Medirnos a una «expectativa de vida» nos obliga a la pregunta artificial de cuánto tengo y cuánto me queda de una materia a veces tranquila, a veces tempestuosa, a veces clara y a veces turbia, que comoquiera se nos escapa…
Medirnos a una «expectativa de vida» nos obliga a la pregunta artificial de cuánto tengo y cuánto me queda de una materia a veces tranquila, a veces tempestuosa, a veces clara y a veces turbia, que comoquiera se nos escapa…
¿Cuál es el sentido de celebrar una Navidad -una llegada, una transformación, una nueva dirección- y un fin de año sin fin del mundo, si no nos abrimos a estas preguntas? El reto es acercarnos a la pura humanidad que nos rodea.
Si tomamos un poco de distancia y dejamos que el sol y el aire nos sequen un poco, pudiéramos quizás ver que el fenómeno de las elecciones es a la vez, algo más y algo menos de lo que parece ser.
Estamos viviendo el cuestionamiento y la transformación de distintos consensos que nos habían provisto una cierta estabilidad identitaria como “país”. Pero entender qué papel jugamos en todos estos procesos es una tarea compleja.
Ningún gesto o pensamiento cambia el mundo si no cambia la sustancia misma de quien lo produce. Eso lo sabemos de todos los que han dejado huellas en la historia de la humanidad. Ésta es la verdadera dimensión de ¨poner la vida en el acto¨.
A muchos, quizás a la mayoría de nosotros, le seduce la posibilidad de creer en un futuro más sano, pero en el fondo, vive con miedo a la esperanza. Es de este miedo a la esperanza, y de este punto medio, que me interesa, por un momento, escribir.
De la desesperanza a mí me salvó un silencio, como todo silencio profundo, inútil. Inútil y desenfocado, fuera del «punto» y del «grano», porque lo que hizo fue expandir la existencia en todas sus direcciones.
Quiero hablar ahora de la imaginación como lo que convierte lo desconocido (lo desconocido como lo inarticulable, lo insondable de los universos en que vivimos) en materia amable, dispuesta a ser amada.
Creo que nosotros estamos bastante bien. Los que están atrás son nuestros discursos. Pero como son tan reales, tenemos que transformarlos para que el resto de la existencia quiera acompañarnos.
“¿De qué es lo que no me puedo recordar?” -Fulana de Tal, 2011, quizás os muertos están en el viento y su realidad es la del viento”, así lo dice el sabio keniano Oruka Rang’inya, padre del filósofo Henry Odera […]
Compartir el aire, que está afuera y adentro de nuestras vidas, sirve de metáfora a la autora para proponernos un rumbo distinto a las formas fáciles que asumen nuestras conversaciones cotidianas. ¿Por qué no vivir la complejidad?, pregunta.
Y parece obvio, pero no lo es: esos otros a quienes apelamos cuando hablamos o escribimos no nos reconocen si nos camuflajeamos con palabras prestadas, ni nos entienden mejor porque usemos palabras que ya están hechas y probadas.
Antes que en sólidas eras de piedra, en la isla la vida se construye en un pulseo entre lo persistente y lo efímero. Yerbas y enredaderas inmortales que se tragan ruinas en pocos meses. Años sin estaciones que nos hacen parecer que todo es vida.