin embargo, Merkel ni el SPD pueden darse el lujo de que su coalición sea descrita como antieuropea. No solo porque no pueden presentarse ante aquellos países como herederos de una Alemania nacional socialista con agenda propia. También sus intereses económicos, que son considerables, se afectarían.
La coalición demócrata cristiana-social demócrata se enfrenta a grandes retos. Son diversos los asuntos que merecerán un trato ponderado. Desde la implantación de un salario mínimo para el trabajador alemán, pasando por la posibilidad de que su país muestre que se puede depender fundamentalmente de energía renovable, hasta un desempeño más solidario en las cuestiones financieras, dependerán del modo en que la nueva gran coalición atienda sus diferencias. Históricamente, las coaliciones germanas han enfrentado muchos retos con éxito, pero en la actual podría haber retos que pudieran exigir mucho más de lo que se exigió en ocasiones anteriores.