Nota al calce obligada para quien lleva mi apellido: el nombre completo de Valero era Antonio Valero de Bernabé, aunque me surge la duda, a partir de mi experiencia, de si él usaba el acento o se lo añadieron otros en su época o después.
Nota al calce obligada para quien lleva mi apellido: el nombre completo de Valero era Antonio Valero de Bernabé, aunque me surge la duda, a partir de mi experiencia, de si él usaba el acento o se lo añadieron otros en su época o después.
De este universo sometido a leyes impersonales, que no respetan ni a la humanidad ni al medio ambiente tan solo puede salirse convirtiendo los medios de producción sociales en propiedad social, a ser administrada democráticamente.
La lucha contra el neoliberalismo punitivo y su ideología empieza por rechazar sus mitos: el desempleo no es producto de la vagancia, es un aspecto del capitalismo.
En su artículo “El mito de Muñoz: comentario a Puerto Rico en el siglo americano», Héctor Meléndez ha formulado críticas a la forma en que hemos presentado y analizado la figura de Muñoz Marín.
La conclusión es la que ya señalamos. Tenemos que temerle seriamente a la automatización pero también tenemos que verla como una oportunidad. Oportunidad para retomar los sueños de una sociedad radicalmente distinta.
Si bien el gobierno es uno de los responsables de la crisis, ¿quiere eso decir que los bonistas no tienen también responsabilidad? ¿Quiere eso decir que debemos seguir el camino señalado por los bonistas?
En Puerto Rico ¿tendremos entonces que escoger entre Krueger y Krugman? En términos globales, ¿debemos conformarnos con pedir a los gobiernos que amortigüen los efectos de la globalización? Me parece que hay que responder no a las dos preguntas.
Nada nuevo hay en todo esto que no se encuentre en el museo conservador de Thatcher y Reagan a Merkel, pasando por el vulgar O’Reilly o los incontables candidatos a la presidencia del Partido Republicano. Lo triste es que uno de nuestros grandes autores se sume a este coro.
No hay que renunciar a los derechos sociales, sino, muy al contrario, ponerlos en el centro mismo de nuestro proyecto económico, político y social: el objetivo de cualquier economía debe ser hacer realidad esos derechos.
Las escuelas públicas deben saber que ya no tienen un monopolio de los fondos públicos y que tendrán que competir con escuelas charter y escuelas privadas, lo cual las obligará a mejorar su rendimiento.
Los resultados de nuestro sistema político son tan malos que aun poniéndolo en manos de la suerte obtendríamos mejores resultados que el proceso actual que nos cuesta millones de dólares.
El capitalismo fósil, señala Klein, siempre ha dependido de la existencia de zonas de sacrificio («sacrifice zones»): territorios, por lo general ubicados en los países coloniales y subordinados.
El capital es ciego ante sus contradicciones. No logra entenderse. Quienes podemos entenderlo somos nosotros y nosotras, los que sufrimos sus embates.
Mientras el Presidente Obama lamenta la muerte de niños en Gaza, su delegado en Naciones Unidas emite el único voto en contra de una investigación de posibles crímenes de guerra perpetrados por el ejército israelí.
Para salir verdaderamente de la crisis, acorde con los intereses de las mayorías trabajadoras y empobrecidas, tenemos que organizarnos. Tenemos que estar en la calle. Y tenemos que buscar nuevas opciones electorales.
Necesitamos nuevos partidos. Necesitamos ir a las elecciones pero no podemos limitarnos a las elecciones: tenemos que construir un gran movimiento social, sindical y ambiental que esté impulsando la agenda del cambio en todo momento.
Esta historia demuestra como grupos relativamente pequeños pueden tener un impacto considerable en la vida del país, siempre y cuando se organicen y se armen de información apropiada y exacta.
La crisis amerita que se organice una auditoria de la deuda: debemos saber quién decidió qué, quién se benefició de qué, cuánto se tomó prestado y para qué se utilizó lo que se tomó prestado.
Hay que recordar que su famoso discurso «I Have a Dream» fue una marcha por la libertad y empleos: era una protesta contra el racismo y también contra el desempleo y sus consecuencias.
El discurso que atribuye a los puertorriqueños los males del capitalismo y que culpa a todo el país por su crisis actual tiene el efecto de exculpar al capitalismo, exculpar a su estructura colonial y exculpar a sus gobernantes.
Se llama al diálogo. No nos oponemos. Pero, ¿qué pasa cuando el gobierno no escucha? ¿Nos rendimos ante sus imposiciones? ¿Volvemos a la «normalidad»?