White House Plumbers (HBO Max, ahora Max)

Es posible que la movida más tonta en la historia de la política estadounidense haya sido la intensión de Richard Nixon y sus consejeros de colocar dispositivos en las oficinas del comité Demócrata en el Watergate para oír los planes de campaña de George McGovern. Nixon, quien había perdido la presidencia a John F. Kennedy en 1960, logró llegar a Casa Blanca por las políticas erradas sobre la absurda guerra de Vietnam de Lyndon B. Johnson. Nixon, quien era un hombre inteligente, parece haber sufrido de una paranoia incipiente. A pesar de estar adelante por más de dos dígitos sobre su contrincante en todas las encuestas, insistió en saber qué planes tenían los demócratas para su candidato.
Ocultar micrófonos en las oficinas del partido Demócrata era una de las misiones de los llamados “plomeros”, cuya principalísimo encargo era corregir los “goteras” —los “leaks”— sobre los planes republicanos a la prensa (de ahí su nombre). Los dos encargados eran E. Howard Hunt (Woody Harrelson) y G. Gordon Liddy (Justin Theroux). En esta miniserie de HBO (ahora MAX) escrita por Alex Gregory y Peter Huyck, y dirigida por David Mandel las peripecias de estos dos dementes se presentan tal y como sucedieron, pero con una pizca de sátira añadida a través de las actuaciones de Harrelson y Theroux.
Vale la pena que los que ven la serie refresquen la memoria de esa época y del trasfondo de agitación en el que vivía los EE. UU. Desde el asesinato del presidente Kennedy en 1963, el de su hermano Robert y el de Martin Luther King en 1968, la nación vivía en vilo. La guerra de Vietnam era la gasolina que mantenía las calles llenas de protestantes y quemadores de tarjetas del servicio selectivo y, cuando se publicaron los Papeles del Pentágono, la guerra y el presidente Johnson estaban condenados a pasar a la historia. Esos documentos revelaron que la administración de Harry S. Truman brindó ayuda militar a Francia en su guerra colonial contra el Viet Minh liderado por los comunistas, lo que involucró directamente a Estados Unidos en Vietnam. También indicaron la participación del presidente Dwight D. Eisenhower, quien en 1954 decidió evitar que los comunistas tomaran el control de Vietnam del Sur y socavar el nuevo régimen comunista de Vietnam del Norte. El presidente John F. Kennedy transformó la política de “riesgo limitado” que había heredado en una política de “compromiso amplio”, lo que intensificó el conflicto. Peor era el papel de Lyndon B. Johnson, quien expandió la guerra encubierta contra Vietnam del Norte y comenzó a planificar una guerra abierta en 1964, un año completo antes de que se revelara públicamente la profundidad de la participación de Estados Unidos. Johnson ordenó el bombardeo de Vietnam del Norte en 1965 a pesar del juicio de la comunidad de inteligencia de EE. UU. de que no haría que los norvietnamitas dejaran de apoyar la insurgencia del Viet Cong en Vietnam del Sur. No solo eso sino que EE. UU. había ampliado en secreto el alcance de sus acciones con incursiones costeras del Cuerpo de Marines en Vietnam del Norte, lo cual nose informó en los principales medios de comunicación.
El divulgador de los documentos del Pentágono, Daniel Ellsberg, investigador asociado principal del Centro de Estudios Internacionales del Instituto Tecnológico de Massachusetts, los entregó sin autorización a The New York Times. Ellsberg fue inicialmente acusado de conspiración, espionaje y robo de propiedad del gobierno. Los cargos fueron desestimados más tarde, después de que los fiscales que investigaban el escándalo de Watergate descubrieran que los miembros del personal de la Casa Blanca de Nixon habían ordenado a los llamados Plomeros de la Casa Blanca que participaran en esfuerzos ilegales para desacreditar a Ellsberg.
Este intento de Hunt y Liddy de irrumpir ilegalmente en la oficina del psiquiatra de Ellsberg en Beverly Hills es presentado con gran efecto cómico en uno de los capítulos de la serie. Los dos principales son tan torpes que la secuencia parece una de Moe y Larry de los tres Chiflados. Justin Theroux con peluca y con cojera falsa sobresale, pero Harrelson no deja que le roben la escena y no le pierde paso a su compinche.
El escándalo de Watergate comenzó temprano en la mañana del 17 de junio de 1972, cuando cinco “ladrones” fueron arrestados en la oficina del Comité Nacional Demócrata, en el complejo de edificios de Watergate en Washington, D.C. Su detección fue culpa del planificador James McCord (Toby Huss) que no removió la cinta adhesiva que usó para que una puerta en el garaje no cerrara y poder entrar por ella. El guardia de turno notó lo que se le había hecho a la puerta y llamó a la policía. Estos llegaron: estaban vestidos de civiles y quien velaba paraalertar a los “pillos” no pensó que fueran de la ley hasta que entraron a las oficinas del comité blandiendo revólveres. Además de a McCord, la policía detuvo a cinco hombres: Virgilio González, Bernard Barker, Eugenio Martínez y Frank Sturgis. No pasó mucho tiempo antes de que se descubriera que: los merodeadores estaban conectados con la campaña de reelección del presidente Richard Nixon. Peor aún, se descubrió que los habían pillado interviniendo teléfonos con micrófonos y robando documentos. Poco después, quedó patente que McCord había pertenecido a la CIA, y era el jefe de seguridad de la campaña de reelección del presidente Richard Nixon en ese momento.
La serie concentra en las vidas privadas de Hunt y Liddy y sus relaciones familiares, pero todo lo que sucedía entre ellos con John N. Mitchell (John Carroll Lynch), el fiscal general, John Dean (Domhnall Gleeson), quien se desempeñó como abogado de la Casa Blanca de Nixon hasta abril de 1973 y quien no quería saber los detalles de la operación, y Jeb Stuart Magruder (Ike Barinholtz) que si sabía, se muestran detalladamente.
Es la parte familiar de la serie lo que no la hace recibir mi mejor nota, pero, a pesar de eso, el interés nunca deja que uno se pierda nada de los que dicen los personajes y que disfrute de la historia y de la actuaciones de todos, pero en particular, como ya he mencionado, las de Harrelson y Theroux. El último es siniestro y nos convence del fanatismo ciego que induce la idolatría política, particularmente en una época -la guerra fría no podía ser más caliente- en que todo le olía a comunismo a algunos. El otro explota el hecho de que su quijada inferior sobresale y usa el dato anatómico como una utilería con gran efecto cómico y dramático.
Aunque al final de la serie se nos informa del paradero de los dos acusado principales y la suerte que corrieron, después de ver la serie corran a ver All the President’s Men para que vean cómo la investigación se fue intensificando y, en vez de Watergate ayudar a la elección de Nixon, causó su caída y lo marcó para siempre en la historia como un pillastre embustero.