Julia de Burgos, inmensamente humana
Narración de Julia de Burgos, inmensamente humana :: DURACIÓN 20:29
Esa complejidad visceral de la condición humana a la que se refirió el danés y la que sin duda Julia expresó en sus poemarios como veremos, intenta ser explicada conceptualmente por el existencialismo, doctrina filosófica del siglo XX. Heidegger se refirió a esa condición en el “Dasaein” y descubrió al “ser ahí”, que es un ser arrojado (eyectado) a un existir que se enfrenta a lo definitivo: la muerte. Así describe Heidegger al ser humano como ese ser que NO alcanza su totalidad, es decir, un ser no total, que se sostiene en la “nada” que lo funda pues no hay un Dios trascendente. Es precisamente ese, el Angst que Kierkegaard ya había adelantado en sus diarios. Luego Sartre indaga en la condición humana y encuentra también al ser, pero, a un ser condenado a ser libre, no determinado ni guiado por autoridad divina, sino arrojado en solitario frente a la angustiosa duda (werke) que enfrenta de cara a elegir entre posibilidades. La posibilidad más extrema: “la nada” o “la NO realización”, cuestión angustiosa, consecuencia de que el ser humano esté arrojado en la vida sin saber por qué y para colmo, siempre completamente responsable de todo lo que hace. Así descrito el humano es un ser angustiado, aunque lo oculte y, desde la verdad de su subjetividad se sostiene en la humanidad. En el contemporáneo Albert Camus (Mito de Sísifo, 1942) esa condición humana ya se describe directamente como una absurda, sin sentido, irracional y, fundada en la inutilidad del sufrimiento y las costumbres.
Todas estas ideas agrupadas bajo la corriente del existencialismo, entre las guerras y luego de ellas, delinearon una sensibilidad que reconocemos por ejemplo en el poemario de Julia de Burgos, Poemas en 20 surcos publicado en 1938. En éste aparece el ejemplar “Yo misma fui mi ruta”, título que nos anuncia con gran clarividencia un postulado fundacional del existencialismo: la verdad nace desde la existencial subjetividad frente a la libertad. En la primera estrofa rápidamente Julia establece el dilema del ser: quedarse como mero intento de vida, escondiéndose de sí misma (vida inauténtica), perpetuando el pasado (lo viejo), es decir, lo que quieren los hombres, o bien plantarse de lleno en la posibilidad de lo nuevo (el porvenir o lo auténtico). Y dice:
“Yo quise ser como los hombres quisieron que yo fuese:
un intento de vida;
un juego al escondite con mi ser
Pero yo estaba hecha de presentes,
y mis pies planos sobre la tierra promisora
no resistían caminar hacia atrás
Y seguían adelante, adelante,
burlando las cenizas para alcanzar el beso
de los senderos nuevos”.
“A cada paso adelantado en mi ruta hacia al frente
rasgaba mis espaldas el aleteo desesperado
de los troncos viejos”
Como vemos en estos versos, la verdad de Julia no se esconde tras el recurso literario, persevera honesta y abierta en lo nuevo, dándose cuenta de que su vida es posibilidad, sin ocultar la angustia que siente al dejar atrás lo aprendido (troncos viejos). Y continúa,
Pero la rama estaba desprendida para siempre,
Y a cada nuevo azote la mirada mía
Se separaba más y más de los lejanos
horizontes aprendidos:
Y mi rostro iba tomando la expresión que le venía de adentro,
la expresión definida que asomaba un sentimiento
de liberación íntima;
un sentimiento que surgía
del equilibrio sostenido entre mi vida
y la verdad del beso de los senderos nuevos
Sin duda la pobreza material de la cuna de Julia no fue obstáculo para una toma de consciencia temprana de su libertad frente a la posibilidad. Aún arrojada en la intemperie, mujer, pobre, mestiza, en su elección consigue ser consciente de su libertad y responsabilidad. Ha tenido una precoz maduración del espíritu. Como vemos a continuación la escritora descubre el rose entre su verdad íntima liberada y el beso de los senderos nuevos. Y se mantiene firme en ello diciendo:
Ya definido mi rumbo en el presente,
Me sentí brote de todos los suelos de la tierra,
de lo suelos sin historia,
de lo suelos sin provenir,
del suelo siempre suelo sin orillas
de todos los hombres y de todas las épocas.
