Un poquito
En el plano de las necesidades el tamaño de “un poquito”, si bien es impreciso, sugiere, en la mejor tradición de los diminutivos cariñosos, que se trata de algo que casi puede anticiparse que habrá de ser satisfecho; pero ocurre que, en los tiempos en que se juntan el cinismo con la desesperanza, pedir o dar “ese poquito” podría sonar a convocar a la nada porque si solo de “un poquito” se trata, no vale la pena pedirlo ni darlo.
Como cualquier mortal, mis experiencias con los pedidos de “un poquito” son muchas y diversas. Quiero detenerme en tres pedidos “públicos” muy recientes y cercanos que pueden resignificar las oportunidades de pedir y de dar —“un poquito”.
Les cuento algo de Emiliano, Elena y Elisabeth: tres experiencias de necesitar y de pedir “un poquito” que se convirtieron en “un inmenso mucho” en relativamente poco tiempo. Emiliano Nahuel es un gracioso bebé puertorriqueño que nació con unos retos físicos que se dejan ver en el lado izquierdo de su rostro al lado de la más inmensa y hermosa de las sonrisas. Elena, también puertorriqueña, es una mujer adulta que vive en Emboscada, ciudad paraguaya poco conocida en la geografía de nuestro mapa mental general y donde, desde hace unos años, motivada por su fe y compromiso con la justicia y la solidaridad, sirve a las comunidades más pobres compartiendo allí su pan y su esperanza. Elisabeth, es una muchacha andaluza que conocí por Facebook. Vive en Huelva, y batalla constantemente contra enfermedades y tristezas recrudecidas que la fatigan y la desaniman.
El pequeño Emiliano necesitaba dinero para sufragar los altos costos relacionados con las múltiples cirugías de reconstrucción cráneofacial que requerirá para desarrollarse con mayor calidad de vida. La compañera Elena, a quien también conocí por Facebook, igualmente necesitó dinero. Ella, para montar una gran fiesta de Reyes, una fiesta por todo lo alto, como suele gustarles a todos los niños y las niñas, pero que en muchos lugares, como en las tierras de El Bajo y Sol Naciente, sectores de los más pobres de Emboscada, parecen imposibles de lograr. Y mi amiga Elisabeth necesitaba una manifestación de cariño diferente y contundente que le ayudara a levantar su espíritu en las horas difíciles de una noche de enero.
Hace unos meses, me uní a la campaña de la familia de Emiliano para pedir donativos y apoyo para su salud. A finales de noviembre, también empecé, junto a mi amiga del alma, Nina Torres Vidal, el llamado entre mis amistades de la vida y de Facebook para recabar donativos para la obra de Elena en Emboscada. Y desde mi muro de Facebook, hace unos días, una tarde en Puerto Rico cuando en España había llegado la noche oscura de un largo y difícil día de Elisabeth, también pedí expresiones de apoyo para mi amiga que necesitaba algo más que mis palabras de aliento por el correo interno.
Contrario a lo que mucha gente podría pensar, y a pesar de que muchas veces en el transcurso de mi vida he pedido «un poquito» para otras personas y organizaciones, todavía se me hace muy difícil pedir. Pero, en estas tres causas me lancé con un especial abandono. Estoy consciente de que la vida está dura y la gente tiene menos dinero, dispone de menos tiempo para leer y enterarse de los méritos de las necesidades del prójimo, ya está comprometida con otras causas y otras personas, o sencillamente, ya ni se detiene a considerar dar “algo” por razones que van desde la indiferencia hasta la desconfianza —hay tantas historias de timo y «listería», pasando por la misma desesperanza que produce vivir en un mundo de desigualdades e injusticias que no cesan.
Trabajo mucho con esta última razón. En un mundo de complicaciones incesantes que genera decepciones al instante, donde las injusticias crecen como la hiedra, hay cada vez más gente que cree que lo que verdaderamente puede resolver los grandes problemas son los gestos y las acciones grandes o siente que no vale la pena dar porque lo que puede dar es poco y “un poquito” no resuelve nada.
Están también las personas que no dan, sencillamente, porque no creen tener nada importante que dar, porque sienten que ya no les queda nada más que dar. A estas últimas las refiero siempre a la parábola de la pasta de dientes: Llegó una mañana a su lavabo una ocupada mujer llamada Mercedes. Quería lavarse los dientes. Allí encontró el tubo de pasta de dientes visiblemente vacío. Era evidente que no le quedaba nada. Después de lamentarse por no tener una pasta de dientes nueva en el botiquín, y ante la necesidad de cumplir con la higiene, apretó con fuerza el tubo y vio que salió lo suficiente como para lavarse los dientes. Hizo una nota mental de que tenía que comprar pasta esa tarde. Por la noche, habiendo olvidado lo que debía recordar, no le quedó otra que lavarse los dientes con un chispito de pasta que agarró con la punta del cepillo cuando apretó con intencionalidad el cuello del tubo. A la mañana siguiente, entre la necesidad, el coraje y la curiosidad, agarró una tijera, abrió de par en par el tubo y con el cepillo peinó pacientemente la metálica superficie. Ese inesperado poquito también le alcanzó para lavarse los dientes. Y pensó Mercedes: Si hubiese tenido ayer otra pasta de dientes en turno, sin pensarlo dos veces, hubiese descartado “la vieja” y me hubiera perdido todo lo que le quedaba aún por dentro que siendo poquito, no era poca cosa porque fue suficiente.
Así nos pasa. Más allá de la lección del desperdicio en la cultura de consumo, la parábola del tubo de pasta aparentemente vacío y perfectamente descartable, me permite volver a afirmar que aun cuando creemos que no queda nada, si nos apretamos un poquito, si buscamos donde no hemos buscado antes, siempre nos queda algo, alguito que podemos sacar. Y cuando tenemos muchas ganas de dar, algo aparece siempre.
Así, gracias al junte poderoso de muchos poquitos que creyeron, que buscaron, que desearon, que rasparon donde creían que no había, y que dieron, Emiliano tiene hoy una cantidad de dinero que le asegura que podrá empezar a enfrentar el reto de sus delicadas operaciones, Elena pudo celebrar una fiesta colorida y alegre para cientos de nenes y nenas y sus familias y hoy cuenta con un comité virtual de amistades que la seguiremos apoyando con su obra en Emboscada, y Elisabeth ha conseguido un hermoso ramillete de amistades –una familia nueva, le llama ella- que no solo han inundado su muro en Facebook, sino que han logrado inundar su corazón de esperanza para seguir adelante. La vida de Emiliano y su familia, la de Elena y su comunidad y la de Elisabeth tienen hoy nuevas amigas y nuevos amigos que han logrado ofrecer y hacer mucho de poquitos.
En el bolero y la guaracha de la vida, un poquito más de amor y empatía siempre es mejor que el silencio de la nada para quienes en justicia algo esperan. ¡Qué bueno que de vez en cuando nuestras voluntades pueden hacer temblar un poquito más la tierra que pisamos y un tsunami de cariño y solidaridad puede mojarnos, también un poquito, que no es poca cosa cuando es suficiente.