El retorno de la lucha de clases
Y tú eres un ignorante, lee un maldito periódico. ¿Quién paga la Reforma de Salud de este país? Yo con mis taxes. ¿Ustedes pagan taxes? Ah, pues, nosotros somos los que pagamos la reforma”. ¡Maldita sea! Yo me ‘escocoto’ en el maldito Recinto de Ciencias Médicas para venir aquí a bregar con ustedes, Oigan a Daddy Yankee, por eso es que este país es una porquería. Coge un maldito libro, ignorante. Dra. Gloria Ortiz,Hospital Regional de Bayamón
… [E]n última instancia, el sentido común te dice que esos profesionales [de la salud] aportan al país y que nosotros tenemos que tratar con mucha deferencia a los que hacen realmente una aportación al país. Y, entonces, tener cuidado y tomar distancia de quien no está haciendo aportación al país. Empezar a exigirles responsabilidad, quien no está aportando, punto no está aportando. Tenemos un sector muy amplio de la población que, sin echar culpas, no está aportando, esa es su situación real. Esos que no están aportando hay que decirles, ¡basta ya! Empiecen a aportar en conducta, valoricen lo que se hace por ustedes y sobre todo en el campo de la salud, mis respetos a la doctora… Dra. Inés Quiles, Entrevista, Noticentro, WAPA TV
El incidente en el que una doctora insulta a pacientes del plan médico público, conocido como “la reforma”, es la gota que ha desbordado la proverbial copa, llena de resentimientos de las clases medias hacia la población pobre, dependiente de ayudas gubernamentales. El incidente en el hospital de Bayamón viene precedido por un acrimonioso debate público sobre los subsidios del gobierno local a los servicios de luz y agua en residenciales públicos y la percepción de abuso de los residentes —beneficiarios de la asistencia pública— con la instalación de “piscinas portátiles” durante la temporada de verano.En el contexto de ese debate, se reveló que un complejo de viviendas diseñado para venderse a personas de clase media (a un costo promedio de $285,000 por apartamento) se ha convertido en un complejo de vivienda cuasi-pública, dependiendo para su alquiler de programas de ayuda federal como la sección 8 y el subsidio a la renta para envejecientes. La divulgación de este programa para alquilar apartamentos vacíos a familias y envejecientes de bajos ingresos en el condominio Metrópolis, ubicado en el sector de Hato Rey conocido por “La Milla de Oro” (centro bancario de San Juan), provocó la circulación en las redes sociales de un “meme” donde se presentaba la visión de la clase media de cómo se transformaría la apariencia del complejo de viviendas asemejándose al de un “residencial” público. En el artículo del diario Primera Hora “Los cafres’ llegan a la Milla de Oro”, se puntualiza la ironía de que mientras la población pobre continúa beneficiándose de ayudas federales la clase media ve menguar su poder adquisitivo, lo que permite que “cafres, pobres y mantenidos” accedan a espacios antes ocupados por las clases medias.
La lucha por el consumo
En tanto que la crisis económica ocasionó la pérdida de empleos en la manufactura, la construcción y el sector público, que pagaban mejores salarios y beneficios marginales que los servicios, el comercio y la agricultura, el impacto mayor de ésta se reflejó en el deterioro de la posición socioeconómica de las clases medias. Miles de empleados públicos, trabajadores de manufactura, construcción y servicios financieros fueron expulsados de la fuerza laboral o empobrecidos. Asimismo, en tanto que la crisis fiscal trató de resolverse con aumentos en impuestos sobre ingresos y propiedad y en los costos de utilidades y servicios públicos, el ingreso real y disponible de las clases medias que sobrevivieron la crisis se redujo significativamente. Los que no fueron desplazados a las filas del desempleo o a la emigración, experimentaron un deterioro severo de su ingreso real y su poder adquisitivo. El desempleo, las quiebras personales y de pequeños negocios, el impago de hipotecas, entre otras, han sido las consecuencias de la gran depresión de los 2000.
Los trabajadores asalariados, pequeños empresarios, profesionales, vendedores, gerentes intermedios y otros integrantes de las “clases”, “capas” o “estratos” medios, han experimentado, sin duda, un empobrecimiento y desplazamiento mayor que el de las “clases adineradas” (empresarios, políticos profesionales, consultores y contratistas del gobierno). Asimismo, la percepción de los “desplazados” y empobrecidos de las clases medias, es que también se han empobrecido respecto a los sectores pobres dependientes de ayudas federales y subsidios gubernamentales. Agobiados por el deterioro de su nivel de vida y su capacidad de consumo, se expresa así un resentimiento ante lo que se percibe como el “consumo usurpador” de las clases marginadas y pobres, subsidiadas por lo que queda del estado asistencialista. Es a estos, “que no aportan”, que se dirige el “basta ya”, “compórtense” y “valoricen lo que se hace por ustedes” de la doctora Inés Quiles en su entrevista con los medios noticiosos.