Y fui toda en mí como fue en mi la vida…
En esta última, la angustia no se vuelve victimización, irracionalidad o sentimentalismo, el ser en Julia ha actualizado su voluntad y de pronto ha reconocido que su versión singular de la verdad es parte del universal.
Un poco más adelante en su biografía, ya viviendo en Nueva York escribe las cartas a su hermana Consuelo y demuestra un entendimiento político del mundo que le rodea. En la carta del 1 de marzo del 1940 le expresa:
“Me dices que a mí me pasa algo más hondo de lo que me dejan ver mis palabras. No, Consuelín, cierto que no me pasa nada anormal, es el ambiente demasiado equilibrado en que me encuentro, que paradójicamente, desequilibra un poco mi existencia. Es la nueva forma de vida a que de por fuerza tengo que amoldarme, lo que me agobia y entristece primordialmente. Lo demás tú lo sabes. Esta vida partida en dos que estoy viviendo, entre la verdad y la mentira, entre la esencia y la forma, entre el golpe implacable de las circunstancias, y el eco tibio y suave del amor que me llama. Es la misma tristeza de Puerto Rico, aunque más acentuada, porque aquí se ha herido la esperanza de una dicha más completa, que allá estaba fresca y esperando. Pero ya pasará. Y mientras tanto, ser fuerte. Como tú, he creado un enorme estoicismo en mi conciencia para soportar los latigazos del destino” [1].
En este pasaje Julia ha llamado aquí al mundo neoyorkino “demasiado equilibrado”, equilibrio que tiene en ella el efecto de desequilibrarla y al que por la fuerza tendrá que amoldarse, según reconoce, no sin la huella del agobio y la tristeza. La joven Julia ha percibido con claridad la fuerza de la ideología aburguesada de la ciudad de Nueva York y sufre la angustia de una presagiada asimilación o un inevitable aislamiento. La fábrica de formas y mentiras homogeneizadas se le muestra poderosa y promete desorientarle en su verdad.
En un sentido existencialista, esa verdad propia de Julia, que adivina la imposibilidad de su verdad (vida inauténtica) dentro del esquema dominante de la urbe, es la angustia humana que surge al dar cuenta de los extremos de su libertad. Es el ser y la nada del que habla Sartre. La consciencia ha despertado a su libertad y así se hace auténtica. En los confines de su yo finito, Julia sufre la desesperación a la que Kierkegaard le dedica un tratado y ella denuncia la imposibilidad del ser dentro del racionalismo pragmatista imperial. Julia desde un destierro elegido, problematiza la angustia de vivir en un paisaje colonial caribeño, sin dejarse enajenar en la masa. El verso la mantiene a flote en su propia verdad singular. Este sentido individual logrado por Julia sería compatible con el entendimiento que ha tenido Kierkegaard de la subjetividad socrática o del Sócrates de los diálogos de Platón, que ante la colectividad de la polis griega reclama una voz individual, es la solicitud del “conócete a ti mismo” y el abandono de las doctrinas inventadas por otros.
