Entre muros y lujo: la recolonización hardcore del Viejo San Juan
Los nuevos inversores, envueltos en la retórica del «progreso» y la «modernización», buscan conquistar la Ciudad Amurallada no con espadas, sino con capital. Los carteles que prometen una nueva «experiencia cultural» para los turistas, en realidad, señalan la exclusión de los residentes de siempre. En nombre de la renovación, se desplaza a las clases populares, se vacían las calles de sus verdaderos habitantes, y se entroniza un nuevo señor feudal: el mercado inmobiliario.
Al caminar por las estrechas calles adoquinadas, uno puede observar cómo los balcones que antaño fueron testigos de revueltas y resistencias, ahora adornan apartamentos para extranjeros, convertidos en trofeos de un saqueo contemporáneo. Detrás de cada anuncio de alquiler vacacional se esconde una historia de desalojo y desarraigo. La memoria colectiva de una ciudad que resistió los embates coloniales es ahora mercancía, vendida al mejor postor en un ciclo de recolonización que nunca parece terminar.
Este proceso, que se presenta como una oportunidad para el «progreso», es en realidad una continuación de la lógica colonial. La gentrificación no es solo una transformación urbana; es la consumación de un proyecto que despoja de su identidad a los espacios y a las personas que los habitan. Las casas, que alguna vez fueron refugio de familias trabajadoras, hoy se venden como «oportunidades de inversión», vaciando de sentido a un lugar que ya no pertenece a quienes lo construyeron.