El colapso de la economía y del pacto social que se alcanzó bajo el modelo de desarrollo dependiente impulsado por el Partido Popular Democrático, es el resultado de lo que puede llamarse el “neoliberalismo populista”. Impulsado por la administración Rosselló y consolidado durante la administración Fortuño, las políticas de privatización y enriquecimiento de los allegados a los partidos principales, mediante la construcción de “grandes obras” públicas (súper-acueducto, tren urbano, gasoductos), la costosa reforma de salud y la reducción del aparato estatal mediante esfuerzos de privatización, llevaron al estado a la bancarrota y a la economía al colapso.
Estas políticas de ajuste fiscal se implantan a la vez que la Isla es marginada de las cadenas de valor global de empresas transnacionales como farmacéuticas y fabricantes de equipo médico. El fin de los privilegios fiscales para las empresas transnacionales mediante la derogación de la sección 936 en 1996, la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1995 y la entrada de China a la OMC en 2001, son el marco de este proceso de marginación global en el que un gran número de compañías transnacionales abandonan la Isla. Paradójicamente, la implantación de políticas de ajuste fiscal transforma el estado colonial puertorriqueño de un estado desarrollista a un estado rentista. Esto es, un estado con una clase política que se convirtió en intermediario empresarial, dedicado a aumentar y redistribuir selectivamente las rentas del estado. Políticos, empresarios y contratistas instituyeron una alianza entre la kakistocracia (gobierno de los peores) y la plutocracia (el gobierno de los ricos). Lo que inicialmente fue una reestructuración económica centrada en una burbuja financiera basada en el endeudamiento público y la especulación de bienes raíces, colapsó debido a esquemas de corrupción y endeudamiento excesivo. La “gran depresión de los 2000” tuvo su peor impacto sobre la clase media.
Un resentimiento clasista mal enfocado
El discurso de resentimiento de clase, ejemplificado por las citas de las doctoras Ortiz y Quiles, nos hace recordar el concepto de “falsa conciencia” adelantado por el filósofo marxista húngaro György Lukács. Para Lukács la ideología era la proyección de la conciencia de las clases dominantes. Esa “falsa conciencia” sería lo que la doctora Quiles llama “sentido común”, que para Gramsci era precisamente la expresión de la hegemonía burguesa. Así, la “aristocracia proletaria” —la fracción del proletariado que se beneficiaba de los incrementos en productividad de las empresas industriales modernas, frente a sectores pobres tradicionales— reflejaba la conciencia de la burguesía. Salvo con muy honrosas excepciones, el pensamiento marxista tuvo dificultades para reconciliar su teoría de la explotación con el surgimiento de una clase media proletaria o de sectores medios.
Pero cuando se habla de clases y resentimientos clasistas en el mundo post moderno no se habla de identidades definidas a partir de relaciones a los medios de producción (Marx), sino de relaciones sociales definidas a partir del acceso al mercado (Weber). Como ha dicho el sociólogo argentino Néstor García Canclini: Nos vamos alejando de la época en que las identidades se definían por esencias ahistóricas: ahora se configuran más bien en el consumo, dependen de lo que uno posee o es capaz de llagar a apropiarse. (Néstor García Canclini, Consumidores y Ciudadanos. Grijalbo, México, 1995: 16).
Es aquí donde reside el resentimiento de las clases medias hacia los pobres dependientes. Los que “no aportan nada”, como dice la doctora Quiles, tienen ahora más capacidad relativa de consumo que los que “hacen realmente una aportación al país”, los profesionales, los sectores medios. Estos ven deteriorarse no sólo su capacidad de consumo sino su estatus social. “Los cafres llegan a la Milla de Oro”, mientras los profesionales luchan por pagar sus hipotecas y retener sus desvalorizadas casas y apartamentos. Así podría interpretarse la aseveración de la doctora Ortiz: “Yo me ‘escocoto’ en el maldito Recinto de Ciencias Médicas para venir aquí a bregar con ustedes…”
Antes de la crisis, ser médico implicaba poder aspirar a la movilidad social y la riqueza luego de “pagar el noviciado” (ser médico interno, residente). La crisis y la “reforma de salud” han reducido la compensación de los médicos, mientras que los planes médicos desvalorizan la profesión, haciendo recomendaciones e imponiendo restricciones a las recomendaciones de los galenos. Ser médico, una profesión liberal de gran prestigio social y remuneración monetaria, se ha convertido en un “empleo” más al servicio del aparato financiero de las compañías aseguradoras y de servicios médicos.
Los discursos clasistas de las doctoras Ortiz y Quiles, reflejan el resentimiento clasista anclado en el “sentido común”: los pobres y sus subsidios nos han hundido. No obstante, esto no es correcto, la crisis no fue causada por los pobres y sus subsidios. De hecho, la mayoría de los subsidios que estos reciben no salen de los impuestos locales sino de los federales. La crisis tiene sus raíces principales en la corrupción y la mala gobernanza de la kakistocracia y la plutocracia puertorriqueña. El mal gobierno, la malversación de fondos públicos y la corrupción rampante son las causas principales de la crisis que comenzó como una “recesión” criolla antes de la recesión global. Los pobres dependientes quizá no aporten, pero los causantes de la crisis son la clase política y la clase adinerada del país. Hay que reevaluar los resentimientos, pero más importante es buscar y proponer alternativas a la crisis al margen de la kakistocracia y la plutocracia.