Por ello, la relación de Julia con el mundo es conscientemente conflictiva, se percibe y sabe distinta a los otros que no logran percibir la gran tragedia humana. En la carta del 20 de febrero del 1940 a Consuelo le explica:
“Para ustedes no está mal el ambiente, pues tienen un temperamento un poco menos formado que el mío, y no sienten tan hondo o no han visto todavía la gran tragedia humana. Yo dondequiera que vaya, recogeré todo el dolor, y dejaré pasar sin interesarme, todo aquello que sea alegría a cambio de mi alma, ya hecha a otros matices” [2]
Julia ha decidido que no intercambiará su alma por unas cuantas alegrías. En otra carta posterior escrita desde La Habana escribe a Consuelo lo que sería un reconocimiento de cierta depresión clínica y del peligro del suicidio, del que dice recuperarse:
“En la guagua hasta Florida me tuvieron que atender y por poco me quedo en una clínica de Miami […] Si no es porque […] me separaba de Juan la depresión me hubiese hecho dar ese paso…Pero ya que pasó todo peligro de enajenación, se los digo para que vean que hay males peores que la necesidad económica. Yo he tenido que sostener una lucha a muerte con la fatalidad, y he salido triunfante. Así es que no hay que desesperarse”.[3]
En este pasaje discrimina entre la precariedad material y la angustia existencial como fundamento del mal de la existencia. Julia sufre carencia económica, pero tiene claro que No es ese un mayor mal que el de la angustia de la existencia. Es un tema al que Kierkegaard le dedica el texto El concepto de la angustia (1844), y el que Julia atiende en otra carta posterior del 11 de junio del 1941 respondiendo a una crisis que Consuelo su hermana le ha compartido:
“Todos tenemos esas crisis, pero acuérdate que las penas pasan como el tiempo. No podemos estacionarnos físicamente en un minuto dado. Es ley natural. Así tampoco podemos estacionarnos definitivamente en una pena determinada. Sería suicidio y atentado contra las leyes naturales, que son las que deben regir nuestros sentimientos. A veces, una angustia muere por sí sola, inconscientemente absorbida por la inexorabilidad del tiempo, que no respeta profundidades. Otras veces esta angustia es estrangulada por otra angustia mayor que logra imponerse destruyendo sombras marchitas. De uno u otro modo, una angustia no persiste sino en la voluntad de sentirla. Es esa voluntad con la cual tenemos que acometer. Ese voluptuoso placer por el dolor, que cuando nos ronda, es más obstinado que un enamorado. … Pero la vida es una lucha, y la más fuerte es consigo mismo… Dejarse vencer por la vida es peor que dejarse vencer por la muerte. Lo último es inevitable. Lo primero es voluntario. Y todo lo voluntario debe ser sano, fecundo, creador”[4].
En este pasaje Julia reconoce la voluntad como una pasión y la realidad de la angustia como sentimiento pasajero que por ley natural se mueve. Ante la crisis de su hermana da un giro optimista y ha reconocido en sí misma que la angustia se estanca si hay una voluntad obstinada de sentirla. Por ello recalca a Consuelo que contra eso hay que acometer, aunque es difícil la tarea, la voluntad debe ser sana, fecunda y creadora.
Esto no lleva a Julia a un optimismo ingenuo, al enterarse que ha terminado la segunda guerra, por ejemplo, el 24 de agosto de 1945 le escribe a Consuelo:
“No obstante esa victoria, hay todavía mucho por hacer, quizá lo más difícil y lo más auténtico. Reorganizar el mundo, no de los estragos de la guerra, sino de los estragos de los siglos dormidos, de los estragos del desorden mental y moral del hombre víctima de lo negativo de sí mismo”[5].
Julia sabe que la victoria de los aliados no es un final feliz, sabe cuáles son las otras guerras que se siguen tejiendo en toda la gran tragedia humana. Por ello su convergencia política con las ideas nacionalistas y de independencia de Puerto Rico, no la desvían de atender el dolor universal.
Ya desde mucho antes cuando visitó la Biblioteca Pública de Nueva York había advertido el afán humano en la carta a Consuelo del 28 de abril de 1940:
“Viejos y jóvenes, todos despiertos para el aprendizaje, los unos ávidos de alejarse de todas las verdades, los otros nerviosos de indagar en el misterio humano”.[6]
Aquí Julia expresa llanamente otra noble verdad existencial: los miles de volúmenes y sus lectores en una biblioteca le muestran, como en ella misma, la búsqueda perenne del ser humano por alcanzar la totalidad del ser en el misterio infinito de su humanidad.
Aunque Julia no intenta una teoría racional de lo humano, logra como nadie en versos sencillos una profunda indagación del porvenir, siempre desde la verdad encarnada de su propia “existencia”. Sus cartas sinceras y poemas abiertos registran los pasos alegres y sombríos del corto recorrido de su existencia. En la pasión de lo vivido Julia sufre la dualidad, lo uno o lo otro, la verdad o la mentira, que se exalta y deteriora, sin que la ruina y el sufrimiento logren robarle el horizonte de su verdad. La angustia llevada a la escritura, sin tapujos, ha permitido a Julia mantener a salvo el continuum de su autenticidad.
Para el existencialismo y otras filosofías sería coherente decir que en el dolor y no tanto en la alegría se fragua la sabiduría. Una vida auténtica pasa por el reconocimiento profundo de esos límites fundantes de “lo humano”. La angustia existencial de Julia arremete temeraria, pero estoica y honesta frente a la adversidad y la locura. Los poemas y las cartas, género tan cercano a la intimidad, escritas a su hermana Consuelo, hilvanan el duro devenir de su razón biográfica; la patria vivida, esa que se le ha ido desmoronando paso a paso. En la carta del 1 de marzo del 1940 ya había adelantado a Consuelo sobre su precaria condición:
“Pero ya pasará. Y mientras tanto, ser fuerte. Como tú, he creado un enorme estoicismo en mi conciencia para soportar los latigazos del destino”
En el “ya pasará” Julia encuentra la comprensión de Heráclito del movimiento, todo cambia, nada permanece, ni la tristeza más profunda. El ser fuerte es una actitud forjada y autoelegida ante la tragedia, a la que Julia llama “estoicismo en mi consciencia” y en la que surge “la resignación” para “soportar los latigazos del destino”. Fuerte y fiel a sí misma en un mundo en ruinas. Este entendimiento dramático de Julia, aunque se puede entender también desde lo que descifraron los estoicos desde su etapa más remota con Zenón de Citio en la antigua Grecia, tiene también el giro decolonial propio del “Arte de Bregar” que ha estudiado Arcadio Díaz Quiñones y en el que abundo en otro ensayo pronto a publicar. Ser fuerte en el mundo de Julia implica urdir la ardua tarea de “bregar”, es decir, sobrevivir en la existencia de un mundo lleno de avatares y asperezas, sobre todo el exilio boricua-neoyorkino de los 40, colonial, pobre y segregado racialmente.
Aunque el registro epistolar revela el deterioro de los vínculos afectivos de Julia con su generación, son también, cómo no serlo, el consuelo vinculante que la escritora ha tejido con su hermana Consuelo. ¿Qué habría sido de Julia sin Consuelo? Eso no lo sabemos, lo que sí sabemos es que un destinatario así ha posibilitado nuevos horizontes de la comprensión de su humanidad. En las cartas de Julia a su hermana aparece ese ser sufriente que buscándose a sí misma desesperadamente, ha terminado encontrando al otro. Su innegable subjetividad no la ha desterrado de su humanidad. Julia de Burgos, poeta caribeña de Puerto Rico, logra en la pasión de lo vivido perseverar siempre auténtica e inmensamente humana.
NOTAS
[1] Carta del Viernes 1 de marzo de 1940. Cartas a Consuelo, Editorial Folium, 2018, página 18.
[2] Carta del Martes 20 de febrero de 1940. Cartas a Consuelo, Editorial Folium, 2018, página 17.
[3] Carta del Martes 9 de julio de 1940. Cartas a Consuelo, Editorial Folium, 2018, página 54.
[4] Carta del Miércoles 11 de junio de 1941. Cartas a Consuelo, Editorial Folium, 2018, página 120.
[5] Carta del Viernes 24 de agosto de 1945. Cartas a Consuelo, Editorial Folium, 2018, página 198.
[6] Carta del Viernes 1 de marzo de 1940. Cartas a Consuelo, Editorial Folium, 2018, página 32.